Desde los salmos del Antiguo Testamento hasta las composiciones más contemporáneas, los himnos han sido un canal para la adoración, la enseñanza y el discipulado. Su composición y uso extensivo durante movimientos como la Reforma protestante y los avivamientos del siglo XVIII demuestra que han sido importantes instrumentos para transmitir verdades teológicas y fomentar la unidad espiritual.
Pero estos cantos no solo han sido esenciales en momentos de transformación espiritual y cultural; también son un reflejo de los contextos en los que fueron compuestos y masivamente entonados. Por eso, su impacto en la identidad cristiana ha sido innegable, y parte de su efecto ha sido conectar a creyentes de distintas generaciones –a veces muy distantes entre sí– como un solo cuerpo de Cristo que adora a Dios, su Creador.
Debido a su importancia para la fe e historia cristiana, en este artículo exploraré qué son los himnos, su origen y desarrollo a lo largo de la historia, y cómo han impactado la vida espiritual de millones de personas.

Expresiones de lo sagrado que hallaron al verdadero Dios
El término “himno” se deriva de la palabra griega hymnos, cuya definición es “canción festiva u oda en alabanza de dioses o héroes”. En ocasiones, también hacía referencia a canciones de aflicción o duelo. Sin embargo, según se expone en el Diccionario de etimología en línea, en la traducción de la Septuaginta se implementó para traducir varias palabras hebreas cuyo significado era “canto de alabanza a Dios”. Eso, en esencia, son los himnos.
La etimología de la palabra ya nos dejó ver que los himnos fueron utilizados en otras culturas para adorar a diferentes deidades. Por ejemplo, según evidencias arqueológicas y muestras literarias, antiguas civilizaciones como la egipcia, la griega y la romana usaban himnos para rendir tributo a sus dioses, celebrando eventos cósmicos, victorias militares o ciclos agrícolas. Desde una perspectiva secular, esto podría evidenciar la dimensión universal de los himnos como expresiones de lo sagrado. Sin embargo, la propia Enciclopedia Británica –que no representa ningún interés religioso en específico– define la palabra “himno” así:
Estrictamente, es una canción utilizada en el culto cristiano, generalmente cantada por la congregación y caracterizada por tener un texto métrico, estrófico y no bíblico. Canciones similares, también denominadas generalmente himnos, existen en todas las civilizaciones; ejemplos han sobrevivido, por ejemplo, de la antigua Sumeria y Grecia.

Con base en esto, podría decirse que la fe cristiana se ha “posesionado” lingüística, cultural y hasta artísticamente de los “himnos”. A estos, Agustín los definía de la siguiente manera: “Un himno es un canto con alabanza a Dios. Si alabas a Dios y no cantas, no es un himno; si cantas y no alabas a Dios, tampoco lo es”. Sus temas más comunes suelen ser, precisamente, la alabanza, el agradecimiento, la súplica, el arrepentimiento y la esperanza en la redención. A continuación, mencionaremos otras de sus características:

- Son cantos colectivos: sus versos y esquemas rítmicos están hechos no para que un coro o un solista los interpreten, sino toda una congregación.
- Tienen melodías simples: esto permite que incluso personas sin formación musical puedan participar fácilmente. De hecho, pueden ser cantados con o sin instrumentos.
- Su tono es solemne y reverente: suelen ser bastante apropiados para un contexto litúrgico.
- Su propósito es instruir, edificar y unir a la congregación.

Un arte antiguo con una larga tradición
En el artículo De los himnos antiguos al góspel: el desarrollo de la música cristiana, ya habíamos mencionado que el origen de los himnos cristianos está profundamente arraigado a la liturgia judía antigua. En ella, los salmos y otros textos bíblicos eran entonados como una forma de transmitir significado emocional y reforzar la memoria comunitaria, esto según el libro Historia de la música de Kurt Honolka –musicólogo, periodista y crítico– y otros autores. En los primeros siglos de la iglesia, estas tradiciones continuaron, pero bajo circunstancias muchas veces precarias o peligrosas, como en las catacumbas romanas, donde los cristianos cantaban suavemente para evitar ser descubiertos, reflejando una devoción profunda y una resistencia espiritual en medio de la adversidad.
Entonces, debido a que los himnos se derivan de los salmos judíos, podemos ver su origen en las Escrituras. El himnario por excelencia de Israel está a nuestro alcance hoy en el Antiguo Testamento: se trata del libro de los Salmos, que era utilizado en el Templo y en la sinagoga. Pero, según el teólogo estadounidense Walter Brueggemann, estos cánticos no solo tenían un papel litúrgico, sino también uno cultural y pedagógico. En su libro The Psalms and the Life of Faith (Los Salmos y la vida de fe), este autor señala que tales composiciones servían para expresar las emociones colectivas del pueblo, desde la alegría de las fiestas hasta el lamento en tiempos de dificultad, y se cantaban acompañados por instrumentos como arpas y cítaras.

