En el siglo XVIII, hombres de fe y valor habían defendido la causa de Cristo en medio de una sociedad secularizada, en la que muchos se avergonzaban del evangelio. La cruz había sido levantada con valentía a pesar de que muchos ministros se alejaron de las doctrinas fundamentales del cristianismo y adoptaron una postura teológica moderada y racionalista.
Pero años después, una espiritualidad más profunda comenzó a florecer entre varios jóvenes teólogos, y el 21 de mayo de 1813, se materializó un plan especial que Dios tenía para la Iglesia de Escocia. Nadie lo sabía en ese momento, pero ese día nació un hombre al que cientos de personas considerarían su padre espiritual. El Señor había preparado una bendición especial para las almas escocesas a través de Robert Murray M'Cheyne.
Un académico sin Cristo
Robert Murray M'Cheyne era un niño dulce y cariñoso. A los cuatro años, mientras se recuperaba de una enfermedad, se entretuvo aprendiendo griego. Pronto dominó el alfabeto y comenzó a escribirlo en una pizarra. Un año después, ya destacaba entre sus compañeros por su voz y su habilidad para recitar. En la Iglesia de Tron, cautivaba a todos con su recitación de salmos y pasajes bíblicos. Sin embargo, Dios aún no había tocado su corazón.
En octubre de 1821, empezó la secundaria y desarrolló un gusto particular por la literatura. Sobresalía en geografía y recitación, lo que le dio una buena posición en clase. En su último año, escribió sus primeros poemas sobre la antigua Grecia; sus versos hablaban de libertad y heroísmo, temas que le apasionaban. Era ambicioso pero noble, y despreciaba la mezquindad. Algunos veían en él rasgos cristianos, pero en aquel entonces su corazón encontraba mayor interés en los placeres del mundo y en la felicidad que le brindaban las artes, la música y el baile.
En noviembre de 1827, ingresó a la Universidad de Edimburgo, donde ganó premios en todas sus clases. Además de sus estudios, aprendió idiomas modernos, practicó gimnasia y perfeccionó su talento musical. Cantaba con una precisión y belleza que más tarde usó para enriquecer su fe y dirigir el canto de alabanza congregacional. La poesía también ocupaba un lugar destacado en sus actividades recreativas, con lo cual captó la atención de uno de sus maestros, quien, en la clase de Filosofía Moral, le otorgó un premio por un poema sobre los Covenanters –un grupo de escoceses que pactaron mantener sus prácticas presbiterianas y rechazar cualquier interferencia del gobierno británico en la iglesia–.
Tragedia convertida en salvación
Pero a pesar de que M'Cheyne disfrutaba de la vida social, jugando a las cartas y bailando, la tragedia llegó de repente. Su hermano mayor murió en el verano de 1831 debido a una fiebre tifoidea, lo cual dejó a Robert consumido por una profunda depresión. Aunque el cuerpo de David no resistió, su alma encontró paz al morir y encontrarse con Crist; en sus últimos días, había hallado consuelo en la gracia y en la misericordia de Dios.
Esta muerte fue usada por el Espíritu Santo para producir un despertar en el alma de Robert. En sus momentos de soledad, sus pensamientos a menudo se centraban en su hermano. Tiempo después, intentó dibujar a David de memoria, pero frustrado, abandonó el lápiz. Tenía 18 años cuando murió su hermano, y si bien esa no fue la edad en la que se dio su nuevo nacimiento, allí comenzó a comprender la brevedad de la vida y la necesidad de tener un propósito mayor que el simple disfrute de placeres.
Desde aquel día sus amigos observaron un cambio: su poesía y todas sus ocupaciones las comenzó a ejecutar con un espíritu distinto, y comenzó a buscar a Dios en la lectura diligente de la Palabra. En el invierno de 1831, siguiendo su deseo de involucrarse en el ministerio, M'Cheyne ingresó en el Divinity Hall de la Universidad de Edimburgo, donde un nuevo movimiento espiritual estaba surgiendo bajo el liderazgo de hombres como Chalmers y Welsh.
