La paradoja
EL VALLE DE LA VISIÓN, de Arthur Bennett
¡Señor, santo y excelso, manso y humilde!
Tú me trajiste para el valle de la visión,
en cuyas profundidades habito,
más te veo a Ti en las alturas.
Cercado de montañas de pecado contemplo yo Tu gloria.
Déjame aprender por la paradoja de
que el camino hacia abajo es el camino a lo alto,
que ser rebajado es ser exaltado,
que el corazón roto es el corazón sanado,
que el espíritu contrito es el espíritu alegre,
que el alma arrepentida es el alma victoriosa,
que no tener nada es poseer todo,
que cargar la cruz es llevar la corona,
que dar es recibir,
que el valle es el lugar de la visión.
Señor, durante el día las estrellas se pueden ver en los pozos más profundos,
y cuando más profundo los pozos, más brillantes Tus estrellas resplandecen;
Concédeme encontrar Tu luz en mi oscuridad,
Tu vida en mi muerte,
Tu alegría en mi tristeza,
Tu Gracia en mi pecado,
Tus riquezas en mi pobreza,
Tu gloria en mi valle.
El solo título es una muestra de la profunda riqueza de la obra.
La frase “El valle de la visión” es paradójica. Un valle es, de todos, el lugar menos apropiado para ver, pues las montañas que lo rodean impiden ver cualquier cosa. Pero es todavía más paradójico que Arthur Bennett escogiera ese título para su libro y lo usara como epígrafe de su obra citando Isaías 22:1, “Oráculo sobre el valle de la visión.” Ese ‘oráculo’ no era más que juicio de parte de Dios contra el valle de la visión, una forma sarcástica de referirse a Judá, quien pensaba estar en una montaña en cuanto a las realidades espirituales (de hecho, su emblema era el monte Jerusalén) y, sin embargo, estaba en el lugar más oscuro de todos por causa de su incredulidad, siendo condenada al nivel de las demás naciones paganas. ¿No quería Bennett hablar de comunión con Dios? ¿Por qué hablar del valle espiritual donde nada se ve?
Creo que la genialidad de Bennett es esta. Judá pretendía estar en la montaña más alta, lleno de honra y claridad con respecto a las cuestiones espirituales, lleno de buenas acciones realizadas por sus propias fuerzas, totalmente vaciadas de un corazón necesitad. El resultado es que estaban en el valle más hondo. En cambio, el creyente está llamado a buscar estar en el valle, en el lugar oscuro donde no se pretende ver ni saber nada, donde no está la confianza de estar demasiado cerca del sol ni del cielo, donde se es consciente de las terribles montañas de pecado y sufrimiento que nos rodean. Entonces, paradójicamente, allí es donde habrá una visión más clara de Dios. Esta situación de necesidad es la que impulsa al cristiano a creer; “… cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
Me parece correcto dividir el poema en dos grandes partes. La primera se compone de las primeras cinco líneas. El inicio es una declaración sobre quién es el Señor, “santo y excelso, manso y humilde.” La vida cristiana debe ser paradójica por el hecho de que Cristo mismo es paradójico en su esencia. No hay nadie más santo y excelso en gloria que el Hijo de Dios, y aún así decidió volverse siervo y humillarse hasta la muerte para servir a los pecadores que le eran enemigos. De ese carácter de Cristo es que fluye la vida del creyente: estamos destinados a reinar junto a nuestro Señor por los siglos de los siglos, disfrutando de riquezas sin fin en la presencia de Dios. Por eso aquí debemos andar con la cruz al hombro, siendo siervos humildes que existen para el beneficio de otros.
Luego de esa declaración, vemos al poeta diciendo en las siguientes cuatro líneas que ese Señor, excelso y humilde, le ha traído hasta el valle de la visión, lo cual demuestra que la vida paradójica viene por voluntad divina. Su plan es que habitemos rodeados de montañas de pecado, ya sea el nuestro o el del mundo caído que nos rodea, y en la profundidad de este mundo, lejos de la plenitud de la luz que lo llena todo. Es allí donde, dice el poeta, “veo yo tu gloria”, allá arriba “en las alturas.” Fuimos destinados para ser una representación fiel del carácter de Cristo. No puede haber un cristiano sin su cruz, andando un doloroso camino hasta el reinado.
