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Si se trata de rememorar la primera vez en la que pisé Barranquilla, la también llamada “Puerta de Oro de Colombia”, es inevitable que mi mente se llene de sonidos. En el aeropuerto Ernesto Cortissoz, que para ese entonces estaba en remodelación, una pequeña agrupación entonaba canciones alegres y festivas justo al lado del camino por el que todos los viajeros teníamos que pasar tras nuestra llegada. Las melodías se mezclaban con el cálido ambiente que proporcionaba el sol caribeño y con la humedad que inundaba el ambiente, un fuerte indicador de que aquella ciudad, ubicada a orillas del río Magdalena, no está muy lejos del mar.
La calidez del sol no fue la única que me abrazó; también lo hizo ese recibimiento enérgico de aquel grupo de millo, que a ritmo de gaita corta, caña de millo, tambora y maracas me dio una muestra de folclore. Ese pequeño espectáculo no hacía parte de la cotidianidad del aeropuerto, aunque sí del ambiente de jolgorio y fiesta del famoso Carnaval de Barranquilla, uno de los más importantes a nivel mundial y que en el 2003 fue declarado Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Desde ese día, han pasado más de seis años. Tras otras dos pequeñas “incursiones” en La Arenosa, como también se le llama a Barranquilla, hace cuatro años dejé mi fría ciudad natal para dejarme envolver por unas temperaturas más altas y la calidez humana de los costeños. Como cristiana, desde mi tercera venida a la Puerta de Oro —o sea, antes de mi traslado definitivo—, ya había empezado a notar de qué forma las congregaciones de la ciudad se convertían en un contraste o hasta una disonancia entre el júbilo colectivo del Carnaval. Por ejemplo, las canciones y los ritmos que para mí simplemente transmitían alegría, parecía que a muchos les traía a la mente un ambiente de pecado y desenfreno.
También percibí que, en general, no había una manifestación tan abierta ni un rechazo escandaloso, aunque sí un desacuerdo verbal y contundente. Pero, más que todo, parecía que, de forma sigilosa, los cristianos se escabullían entre las carreteras y las poblaciones o regiones aledañas. “¿Por qué huir? ¿Por qué no aprovechar las multitudes para predicarles el Evangelio? ¿Por qué armar campamentos justo en esas fechas?”, me preguntaba. Hoy, tras cuatro años de vivir en esta ciudad, y con un poco de objetividad adquirida en el camino, quise contar por medio de este escrito lo que viven los cristianos en medio de este carnaval.

¿Cómo es el Carnaval y cuál es su origen histórico?
A partir de enero y hasta el día previo a la Cuaresma (la antesala o preparación para la Semana Santa) cada rincón de “La Arenosa” —como también se le llama a la ciudad— y de su área metropolitana gira en torno al carnaval. Se realizan varios conciertos; los “picó”, equipos de sonido con una vasta amplificación sonora, inundan las calles con champeta y otros ritmos, convirtiéndolas fácilmente en pistas de baile; se ven desfiles de comparsas, carrozas y disfraces; y se organizan actos culturales que incluyen la instauración una transitoria monarquía, liderada por la protagónica Reina del Carnaval y por el así llamado “Rey Momo”, cuyo rol secundario es bastante evidente.

Pero, ¿de dónde viene todo esto? ¿Cuál es la historia detrás de esta explosión de colores y música? Hace poco terminó la Semana Santa y parece que, con ella, todo lo que ocurrió en el carnaval de este año quedó en el pasado, o al menos a mí me ha quedado esa sensación. Es como si entre la mayoría de barranquilleros se hubiera materializado el famoso “si peco, rezo y empato”. Una vez empecé a leer y a escuchar información sobre el origen del Carnaval de Barranquilla, la sospecha se convirtió en certeza.
Las raíces de esta fiesta se entrelazan con antiguas celebraciones griegas que se realizaban en honor al dios Cronos. El objetivo era que las sequías se fueran y las cosechas progresaran. La tradición llegó hasta el Imperio romano, que al final de cada año destinaba siete días para que nadie trabajara y solo hubiera jolgorio en medio de las fiestas saturnales. En palabras de la historiadora y escritora Adelina Covo, “aquello que comenzó pidiendo fertilidad para las cosechas continuó con toda clase de fecundidades”. Ella misma relata que, una vez tomó poder, fue la Iglesia romana la que “cristianizó” de alguna forma estas fiestas paganas:
Cambiaron a Saturno por Jesús, a las bacanales por las procesiones. Pero como la gente le había cogido el gustico a la parranda, esta continuaba. Finalmente, la Iglesia permitió celebrar la fiesta, pero había que terminarlas con un periodo de reflexión. Fue así como se dio inicio a la Cuaresma. Y es por eso que hoy continúan juntas: carnaval y Cuaresma.

