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El 20 de mayo del año 325, la iglesia cristiana entró en una nueva etapa de su historia cuando aproximadamente 230 obispos se reunieron en Nicea, una importante ciudad de Bitinia, la actual Iznik en Turquía. Esta reunión constituyó el primer concilio “ecuménico” –es decir, general o mundial– de la iglesia, el cual fue convocado para abordar una cuestión central de la teología cristiana: la divinidad de Jesús.
¿Por qué este concilio llegó a ser tan importante, si no el más importante, en la historia de la cristiandad? No fue solo debido a sus implicaciones teológicas, sino también a la particular interacción de fuerzas políticas y sociales que confluyeron en su convocatoria y conclusiones.
El contexto político en Roma
El Concilio se planeó mientras el emperador Constantino terminaba de consolidarse como la única autoridad política del ya envejecido Imperio romano. El hecho de que la reunión fuera convocada por la máxima autoridad romana sentó un gran precedente para las futuras interacciones entre la Iglesia y el Estado. Además, durante el gobierno de este emperador no solo el Estado comenzó a tener una influencia creciente en los asuntos eclesiásticos, sino que hubo un cambio en cuanto a la situación anterior de la iglesia: pasó de ser una organización perseguida por la sociedad, a una apoyada por Roma.
Pero antes de continuar profundizando en la situación política, debemos analizar cuáles fueron los asuntos teológicos que se trataron en el Concilio de Nicea.
El problema teológico del Concilio
Allí se abordaron principalmente las enseñanzas de un sacerdote y presbítero egipcio llamado Arrio, quien desarrollaba su labor ministerial en su país natal, más exactamente en Alejandría. Sus particulares opiniones desencadenaron una gran controversia, tanto dentro como fuera de la iglesia. Las más controvertidas giraban en torno a la naturaleza de Cristo, asunto que en realidad no era nuevo, ya que había sido un tema de debate al interior de la iglesia durante al menos 150 años.
La cuestión central de la polémica giraba en torno a cómo definir la naturaleza de Jesús. De Él se hablaba, en palabras del Nuevo Testamento, como el “Hijo de Dios”, la “Palabra” o “Logos” de Dios, y el Salvador que era “uno con el Padre”. Desde dentro de la iglesia, y a lo largo de los años, surgieron diversas posturas teológicas sobre dicha naturaleza. Estas son algunas de las más importantes:
- ‘Monarquianismo’: enfatizaba la unidad de la Divinidad. Proponentes como Sabelio enseñaban que Padre, Hijo y Espíritu eran diferentes modos de un solo Dios. En este movimiento, había dos corrientes: los modalistas los veían como formas diferentes, mientras que los adopcionistas creían que Jesús había sido adoptado especialmente por Dios. No obstante, estos puntos de vista fueron en última instancia insatisfactorios para la mayoría de la iglesia, ya que socavaban la personalidad distinta y la plena divinidad de Jesús.
- La propuesta de Orígenes: este erudito y teólogo de la ciudad de Alejandría propuso que Jesús había sido “generado” del Padre de una manera “eterna”, con el objetivo de equilibrar la unidad de la Trinidad con la distinción entre el Padre y el Hijo.
- La propuesta de Arrio: su propuesta, hoy conocida como ‘arrianismo’, consistía en que el Hijo estaba subordinado al Padre, enfatizando el carácter unificado y eterno de Dios. Este punto de vista, sin embargo, planteaba un problema para la iglesia: un Cristo subordinado que, aunque era más que un humano, era menos que plenamente Dios, por lo que no podía impartir la salvación a la humanidad.
La situación dentro de la iglesia alrededor de este asunto no había sido un tema sencillo de resolver, hasta que una famosa conversión causó una serie de sucesos que cambiaron el curso de la polémica.
La conversión del emperador
La situación de la iglesia antes del Concilio había sido muy compleja. La última gran persecución en contra de los cristianos había tenido lugar bajo el gobierno de Diocleciano, a partir del año 303. Reconocido hoy como uno de los emperadores más eficientes del tardío Imperio romano, Diocleciano lo dividió en cuatro distritos administrativos (Tetrarquía): Flavio Valerio Constancio —también llamado Constancio Cloro—, padre de Constantino, supervisó el distrito más occidental; Maximiano gobernó sobre la región oriental-central; Galerio supervisó la región central-occidental; y el mismo Diocleciano gobernó sobre la región más oriental.
