La situación social y política en Latinoamérica es extremadamente sensible en estos días. El Salvador está en un momento de crisis política en el que, para decirlo de forma simple, la democracia está en juego. En Perú se están esperando las elecciones presidenciales para el mes de julio, en las que el país puede irse de un extremo al otro del espectro político, dependiendo de los resultados. Y Colombia está en una temporada de protestas y manifestaciones violentas por causa de los manejos y las propuestas poco sabias de parte del gobierno.
Ante todas esas situaciones, la iglesia está de acuerdo en que lo mejor que podemos hacer como el pueblo de Dios es orar. No hay algo más útil, efectivo y esperanzador para la iglesia que saber que tenemos un Dios soberano y poderoso, que gobierna finalmente sobre todas las naciones, y que escucha nuestro clamor.
Rápidamente las redes sociales se han llenado de invitaciones a orar, de modelos de oración y de pasajes bíblicos que animan al pueblo de Dios a interceder por la nación. Es una reacción lógica y piadosa de parte de cualquier creyente que siente dolor por lo que pasa en su país.
Pero entonces me pregunto: ¿cómo deberíamos orar por nuestro país? No pretendo tener todas las respuestas en este asunto, pero quisiera exhortar a la iglesia a meditar seriamente en este tema para orar de forma coherente con nuestra esperanza bíblica. Y le pido al Señor que estas meditaciones puedan servir a la iglesia para orar en estos tiempos difíciles.
He visto varios pasajes bíblicos citados, como 2 Crónicas 7:14 que dice:
“Si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra.”
Pero entonces me pregunto: ¿Colombia es ese pueblo? ¿Perú es esa tierra que será sanada?
El problema es que ese pasaje se da en un contexto muy particular del pueblo de Dios en el tiempo de los reyes. Las maldiciones de Deuteronomio se estaban cumpliendo y el pasaje dice que Dios está dispuesto a perdonarlos. Si Israel se arrepentía, Dios los perdonaría y echaría atrás el castigo que caería sobre ellos. ¿Es esa la situación de los países latinoamericanos? ¿Los países de hoy están bajo el pacto que estaba Israel en el Antiguo Testamento? ¿Es realmente aplicable ese pasaje para una nación en nuestros tiempos? ¿Es 2 Crónicas 7:14 un texto verdaderamente válido para determinar cómo orar por nuestras naciones?
O he visto citado el Salmo 72, en el que el salmista clama a Dios por el rey. Le pide que el rey juzgue con justicia y con equidad, y que traiga paz al pueblo de Dios. Entonces me pregunto: ¿es realmente comparable ese rey con el presidente de un país hoy? ¿No es comparable primero ese rey con nuestro Señor Jesucristo? ¿Acaso ese salmo no ha sido cumplido en Jesús y será cumplido totalmente cuando nuestro Señor regrese a establecer Su gobierno de justicia y paz sobre esta tierra? ¿Es el salmo 72 un sustento realmente válido para determinar cómo orar por nuestros gobernantes?
Estoy convencido de que al orar por nuestros gobernantes y nuestras naciones, necesitamos una guía bíblica clara para determinar cómo orar, de manera que oremos de forma coherente con la esperanza que tenemos. Porque finalmente nuestra oración es eso, es una expresión de nuestra esperanza, es una expresión de confianza en nuestro Dios, basada en lo que Jesucristo logró en la cruz, de manera que tenemos seguridad de acercarnos a Dios y pedir, porque Sus promesas son Sí en Cristo.
Pero estamos de acuerdo en que hay cosas que no tiene sentido que pidamos porque no son promesas de Dios. Como por ejemplo pedir que toda Colombia se salve (proveniente de la famosa frase “Colombia para Cristo”), esa no es la promesa de Dios. Dios prometió que Su pueblo será conformado por personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación.
La promesa de Dios no es que todo un país se salvará o que todos los gobernantes de una nación serán salvos. Si somos honestos, es bastante improbable que esto suceda, ya que nuestras naciones se componen de una cantidad enorme de gobernantes, desde los alcaldes hasta el presidente, pasando por senadores, gobernadores, ministros, magistrados, etc. En conclusión, no hay una promesa que nos diga que todos nuestros gobernantes van a ser salvos.
Entonces, la pregunta es: ¿cómo orar por nuestras naciones? Propongo algunos criterios fundamentales para ayudarnos a orar coherentemente por nuestros países.
Debemos poner a la Biblia como nuestra guía
Antes que nada, necesitamos reconocer que es la Biblia la que debe guiar nuestra oración. De manera que debemos usar los pasajes bíblicos de forma legítima para determinar cómo orar.
Debemos revisar el contenido de nuestra oración
Tenemos que reconocer que no hay un solo pasaje en el Nuevo Testamento que nos llame a orar por la nación o la ciudad en la que vivimos. Pablo no llama a los romanos a orar por Roma, o a los corintios a orar por Corinto. Eso me hace pensar que tenemos que determinar muy bien cuál es el contenido que debería tener nuestra oración por una nación, ya que no hay un pasaje específico en el Nuevo Testamento que nos llame a hacerlo.