Sin embargo, su cambio espiritual fue gradual. Durante los primeros dos años, Robert aún participaba ocasionalmente en las actividades que antes le satisfacían, aunque cada vez se sentía más incómodo al hacerlo. Poco a poco, fue tomando conciencia de que estas actividades no encajaban con su nueva perspectiva de vida y su creciente compromiso con la fe. Uno de sus amigos y compañeros más cercanos fue Alexander Somerville, quien más tarde se convirtió en ministro de la Iglesia de Anderston en Glasgow. En ese tiempo, se reunían para estudiar la Biblia y practicaban el griego y el hebreo. Frecuentemente se juntaban para orar y tener conversaciones serias, cuidando siempre de mantenerse en el buen camino.
En el Divinity Hall también estudió con Thomas Chalmers, el influyente teólogo y reformador escocés, además de forjar otras amistades profundas y duraderas con jóvenes como Andrew Bonar, quien tuvo gran influencia en el movimiento de renovación religiosa en Escocia y es conocido por ser el biógrafo de M'Cheyne. Durante esta etapa, se dedicó a estudiar y comprender la elección y la gracia, principalmente a través de la lectura del documento teológico presbiteriano El sumario del conocimiento salvífico, el cual se adjuntó a la confesión de la Iglesia Libre de Escocia.
Un sueño hecho realidad
Anteriormente, David solía expresar con gran alegría la esperanza de que su hermano menor algún día se convirtiera en ministro de Cristo. Ahora, con una nueva perspectiva y un corazón que experimentaba el amor de Cristo, M'Cheyne quería convertirse en un predicador del evangelio; el sueño de su hermano mayor se había hecho realidad. En los años siguientes, podemos rastrear en el diario de M’Cheyne una creciente comprensión de la verdad bíblica y un deseo de vivir en comunión con Dios y bajo el poder del mundo venidero.
La lectura de las biografías de ministros del pasado tuvo una profunda influencia en M’Cheyne durante esta época, especialmente las vidas de Jonathan Edwards, David Brainerd, Henry Martyn, Edward Payson y Thomas Halyburton. Su estudio fue tan exhaustivo, que las Resoluciones de Edwards se reflejaron claramente en su vida.
Durante la primavera y el verano de 1835, mientras aún se sometía a los exámenes habituales como estudiante, varios ministros le hicieron solicitudes para asegurar su servicio. Especialmente, fue instado a considerar el trabajo en Larbert y Dunipace, cerca de Stirling, bajo la dirección de John Bonar. Sin embargo, esta situación lo llevó a solicitar al Presbiterio de Edimburgo –donde había completado sus estudios hasta entonces– que transfiriera el resto de sus pruebas a otro presbiterio, donde habría menos presión.
Su petición fue concedida rápidamente y su conexión con Dumfriesshire lo llevó al Presbiterio de Annan, que lo autorizó a predicar el 1 de julio de 1835. Tras un período adicional de preparación como asistente del Sr. John Bonar, finalmente fue ordenado ministro de la iglesia de St. Peter's, en Dundee, el 1 de noviembre de 1836. Esta era una nueva iglesia construida en un área notablemente descuidada, con una membresía de 4000 personas aproximadamente. Aunque preferiría haber escogido una parroquia rural como Dunipace, sentía claramente que el Señor tenía otros planes. A medida que reflexionaba sobre su tarea, admitía que inicialmente había esperado que Dios enviara a alguien más fuerte para asumir ese desafío.
En la mañana del primer día que predicó en St. Peter's como candidato, su mente estaba distraída y no logró enfocarse completamente en su sermón sobre la Parábola del Sembrador. Sin embargo, por la tarde, mientras predicaba sobre la voz del amado en el Cantar de los Cantares, sintió un mayor ánimo y la guía del Espíritu. Al final del día, su sermón sobre Rut fue pronunciado con todo su corazón, mientras pedía al Señor que lo mantuviera fiel y humilde en su ministerio. Este sermón fue especialmente notable, pues tocó profundamente a dos almas en Dundee.