Pero luego, con la abdicación de Diocleciano y Maximiano, el Imperio se sumergió en una compleja lucha de poderes que concluyó con el ascenso al poder de Constantino. Él obtuvo una victoria clave en la batalla del Puente Milvio (312), tras la cual abrazó el cristianismo a causa de una visión del emblema cristiano de Chi Rho en los cielos con la inscripción “En este signo vencerás”. Esta victoria condujo a la legalización del cristianismo y a la promoción de la tolerancia religiosa en todo el Imperio. Probablemente, su proyecto era utilizar la fe en Cristo como fuerza unificadora, lo cual contrastaba con la supresión de la fe por parte de Diocleciano.
Pero cuando Constantino entró en las filas del cristianismo, se encontró con una iglesia sufriendo de una cruda polémica en su interior, así que se vio a sí mismo como el encargado de ordenar el debate y ponerle fin.
Convocó entonces a un concilio general que tuviera el objetivo de abordar estas luchas en el seno de la iglesia, principalmente la controversia arriana. Los obispos obedecieron al llamado y asistieron delegados de todo el Imperio, entre ellos figuras notables como Nicolás de Mira, figura que a la postre inspiró la imagen moderna de San Nicolás; Osio de Córdoba, asesor cercano de Constantino y posiblemente una figura clave en su conversión; Atanasio, quien se convertiría en un defensor clave del Credo Niceno; Arrio, el principal implicado en la controversia; y muchos más.
Después de cerca de dos meses, las decisiones del Concilio fueron significativas y se podrían resumir así:
- Definición teológica: el concilio definió la naturaleza divina de Cristo, y así estableció una base para la ortodoxia cristiana que persiste hasta nuestros días.
- Decisiones administrativas: los “cánones” del concilio sentaron precedentes para el gobierno de la iglesia.
- Relación Iglesia-Estado: al convocar y presidir el concilio, Constantino dio forma a la futura relación entre la Iglesia y el Estado.
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Nicea y la doctrina
En cuanto a la doctrina se abordó no solo la identidad de Jesús, sino también Su papel como Salvador. Las enseñanzas de Arrio, a pesar de su respeto por Cristo y las Escrituras, desafiaban de forma importante a la doctrina cristiana tradicional. Él enfatizó la absoluta trascendencia y unidad de Dios, afirmando que solo el Padre era autoexistente y eterno.
En consecuencia, argumentó que el Hijo debía ser honrado, pero era una creación “engendrada” por Dios y, por lo tanto, no compartía la esencia divina del Padre. En la práctica, esto significaba que Jesús, como ser creado, estaba sujeto a cambios y pecado potencial, así que era distinto al Padre tanto en esencia como en estatus. Los argumentos de Arrio estaban profundamente arraigados en el razonamiento lógico y en un uso hábil de las Escrituras. Citó Proverbios 8:22, Juan 14:28, Lucas 2:52 y otros pasajes para respaldar su opinión de que Jesús, aunque era especial, no podía compartir la misma esencia divina del Padre.
Su postura podría ilustrar una tendencia recurrente en la historia cristiana a tratar de alinear la revelación divina de la Escritura con las concepciones contemporáneas de la lógica y la razón. Este argumento se ve reforzado en la idea de Arrio de que si Dios era perfecto e inmutable, entonces todo lo demás, incluido Jesús, debía estar apartado de Dios.
A pesar de los fuertes y convincentes argumentos de Arrio, sus puntos de vista encontraron una oposición inmediata y casi generalizada. Los críticos argumentaron que el uso de las Escrituras por parte de Arrio era selectivo y tergiversado. Contraatacaron con una amplia gama de textos bíblicos, como Juan 1:1, Filipenses 2:6, Hebreos 1:3, entre otros, para afirmar la naturaleza divina de Jesús. Atanasio, un destacado oponente, enfatizó que si Cristo no fuera verdaderamente Dios, no podría otorgar vida y salvación a la humanidad. El tratado de Atanasio De Incarnatione (Sobre la encarnación) sostenía que la divinidad de Cristo era esencial para el mensaje cristiano de la redención.
Esto era lo que sucedía al interior del concilio, pero en las calles el ambiente era igualmente tenso. Aunque Arrio tenía una gran cantidad de seguidores, la gran mayoría de creyentes se opusieron intuitivamente al arrianismo, ya que las prácticas tradicionales de oración, bautismo e himnos en la iglesia afirmaban inherentemente la divinidad de Cristo. El sentido común de los adoradores se rebeló contra cualquier doctrina que minara la naturaleza divina de Jesús.
El Concilio de Nicea finalmente produjo varias afirmaciones teológicas clave:
- Cristo como Dios verdadero: Jesús fue afirmado como Dios verdadero de Dios verdadero, compartiendo la misma esencia divina que el Padre.