De hecho, la palabra “Carnaval” proviene del latín carnelevarium, que significa “quitar la carne”, en alusión al ayuno de carnes durante la Cuaresma. En ese contexto, las celebraciones adquirieron un carácter ambivalente: eran fiestas paganas adaptadas por la Iglesia, que permitía cierta libertad ritual justo antes del sacrificio litúrgico. Este modelo llegó a América con los conquistadores españoles, quienes seguramente copiaron las tradiciones de ciudades como Venecia, Nápoles y Florencia. La narración de Covo sobre cómo se desarrollaban estas fiestas refleja lo que se ve hoy en el carnaval barranquillero, como el entierro de Joselito Carnaval, la figura que despide anualmente la celebración (simbólicamente se muere por exceso de fiesta):
Cuando los españoles gobernaban algunas ciudades de lo que hoy es España, había dos clases de fiestas: unas muy fastuosas, al estilo veneciano, y otras de los campesinos pobres. Estos usaban símbolos, llevaban máscaras, se tiraban harina y agua, y hasta terminaban con el entierro de un muñeco.
En el caso particular de Barranquilla, el Carnaval se consolidó como una mezcla única de influencias indígenas, africanas y europeas. En Cartagena, por ejemplo, en el siglo XVIII, los esclavos celebraban danzas y procesiones durante la novena de la Virgen de la Candelaria —considerada patrona de la ciudad—, y de allí migraron hacia Barranquilla, donde esas expresiones populares se fusionaron con las festividades locales.
Aunque no se puede fechar con exactitud su primera edición, se sabe que ya desde 1876 se proclamaba “el Bando” que abría las fiestas, una lectura de decretos que aún hoy en día las reinas del carnaval realizan con la frase “por el poder que me concede el dios Momo”. En 1881 se eligió al primer Rey del Carnaval. Posteriormente, el personaje fue sustituido por el Rey Momo, símbolo de la burla, el desenfreno y la ironía, heredado directamente de la mitología griega y romana. La primera Reina del Carnaval, Alicia Lafaurie Roncallo, fue coronada en 1918, y desde entonces esta figura ha sido central que preside los actos con alegría, autoridad simbólica y sátira criolla.
La historia también incluye momentos de institucionalización y transformación como la Batalla de Flores, el desfile más emblemático del carnaval por el despliegue de carrozas, comparsas y disfraces tradicionales. El carnaval se suspendió entre 1899 y 1902 por la Guerra de los Mil Días, un conflicto civil colombiano que dejó cerca de 100.000 muertos y consecuencias adversas en la economía y la sociedad en general. Al reanudarse la realización del carnaval en 1903, se instauró la Batalla de Flores como una conmemoración.

Otro evento significativo fue justamente el que abrió el ambiente carnavalero ante mis sentidos, uno que solo había visto de vez en cuando por televisión y al que no le había prestado mucha atención. Ese viernes que llegué por primera vez a Barranquilla era noche de Guacherna. Desde 1974 y por iniciativa de una cantautora relevante para la cultura de Barranquilla llamada Esthercita Forero, ese desfile se realiza una semana antes del Carnaval. Los versos de la famosa canción que lleva el mismo nombre describen un poco el ambiente festivo:
Faroles de luceros, girando entre la noche
La brisa es un derroche, de sones cumbiamberos
Locura de colores, las calles de Curramba
Tambores de parranda, ahí viene la Guacherna
Ahí viene la Guacherna tremenda pa’ gozar
Ahí viene la Guacherna me envuelve en su compás
Las reinas de los barrios, la Reina del Carnaval
Comparsas y mochilas y abarcas tres puntá’s
Sin embargo, la luz de tantos faroles no ilumina realmente entre la oscuridad del pecado. Detrás de los disfraces y las máscaras hay siglos de tensiones entre lo sagrado y lo profano, entre la contención y el desenfreno, y las consecuencias que se viven debido a estas festividades no son una historia del pasado, sino una realidad presente y latente. Quizás por eso este periodo no es solo una fiesta más para algunos hermanos en la fe, sino un terreno espiritual delicado que requiere discernimiento.