Este fue el comienzo de un cambio notable en su ministerio, pues comenzó a ver cómo las personas respondían y eran impactadas por el mensaje que compartía con sinceridad y dedicación. Así, Robert Murray M'Cheyne fue ordenado pastor el 24 de noviembre de 1836. Viajó a Perth un día antes de su ordenación para pasar la noche en la casa de su amigo Grierson, ubicada en la casa parroquial de Errol. A la mañana siguiente, antes de salir al evento, tres pasajes de las Escrituras ocupaban su mente:
1. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”, Isaías 26:3 (RVR60).
2. “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas”, 1 Timoteo 4:15 (RVR60).
3. “Heme aquí, envíame a mí”, Isaías 6:8 (RVR60).
Pasión por los perdidos
La parroquia de St Peter's era grande y muy pobre. Fue construida en el extremo oeste de la ciudad. Desde el principio, su congregación era de unos 1100 oyentes, un tercio de los cuales venían de partes lejanas de la ciudad. Había un gran campo para trabajar. Era una región muy desanimada: pocos, incluidos los cristianos activos, compartían su fe con otros. Sus primeras impresiones de Dundee fueron duras:
Una ciudad entregada a la idolatría y la dureza de corazón. Temo que hay mucho de lo que Jeremías habla: ‘los profetas profetizaron mentira (...) y mi pueblo así lo quiso’.
Sus primeros meses de trabajo fueron muy difíciles. No estaba muy bien de salud, y ese invierno una gripe prevaleció durante dos o tres meses, por lo que pasó la mayor parte de su tiempo visitando a enfermos y moribundos.
En una de esas primeras visitas, la historia de cómo el Señor trató de manera singular con uno de los miembros de la iglesia lo alentó a llevar el evangelio a los afligidos. Cuatro años antes, una joven había sido atacada por el cólera y perdió el habla durante un año entero, por lo que tuvieron que leerle la Biblia y pasar tiempo hablándole y orando con ella. Al final del año, recuperó el habla, y sus primeras palabras fueron alabanzas y agradecimientos por lo que el Señor había hecho por ella.
En otra ocasión, durante el primer año de su ministerio, fue testigo de la conversión en el lecho de muerte de un hombre que, hasta pocos días antes de su fallecimiento, negaba la existencia de Dios. Esta sólida conversión, como él la consideró, lo animó a hablar con toda esperanza, así como con seriedad, a los moribundos.
Pero, aun cuando estaba presionado por las obligaciones, mantenía su regla de que “primero debía ver el rostro de Dios antes de emprender cualquier deber”. Su objetivo era evitar cualquier cosa que dificultara “la tranquila obra del Espíritu en el corazón”. Por eso se preocupó por profundizar en su ministerio mediante el estudio continuo. Aunque siempre fue consciente de que las almas se perdían cada día, nunca cayó en el error de pensar que el trabajo principal de un ministro consiste en meras actividades exteriores:
El gran defecto que encuentro en esta generación es que piden a gritos que los ministros estén más en público; piensan que es una cosa fácil interpretar la Palabra de Dios y predicar. El deber de un ministro no es tanto público como privado.
Viaje inesperado a la tierra santa
A fines de 1838, aparecieron algunos síntomas que alarmaron a sus allegados. Su cuerpo comenzó a sentir los efectos del arduo trabajo, ya que a veces pasaba casi seis horas visitando, y luego, esa misma noche, predicaba a las familias en cuyas casas había estado ese día. Por lo general, los sábados, después de predicar dos veces a su propio rebaño, se dedicaba a ministrar en otro lugar por la noche.
Lo atacaban palpitaciones al corazón, las cuales pronto aumentaron, afectándolo en sus horas de estudio. Ante esto, los médicos insistieron en la interrupción total de su trabajo. Por lo tanto, con una profunda tristeza, M’Cheyne dejó Dundee para descansar, con la esperanza de que fuera solamente por un par de semanas. Esta separación de su pueblo dio lugar a algunas de sus mejores cartas: “¡Ah! No hay nada como una mirada tranquila al mundo eterno para enseñarnos la vacuidad de la alabanza humana, la pecaminosidad del egoísmo, la preciosidad de Cristo”.
