Hilario de Poitiers ha sido relativamente ignorado en los estudios académicos sobre los debates trinitarios del siglo IV, a pesar de que su defensa de la fe trinitaria en Occidente fue importantísima. De hecho, aunque nadie conozca su nombre, ha ejercido una influencia significativa en la doctrina, principalmente a través de la adopción de sus puntos de vista por el conocido Agustín de Hipona, quien lo mencionó con frecuencia y le mostró gran respeto, y por Ambrosio de Milán.
No sin razón, Poitiers fue catalogado —junto con Cipriano de Cartago y Ambrosio— como una de las tres principales glorias de la cristiandad occidental tan solo una generación después de su muerte. Como bien señaló el historiador y teólogo Daniel Williams: “Pocos historiadores del cristianismo primitivo disentirían de la opinión de que Hilario de Poitiers fue el apologista antiarriano más capaz y elocuente de Occidente en la década del 360”. Precisamente, por esta razón se le ha llamado “el Atanasio de Occidente” y “Martillo de los arrianos”.
Su primera biografía apareció dos siglos después de su muerte y fue escrita por el poeta, obispo y hagiógrafo Venancio Fortunato. A pesar de que carecemos de información personal sobre él, trataremos de esbozar su vida, teología y legado para la Iglesia del Señor con la ayuda de sus propios escritos y de algunos de sus biógrafos.

Orígenes, formación y primeros escritos de un obispo elocuente
Si bien no conocemos mucho de su vida antes de ser escogido como obispo de Poitiers (al occidente de Francia) hacia el año 350, es probable, como sostienen Jerónimo y Fortunato, que naciera en esa misma ciudad o cerca de allí hacia el 310 o más tarde. Este último obispo también sugirió que Hilario estuvo casado y que, como fruto de aquella unión, tuvo una hija.
Adicionalmente, podemos decir que fue de origen noble e ilustre, lo cual se evidenció en el conocimiento y la destreza que tanto destacaron en sus obras. Es muy probable que supiera griego y latín, y que poseyera un amplio conocimiento de Cicerón y Quintiliano, dos grandes autores del mundo antiguo. Por este gran bagaje cultural, Agustín de Hipona, aplicando la metáfora del Éxodo de Israel, dijo que Hilario, al salir de Egipto (es decir, del paganismo), lo “despojó” y se “llevó consigo las riquezas” intelectuales del mundo clásico en el que fue instruido —lo mismo podría decirse de otros cristianos como Cipriano, Lactancio y Mario Victorino—. Por su parte, Jerónimo lo llamó latinae eloquentiae Rhodanus (Ródano de la elocuencia latina), en alusión a uno de los grandes ríos de Europa central. Fue así como destacó su estilo eficaz, abundante y veloz.
Además de esto, el patrologista y filólogo clásico francés Jean Doignon mencionó que Hilario era un profundo conocedor de la teología latina y, por lo tanto, del trabajo de Tertuliano, Cipriano y Novaciano. Durante los primeros años de la década del 350 escribió su primera obra: el Comentario al Evangelio de Mateo, en donde expuso los pasajes más relevantes del texto bíblico.

Su exilio a Frigia
El comentario más significativo sobre la vida de Hilario antes de su exilio procede de su propia obra Liber de Synodis (Libro de los Sínodos). En esta carta dirigida a sus compañeros obispos de la Galia menciona que fue bautizado de adulto, que fue obispo durante un breve período antes del sínodo de Beziers y que conoció el Credo Niceno poco antes de su destierro. Este último le sucedió por haber ido en contra de los filoarrianos (aquellos que simpatizaban y/o aprobaban los postulados del arrianismo).
Ahora bien, la situación política y religiosa era un poco tensa en Occidente, especialmente para los cristianos que apoyaban el Credo Niceno. Esto se debía a que, tras la muerte violenta del emperador Constante (350), su hermano Constancio II —entonces gobernante en la parte oriental del Imperio— asumió también el control en el sector occidental. Él deseaba unificar ambas regiones y, como el arrianismo era la facción dominante en Oriente, buscó afianzarlo también en Occidente. Así, bajo su influencia, tanto en el Concilio de Arles (353) como en el de Milán (355) se intentó suprimir la fe nicena mediante la condena de su más férreo defensor: Atanasio de Alejandría. Todos los obispos que no cedieron ante esta nueva posición fueron depuestos de sus cargos religiosos y exiliados a Oriente.