La “otra cara” de la “fiesta”, la real
El rechazo de muchos cristianos al Carnaval no es producto de un legalismo exagerado, y no se debe solo a que la gente baile en las calles —que terminan cerrándose y, así, las vías y el transporte en general colapsan—. Tampoco se debe únicamente a que se escuche música a todo volumen —aunque en algunos barrios la contaminación auditiva llega a ser una verdadera problemática—. El gran inconveniente es la desinhibición característica de estas fiestas, que resulta contraria al carácter santo de Dios revelado en las Escrituras.
El sociólogo francés Michel Maffesoli habló alguna vez del “nomadismo festivo” como un escape colectivo de la rutina. La antropóloga colombiana Diana Uribe lo ha dicho con otras palabras: el Carnaval es “una válvula de escape” para todo aquello que la sociedad reprime durante el año. Por unos días, todo parece volverse relativo. El pecado deja de llamarse pecado. La sensualidad se celebra. La fidelidad se suspende. Pero, ¿qué ocurre cuando esa válvula se abre sin freno?

Hay quienes, con una cerveza en la mano y un disfraz provocativo, gritan frases como “¡lo que pasa en carnaval se queda en carnaval!”. Y, en efecto, se permiten muchas cosas: coqueteos efímeros, besos robados al paso, infidelidades disfrazadas de anonimato. Por ejemplo, este año circuló un video en el que se veía a dos mujeres enfrentándose a golpes en plena calle, una de ellas había descubierto a su pareja siéndole infiel. No era la primera vez que me enteraba de algo así, en redes sociales e incluso en medios informativos se suelen ver esos contenidos. Aquí, frases como “lo que pasa en Carnaval se queda en Carnaval” ya no son chiste; son una excusa para cruzar límites.
Esta no es solo una percepción, también es una preocupación de las autoridades locales. La Secretaría de Salud de Barranquilla ha advertido sobre el aumento de conductas sexuales de riesgo durante estas fechas. En años recientes se ha documentado un incremento del 20% en los embarazos no planificados posteriores al Carnaval, así como un aumento en las enfermedades de transmisión sexual. Como respuesta, se han implementado campañas como “Soy responsable de mi salud” o “Dilo Frentiao en Carnaval”, que buscan promover el uso del preservativo y la toma de decisiones informadas.

Cada año, la Alcaldía de Barranquilla y la Policía Metropolitana despliegan un operativo de seguridad especial. En 2025, más de 7200 policías patrullaron las calles, 2400 de ellos dedicados exclusivamente a los eventos y desfiles del Carnaval. A pesar de los esfuerzos, se registraron 1976 riñas y 1083 alteraciones del orden. Se impusieron 985 comparendos, se incautaron 22 armas de fuego y 384 armas blancas, y 142 vehículos fueron inmovilizados, la mayoría por exceso de velocidad o por conducir bajo estado de embriaguez. Y aun así, se le catalogó como “el Carnaval más seguro de la última década”.
En 2023 la realidad fue más cruda. Se registraron 24 homicidios solo en la temporada de Carnaval. Diez de esas muertes ocurrieron en Barranquilla. En años anteriores, los titulares hablaban de más de 1700 peleas callejeras, muchas provocadas por el exceso de alcohol. Recuerdo haber escuchado que se peleaban incluso con botellas de vidrio, pero esos eran los casos más públicos y visibles, ¿pero qué ocurre en las casas?
Algunas organizaciones han advertido que durante el Carnaval también aumentan los casos de violencia doméstica. Adicional a eso, la Alcaldía, junto con ONU Mujeres, lanzó la campaña “No es No”, con el fin de prevenir agresiones sexuales y proteger a las mujeres en medio de las aglomeraciones. Pero el riesgo sigue siendo alto, especialmente cuando el consumo de licor es constante, y la multitud ofrece un tipo de anonimato que da licencia para el abuso.