La enfermedad le impidió la pronta continuación de su ministerio en Dundee. En la primavera de 1839, desde Edimburgo se propuso que acompañara a un grupo de ministros que iban a visitar Palestina para hacer investigaciones sobre el estado de Israel, y se pensó que el viaje y el clima serían favorecedores para él. Así, cuatro ministros fueron llamados repentinamente de sus tranquilas labores en Escocia y, en pocas semanas, se encontraron recorriendo la tierra de Israel con sus Biblias en mano. Este viaje quedó registrado en Narrative of a Mission of Inquiry to the Jews from the Church of Scotland in 1839 (en español, Relato de una misión de investigación a los judíos de la Iglesia de Escocia en 1839).
Una de las historias registradas fue cuando M'Cheyne estaba a bordo del barco rumbo a Londres, y notó a un joven judío que parecía no querer ser reconocido como descendiente de Abraham. Intentó varias veces entablar una conversación profunda con él y, antes de despedirse, leyó con él el primer Salmo en hebreo, insistiendo en la importancia de meditar en la Palabra del Señor. En su visita a Bethnal Green, anotó lo dulce que fue oír a niños judíos cantar un himno a Jesús proclamando Su muerte y Su resurrección.
Pero, incluso estando lejos, el crecimiento espiritual de su congregación en Dundee siempre ocupaba su corazón. Después de visitar Galilea, donde una vez estuvo Capernaum, les escribió:
Si despreciáis el glorioso evangelio de la gracia de Dios, vuestras almas perecerán. Temo que Dundee se convierta algún día en un desierto aullante como Capernaum. ¡Ah! Si mi rebaño aprendiera de vosotros, cómo los días de gracia huirán; cómo todos los Cristos ofrecidos que desprecian serán lamentados al final, como vosotros.
Avivamiento en Dundee: fervor por el evangelio
W. C. Burns, un joven de veinticuatro años, estaba sustituyendo a M’Cheyne en Dundee durante su ausencia. Bajo su predicación, el 23 de julio de 1839 se produjo un gran avivamiento en Kilsyth, lugar al que se le había invitado. Algunas descripciones contemporáneas basadas en los relatos de los testigos de aquel suceso dicen: “Toda Escocia escuchó la alegre noticia de que el cielo ya no era de bronce. El Espíritu comenzó a obrar con gran poder desde ese día en muchos lugares del país”.
Cuando Burns retornó a Dundee a principios de agosto, se vieron los mismos efectos. La verdad traspasó los corazones y, según testigos oculares, “las lágrimas brotaban de los ojos de muchos, y algunos caían al suelo gimiendo, llorando y clamando por misericordia”. Los servicios se celebraron todas las noches durante muchas semanas, a menudo hasta altas horas de la noche. Toda la ciudad estaba conmovida. El temor de Dios cayó sobre los inconversos, y cada día se llenaban cada vez más las iglesias.
Cuando M'Cheyne, ya mejor de salud, regresó a St. Peter’s en noviembre de ese año, se encontró con una escena increíble: una profunda preocupación por la salvación y la eternidad poseía a la congregación. En la adoración, “la gente sentía que estaba alabando a un Dios presente”. Esta visión se repitió con frecuencia durante el resto de su ministerio. El dolor por el pecado que llenaba los corazones de muchos solo podía expresarse con lágrimas; la angustia de un pecador arrepentido representaba el sentimiento de decenas de personas. Por eso dijo: “Creo que el infierno sería un alivio para un Dios enojado”.
Tal era la ansiedad por escuchar el evangelio que, incluso cuando M’Cheyne predicaba al aire libre, en los prados de Dundee, y comenzaba a llover con fuerza, la multitud permanecía de pie hasta el final. La Palabra era escuchada en esas ocasiones con “una quietud espantosa y sin aliento”.
