Nicolás de Mira, un obispo del siglo IV reconocido por su caridad y defensa de la fe, se convirtió en una figura histórica de gran influencia. Con el paso de los siglos, su legado inspiró la creación del popular Santa Claus. Pero ¿cómo sucedió esto? ¿Qué sabemos realmente sobre el hombre detrás de la leyenda? Este artículo explora las raíces históricas y legendarias de un personaje cuya influencia conecta la religión, la cultura y el tiempo.
El inesperado y caritativo obispo
Nicolás nació alrededor del 260-280. Sus padres eran nobles ricos de la ciudad de Patara, perteneciente a la región de Licia, en la actual Turquía. Toda su familia abrazó la nueva religión cristiana antes de su nacimiento. Se cuenta que sus padres pasaron años orando para tener un hijo, lo cual ocurrió a una edad muy avanzada.
La metrópoli en la que vivían contaba con un puerto de gran importancia, gracias al cual se enriqueció. Sobre ella hay una referencia bíblica: el libro de Hechos cuenta que el apóstol Pablo hizo una escala en Patara durante su regreso a Jerusalén. Algún tiempo más tarde, una plaga azotó el lugar y sus padres fueron unas de las víctimas mortales.
Esta tragedia conllevó que el joven huérfano heredara una gran fortuna, la cual dedicó a la ayuda de los pobres; la limosna fue una práctica muy habitual en el cristianismo primitivo. Nicolás pasó a vivir bajo la tutela de su tío, un obispo de la región de quien asimiló las prácticas religiosas y que, al percatarse de su ferviente fe, lo consagró al sacerdocio.
Tiempo después, Nicolás realizó una peregrinación a Tierra Santa, en donde parece que hizo la promesa de dedicarse a Cristo. Muy pronto la cumplió. Durante su viaje de regreso desde Jerusalén, realizó una parada en Mira (actual Demre), otra ciudad costera cercana a su Patara natal. Al entrar en la iglesia local, se encontró con la sorpresa de ser nombrado obispo del lugar. Eso se debió a que, antes de su llegada, los sacerdotes y feligreses se encontraban discutiendo sobre quién sería el sucesor del fallecido obispo. Al no lograr un acuerdo, la asamblea tomó la decisión de consagrar al siguiente sacerdote que entrase por las puertas de la iglesia. Al menos, eso cuenta la tradición.
Nicolás transcurrió el resto de su vida en Mira como obispo. En la primera etapa de su servicio, fue encarcelado por las autoridades, durante el tiempo de la “Gran Persecución” realizada por el emperador Diocleciano, entre los años 302 y 303. Fue liberado al poco tiempo y sin mayores problemas. Una década después, en el 313, se firmó el Edicto de Milán, que les otorgó libertad a los cristianos.
Dueño de un gran celo por defender la fe, el obispo de Mira combatió el paganismo y las herejías. Ordenó la destrucción del templo de Artemisa Eleuteria, además de otros templos menores. Fue un ferviente opositor del arrianismo y es muy probable que haya viajado para participar en el Concilio de Nicea (325), al cual asistieron entre 270 y 318 obispos del Imperio romano. Aquel concilio duró un mes, concluyó en un acuerdo sobre lo que dice la Biblia acerca de la naturaleza de Jesús y condenó las enseñanzas de Arrio.
Además de su fuerte carácter, Nicolás también fue conocido por su caridad y misericordia, en especial hacia los más vulnerables. Solía utilizar su riqueza privada, la herencia de sus padres, para brindar ayuda a los necesitados. Tal vez, su historia más conocida sea la de tres hermanas cuyo padre había decidido venderlas como esclavas, ya fuera por falta de recursos para sostenerlas o por una deuda imposible de pagar.
Al conocer esta terrible situación, el obispo fue tres noches en secreto hasta la casa de la familia y arrojó sacos llenos de monedas. Gracias a esta ayuda económica, las tres hijas pudieron librarse de su fatal destino, e incluso contraer buenos matrimonios, ya que el dinero alcanzaba a cubrir la dote que se acostumbraba a dar para tales efectos. El padre de las niñas descubrió quién era su benefactor secreto y corrió la voz sobre la caridad del obispo.
