En 1843, la gran mayoría del pueblo escocés (más de dos tercios) estaba adherida a la Iglesia de Escocia, la cual había sido establecida nacionalmente por ley. Pero en mayo de ese año, la institución se desintegró, causando, posiblemente, el evento más importante de la historia escocesa del siglo XIX. Más de un tercio del clero, y quizás la mitad de los miembros laicos, abandonaron sus puestos y se unieron para integrar lo que se llamó la “Iglesia Libre de Escocia”.
Los miembros salientes dejaron iglesias parroquiales que estaban llenas de recuerdos: allí sus familias habían adorado durante generaciones y en sus cementerios estaban enterrados sus ancestros. También renunciaron a sus residencias, ingresos seguros y alto estatus social. ¿Qué los llevó a abandonar tantos privilegios y a desprenderse de manera tan radical de la institución a la que habían pertenecido por tanto tiempo?
Hubo dos problemas principales que dividieron la Iglesia de Escocia: el problema del patronato laico en el nombramiento de ministros y el de la independencia espiritual.
El problema del patronazgo
Prácticamente cada una de las aproximadamente 1000 iglesias parroquiales de la Iglesia de Escocia tenía un patrón, normalmente un gran terrateniente o la corona misma, el cual tenía el derecho legal de presentar o nombrar al ministro. Pero la mayoría de los presbiterianos escoceses habían creído desde la Reforma que las congregaciones, o al menos sus representantes masculinos, debían elegir a sus ministros para asegurar su aceptabilidad en la comunidad.
A estas convicciones reformadas se sumaban las nociones de democracia que estaban creciendo a principios del siglo XIX, y que se habían generado por la Revolución Francesa y el desarrollo de las libertades civiles. Por esas razones, la oposición al patronato se hizo cada vez más estridente. En la mente de los escoceses, dicha autoridad llegó a significar la dominación por una élite privilegiada y rica, la cual era inaceptable en una iglesia donde, según las enseñanzas bíblicas, todos debían ser iguales ante Dios.
Aunque en 1834 la Iglesia de Escocia aprobó un acto de ley eclesiástica para aumentar la voz popular en la selección de ministros, los tribunales de ley civil dictaminaron que los feligreses no podían restringir el derecho de los patrones a presentar a los opcionados. En otras palabras, si bien los miembros de las iglesias parroquiales tenían alguna opinión en las ordenaciones, no eran ellas las que determinaban los candidatos. Esto condujo a la segunda causa de la ruptura.
El problema de la independencia espiritual de la iglesia
La situación empeoró cuando, a finales de la década de 1830, los tribunales civiles comenzaron a exigir que los presbiterios locales ordenaran a los candidatos presentados por los patrones, y los establecieran en el ministerio de las iglesias parroquiales. Esto debía llevarse a cabo independientemente de la ley eclesiástica o los deseos de las congregaciones. Tal era el nivel de imposición que, cuando los presbiterios se oponían a los tribunales, les hacían multas cuantiosas y amenazaban a sus ministros con el encarcelamiento.
Esta imposición iba en contravía con la forma en que la Iglesia presbiteriana llevaba a cabo sus ordenaciones; un acto profundamente espiritual estaba siendo transformado en una directriz legal. Los tribunales civiles estaban socavando la independencia de la institución eclesiástica en asuntos espirituales. Por eso, a finales de 1842, las congregaciones apelaron al Parlamento para obtener ayuda legislativa y recibir la reivindicación de su autonomía.
Sin embargo, la apelación fue rechazada, pues para muchos políticos los opositores al patronato eran vistos como radicales peligrosos y demócratas subversivos que desafiaban la autoridad del Estado, los derechos de propiedad y la influencia social de las clases terratenientes. En ese sentido, las decisiones tomadas con respecto a la iglesia eran un medio para controlar a la población.
Sobre este tema, Iver Martin, director del Seminario Teológico de Edimburgo y máster en Teología de la Universidad de Glasgow, le dijo a BITE:
Durante los 300 años transcurridos desde la Reforma, hubo esta pregunta sobre quién estaba a cargo de la Iglesia, y hubo una batalla continua sobre quién tenía el control. En ese momento todos pertenecían a la Iglesia, o casi todos, porque era un mecanismo muy poderoso en la sociedad. Pero el rey quería estar a cargo, por eso desarrolló la idea de que, de alguna manera, el gobierno tenía la autoridad para decirle a la Iglesia qué hacer.