La segunda parte del poema nos da un panorama de la paradójica existencia cristiana. Dos grandes unidades, una de 10 líneas, comenzando desde “déjame aprender”, y otra de 6 líneas, comenzando por “concédeme encontrar”, acumulan frases con antítesis, esto es, la oposición de dos ideas contrarias. La organización de estas unidades se da por medio de anáforas, frases que comienzan por la repetición de una misma palabra: la primera unidad usa ‘que’ para anteceder aquello que el poeta quiere aprender (“[déjame aprender] que dar es recibir”), y la segunda usa ‘tu’ para hablar de lo que quiere encontrar en Dios (“[déjame encontrar] tu vida en mi muerte”). Aquello que el poeta quiere aprender y encontrar requiere siempre de un sacrificio, de algo que en nuestro sentido común rechazaríamos.
Sobre cada una de las antítesis podríamos escribir un texto completo; hablaríamos de la vida en muerte, la gracia en pecado, la riqueza en pobreza, etc., pero creo que Bennett no quería que el lector se quede en los detalles de cada idea. En cambio, es útil ser abrumado por la acumulación de tan grande paradoja, de forma que sea posible entender cada difícil parte de la vida cristiana a luz de un resultado final más grande. Quiero, entonces, arriesgarme a poner toda esta acumulación en un solo conjunto, en una sola gran oración en prosa:
Señor,
Ayúdame a andar el camino hacia abajo, a ser rebajado, a tener el corazón roto, un espíritu contrito, un alma arrepentida; a no poseer nada, a cargar la cruz, a darlo todo, a morir, a estar triste, a ver mi pecado, a ser pobre, a humillarme en el valle…
…pues solo entonces iré en el camino hacia arriba, seré exaltado, mi corazón será sanado, mi espíritu estará alegre, mi alma será victoriosa, lo poseeré todo, llevaré la corona, veré claramente, hallaré tu vida, tendré tu alegría, viviré en tu gracia, encontraré tus riquezas, seré glorificado.
El lector atento habrá notado que entre ambas unidades hay una bella ilustración que, a mi parecer, condensa todo el mensaje del poema y permite recordar la paradoja con claridad. “Señor, durante el día las estrellas se pueden ver en los pozos más profundos.” El gran objetivo del creyente, ver la gloria de Dios, es comparado aquí con ‘ver las estrellas’, y ‘el día’ es en realidad un impedimento para ello. Podríamos decir que el brillo de la mañana, por más claro que sea, no se compara con la belleza de las estrellas en la noche. Las bondades pasajeras de la vida resultan estorbosas cuando se ponen el nuestro camino a contemplar a Dios.
Por eso la mejor ayuda para el creyente son ‘los pozos’, aquellos lugares donde todo el brillo temporal de esta vida deja de ser visible. El dolor, la prueba, el pecado, la pobreza, todo sirve al creyente para ver con mayor claridad las estrellas. Esos pozos hacen las veces de la noche: “y cuando más profundo los pozos, más brillantes Tus estrellas resplandecen.” En palabras de Romanos 5, sin la prueba no es posible tener la obra de la paciencia hecha perfecta en nosotros.
Esta paradoja resume el espíritu de los puritanos. En el prefacio al libro, Bennett nos cuenta de qué se trata su obra: es una compilación de “ejercicios, meditaciones y aspiraciones espirituales puritanas.” Por casi una década editó fragmentos de los escritos de Thomas Shepard (1605–1649), Richard Baxter (1615–1691), Thomas Watson (c. 1620–1686), John Bunyan (1628–1688), Isaac Watts (1674–1748), Philip Doddridge (1702–1751), William Romaine (1714–1795), William Williams [de Pontycelyn] (1717–1791), David Brainerd (1718–1747), Augustus Toplady (1740–1778), Christmas Evans (1766–1838), William Jay (1769–1853), Henry Law (1797–1884) y Charles Spurgeon (1834–1892). Quizá solo hasta finales de 1600 podemos decir que eran puritanos, y de ahí en adelante fueron reformadores que llevaron el mismo legado.
Lo interesante es que en ninguna oración nos dice quién es el autor, algo similar a lo que pasa con muchos de los Salmos en la Biblia. Eso nos deja ver que Bennett quiso dejar de lado las controversias y emblemas propios de los puritanos, tanto a nivel teológico como político, y se enfocó en reconstruir su fuerza espiritual por medio de oraciones anónimas. La primera de todas, llamada El valle de la visión, fue hecha por él mismo y demuestra que este legado llega hasta hoy en creyentes que en sus oraciones vivían como si Dios fuera, no solo real, sino dueño entero de sus vidas. Vale la pena orar estas oraciones de tiempo en tiempo.
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