Nicolás fue muy querido y respetado en la ciudad, lo que sirvió como base para que, luego de su muerte un 6 de diciembre, su nombre fuera recordado, dando inicio a la leyenda.
Las leyendas del santo
No está muy claro cuándo comenzó la veneración a Nicolás; tal vez a finales del siglo V o comienzos del VI. A medida que la economía y prestigio de la ciudad de Mira crecía, también lo hacía la fama de su fallecido obispo. Se decía que un óleo aromático con propiedades curativas brotaba de su sepulcro, lo que disparó el número de peregrinos que llegaban hasta allí.
Más leyendas milagrosas surgieron en los siguientes siglos. Además de la conocida historia de las tres hijas, también se contaba cómo Nicolás de Mira salvó a tres niños que habían sido asesinados y arrojados en barriles: ellos resucitaron después de que el obispo oró por ellos. En otros relatos, los tres eran clérigos adolescentes o novicios que fueron salvados de las manos de un asesino gracias a la intervención de Nicolás. Historias como éstas asociaron su figura con los niños.
La cantidad de milagros atribuidos al difunto obispo acrecentó su fama a tal punto que el emperador Justiniano ordenó la construcción de un templo en su honor. Este hecho da cuenta de la temprana veneración de su figura, en especial entre las iglesias orientales. Con el tiempo, el santo de Mira fue nombrado patrono de Rusia, Grecia y Turquía, de un buen puñado de ciudades, y de varias profesiones. Se convirtió en el preferido de los niños y los sectores populares, con una sólida reputación de “hacedor de milagros”.
Hacia el siglo X, la ciudad de Bari se había convertido en un poderoso enclave comercial, al igual que muchas ciudades italianas de la época. Sus poderosos mercaderes buscaban ocasión para otorgarle a la ciudad el prestigio que le faltaba si se le comparaba con ciudades como Venecia o Génova.
En 1082, la ciudad de Mira cayó en manos turcas y los mercaderes de Bari planearon llevarse los huesos del santo, aprovechando el caos en Mira, consecuencia del vacío de poder civil. La iglesia donde descansaba el santo difunto era custodiada solo por monjes ortodoxos, quienes, a primeras, se negaron a aceptar la propuesta de los mercaderes de llevarse la tumba a tierras más seguras. Los italianos subieron la apuesta y ofrecieron dinero a cambio, pero los devotos monjes se negaron por segunda vez.
Finalmente, según la versión que cuentan los mercaderes italianos, el mismísimo santo expresó su deseo de ser retirado de su tumba y ser trasladado a Bari (claro que omitieron el detalle de que la voz milagrosa fue oída solo después de que amenazaron a los monjes a filo de espada). Por milagro o por amenaza, los huesos del obispo fueron trasladados, aunque en Oriente aún sostienen que los monjes señalaron la tumba incorrecta y que los restos de Nicolás aún descansan en suelo turco.
El caso es que la ciudad de Bari logró hacerse con el cuerpo del legendario San Nicolás. Una catedral fue levantada en su honor y su fama se extendió por los reinos de Occidente, pues, a través del contacto con los reinos de Rusia y los Balcanes, muchos pueblos germánicos y godos conocían las leyendas de Nicolás de Mira. Desde el siglo XI en adelante, el obispo fue conocido por toda Europa como Nicolás de Bari.
Testimonio de su enorme popularidad durante la Edad Media es el hecho de que los vikingos cristianos erigieron la primera catedral de Groenlandia en honor a él. Ese fue el arribo del obispo griego al Polo Norte, lugar con el que más adelante quedó asociado.
Relación con Papá Noel y Santa Claus
La conmemoración de su muerte, el 6 de diciembre, resultó mezclada con las demás fiestas de fin de año. Antes de la consolidación de la figura de Nicolás, ya existía una fuerte tradición de festividades durante el solsticio de invierno en el hemisferio norte. Disfraces, regalos, banquetes, excesos y celebraciones eran comunes durante los días de diciembre. La fiesta de San Nicolás, un santo tan popular, llegó para sumarse a la seguidilla de días.