Cómo orar por los gobernantes
El Nuevo Testamento habla en varias ocasiones sobre los gobernantes, pero solo en un pasaje nos llama a orar por ellos, en 1 Timoteo 2:1-6.
Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos, testimonio dado a su debido tiempo. (LBLA)
Sin embargo, necesitamos entender bien el llamado de ese texto. Pablo exhorta a sus lectores a que hagan “rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres”. Y cuando Pablo dice “todos los hombres”, se refiere a toda clase de persona, de manera que deberíamos orar incluso por los más duros enemigos del pueblo de Dios, que en el tiempo de Pablo eran los reyes y gobernantes. Porque finalmente así es el evangelio, Pablo fue llamado por Cristo siendo el peor de los pecadores (1:12-15), así que no deberíamos ser reacios a orar incluso por nuestros peores enemigos, por los reyes y gobernantes que persiguen al pueblo de Dios.
Y es que finalmente el evangelio es para todos los hombres, ya que hay un solo Dios y un solo mediador. Cristo es el único mediador disponible para todos los seres humanos, no importa la raza, cultura o estatus social, Él es el único mediador disponible para todos. Así que deberíamos orar por la salvación incluso de los peores enemigos de la iglesia del Señor.
Pero además, Pablo nos dice exactamente qué pedir por nuestros gobernantes:
“...por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad.”
Es decir, nuestro ruego debería ser que nuestras autoridades gobiernen de tal manera que podamos vivir una vida tranquila para predicar el evangelio a toda la humanidad.
Si nuestro anhelo es que todos sean salvos, significa que necesitamos predicar el evangelio a otros, para eso necesitamos libertad de profesar nuestra fe. Entre más libertad para predicar tengamos, más posibilidad existe de compartir el evangelio con todos. Por esa clase de sociedad deberíamos pedir.
Entonces oremos por nuestros gobernantes, pidiendo al Señor que obre en ellos, así sea por gracia común, para que gobiernen de tal forma que podamos vivir tranquilamente para la extensión del evangelio. Eso implica orar incluso por la salvación de ellos, así como por la salvación de todas las personas. No porque Dios va a salvar a todos los seres humanos en el mundo, sino por misericordia y compasión hacia ellos.
Cómo orar por la nación
Lo anterior nos conduce al pasaje de la Biblia que más claramente puede aplicarse para orar por nuestras naciones, que es Jeremías 29:5-7.
«Edificad casas y habitadlas, plantad huertos y comed su fruto. Tomad mujeres y engendrad hijos e hijas, tomad mujeres para vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y multiplicaos allí y no disminuyáis. Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al Señor por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar». (LBLA)
Es un pasaje que hay que estudiarlo con cuidado, porque se ha forzado a decir muchas cosas. Pero al analizar la teología bíblica cobra mucho sentido.
El pueblo de Judá había sido exiliado a Babilonia, y la pregunta permanente era si debían rebelarse contra Babilonia, si deberían seguir peleando, y la respuesta de Dios para Judá fue “no”. Ellos debían hacer su vida normal en Babilonia, procurando el bienestar de Babilonia para que ellos tuvieran bienestar. Orando incluso por Babilonia para que el pueblo de Dios fuera beneficiado a través de una nación pagana pero en paz. La oración no era que todo Babilonia se volviera el pueblo de Dios. Eso no iba a pasar y no pasó. Pero si Babilonia tenía bienestar, el pueblo de Dios tendría bienestar porque estaban en medio de Babilonia.
Por la teología bíblica podemos ver que es una situación muy similar a la que estamos viviendo nosotros como el pueblo de Dios del Nuevo Pacto. Vivimos en un exilio, en una nación que no es nuestra nación. Colombia, Perú, El Salvador o cualquier otro país, no es nuestra patria realmente. Nuestra patria es el reino de Dios, nuestra ciudadanía está en los cielos, y esperamos el día que nuestro Rey vuelva y establezca nuestra patria real en esta tierra, en cielos nuevos y tierra nueva.
Pero mientras tanto, deberíamos orar por el bienestar de las naciones en las que vivimos, para que nosotros también tengamos bienestar, y como veíamos en 1 Timoteo 2, podamos proclamar y vivir el evangelio con libertad para la gloria de Dios.
Sin embargo, esa oración está contemplada bajo la esperanza de que un día todas las naciones serán destruidas (Jeremías 30) y solo quedará el pueblo de Dios en la tierra (un pueblo de toda tribu, lengua, pueblo y nación) siendo gobernado por Jesucristo mismo para siempre.
Conclusión
Definitivamente necesitamos orar por las naciones en las que vivimos. Es parte de nuestra actitud cristiana ante la sociedad en la que el Señor nos ha puesto providencialmente para ser sal y luz.
Espero que este artículo pueda ser útil, no simplemente para animarnos a orar por nuestros países, sino a orar coherentemente con la Palabra de Dios.
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