Como lo dice la historiadora Almudena Alba López:
Tras la muerte del emperador Constante en 350, su hermano, Constancio II, llevó a cabo una agresiva política en materia eclesiástica conducente a unificar doctrinalmente todo el Imperio (…) Así, desde el Concilio de Sirmio de 351 se inaugura una frenética etapa marcada por la celebración de numerosos sínodos en la parte Occidental del Imperio cuyo fin no era otro que eliminar, mediante la deposición y la condena al exilio, a todos aquellos obispos leales al credo niceno y a la causa de Atanasio de Alejandría que no se acomodasen a las exigencias de la política de Constancio II y de su inmediato círculo de obispos subordinacionistas [aquellos que creían que el Hijo es de una esencia divina inferior que la del Padre].
Por este panorama tan oscuro para los nicenos, la vida de Hilario como defensor de la fe no estuvo carente de persecución y sufrimiento. Precisamente, se convocó otro sínodo: el de Béziers, que fue celebrado en el 356. Su propósito no era debatir sobre cuestiones doctrinales sino confirmar expeditivamente la condena de Atanasio de Alejandría previamente declarada en los concilios de Arlés y Milán. Allí asistió Hilario, quien se enfrentó valientemente contra los arrianos que dominaban el sínodo. Estos finalmente se impusieron y le pidieron al emperador Constancio que lo desterrara, y él lo envió a Frigia (en la actual Turquía).
Pero gracias a la providencia de Dios, mientras Hilario se encontraba en el exilio rodeado por el arrianismo, pudo mantenerse en comunicación con sus colegas de la Galia y desplazarse con libertad por Frigia. Allí conoció de cerca la tradición teológica de Oriente, lo que amplió significativamente su comprensión del panorama intelectual en torno a la recepción del Concilio de Nicea. También profundizó en los términos de la controversia niceno-arriana y en las diversas posturas que se debatían en esa región. Como sostiene el patrólogo e historiador del cristianismo antiguo Manlio Simonetti: “Los años de exilio en Oriente fueron decisivos para la formación cultural y doctrinal de Hilario. Aquí pudo conocer las obras de escritores cristianos de lengua griega, en especial las de Orígenes”.

Un tiempo provechoso
Parece que fue en este tiempo que comenzó a redactar sus magnum opus (obras maestras), las cuales lo inmortalizaron: De Trinitate (Sobre la Trinidad, también conocida como De Fide) y De Synodis. En este tiempo incluso se dio a la tarea de recopilar y traducir numerosos documentos griegos relacionados con la controversia trinitaria para sus tratados Adversus Valentem et Ursacium (Contra Valente y Ursacio).
Otra eventualidad es que sus colegas deseaban conocer más sobre la fe de los orientales, “algunos de ustedes, cuyas cartas han logrado llegarme, han expresado el deseo de que yo, incapaz como soy, les notifique lo que los orientales han dicho desde entonces en sus confesiones de fe (...). Yo sólo soy un reportero, como deseaban [sus colegas] que fuera, y no un autor”. Por lo tanto, Hilario describió la fe de los cristianos de Oriente en su carta Sobre los Sínodos (358-359) con el propósito de tender un puente entre ellos y los cristianos de Occidente.
En medio de su destierro, este obispo se había dado cuenta de que ambos grupos tenían más puntos en común que divergencias, así que podrían luchar conjuntamente contra todos los herejes, quienes ponían en tela de juicio la igualdad esencial o de sustancia entre Padre e Hijo, por lo cual eran llamados anomeos (anómoios= desemejante). Hilario enfatizó su firme creencia en la unidad de sustancia en la que participan el Padre y el Hijo, aunque ambos son dos Personas distinguibles. Así, rechazó la herejía modalista, que hacía uso de la terminología nicena para apoyar su error de que el Padre y el Hijo eran la misma Persona.

