Dios se mueve de manera misteriosa
(Poetical Works, William Cowper).
Sus maravillas realiza;
Él planta sus pasos en el mar
Y cabalga sobre la tormenta
Así comienza God Moves in a Mysterious Way (en español, Dios se mueve de forma misteriosa), uno de los últimos himnos que escribió William Cowper. Apareció en la colección Olney Hymns bajo el título Light Shining out of Darkness (Luz que brilla en las tinieblas). A lo largo de los años, ha llegado a ser muy valioso para mí y para muchos en nuestra iglesia. Nos ha ayudado a atravesar el fuego.
Durante años, una versión bordada de este himno ha estado colgada en nuestro salón. Lo creó y nos lo regaló una joven madre que se sintió sostenida por él en medio de una gran tristeza. Expresa tan bien los fundamentos de mi teología y de mi vida que me hizo desear conocer al hombre que lo escribió. También quería saber por qué el autor de este poema luchó contra la depresión y la desesperación casi toda su vida. Quería tratar de asimilar que en un mismo corazón, de alguien que creo que era un auténtico cristiano, hubo enajenación mental y cantos espirituales.
Preludio al asilo
William Cowper nació en 1731 y murió en 1800. Su padre era rector de la iglesia del pueblo y uno de los capellanes del rey Jorge II. Así que su familia era acomodada pero no evangélica, y William creció sin ninguna relación salvadora con Cristo.
Su madre murió cuando él tenía 6 años, y su padre lo envió a Pitman’s, un internado de Bedfordshire. Desde los 10 hasta los 17, asistió a la Westminster School y aprendió francés, latín y griego lo suficientemente bien como para dedicar los últimos años de su vida, cinco décadas más tarde, a traducir el griego de Homero y el francés de Madam Guyon.
A partir de 1749, fue aprendiz de un procurador con vistas a ejercer la abogacía. Al menos así lo creía su padre. Nunca se dedicó a ello realmente y no tenía corazón para la vida pública de un abogado o un político. Durante diez años no se tomó en serio su carrera jurídica, sino que vivió una vida de ocio con una participación simbólica en su supuesta carrera.
En 1763, cuando tenía 32 años, estaba a punto de ser nombrado Secretario de Actas del Parlamento. Lo que para la mayoría de los hombres habría sido un gran avance en su carrera, atemorizó a William Cowper, hasta el punto de que sufrió un colapso mental total, intentó suicidarse de tres maneras distintas y fue internado en un asilo.
Despertado en St. Albans
Así que en diciembre de 1763 fue llevado al manicomio de St. Albans, donde el Dr. Nathaniel Cotton, de 58 años, atendía a los pacientes. Cotton era algo así como un poeta, pero sobre todo, por el maravilloso designio de Dios, un creyente evangélico y un amante de Dios y del evangelio. Amaba a Cowper y le dio esperanzas en repetidas ocasiones a pesar de su insistencia, forjada por la culpa que sentía por sus intentos de suicidio, en que estaba condenado y sin esperanza.
A los seis meses de su estancia, Cowper encontró una Biblia tirada (no por accidente) en un banco, donde leyó la historia de Jesús resucitando a Lázaro de entre los muertos. Allí él vio “tanta benevolencia, misericordia, bondad y simpatía hacia los hombres miserables en la conducta de nuestro Salvador, que casi derramé lágrimas ante la revelación; sin pensar que era un tipo exacto de la misericordia que Jesús estaba a punto de extender hacia mí mismo” (William Cowper and the Eighteenth Century, Thomas Gilbert).
Cada vez más percibía que no estaba completamente abandonado. De nuevo se sintió conducido a recurrir a la Biblia. El primer versículo que vio fue éste: “A quien Dios ha puesto como propiciación mediante la fe en su sangre, para manifestar su justicia en la remisión de los pecados pasados, por la paciencia de Dios” (Romanos 3:25 KJV).
Inmediatamente recibí la fuerza para creerlo, y los rayos del Sol de Justicia brillaron sobre mí. Vi la suficiencia de la expiación que Él había hecho, mi perdón sellado en Su sangre, y toda la plenitud y totalidad de Su justificación. En un momento creí y recibí el Evangelio (...) A menos que el brazo Todopoderoso hubiera estado debajo de mí, creo que habría muerto con gratitud y alegría (William Cowper and the Eighteenth Century, Thomas Gilbert).