A medida que el Estado afirmaba su poder sobre la Iglesia de Escocia, muchos dentro de ella creían que debían someterse a la autoridad del Estado, pues consideraban que lo más vital era preservar la unidad nacional. Otros más pensaban que el patronato aristocrático era algo bueno ya que promovía el nombramiento de una clase superior de ministros. Sin embargo, un gran grupo no pudo aceptar lo que consideraba un asalto a la libertad religiosa.
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La “Gran Ruptura” de 1843
Uno de los opositores más férreos fue Thomas Chalmers, profesor de Divinidad en la Universidad de Edimburgo, eminente teólogo, filósofo moral y economista. Para él, la ruptura de la Iglesia Nacional de Escocia era una tragedia, pero no podía abandonar el principio de libertad religiosa o ver a las congregaciones de Cristo convertirse en una forma de control social.
La creciente tensión entre los defensores de la autonomía espiritual y el Estado llevó a lo que se llamó la Gran Ruptura, explicada así por Iver Martin:
La Iglesia se rebeló contra esa autoridad, y esto llegó a un punto crítico en 1843, cuando 450 ministros abandonaron el establecimiento en protesta por el intento del gobierno de decirle a la institución qué hacer en ciertas cosas. El principio era que la iglesia tiene su propia jurisdicción en lo que predica, cree y enseña, lo cual está bastante separado de lo que hace el gobierno.
Y así, en mayo de 1843, Chalmers lideró la secesión de casi la mitad de los miembros de la Iglesia de Escocia. Su presencia, su influencia a nivel académico y su reputación internacional, aseguraron que esa rebelión fuera una verdadera ruptura, y no simplemente una revuelta de un puñado de radicales o cristianos descontentos, como llegó a creer el gobierno. La partida masiva fue un impresionante testimonio del principio de que una iglesia debe ser independiente en su testimonio espiritual y moral.
Así se formó la Iglesia Libre de Escocia. Estos ministros no estaban en contra de que hubiera una gran institución nacional; por el contrario, ahora tenían el anhelo de ser ellos mismos una Iglesia establecida y renovada, en cuyas decisiones espirituales no tuviera injerencia el Estado. Como dice Martin, “lo que se defiende es el respeto mutuo: respetamos al gobierno siempre y cuando mantenga su propia jurisdicción y no interfiera en lo que la iglesia predica y enseña”.
Las grandes necesidades de la Iglesia Libre
Pero la Iglesia Libre se enfrentó a varios desafíos, comenzando por el de cuidar a los ministros que desde ese momento quedaron vulnerables, pues ya no estaban protegidos por el Estado. Israel Guerrero, MTh de la Universidad de Glasgow y del Seminario Teológico de Edimburgo, explicó para BITE que:
Cuando los pastores deciden renunciar a una Iglesia controlada por el Estado, están renunciando no solo a sus salarios, sino también a las manse o casas parroquiales, todo por la causa de Cristo. Al declararse como una “Iglesia Libre”, se encuentran al día siguiente sin hogar ni ingresos. Es en este contexto de adversidad en el que los miembros de la Free Church experimentan cierto nivel de persecución y burla social. Surge, entonces, la necesidad de atender a los pastores desprovistos, asegurando que tengan un lugar adecuado donde vivir, orar, preparar sus sermones y servir a la Iglesia.
Esta necesidad se extendía también a los miembros de las congregaciones. Al igual que los ministros, muchas personas dentro de la Iglesia no se sentían representadas por el Estado y estaban siendo ignoradas. En palabras de Derek Lamont, teólogo y ministro por más de 34 años:
Muchos en Escocia iban a la iglesia porque era lo que todos los demás hacían; asistir les beneficiaba en sus carreras o su vida social. Pero no tenían una fe viva y apasionada, por lo que no veían la necesidad a su alrededor. En ese momento en Edimburgo, justo después de la Revolución Industrial, había muchas personas que se mudaban a la ciudad en situaciones muy vulnerables con el objetivo de trabajar, por lo que había una gran pobreza, enormes problemas sociales, violencia, delincuencia y embriaguez.