A la vez, intentó explicar que los términos semejante en esencia (homoioúsios) y consustancial (homooúsios) querían decir lo mismo o explicaban la misma verdad: que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre. Escribió:
Pongo por testigo al Dios del cielo y la tierra [de lo que digo] que, cuando no había oído todavía ninguno de los dos [términos], siempre sin embargo entendí los dos [en el mismo sentido]: porque hay que entender el ‘homoioúsios’ según el ‘homooúsios’, es decir, que nada puede ser semejante a sí por naturaleza sino aquello que sea de la misma naturaleza.
Estemos de acuerdo o no con su intento de conciliación, al final instó a los que abrazaban el término “semejante en esencia” a que prefirieran y usaran el adoptado por Nicea, “de la misma esencia” (homooúsios). Al respecto dijo: “Les pido hermanos que quiten la sospecha [de que al usar el término de la misma sustancia, uno esté apoyando la herejía modalista] que eviten la ocasión. Para que pueda ser aprobado el homoioúsion, no desaprobemos el homooúsion”.
Ahora, también dijimos que en esta etapa de su vida, comenzó a escribir su libro sobre la Trinidad, aunque lo continuó en distintas etapas. Esto nos dificulta asignarle una fecha en su forma final. Sin embargo, en él se evidencia el pensamiento maduro de Hilario sobre la doctrina de la Trinidad. Primero, intentó refutar el arrianismo ofreciendo principalmente el testimonio bíblico; luego recurrió a la tradición de la Iglesia como apoyo a su posición nicena.

Al inicio de su obra, confesó cuánto se deleitaba en su tarea de conocer a Dios: “Mi mente, empeñada en el estudio de la verdad, se deleitaba en estas piadosísimas enseñanzas acerca de Dios”. Pero, a la vez, reconoció que nuestra capacidad mental para comprender al Dios infinito y las relaciones entre las Personas de la Trinidad es demasiado limitada. En conformidad con las Escrituras, reconoció que el Hijo es el mismo Dios, que se hizo carne para nuestra salvación: “El Verbo Dios se hizo carne para que por Dios Verbo hecho carne, la carne fuera elevada a Dios Verbo”.
Sin embargo, al encarnarse, no perdió Su naturaleza divina, sino que a Su Persona añadió una nueva naturaleza, la humana: “Al humillarse para tomar nuestra carne no perdió Su propia naturaleza, porque como Unigénito del Padre está lleno de gracia y de verdad; es perfecto en lo Suyo y verdadero en lo nuestro”. Es decir, es verdadero Dios y verdadero Hombre, como se expresaría más tarde en el Concilio de Calcedonia (451). Por esta razón, Hilario no temió exaltar, “a Cristo Jesús, a quien hemos de confesar nada menos que como Dios con la plenitud de la Deidad”. Esto no significaba que el Hijo es otro Dios, sino que “el Dios único y verdadero subsiste en las personas del Padre y del Hijo”.

Podríamos decir más, pero el límite de este artículo no nos permite continuar examinando el pensamiento trinitario tan profundo, elocuente y bíblico de Hilario.
Como es evidente, su exilio fue de muchas maneras provechoso. Él mismo dijo al respecto: “...la Palabra de Dios no puede ser desterrada como nuestros cuerpos, o tan encadenada y atada que no pueda ser impartida en ningún lugar”. Aquí resuenan las palabras del apóstol Pablo: “La palabra de Dios no está presa” (1 Ti 2:9, LBLA). Así pues, este destierro fue más benéfico que perjudicial, porque la Palabra de Dios siguió trabajando con libertad en el corazón de Hilario y en la Iglesia de Cristo:
De hecho, al enviar a Hilario a un exilio como este, Constancio había hecho demasiado, o demasiado poco; había perjudicado, y no hecho avanzar, su propia causa favorita de la unidad por medio de un compromiso. En este caso, como en los de Arrio y Atanasio y muchos otros, el exilio se convirtió en un medio eficaz para la difusión y el fortalecimiento de las convicciones (…) su presencia, durante estos años críticos, en una región donde los hombres estaban avanzando gradualmente hacia la verdad más completa no puede haber sido sin influencia en su crecimiento espiritual; y su residencia en Asia sin duda confirmó y enriqueció su propia aprehensión de la fe.

