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A la edad de 14 años ya era estudiante de la Universidad de Yale. Fue un joven con profundas sensibilidades espirituales. A los 17 años, después de un período de angustia, dijo que la santidad le fue revelada como una belleza divina y deslumbrante. Una combinación muy especial entre un alto intelecto y una gran piedad caracterizó toda su vida.
Edwards nació en East Windsor, Connecticut, siendo el único hijo varón y el quinto de once. De niño, construyó pequeñas fortalezas en el bosque para sostener, no juegos de colonos e indios, sino reuniones de oración con sus amigos. También estudió apasionadamente biología y física, y estaba fascinado con la naturaleza.
Llamado al ministerio
A los 13 años fue aceptado para ser estudiante de la Universidad de Yale, que entonces se llamada Escuela Colegiada. Durante su etapa como estudiante se opuso a la tendencia entre los estudiantes de alejarse de la fe puritana de los fundadores de la Universidad y correr hacia un racionalismo elitista. Pero nunca se comportó como un fanático. Estando en la Universidad, Edwards leyó ampliamente e interactuó con John Locke (1632-1704), Isaac Newton (1643-1727) y todo el movimiento de la Ilustración. Muchos de sus primeros escritos fueron sobre temas científicos.
En 1729, Edwards empezó oficialmente su ministerio como aprendiz de su abuelo materno, Solomon Stoddard en Northampton durante dos años antes de convertirse en el único predicador de la iglesia de Northampton, Massachusetts. Cuando tenía 20 años, conoció a Sarah Pierrepont (1710-1758), una joven devota que inspiraría la vida espiritual del propio Edwards. El matrimonio de los Edwards resultó profundamente satisfactorio para ambos y eventualmente tuvieron 11 hijos.
En 1734, la predicación de Edwards sobre la justificación por la fe provocó un renacimiento espiritual en su iglesia. En diciembre hubo seis conversiones repentinas. Para la primavera había alrededor de treinta a la semana. No se debió a ninguna estrategia especial, más allá de una predicación ardiente de la Palabra de Dios. Un observador escribió:
"Apenas hacía gestos o incluso se movía, y no hacía ningún intento por darle elegancia de su estilo o belleza de sus posturas para satisfacer el gusto y fascinar la imaginación. En cambio, me conmovió con el peso abrumador de su discurso y con una gran intensidad de sus sentimientos".
Edwards mantuvo un cuidadoso relato escrito de sus observaciones y las documentó en sus diarios. También sus sermones más efectivos se publicaron posteriormente. Estos escritos se leyeron ampliamente en América e Inglaterra y ayudaron a alimentar el Gran Despertar unos años más tarde, durante el cual miles fueron conmovidos por la predicación del británico George Whitefield (1714-1770).
El Gran Despertar
Whitefield había leído los escritos de Edwards y se propuso visitarlo cuando viajara a las colonias de América. Edwards invitó a Whitefield a predicar en su iglesia. La predicación de Whitefield conmovió profundamente a Edwards, quien lloró durante todo el servicio, junto a gran parte de la congregación.
En 1741, durante el inicio de lo que posteriormente se conocería como el Gran Despertar, Edwards contribuyó quizás con el sermón más famoso de la historia de Estados Unidos, "Pecadores en las manos de un Dios airado".
Este sermón fue predicado en Enfield, Connecticut, en 1741. Aunque ha sido ampliamente reimpreso como un ejemplo de "fuego y azufre", esto no está en consonancia con el estilo de predicación real de Edward. Edwards no gritó ni habló en voz alta, sino que predicó en voz baja y sencilla. Gracias a este sermón y a su rápida difusión las iglesias, que en algunos casos habían sido frías y secas, se transformaron rápidamente en congregaciones apasionadas.
A pesar de su estilo desapasionado, Edwards insistió en que la verdadera fe está enraizada en el corazón, no en la razón. Defendió las experiencias emocionales del Gran Despertar, especialmente en el “Tratado sobre Afectos Religiosos” que publicó en 1746, una obra maestra del discernimiento psicológico y espiritual, y en “Algunos pensamientos sobre el resurgimiento actual de la religión en Nueva Inglaterra”, en la que incluyó un relato del despertar espiritual de su esposa.