El impacto de la Iglesia Libre en la sociedad y la construcción del New College
Así, los ministros de la nueva Iglesia se pusieron manos a la obra y llevaron a cabo una labor sin precedentes en la sociedad escocesa. Un ejemplo del ministerio realizado por la Iglesia Libre fue la labor de Thomas Guthrie. Este destacado predicador escocés fue conocido como un gran filántropo a causa de su pasión por la educación y el servicio a los necesitados. Lamont explica por qué el trabajo de Guthrie y otros ministros similares fue tan influyente:
La eficacia y el impacto del trabajo realizado en el evangelio residían en su expansión misional. Eran conscientes de que, en la ciudad en particular, se congregaba un creciente número de personas; había abundancia de empleo, pero también se enfrentaban a severos problemas de pobreza, alcoholismo y violencia. Entendían la crucial necesidad de llevar la luz del evangelio a los rincones oscuros de la ciudad y a la vida de sus habitantes, especialmente a los niños. Guthrie inició una ragged school (escuela para pobres) dentro de la iglesia, donde los niños no solo recibían alimento y educación, sino que también se les instruía en las enseñanzas de la Biblia. Durante esa época, la población carcelaria en Edimburgo experimentó una notable disminución, lo cual se atribuye a la influencia transformadora del evangelio y al compromiso de las iglesias de ir más allá de sus propios edificios, reconociendo la necesidad imperante de transformar no solo sus vidas, sino también las de los ciudadanos.
Ministros como Guthrie sirvieron en medio de la peor depresión económica del siglo XIX, pues en 1843, justo después de la Revolución Industrial, la economía británica sufrió una crisis que dejó a decenas de miles sin trabajo. Luego, desde el otoño de 1845, la plaga de la patata trajo años de hambre a Irlanda, a las Tierras Altas y a las Islas escocesas. Para el alivio de este evento conocido como la “Gran hambruna irlandesa”, la Iglesia Libre proporcionó más donaciones que cualquier otra denominación escocesa.
Según el historiador escocés Tom Divine, fue en gran parte la ayuda alimentaria de la Iglesia Libre lo que aseguró que, a finales de la década de 1840, no hubiera una hambruna a gran escala en Escocia. En medio de esta depresión económica, comenzaron una misión urbana innovadora en casa, basada en un modelo que Thomas Chalmers había desarrollado en el distrito empobrecido de Westport, Edimburgo, desde 1844, el cual tenía como objetivo construir comunidades, expandir la educación y mejorar las condiciones sociales para las clases trabajadoras.
Los esfuerzos ministeriales también fueron monumentales. Crearon, mediante donaciones voluntarias, una nueva Iglesia nacional en cinco años: compraron más de 730 nuevos lugares de culto por todo el país; construyeron más de 400 casas residenciales para los ministros y sus familias; y, a través de un fondo de sustentación que Chalmers organizó, las congregaciones más ricas subsidiaban a aquellas que se encontraban en áreas más pobres. También formaron más de 500 escuelas primarias locales y, para 1847, la Iglesia Libre estaba educando a más de 44 000 niños.
La mayoría de los misioneros en el extranjero que pertenecían a la Iglesia de Escocia antes de la ruptura se unieron a la Iglesia Libre, la cual asumió su mantenimiento y expandió sus misiones en el extranjero. Muchos de los ministros y laicos que salían de la Iglesia de Escocia creían en la dirección providencial del mundo. Para ellos, la ruptura no fue simplemente el abandono del antiguo orden en cuanto a la iglesia y el Estado, sino también una oportunidad para construir algo mejor.
Por eso, recaudaron fondos para construir una universidad que sería independiente del control estatal y promovería valores religiosos y morales para una era más democrática: el New College, del cual Chalmers fue rector. La primera sesión académica se inauguró en noviembre de 1843, con 168 estudiantes matriculados y un puñado de profesores, y la institución siguió expandiéndose durante los siguientes años.
El poder de una convicción
Entonces, ¿qué llevó a miles de escoceses a predicar fervorosamente el evangelio a lo largo y ancho de Escocia? ¿Qué llevó a ministros vulnerables y, de cierta forma, desempleados, a hacer un esfuerzo titánico por bendecir a una población empobrecida? Fue una importante convicción: si bien los cristianos están llamados a someterse a sus autoridades, la organización de la iglesia está a cargo de Cristo y no del Estado. En la actualidad, los cristianos de muchos países sufren la opresión de gobiernos que quieren privarlos de su libertad para organizar sus iglesias. Por eso, el apasionado ejemplo de la Iglesia Libre de Escocia sigue siendo un modelo para nosotros hoy.
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Referencias y bibliografía
La Iglesia Libre de Escocia | Wikipedia
La ruptura de 1843 | Wikipedia
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