Había llegado a amar tanto a St. Albans y al Dr. Cotton que se quedó otros doce meses después de su conversión. Tras ese suceso, uno podría desear que la historia fuera la de un triunfo emocional. Pero no fue así. Estuvo lejos de eso.
Amistad con un antiguo comerciante de esclavos
Dos años después de que Cowper dejó St. Albans, comenzó la relación más importante de su vida: su amistad con John Newton. Este era coadjutor en la iglesia de Olney cuando conoció a Cowper en 1767. Había perdido a su madre a los 6 años, al igual que Cowper. Pero después de ir a la escuela durante unos años, viajó con su padre en alta mar y terminó siendo un marinero traficante de esclavos. Se convirtió poderosamente y Dios le llamó al ministerio. Había estado en Olney desde 1764 y allí permaneció hasta 1780.
Conocemos a Newton principalmente como el autor de Amazing Grace. Pero también deberíamos conocerle como uno de los pastores más sanos y felices del siglo XVIII. Algunos decían que otros pastores eran respetados por su pueblo, pero Newton era amado. Durante trece de esos años, fue pastor, consejero y amigo de Cowper, quien dijo sobre él: “Un amigo más sincero o más afectuoso que ningún hombre haya tenido jamás” (William Cowper and the Eighteenth Century, Thomas Gilbert).
Newton vio la tendencia de Cowper a la melancolía y la reclusión, y lo atrajo al ministerio de la visitación tanto como pudo. Daban largos paseos juntos entre las casas y hablaban de Dios y de sus propósitos para la Iglesia. Entonces, en 1769, Newton tuvo la idea de colaborar con Cowper en un libro de himnos para ser cantados por su iglesia. Pensó que sería bueno aprovechar la inclinación poética de Cowper.
“El sueño fatal”
Al final, Newton escribió unos doscientos himnos y Cowper sesenta y ocho. Pero antes de que Cowper pudiera completar su parte, tuvo lo que llamó “el sueño fatal”. Era enero de 1773, diez años después de la terrible crisis nerviosa que le llevó a St. Albans. No dijo con precisión en qué consistió el sueño, solo que se pronunció una “palabra” que lo redujo a la desesperación espiritual, algo así como “Todo ha terminado contigo; estás perdido” (William Cowper and the Eighteenth Century, Thomas Gilbert).
De nuevo hubo repetidos intentos de suicidio, y cada vez Dios se lo impidió providencialmente. Newton estuvo a su lado en todo momento, incluso sacrificando como mínimo unas vacaciones para no dejar solo a Cowper.
En 1780, Newton dejó Olney por un nuevo pastorado en Lombard Street, Londres, donde sirvió durante los siguientes 27 años. Es digno de ser honrado que no abandonara su amistad con Cowper, aunque esto, sin duda, habría sido emocionalmente fácil de hacer. En lugar de ello, mantuvieron un serio intercambio epistolar durante veinte años. Cowper desahogó su alma con Newton como con nadie más.
Quizás fue bueno que Newton se fuera, porque cuando lo hizo, Cowper se volcó en sus principales proyectos poéticos (entre 1780 y 1786), lo que pudo haber evitado posibles crisis. Pero el respiro no duró. En 1786, entró en su cuarta depresión profunda y volvió a intentar suicidarse sin éxito. Ese año se trasladó de Olney a Weston, y comenzó el largo declive. Escribió su último poema original en 1799, titulado “El náufrago”, y murió, aparentemente desesperado, en 1800.
Desconfiar de las certezas de la desesperación
¿Qué podemos aprender de la vida de William Cowper? La primera lección es esta: Nos fortalecemos contra las horas oscuras de la depresión cultivando una profunda desconfianza en las certezas de la desesperación. La desesperación es implacable en las certezas de su pesimismo.