Pero no se puede acusar a Edwards de ser un emocionalista. Todo lo contrario: sus sermones fueron altamente intelectuales y en ellos se tratan temas doctrinales y profundamente teológicos. La emoción era importante para Edwards, pero esa emoción y esas experiencias no debían opacar la necesidad de una doctrina recta y un culto racional.
Edwards también influyó en la música de la iglesia. En los días en que el canto de los salmos era casi lo único que se escuchaba en las iglesias congregacionales, Edwards alentó el canto de los nuevos himnos cristianos, especialmente los compuestos por Isaac Watts (1674-1748).
Biógrafo, misionero y amante de la física
John Wesley (1703-1791) nació tres meses antes que Edwards y vivieron retos similares y compartieron las mismas pasiones. Los dos nunca se conocieron personalmente, pero trabajaron por su Señor en dos continentes, ayudando juntos a dar nacimiento al movimiento evangélico posterior.
Entre sus muchos escritos, Edwards puede ser más conocido fuera de los círculos intelectuales por su edición de El diario de David Brainerd. El libro registra la labor heroica de este joven misionero entre los indígenas, y que murió de tuberculosis a la edad de 29 años, en los brazos de su prometida, una hija de Edwards llamada Jerusha.
Este libro impulsó el movimiento de las primeras misiones estadounidenses e inspiró a miles de hombre y mujeres de todo el mundo al trabajo misionero, incluidos William Carey (1761-1834), Henry Martyn (1781-1812), Adoniram Judson (1788-1850) y Jim Elliot (1927-1956).
Edwards consideraba que la conversión personal era crítica, por lo que insistió en que solo las personas que habían hecho una profesión de fe y que daban prueba de una experiencia real de conversión podían participar de la Cena del Señor. Esta posición estaba en contra de lo que su abuelo había practicado en la iglesia y desalentó a su congregación, que lo despidió en 1750.
Durante los siguientes años, Edwards fue un pastor misionero entre los nativos americanos en Stockbridge, Massachusetts, y escribió varios tratados teológicos. En ellos argumentó que somos libres de hacer lo que queramos, pero nunca querremos hacer la voluntad de Dios sin una visión de su naturaleza divina impartida por Su Espíritu.
Fascinado por la física newtoniana e ilustrado por las Escrituras, Edwards creía que la providencia de Dios era literalmente la fuerza vinculante de los átomos, que el universo colapsaría y desaparecería a menos que Dios mantuviera su existencia. Durante toda su vida, Edwards mantuvo su hábito de levantarse a las 4:00 de la mañana y de estudiar 13 horas al día.
El mayor teólogo de América
El Colegio de Nueva Jersey, más tarde Princeton, lo nombró presidente en 1758. Pero poco después de su llegada, Edwards murió a causa de una nueva vacuna contra la viruela. Edwards tenía 55 años. Pero no dejó un legado pequeño. Edwards es considerado por muchos como el mejor teólogo de la historia de los Estados Unidos.
En muchos sentidos, Edwards fue muy original, innovador y moderno. Sin embargo, nunca dejó de ser puritano. Su interés en los asuntos importantes de la teología y a la vez en los matices más sensibles de la experiencia cristiana nunca fue meramente superficial ni abstracta. Edwards estudió y comunicó su teología con una sencillez y sensibilidad espiritual única.
Mientras muchos científicos europeos y clérigos estadounidenses descubrieron en las implicaciones de la ciencia un impulso que los llevaba hacia el deísmo, Edwards fue por el otro lado, y vio el mundo natural como evidencia del diseño maestro del Dios de la Biblia. Durante toda su vida a menudo visitaba el bosque como un lugar favorito para orar y adorar en la belleza y el consuelo de la naturaleza.
Edwards fue un hijo de los puritanos, hermano de los pensadores de la Ilustración, y a través de su trabajo le otorgó las riquezas del puritanismo al mundo moderno influenciado por los ilustrados.
¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Qué le hace falta a la iglesia para tener teólogos de la talla de Jonathan Edwards en Latinoamérica? ¿Crees que se puede combinar una alta intelectualidad con una profunda sensibilidad por la obra del Señor en nuestras vidas?