Si bien el libro de los Salmos tiene un papel protagónico en la himnodia judía, la primera composición que se registra en la Biblia se encuentra en Éxodo 15. Eduardo Chinchilla G., teólogo, periodista y ministro de la Iglesia Episcopal Costarricense, resalta que las cualidades literarias de “este cántico indican que la poesía religiosa no era un arte nuevo, sino más bien algo ya establecido” entre la comunidad hebrea. Además, no es posible desconocer que otras civilizaciones pudieron haber influido en su proceso, en especial si se considera el entorno en el que Moisés creció, en medio de la adoración egipcia a sus propios dioses: “algo aprendió de ellos para que, bajo la dirección divina, pudiera consagrar este conocimiento a la adoración de Jehová”.
En todo caso, el cántico de Moisés tras la liberación del pueblo de Israel y el cántico de Ana (que encontramos en 1 Samuel 2) muestran cómo la alabanza era una respuesta natural a las obras de Dios. Así, los salmos cimentaron una tradición de alabanza que luego influyó en la Iglesia primitiva.

Los himnos a través de la historia
Habiendo sentado el origen de los himnos cristianos, haremos un breve recorrido histórico que nos permitirá entrever su desarrollo.
Primeros siglos del cristianismo
En los primeros siglos del cristianismo, los himnos fueron una herramienta clave para la enseñanza y la adoración, especialmente entre las comunidades perseguidas. El Nuevo Testamento nos deja evidencia de que los primeros cristianos continuaron esta tradición judía. Pasajes como el Cántico de María –o Magnificat– (Lc 1:46-55) y la profecía de Zacarías –o Benedictus– (Lc 1:68-79) están llenos de contenido teológico y de gratitud. Además, el libro de Apocalipsis incluye cantos de adoración celestial que también han inspirado otras composiciones. El apóstol Pablo también animó a los cristianos a que se hablaran, enseñaran y amonestaran entre sí con salmos, himnos y cantos o canciones espirituales (Ef 5:19; Col 3:16).
Pero, aparte de la Biblia, hay registro de esto en un texto de Plinio (siglo II), quien en una de sus epístolas le informó a Trajano que los cristianos tenían la costumbre de reunirse antes del amanecer y cantar himnos a Cristo como Dios. También Eusebio de Cesarea, en su Historia eclesiástica, se refirió a los “muchos salmos e himnos, escritos por hermanos fieles desde el principio [que] celebran a Cristo el Verbo de Dios, hablando de Él como divino”.

Durante este período, los nuevos himnos empezaron a componerse en griego koiné, el idioma más popular de la época. Entre los más antiguos que se conocen y que más han perdurado en la tradición cristiana, están Phos hilaron (Luz gozosa) –que posiblemente fue compuesto antes del siglo III por un anónimo y todavía se utiliza en la liturgia de las iglesias orientales–, Himno al Instructor –creado por Clemente de Alejandría a finales del siglo II o principios del siglo III y adaptado por Henry Martyn Dexter en 1846 bajo el título Shepherd of Tender Youth– y el Himno de Oxirrinco –del cual se encontró en Egipto un manuscrito, el más antiguo que se conoce de un canto cristiano con letras y su notación musical correspondiente–.
Las composiciones en latín no tardaron en aparecer. Himnos como el Gloria in excelsis Deo (Gloria a Dios en las alturas) –la Doxología mayor– y el Te Deum Laudamus (A ti, oh Dios, te alabamos) se convirtieron en piezas importantes dentro de la liturgia. Robert J. Morgan, autor de la trilogía de libros Then Sings My Soul (Entonces mi alma canta), en la que recopila 400 himnos, también mencionó el Gloria Patri (Gloria al Padre), conocido como la Doxología menor. Estos himnos reflejaban una mezcla de tradiciones hebreas y griegas, con lo cual crearon una expresión musical única para la iglesia primitiva.