Tampoco se puede ignorar la Guacherna Gay, un desfile que se institucionalizó en el Carnaval en el año 2002, pero cuya historia se remonta a 1984. El desfile no solo exalta la diversidad sexual, sino que lo hace con un tono provocador y desinhibido que no deja indiferente a quienes tenemos una visión distinta del cuerpo, el sexo y la identidad.
Jóvenes, iglesias y ser verdaderos “faroles”
Ante todas estas realidades, con el tiempo he entendido que organizar campamentos, retiros o vigilias durante esta temporada y que los cristianos o las congregaciones “huyan” no es tan mala idea después de todo. Aunque los medios, las autoridades y los antropólogos no usen nuestras mismas categorías, también reconocen que el Carnaval tiene “otra cara”: la del riesgo, el caos, y el desorden que se disfraza de libertad. Para los hijos de Dios, el llamado sigue siendo claro: “no participen en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien, desenmascárenlas” (Ef 5:11). No se trata de despreciar la cultura, sino de proteger el corazón. No es una reacción exagerada, sino un acto de fidelidad al llamado de santidad que se le ha hecho a la Iglesia.
Gracias a Dios, parece que ese es el punto en común entre los líderes de jóvenes: marcar la diferencia. Al menos eso pude concluir después de hablar con un par de ellos. Pierre Velandia, quien ha ministrado y servido por más de dos décadas con jóvenes, me contó que, antes de ser cristiano, vivía el Carnaval de manera intensa.
…participaba de manera activa desde muy adolescente, disfrutaba de todo lo que lo envuelve: baile, alcohol, música y sexo. Siempre pensé que era la mejor manera de vivir la vida, basado en lo que aprendí de mi entorno, en lo que adopté de la cultura y como encontré solución a mis propias carencias.
Ahora que soy cristiano entiendo que el carnaval es el escenario propicio para que el ser humano pueda sacar lo que tiene dentro de sí, es decir, el pecado. También entiendo que a estos comportamientos se suma un componente espiritual.
Hoy en día no participo de los carnavales, por el contrario, los cuestiono y oro por la conversión de aquellos que se encuentran sumergidos en ese mundo. Ahora solo escucho música cristiana. Si te deleitas más en Dios, estarás más unido a la música que lo exalta a Él, de lo contrario estarás en búsqueda de otras cosas.

La expresión que usó me pareció precisa: el Carnaval es un catalizador de lo que ya está dentro. “Hay un componente espiritual”, agregó, “algo que atrae más allá del gusto y que lleva a sacar lo que está dentro del ser humano”. Pero también habló de las implicaciones terrenales:
Creo que cuando se vive sin conocer a Dios, uno no siente temor a las consecuencias, ni sabe lo que espiritualmente pueda suceder, es un ignorante de todo esto. Pero ahora que soy cristiano veo los resultados en aquellos que lo viven con mayor entrega: embarazos no deseados, matrimonios rotos, muerte de personas, entre muchas otras consecuencias.
Por su parte, Danilo Pedroza, quien ha sido líder juvenil por unos 15 años, aseguró que nunca le llamó mucho la atención el Carnaval, en especial por los peligros que implica “hay personas que se disfrazan y hacen maldades”. Su perspectiva espiritual es menos tajante con respecto a la música, pero mantiene un énfasis en la santidad: “No está mal la música folclórica como tal o la de géneros específicos, pero en este tipo de festividades se hace una declaración inicial, la lectura del Bando, que saca la idea de Dios de todo y da licencia a todo lo inmoral y carnal”. Con eso en mente, él reconoce que algunos éxitos carnavaleros, en especial los más folclóricos, “no tienen un contenido diabólico en sí mismo, sino que sencillamente son canciones pegajosas”. Pero se cuida de aquellos que “dicen algo obsceno o inmoral, que no es agradable a los ojos de Dios”.
Ambos líderes son conscientes de que no todos los jóvenes que asisten a la iglesia están igualmente arraigados en Cristo ni fundamentados en la Palabra. Danilo me habló de aquellos “con una fe superficial”, que cada año se dejan arrastrar por las presiones culturales: “toda la ciudad se disfraza de carnaval, todo empuja a que nos sintamos orgullosos de esto”. Y añade, con un dejo de dolor en la voz: “Muchos adolescentes que estaban asistiendo fielmente a la iglesia terminan posteando fotos haciendo las cosas que hacen los demás”.