Pero ni siquiera Cowper fue coherente a lo largo de sus cartas y poemas. Algunos años después de sus afirmaciones absolutas de estar alejado de Dios, volvió a expresar cierta esperanza. Sus certezas no eran seguras. Así será siempre con los engaños de las tinieblas. Cultivemos ahora, mientras tengamos la luz, la desconfianza en las certezas de la desesperación.
En segundo lugar, que el Señor suscite muchos John Newton entre nosotros, para alegría de nuestras iglesias y para la supervivencia de los William Cowpers entre nosotros. Newton siguió siendo pastor y amigo de Cowper el resto de su vida, escribiéndole y visitándole una y otra vez. No se desesperaba con los desesperados. Después de una de estas visitas en 1788, Cowper escribió:
Con su visita he recuperado en parte el consuelo que antes endulzaba todas nuestras entrevistas. Le conocía; le conocía como el mismo pastor que fue enviado para sacarme del desierto y llevarme a los pastos donde el Pastor Principal apacienta a Su rebaño, y sentí por usted los mismos sentimientos de afectuosa amistad de siempre. Pero aún faltaba una cosa, la corona de todas. La encontraré en el tiempo de Dios, si no se ha perdido para siempre (William Cowper and the Eighteenth Century, Thomas Gilbert).
Eso no es desesperanza absoluta. No lo es porque el pastor se había acercado de nuevo. Esos eran los momentos en los que Cowper sentía un rayo de esperanza.
Canta el evangelio a los sordos
Una última e importantísima lección: ensayemos a menudo las misericordias de Jesús en presencia de personas desanimadas. Señalémosles una y otra vez la sangre de Jesús. Estas fueron las dos cosas que llevaron a Cowper a la fe en 1764. Recuerden cómo él dijo que en Juan 11 vio “tanta benevolencia, misericordia, bondad y simpatía con los hombres miserables, en la conducta de nuestro Salvador, que casi derramé lágrimas”. Y recuerden cómo en el día decisivo de su despertar dijo: “Vi la suficiencia de la expiación que Él había hecho, mi perdón sellado en Su sangre, y toda la plenitud y totalidad de Su justificación”.
En su himno más famoso, de eso fue que cantó, de la preciosidad de la sangre de Cristo para el peor de los pecadores:
Hay una fuente llena de sangre
Extraída de las venas de Emmanuel;
Y los pecadores, sumergidos bajo ese torrente,
pierden todas sus manchas culpables.El ladrón moribundo se regocijó al ver
Esa fuente en su día;
Y allí yo, tan vil como él,
He lavado todos mis pecados.Querido Cordero moribundo, tu preciosa sangre
Nunca perderá su poder;
Hasta que toda la iglesia rescatada de Dios
Sea salvada para no pecar más.Desde que, por fe, vi la corriente
Tus heridas fluyen,
El amor redentor ha sido mi tema,
y lo será hasta que muera
(Poetical Works, William Cowper).
No supedites tu misericordia hacia los abatidos a resultados rápidos. No puedes persuadir a una persona de que no ha sido reprobada si está completamente persuadida de que lo está. Te dirá que es sorda. No importa. Sigue empapándole de la “benevolencia, misericordia, bondad y simpatía” de Jesús y de “la suficiencia de la expiación” y de “la plenitud e integridad de la justificación [de Cristo]”.
Sí, puede decir que todo esto es maravilloso en sí mismo, pero que no le pertenece. A esto tú dices: “Duda de tus pensamientos desesperados. Si no tienes capacidad de creer en el amor de Dios por ti, no pretendas tener tal certeza de fe en tu condenación. Esto no te corresponde a ti saberlo. Más bien, lo tuyo es escuchar a Jesús”. Luego sigue contándole las glorias de Cristo y su sacrificio todo suficiente por el pecado. Reza para que, en el tiempo de Dios, estas verdades tengan todavía el poder de despertar la esperanza y engendrar un espíritu de adopción.
Tenemos buenas razones para esperar que si hacemos del amor redentor nuestro tema hasta la muerte, y si promovemos el amor y la paciencia de John Newton en nuestras propias almas y en nuestras iglesias, entonces, al final, los William Cowpers entre nosotros no serán entregados al enemigo.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por John Piper en Desiring God bajo el título Depression Fought Hard to Have Him: William Cowper (1731-1800).