Tras la legalización del cristianismo por el emperador Constantino en el siglo IV, la himnodia experimentó un florecimiento significativo. Según la Enciclopedia Británica, esto sucedió primero en Siria, a donde es posible que los himnos hayan llegado por influencia de los gnósticos y los maniqueos, pero estos a la vez habían adoptado algunos elementos de los salmos judíos. Así fue como la Iglesia bizantina empezó a otorgarle a los himnos un lugar prominente en su liturgia; se desarrollaron dos clases o formas complejas llamados kanōn y kontakion, que terminaron enriqueciendo la tradición musical oriental.
Con la creación de himnos que buscaban tanto la alabanza divina como la instrucción doctrinal de los fieles, el canto litúrgico se sistematizó en este período. Así, surgieron algunos himnógrafos como Hilario de Poitiers, quien empezó a componer alrededor del año 360, y Ambrosio de Milán, uno de los primeros en crear himnos en latín para combatir la herejía arriana, lo cual fortaleció la fe de los creyentes frente a las controversias teológicas de su tiempo. Estos cantos tenían un estilo poético, contaban con estrofas de cuatro versos octosílabos y se entonaban al ritmo de melodías simples y hasta populares de la época.

La Edad Media y el canto gregoriano
Durante la Edad Media, la himnodia cristiana experimentó una transformación profunda, marcada por la consolidación de estilos musicales más formales en la liturgia. El canto gregoriano, promovido principalmente por el obispo romano Gregorio I (c. 540–604), tuvo una gran contribución en esto, pues creaba ambientes de reflexión y solemnidad en los cultos con su estilo monódico.
Aunque en los coros monásticos prevalecía cierta simplicidad –representada en la práctica de asignar una nota por sílaba–, estos reemplazaron gradualmente la participación congregacional directa, lo que llevó a una música litúrgica más estructurada y ornamentada. Himnos significativos como el Dies Irae (Día de la ira), Agnus Dei (Cordero de Dios) y Veni Creator Spiritus (Ven Espíritu Creador) reflejan la profundidad teológica y poética de la época, pues integraron reflexiones sobre la muerte y la pasión de Cristo. También se desarrollaron arreglos polifónicos, generalmente alternados con cantos llanos, que adquirieron particular importancia en la música de órgano.
La evolución musical en este período no solo fortaleció la tradición litúrgica, sino que también sentó las bases para el desarrollo de himnos posteriores.

Reforma protestante y una explosión de adoración en Alemania
El siglo XVI marcó un cambio radical con la Reforma protestante. Martín Lutero, figura central del movimiento, restableció el canto congregacional en la liturgia al promover la participación activa de toda la iglesia mediante himnos en lengua vernácula. Su composición más icónica fue Castillo fuerte es nuestro Dios (originalmente Ein feste Burg ist unser Gott), que simbolizó la resistencia y la esperanza de los protestantes frente a la persecución. Morgan lo denominó “el grito de batalla de la Reforma”. En 1524, publicó su primer himnario –el primero luterano– con ocho composiciones, cuatro de ellas propias. Al final de su vida, había escrito entre 36 y 41.
Estos himnos no solo democratizaron la adoración al permitir la participación activa de toda la congregación, sino que también sirvieron como herramientas pedagógicas y accesibles para enseñar la teología reformada. Su difusión hacia varias comunidades europeas se aceleró gracias a la imprenta; eran cantados en reuniones públicas y privadas, y ayudaban a fortalecer el sentido de identidad y unidad entre los creyentes.

Sin embargo, la himnodia alemana no se limitó a Lutero. Él creó una colección importante de himnos tempranos, pero también Johann Walther (1524) y Georg Rhau (1544) lo hicieron, y así se consolidó el repertorio coral luterano. El poeta y compositor Joachim Neander creó el himno Alma, bendice al Señor (Lobe den Herren, den mächtigen König der Ehren, cuya traducción literal es “Alaba al Señor, al poderoso Rey de la creación”), que expresa una profunda alabanza a Dios por Su providencia y salvación.
Otro ejemplo destacado es el teólogo Martin Rinkart, autor de De boca y corazón (Nun danket alle Gott, cuya traducción literal es Ahora demos gracias a nuestro Dios), un cántico que transmite gratitud a Dios por Sus incontables bendiciones, incluso en tiempos de adversidad. Lo escribió durante la Guerra de los Treinta Años, y es considerado uno de los más bellos y profundos por su contenido teológico y su musicalidad.

Inicialmente, las melodías de los himnos alemanes se cantaban sin acompañamiento y carecían de armonización, aunque con el tiempo, surgieron versiones que combinaban coro, órgano y congregación. Algunas obras de canto llano, las canciones devocionales vernáculas e incluso una que otra música secular fueron adaptadas, mientras que los corales fueron compuestos desde cero. Posteriormente, durante los siglos XVII y XVIII, el pietismo introdujo un tono más lírico y subjetivo en la himnodia alemana, lo cual influenció a luteranos y a otros grupos, como los moravos.
Así, la Reforma no solo transformó la doctrina y la liturgia de la iglesia, sino que también revolucionó la música sacra al fomentar la creación de himnos que unían adoración, enseñanza y resistencia espiritual. La himnodia reformada no solo democratizó la música en el culto, sino que también forjó un legado duradero que continúa influyendo en la adoración cristiana hasta hoy.