Pierre ha visto lo mismo. Algunos jóvenes “han querido experimentar y terminan por negar la fe al dejarse llevar del pecado que salió cuando se vieron influenciados por esto”. Es una lucha real. No basta con charlas motivacionales ni que alimenten el ego, se necesita el Evangelio. “Si comienzas a experimentar puede que te guste” -dice Pierre- “y cuando ya estás enredado, es difícil soltarte”.
En cuanto a las actividades de las iglesias, hay diferentes enfoques. Algunas optan por suspender algunas reuniones por razones logísticas, como la de Danilo, aunque evitan esto al máximo: “El acceso a la iglesia es complicado, estamos rodeados por las vías principales que se toman para los desfiles”. Otras, como la de Pierre, organizan integraciones o reuniones alternativas: “durante años he predicado en medio de estas fiestas, normalmente se hacen actividades promoviendo una búsqueda de Dios mientras la ciudad se encuentra en caos”.
Ambos coinciden en que la Iglesia debe seguir siendo luz en medio de la oscuridad, aunque reconocen que no todos los métodos funcionan igual para todos. Danilo advierte que algunos retiros o salidas especiales pueden resultar excluyentes si no se manejan con sabiduría: “A veces se cotizan lugares que muchas personas no alcanzan a cubrir económicamente”.
¿Y qué papel deben jugar los padres en todo esto? Ambos líderes son claros: la formación empieza en casa. Danilo dice que “Los padres deben instruir a los jóvenes, afianzarlos en la Palabra del Señor, deben enseñarles lo diferente que se debe vivir en la cultura de esta ciudad; que no somos de este mundo si hemos creído en Cristo”. Pierre lo expresa en términos prácticos y espirituales: “Mi respuesta es sí, debemos protegerlos. Como dice Pablo, anda en el Espíritu y no satisfagas los deseos de la carne”.

Las decisiones que toman los jóvenes durante estos días pueden parecer pequeñas, pero a menudo revelan dónde está su corazón. Esta es una oportunidad para contrastar en medio de la oscuridad, pero eso no será posible si no tienen convicciones bíblicas sólidas. Aunque la ciudad esté de fiesta, hay quienes, desde sus iglesias, sus casas o sus convicciones más íntimas, se esfuerzan por recordar que pertenecen a otro Reino.
Vivir en Barranquilla durante el Carnaval es ver de cerca un corazón dividido entre la alegría popular y la lucha espiritual. Aquí, la cultura empuja con fuerza, y muchas veces lo hace en dirección contraria a la Palabra. Pero también hay creyentes comprometidos que, contra la corriente, eligen honrar a Dios. Por ahora, en la Arenosa se vive un ambiente medianamente tranquilo, pero las comparsas no tardan en empezar a ensayar nuevamente, en unos meses se elegirá a la próxima Reina del Carnaval y, en un abrir y cerrar de ojos, estaremos en lo que yo llamaría —y seguramente muchos barranquilleros también— “los precarnavales de los precarnavales”, porque desde septiembre se empieza a percibir un ambiente diferente, de fiesta, que se intensifica hacia las festividades decembrinas.
Con esto en mente, ¿te animarías a apoyar a las congregaciones de esta ciudad y a los creyentes? ¿De qué manera crees que puedes hacerlo? ¿En qué sentido crees que la cultura de tu ciudad o país ha sido un catalizador para el pecado? ¿Cómo te ha ayudado el Evangelio a enfrentar retos como este a lo largo de tu vida cristiana?
Referencias y bibliografía
Origen | Carnaval de Barranquilla
Descubre cuándo se celebra y qué es el Carnaval de Barranquilla | All
¿Cuál es el origen del Carnaval? | National Geographic
Historia del Carnaval de Barranquilla - Parte 1 | YouTube
ADELINA COVO | Icono Editorial
Riñas y homicidios en Carnaval | El Heraldo
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