En cuanto a los regalos, por toda Europa existían seres mitológicos que también se encargaban de entregarlos. Algunos representaban la llegada del invierno o la nieve. Por ejemplo, entre los pueblos Eslavos del Este existía un brujo anciano, llamado Ded Moroz, que traía la nieve. En los pueblos escandinavos y germánicos se celebraba el Yule, fiesta del solsticio durante la cual aparecía una cabra que traía presentes. Ésta última se llamaba Julbock y parece haber sido el primer transporte de Papá Noel, hasta que fue reemplazada por el trineo de renos.
De hecho, existe evidencia de que Papá Noel fue inicialmente un personaje distinto a San Nicolás. Este “Padre” (tal vez “abuelo” sea el sentido más correcto) era un anciano que traía consigo el frío. Su figura fue cristianizándose para representar la Navidad más que el invierno, y adoptando el nombre “Perè Noël” en Francia, “Father Christmas” en Gran Bretaña y “Papá Noel” en España.
A medida que los pueblos paganos de Europa eran convertidos al cristianismo, tales personajes eran prohibidos por la Iglesia católica. Sin embargo, a nivel popular resultaba difícil el abandono de costumbres y folclore tan arraigado. Tal tensión dio lugar a un proceso de asimilación y sincretismo en las capas populares de la población.
El famoso San Nicolás, con su bondad por los niños y su fiesta en diciembre, era el mejor candidato para reemplazar aquellas viejas figuras y convertirse en el nuevo encargado de los regalos. Alrededor del siglo XV, la fiesta de San Nicolás se volvió muy popular en el Norte de Francia y el Este de Alemania, Bélgica y, en especial, en los Países Bajos, donde era llamado popularmente como Sinterklaas.
Este reemplazo no pudo evitar que los viejos mitos se reencarnaran en figuras como el perè foeuttard, el krampus, Knecht Ruprecht o Befana. Todos estos acompañaban a San Nicolás durante la víspera del 6 de diciembre para castigar o secuestrar a los niños que se portaban mal, mientras que el obispo entregaba regalos a los buenos.
Los reformadores combatieron en gran manera la figura de San Nicolás por dos razones. La primera, porque se asociaba al papismo y la veneración a los santos; la segunda, porque era una reminiscencia de costumbres paganas y oscurantistas. Esto no quiere decir que se opusieran a la Navidad, sino que querían limpiar la celebración de costumbres dañinas.
En las zonas donde la Reforma protestante caló hondo se intentó reemplazar todos los viejos personajes, por la figura del “Christkindl” (Niño Jesús), siendo Martín Lutero uno de sus principales proponentes.
Hasta este punto de la historia, los personajes de San Nicolás y Papá Noel competían por protagonizar la temporada festiva, cada uno en su día. Los reformadores lograron cierto éxito con la introducción del Niño Jesús como el encargado de los regalos, pero su principal logro fue eliminar los personajes malévolos y oscuros que plagaban la fecha, quitando así los aspectos más terroríficos.
Finalmente, con el triunfo del “Santa Claus” norteamericano, todas las posibles figuras de la Navidad se fueron fundiendo en una sola, en gran medida, gracias a la fuerza de la publicidad comercial. A comienzos del siglo XIX, un grupo de escritores neoyorquinos buscaba reinventar la Nochebuena, para que la nueva nación pudiera tener una celebración con tintes propios. Se inspiraron en el pasado de la ciudad de Nueva York, fundada por colonos holandeses, y se encontraron con el popular personaje Sinterklaas.
Pero éste lucía demasiado católico, con su túnica y su mitra; era necesario reinventar su apariencia. El primer Santa Claus fue una mezcla entre un colono holandés y un belsnickel, elfo mítico de la región del Palatinado, Alemania. Era desaliñado y élfico, pero fue sufriendo continuos retoques hasta llegar al actual Santa Claus, un viejo bonachón y alegre, sin ningún elemento religioso y domesticado por la lógica publicitaria.
Santa Claus fue un éxito comercial y publicitario en Estados Unidos, y desde allí se fue exportando a otros países. Entre las décadas de 1920 y 1930, Europa empezó a integrar a Santa Claus en sus celebraciones navideñas. Fue luego de la Segunda Guerra Mundial, bajo la supremacía cultural de Estados Unidos, que Europa sucumbió ante el nuevo personaje navideño, aunque no sin resistencia: muchos “santas” fueron colgados y quemados, como símbolo de descontento social.