La Era Dorada de los himnos en inglés (s. XVII a mediados del XIX)
Por su parte, el calvinismo –extendido por regiones como Suiza, Francia, Inglaterra y Escocia– promovió de forma exclusiva el canto de traducciones métricas del salterio, es decir, del libro de los salmos. Estas se interpretaban de forma austera, sin acompañamiento alguno, aunque había diferencias en la música según la ubicación geográfica. Por ejemplo, según la Enciclopedia Británica, “los salmos métricos en inglés se adaptaron a melodías provenientes de los salterios franceses y ginebrinos”, que eran bastante complejas.
En cambio, para el salterio inglés se empleaban unas pocas métricas. Poco a poco se dejó de cantar cada salmo con su propia melodía y, más bien, se emplearon unas comunes para todos los cantos. También se estableció la métrica 8, 6, 8, 6 (que indica los número de sílabas en cada verso) para los himnos ingleses. Estas transformaciones permitieron una mayor accesibilidad y participación de las congregaciones en la adoración.
A partir del siglo XVII, empezó la Edad de Oro de los himnos en este idioma, que fue encabezada por figuras como Isaac Watts –creador de la himnodia evangélica– en Inglaterra y Charles Wesley en el Nuevo Mundo. Watts, conocido como el “libertador de la himnodia inglesa”, rompió con la rigidez de los salmos métricos al introducir himnos que expresaban los sentimientos espirituales de los creyentes. Obras como Nuestra esperanza y protección (O God, Our Help in Ages Past) y La cruz excelsa al contemplar (When I Survey the Wondrous Cross) reflejan una adoración más personal y emocional. Su influencia estableció las bases para que el canto congregacional fuera más accesible y significativo.

Este impulso fue continuado por Charles Wesley, cuya prolífica producción de himnos acompañó el fervor del avivamiento wesleyano. Himnos como ¿Cómo en Su sangre pudo haber? (And Can It Be That I Should Gain) y Oh, que tuviera lenguas mil (Oh for a Thousand Tongues to Sing) no solo enriquecieron la adoración metodista, sino que también impactaron a comunidades cristianas en todo el mundo. Wesley escribió más de 6000 himnos, y, junto a su hermano John Wesley, tradujo y adaptó himnos alemanes, incorporando melodías del estilo de Handel, lo que enriqueció el repertorio congregacional.
“Así que tuvimos unos 150 años en los que los himnos británicos, con toda su majestuosidad, de alguna manera dominaron el mundo”, comentó Morgan respecto a esta época.
Modernidad y época contemporánea
La publicación de Hymns Ancient and Modern (Himnos antiguos y modernos) en 1861 sentó el inicio de la himnodia inglesa, pues recopiló himnos antiguos y contemporáneos y estableció un estándar de adoración dentro de la Iglesia anglicana. Esta obra integró tradiciones musicales y doctrinales, con lo cual fue posible mantener la majestuosidad de este tipo de cantos mientras se abrazaban nuevas expresiones de fe. Respecto a esa época, en la Enciclopedia Británica dice que:
Dos colecciones influyentes aparecieron alrededor del cambio del siglo XX: el Yattendon Hymnal (1899), del poeta inglés Robert Bridges, y The English Hymnal (1906), editado por Percy Dearmer y el compositor Ralph Vaughan Williams; este último incluye muchas melodías de canto llano y canciones folclóricas.