El ocaso de su vida, pero no de su alma
En su último año en St. Peter's, M'Cheyne predicó con notable claridad sobre el castigo eterno de los inconversos, le dedicó cuatro sermones a este tema. M'Cheyne advirtió a sus colegas ministros: “Nuestra gente no nos agradecerá en la eternidad por hablar cosas suaves y gritar ‘Paz, paz’ cuando no hay paz. Puede que nos alaben ahora, pero maldecirán nuestros halagos en la eternidad”.
En enero de 1843, durante su último servicio, M'Cheyne expuso su sermón Pablo, un modelo, acerca de 1 Timoteo 1:16. Al mes siguiente, recorrió el noroeste de Escocia, donde ofreció veintisiete sermones en veinticuatro lugares distintos, a menudo enfrentando fuertes nevadas. A su regreso a Dundee, admitió que se sentía “muy cansado”. El domingo 12 de marzo marcó su última aparición en el púlpito de St. Peter's.
El martes siguiente, aunque se sentía indispuesto, ofició una ceremonia nupcial y luego habló a un grupo de niños sobre “El Buen Pastor”. Esta fue su última aparición pública. Esa misma noche, sucumbió a una fiebre que afectaba a varios miembros de la iglesia en ese momento. Tras una semana con una alta temperatura en su cuerpo, el martes 21 entró en delirio. Sus palabras reflejaban sus preocupaciones más profundas. Como si se dirigiera a su congregación, exclamaba y oraba:
Debéis despertar a tiempo, o seréis despertados en un tormento eterno, para vuestra eterna confusión. ¡Esta parroquia, Señor, este pueblo, todo este lugar!
Robert Murray M’Cheyne murió el sábado 25 de marzo de 1843. La verdad que había predicado tan a menudo se cumplió; su deseo se hizo realidad: “¡Oh, ser como Jesús, y estar con Él por toda la eternidad!”.
Como pastor en Dundee, M'Cheyne visitó a los enfermos y se basó en las Escrituras para llevar consuelo y esperanza a todos los que lo necesitaban. Su vida personal reflejaba un constante reconocimiento de su propia pecaminosidad y dependencia de la gracia de Dios, una dependencia que lo llevaba a buscar una comunión más profunda con Dios y a vivir en anticipación de la eternidad. Esta humildad no solo caracterizó su relación personal con Dios, sino que también impulsó su ministerio pastoral.
M'Cheyne vivió con una expectativa constante de la eternidad, lo que se manifestó en su deseo de una comunión más profunda con Dios y en su esfuerzo por guiar a otros hacia esa misma comunión. Como dijo el profesor, escritor y cofundador de Desiring God, Jon Bloom:
Eso es lo que era M'Cheyne: un hombre obsesionado con Dios, un hombre cautivado por Dios. Lo que me pareció tan encantador de él fue lo cautivado que estaba por Jesús. Estaba ardiendo, pero no de mero celo. Su corazón ardía de santo amor divino, del tipo que sólo se enciende cuando uno está verdaderamente cerca del Fuego sagrado que quema pero no consume.
Podemos debatir durante décadas sobre argumentos apologéticos y crítica textual. Podemos dudar y luchar con preguntas interminables. Pero a menudo podemos discernir en cuestión de minutos cuando nos encontramos con alguien que ha encontrado la Verdad.
Eso es lo que hace a M'Cheyne tan convincente. Era un hombre que había encontrado la Luz del Mundo, e irradiaba esa Luz de Vida a todos los que le rodeaban, desde los educados y eruditos hasta los habitantes de los barrios bajos de Edimburgo y la clase trabajadora de Dundee.
Referencias y bibliografía
El Impacto de Robert Murray M'Cheyne: una vida breve que aún arde de Jon Bloom | BITE
Memoir and Remains of the Rev. Robert Murray McCheyne de M'Cheyne, Robert Murray y Andrew A. Bonar.
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