Un fenómeno de convergencia
El famoso antropólogo francés Claude Levi-Strauss sostuvo que el actual Santa Claus, o Papa Noel, es un fenómeno de convergencia, encontraste a un proceso de transformación lineal. Este último habría consistido en que la figura del obispo Nicolás fuera recogiendo, con el paso del tiempo, diferentes características periféricas, pero que, “en esencia”, siguiera siendo aquel obispo de la ciudad de Mira.
En cambio, la idea de un proceso de convergencia indica que, en la figura del actual Santa Claus, se reúnen elementos de trasfondo diferentes, pero que por sus similitudes han quedado unificadas. En él se funden, a fuerza de costumbre, un obispo del que muy poco se sabe, un milagrero medieval, personificaciones del invierno, celebraciones asociadas al solsticio de invierno, criaturas terroríficas para asustar niños, y una lógica publicitaria de mercado.
Tal fenómeno de convergencia hace que Santa, o Papa Noel, tenga tanto de obispo ortodoxo como de elfo nórdico. Sería una grandísima concesión decir que Nicolás de Mira es el “verdadero” Papá Noel, con quien sólo comparte el nombre, casi una coincidencia. Lo único certero del “Nicolás histórico” es que fue un obispo de Mira, que se opuso al arrianismo, que muy posiblemente sufrió la Gran Persecución de Diocleciano y que tal vez asistió al Concilio de Nicea. Todo lo demás son relatos tardíos de dudosa procedencia y plagados de leyendas.
¿Y qué de la Navidad?
Respecto a la Navidad, Nicolás de Mira (o de Bari) no tiene nada en sí que lo asocie con la festividad, excepto que su muerte fue en diciembre. Por una combinación de veneración católica y por la vieja costumbre de intercambiar regalos, San Nicolás quedó pegado a la conmemoración del nacimiento de Jesús. A decir verdad, no existen muchas razones válidas para ello, excepto por la tradición.
Debemos reconocer que la Navidad no pierde nada si le quitamos este personaje y dejamos de enmascararlo con el nombre de un fiel cristiano, de quien se sabe muy poco. Tampoco es que Santa Claus sea la evolución lineal de viejas figuras paganas; solo es un collage que recoge tradiciones variadas y que coexisten en la persona de este actual modelo publicitario.
El problema de Papá Noel no está tanto en las referencias a elfos o ídolos que todavía sobreviven vagamente en su figura, sino en su asociación con el consumismo y el sentimiento antirreligioso actual. Barnizarlo con el nombre de un creyente para hacerlo más digerible sigue siendo una mala idea.
La Navidad es sobre el cumplimiento de las promesas de Dios y la redención para Su pueblo (Ga 4:4); sobre la humillación de Cristo, quien siendo igual a Dios, se hizo siervo y semejante a los hombres (Flp 2:5-11). El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1:14), y ¿quién puede igualar Su gloria? No hay santo, real o legendario, que pueda competir con Él, ni pretender desplazarlo del centro.
El Padre entregando a Su Hijo amado para otorgarnos salvación es motivo suficiente para celebrar la fecha y practicar la misma caridad compartiendo regalos. Es muy difícil justificar la creación de otro personaje para apoyar la idea de los presentes. Dios nos ha dado a Su Hijo, y en Su Hijo, todas las cosas. No existe mayor regalo ni hay espacio para otro protagonista de la Navidad.
Referencias y bibliografía
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Levi-Strauss, C. (2008). Papa Noel en la pira. Revista Maguaré, N° 22, pp 21-42. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, Colombia.
Macey, S. (2010). Patriarchs of time: dualism in Saturn-Cronus, Father Time, the Watchmaker God, and Father Christmas. University of Georgia Press. USA.
Wolf, E. (2010) Santa Claus: notas sobre una representación colectiva. En: Lecturas de antropología social y cultura. La cultura y las culturas. Velasco (Comp.) UNED. Madrid, España.
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