- Consustancialidad: Jesús era de la misma substancia (homoousios) que el Padre, contradiciendo la afirmación arriana de que Él era de una substancia similar (homoiousios).
- Engendrado, no creado: Jesús no fue un ser creado sino eternamente engendrado del Padre.
- Encarnación para la salvación: Jesús se hizo humano por el bien de la salvación de la humanidad, enfatizando la necesidad de Su naturaleza divina para la redención.
Estas declaraciones enfrentaron un debate continuo, pero finalmente obtuvieron una aceptación generalizada. El Credo de Nicea, formulado en el 325 y reafirmado en el 381 en el Concilio de Constantinopla, ha seguido siendo una piedra angular de la ortodoxia cristiana, enfatizando la naturaleza divina de Cristo y los roles distintos pero unificados del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
A continuación, el Credo de Nicea:
Creo en un solo Dios Padre Todopoderso,
Creador del cielo y de la tierra,
y de todas las cosas visibles e invisibles;
y en un solo Señor Jesucristo,
Hijo Unigénito de Dios,
engendrado del Padre antes de todos los siglos.
Dios de Dios, Luz de Luz,
verdadero Dios de Dios verdadero,
engendrado, no hecho,
consubstancial con el Padre;
por el cual todas las cosas fueron hechas.
El cual por amor a nosotros y por nuestra salud descendió del cielo,
y tomando nuestra carne de la virgen María, por el Espíritu Santo, fue hecho hombre,
y fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos.
Padeció, y fue sepultado,
y al tercer día resucitó según las Escrituras.
Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre,
y vendrá otra vez con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos,
y Su reino no tendrá fin.
Y creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida,
procedente del Padre y del Hijo,
el cual con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado,
que habló por los profetas.
Y creo en una santa Iglesia Católica y Apostólica.
Confieso un Bautismo para remisión de pecados,
y espero la resurrección de los muertos
y la vida del Siglo venidero. Amén.
Nicea y la política
Como se mencionó antes, Nicea también marcó un cambio significativo en la relación entre la Iglesia y el Estado. La participación del emperador Constantino en la convocatoria del concilio y el posterior apoyo de los emperadores a la iglesia introdujeron una nueva dinámica en esta relación.
Sin embargo, el Concilio de Nicea no acabó con el arrianismo. Este se mantuvo vivo durante varias décadas debido a una combinación de factores: muchos políticos posteriores simpatizaron con él, en ciertas zonas sus postulados tenían mucho más arraigo cultural, hubo diferencias al interior de la iglesia, y permanecían asuntos teológicos que no se habían resuelto del todo. Los emperadores arrianos, como Constancio II, buscaron ejercer control sobre la iglesia, mientras que líderes ortodoxos, como el obispo Ambrosio de Milán, abogaron por la autonomía de la iglesia. Esta tensión puso de relieve diferentes puntos de vista sobre el papel del emperador en asuntos eclesiásticos.
Los arrianos creían que la autoridad del emperador debía extenderse a la Iglesia, alineándose con su postura teológica de que el Hijo estaba subordinado al Padre. Este punto de vista implicaba que la institución eclesiástica, como reino del Hijo, debía estar subordinada al Imperio. Por el contrario, el ala ortodoxa sostenía que la Iglesia y el Imperio eran iguales y que los obispos tenían la autoridad suprema en asuntos espirituales, no el Estado.
La aceptación del Credo de Nicea afirmó la independencia de la Iglesia con respecto al Estado, particularmente en Occidente. Este principio sentó las bases para las relaciones posteriores entre la institución religiosa y el gobierno, asegurando un grado de autonomía para los asuntos eclesiásticos.
Nicea y la cristiandad
El Concilio de Nicea marcó el fin del estatus del cristianismo como comunidad peregrina y perseguida, y señaló el comienzo de una era en la que la Iglesia se entrelazó con el Estado. La conversión de Constantino y el posterior apoyo de los emperadores facilitaron la expansión de esta fe y su establecimiento dentro del Imperio romano. Esto trajo influencia social y beneficios para los cristianos, como la consecución evangelística, pero también introdujo preocupaciones por el poder mundano en la misión de la institución eclesiástica.
La fidelidad teológica agudizada y una mayor interacción con los asuntos terrenales son el doble legado de Nicea, que ha tenido un impacto duradero en la iglesia a lo largo de las generaciones. El Credo de Nicea sigue siendo una declaración fundamental de la fe cristiana que salvaguarda la doctrina de la divinidad de Cristo. Sin embargo, la relación de la institución religiosa con el poder del gobierno, iniciada en Nicea, ha seguido dando forma a su historia e influyendo en su papel en la sociedad, incluso hasta nuestros días.
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