Lo anterior denota, por cierto, que los himnarios han sido instrumentos clave para recopilar y preservar la himnodia. El primero en lengua vernácula se imprimió el 13 de enero de 1501 en Praga. Tradicionalmente han sido publicados por editoriales confesionales y suelen ser un reflejo de la teología de las iglesias; también han servido como herramientas de discipulado y unidad. Por ejemplo, el Himnario Bautista de 1926 en Estados Unidos recopiló himnos tradicionales adaptados al contexto evangélico y el Libro de Salmos reformado en Países Bajos marcó el culto de las iglesias de esa denominación.
Por lo demás, a mediados del siglo XIX, surgió en América un movimiento que revolucionó la música cristiana: el movimiento de la escuela dominical. De acuerdo con Morgan, los himnos solemnes de tradición europea no eran del todo accesibles para los niños, por lo que comenzaron a surgir canciones más sencillas y cercanas, como Cristo me ama, bien lo sé (Jesus Loves Me, This I Know), diseñadas para enseñar verdades bíblicas de forma comprensible. Este movimiento no solo transformó la enseñanza en las iglesias; también expandió el repertorio musical hacia formas más tiernas y pedagógicas.
Tras la Guerra Civil, el evangelista Dwight L. Moody impulsó grandes campañas de avivamiento en Estados Unidos. Para acompañar su mensaje, buscaba una música más suave, cálida y personal. Así surgió la colaboración con Ira Sankey, quien introdujo lo que hoy conocemos como “la era de las canciones del evangelio”, con himnos como Grata certeza, ¡soy de Jesús! (Blessed Assurance, Jesus Is Mine) –de la destacada y prodigiosa compositora Fanny Crosby– y Haz tu voluntad, Señor (Have Thine Own Way, Lord). Estos himnos, cargados de emoción y cercanía espiritual, pronto se tradujeron a varios idiomas –entre ellos el español– y se difundieron internacionalmente.

Este legado evolucionó con el tiempo y, durante los años 70, 80 y 90, emergió la música contemporánea de alabanza y adoración. A pesar de la llegada de nuevas canciones, los himnos tradicionales no fueron desplazados, sino integrados en la adoración, creando una fusión que enriqueció la experiencia congregacional y conectó generaciones en la alabanza a Dios. Aunque los himnos han coexistido con la música contemporánea, sí ha sido necesario hacer ciertos esfuerzos por rescatar su uso en la liturgia cristiana, su historia y, por ende, su legado, pues siguen siendo un recurso valioso para conectar a los creyentes con su herencia espiritual.
Vale la pena destacar que, en el camino histórico recorrido por los himnos, intervinieron numerosos poetas y músicos, así como compositores, arreglistas o intérpretes además de los mencionados. Entre ellos se encuentran William Cowper, Johann Sebastian Bach, Lowell Mason –banquero y director musical–, John Newton –extraficante de esclavos que, después de convertido en clérigo anglicano, compuso el himno Sublime Gracia (Amazing Grace)–, y George Friedrich Händel. También Mahalia Jackson, Aretha Franklin, Sam Cooke, James Cleveland (el Rey del Góspel) y Whitney Houston, por mencionar algunos ejemplos. En la actualidad, cantautores como Keith y Kristyn Getty se destacan por componer e interpretar nuevos himnos.
Himnos, una fuente de virtud
Los himnos cristianos son una expresión sublime de la fe, un puente entre las generaciones y una herramienta para la adoración y la enseñanza de doctrinas. Los beneficios que proveen fueron hermosamente explicados por el reverendo Angel M. Mergal, pastor de la Convención Bautista de Puerto Rico:
Nuestro país, y todos los países del orbe, necesitan el poder salvador de Jesús. La himnología cristiana es un registro emocional, intelectual y artístico de ese poder, obrando prodigios a través de la historia. Es necesario que este pueblo oiga y disfrute los mejores himnos cristianos, bien vividos, bien sentidos, bien cantados, que pueda por ellos sentirse provocado a la salvación, a la suprema vida superior y eterna, de esa gracia de Cristo, operando como fuente de inagotable virtud, se haga otra vez el Verbo de Dios comprensión y emoción en nuestro espíritu, actividad productiva en nuestro vivir, poesía y canción en nuestros labios.
Que el recuerdo de esta historia nos permita apreciar la riqueza de nuestra tradición cristiana y la unidad de espíritu al cantar las glorias de nuestro Dios.
Referencias y bibliografía
De los himnos antiguos al góspel: el desarrollo de la música cristiana | BITE Project
La Importancia de La HImnologia Cristiana de Eduardo Chinchilla | Scribd
The Psalms and the Life of Faith de Walter Brueggemann | Google Books
Hymn | Online Etymology Dictionary
Castillo fuerte es nuestro Dios, el canto de Lutero | Protestante Digital
9 Things You Should Know About Christian Hymns | The Gospel Coalition
Songs of Praise - A Brief History of Hymns | BBC
Cómo Martín Lutero no revolucionó solo la religión, sino que creó la música de protesta | BBC News
Hymn - Definition, History, & Facts | Britannica
History of the Hymns with Dr. Robert J. Morgan | YouTube
Singing the Old, Old Story | Christianity Today
Cristo me ama, bien lo sé | Hymnary
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
![]() |
Giovanny Gómez Director de BITE |