Su regreso a Occidente
Hilario regresó a Occidente y mantuvo su defensa de la ortodoxia nicena. Para restaurar obispos e iglesias que habían sucumbido a los decretos los filoarrianos, unió sus esfuerzos con Eusebio de Vercelli en Italia. También intentó deponer al conocido arriano Auxencio de Milán, aunque de manera infructuosa.
No sabemos nada más de sus viajes a favor de la fe trinitaria ni de sus iniciativas pronicenas, pero, según sus propias obras, podemos suponer que regresó a su sede y continuó con su ministerio pastoral. Después de sus muchas luchas y sufrimientos por defender la doctrina de la Trinidad, confesada por la Iglesia Universal, Hilario murió en Poitiers aproximadamente entre el 367 y el 368.
En conclusión, Hilario puede ser catalogado como un padre de la Iglesia que buscó la paz entre las iglesias de Oriente y Occidente; todo lo que Hilario dijo o escribió fue en pro de buscar la armonía entre ellas. De esta forma, su vida y obra nos retan a buscar la unidad entre los cristianos fieles al Evangelio, no a pesar de la verdad, sino por la verdad misma, que nos fue revelada por nuestro Dios Trino. También nos inspira a la devoción en nuestro estudio teológico, ya que sus textos, aún los más polémicos, evidencian una suma devoción al Señor. No solo escribía; también adoraba. No solo registraba; también contemplaba. No solo debatía; también amaba. En ellos se evidencia que Hilario estudiaba y vivía para la gloria de Dios.
Así como Atanasio luchó por la fe ortodoxa trinitaria en Oriente, Hilario lo hizo con todas sus fuerzas en Occidente. Como escribe el estudioso y líder eclesiástico Peter Barnes:
Es justo recordar a Atanasio como el valiente testigo de la plena deidad de Cristo; pero también es justo recordar el papel de Hilario de Poitiers en la convergencia teológica a favor de la ortodoxia nicena. Hilario no fue discípulo de Atanasio, ni siquiera su defensor más evidente, pero compartía sus convicciones más profundas sobre Cristo. Si se nos permite recurrir al lenguaje de la época, los dos hombres no eran iguales, pero se parecían.
¿Cómo la obra y teología de Hilario te desafían a conocer más sobre la doctrina de la Trinidad y a vivir para la gloria de este Dios Trino?
Referencias y bibliografía
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Adversus paganos historiarum libri septem de Paulo Orosio. Libro I.
The Anti-Arian Campaigns of Hilary of Poitiers and the 'Liber Contra Auxentium' (1992) de Daniel Williams. Church History, vol. 61, n.º 1, Cambridge University Press, p. 7.
Commentarium in Epistolam ad Galatas de Jerónimo. Libro II (PL 26: 427–8).
Carmina Miscellanea, II.19 de Venancio Fortunato (PL 88: 109B).
Biblioteca Portátil de los Padres de la Iglesia (1790) de Mr. De Tricalet. Traducido por Francisco Vázquez. Madrid: Imprenta Real, vol. 2, pp. 178, 180.
De la Doctrina Cristiana (s. f.) de Agustín de Hipona. En Obras de San Agustín, ed. Fr. Balbino Martín. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, tomo XV, p. 189.
Hilaire de Poitiers avant l’exil (1971) de Jean Doignon. París: Études Augustiniennes, pp. 170–225.
Tratado de los Misterios (1993) de Hilario de Poitiers. Traducción, introducción y notas por Juan José Amán Calvo. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, p. 12.
De Synodis de Hilario de Poitiers. Núms. 2, 5, 7, 8, 91.
Hilario de Poitiers y la fe de los orientales: Una reflexión sobre la influencia del exilio en su comprensión de las querellas teológicas de su tiempo (2021) de Almudena Alba López. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, p. 12.
Patrología, III: La edad de oro de la literatura patrística latina (1981) de Manlio Simonetti. En A. Di Berardino (ed.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, pp. 39, 42.
Saint Hilaire trait d’union entre l’Occident et l’Orient de Paul Galtier. Gregorianum, vol. 40, pp. 609–623.
La Trinidad (1986) de Hilario de Poitiers. Ed. Luis Ladaria. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Sobre los Sínodos: La fe de los orientales (2019) de Hilario de Poitiers. Ed. Samuel Fernández. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Hilary of Poitiers: On the Trinity (2008) de Carl L. Beckwith. Oxford: Oxford University Press, Oxford Early Christian Studies, p. 9.
Early Christian Creeds (1967) de J. N. D. Kelly. Nueva York: Continuum, p. 258.
“Sobre la propuesta de Hilario en el De Synodis” (2011) de Cristián Sotomayor Larraín. Teología y Vida, vol. III, p. 176.
De Trinitate de Hilario de Poitiers. Libros I, II, III, V, VI, XI, XII, XIII.
Selected Works de Hilary of Poitiers. Traducido por Edward William Watson y Leighton Pullan. Editado por William Sanday. Jazzybee Verlag, p. 27.
Historia Eclesiástica, I.30–31 de Rufino.
La Date de la mort de saint Hilaire (1969) de A. J. Goemans. En Hilaire et son temps. París: Études Augustiniennes.
Hilary of Poitiers de Peter Barnes | Credo Magazine
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