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Vengador de su padre
Herodes el Grande nació al sur de Palestina. Antípatro (113 a. C.-43 a. C.), su padre, que era idumeo o edomita, se convirtió al judaísmo, y se hizo muy rico e influyente al casarse con la hija de un notable de la ciudad de Petra, que para ese entonces era la capital del rico reino de los nabateos. Herodes nació siendo racialmente idumeo y árabe, pero religiosamente judío.
Cuando el general Pompeyo (106-48 a. C.) invadió la región de Palestina en el año 63 a. C., el hábil Antípatro apoyó al ejército invasor e inició así una larga y estrecha relación política con Roma que, no solo traería beneficios para él, sino también para su familia, incluyendo a Herodes.
La nueva posición de Antípatro resultó clave en las aspiraciones políticas de su hijo mayor. Seis años después de la invasión romana al territorio palestino, Herodes conocería al general romano Marco Antonio (83 a. C.-30 a. C.), con quien establecería una amistad de por vida.

La buena relación de Antípatro con Roma hizo que Julio Cesar (100 a. C.-44 a. C.) lo favoreciera al nombrarlo procurador de Judea en el 47 a. C. Durante ese mismo año, Herodes haría sus primeras prácticas en la política, cuando su padre lo nombró gobernador de Galilea.
Pero en el 43 a. C Antípatro fue asesinado por un fanático que esperaba devolver al poder a un verdadero gobernante judío en Judea. Herodes vengó a su padre, pero la muerte del asesino solo provocó más agitación. No obstante, Herodes supo manejar los cambios, y Marco Antonio los nombró a él y a su hermano Faesal gobernadores de Jerusalén.

Indiscutible gobernador de Judea
No obstante, unos años después de que Herodes fuera nombrado gobernador, los partos invadieron la región de Palestina, hecho que lo obligó a huir a Roma. Estando allí, convenció hábilmente al senado romano de que él mismo podría reconquistar Jerusalén y la región, así que fue nombrado rey de Judea y se le asignó un gran ejército. Herodes tuvo éxito en la reconquista y así, en el 37 a. C., se convirtió en el indiscutible gobernante de toda la región de Judea.
Para consolidar su poder, Herodes se divorció de la que hasta ese momento era su esposa, Doris, y se casó con la princesa asmonea Mariamna (54 a. C.-29 a. C.). El objetivo de esta unión era poner un punto final a la disputa con los asmoneos, quienes eran gobernantes puramente judíos descendientes de los macabeos, lo que les daba legitimidad para ostentar el trono judío. Esta jugada política permitió a Herodes, de cierta manera, seguir legalizando su reinado.
Herodes ostentaba el trono judío bajo el título de rex socius que, en teoría, le permitía gobernar el territorio como un rey independiente que disfrutaba de una provechosa alianza con Roma. Este pacto lo obligaba a obedecer la voluntad romana, so pena de perder su corona en el momento en que Roma lo dispusiera.
Para Roma, la posición de rex socius era una jugada política ventajosa, ya que el resentimiento que pudieran sentir los súbditos judíos sería dirigido a Herodes y no al gobierno romano. Además, les permitía mantener el control de un importante reino fronterizo, ya que Judea no solo era importante para el comercio, sino que también «amortiguaba» la relación entre los romanos y sus enemigos partos.
No obstante, las complicaciones políticas empezaban a amenazar la posición de Herodes. Durante el conflicto entre Octavio (63 a. C.-14 d. C.) y Marco Antonio, Herodes se puso del lado de su viejo amigo. También mantuvo este apoyo incluso cuando se vio en una posición de desventaja en el momento en que Cleopatra (69 a. C.-30 a. C.), reina de Egipto, usó su influencia con Marco Antonio para arrebatarle parte de sus dominios territoriales.
Las cosas no salieron según el plan de Herodes. Octavio venció a Marco Antonio en la «batalla de Accio» en el 31 a. C., y ante esto a Herodes no le quedó más remedio que tratar de ganarse el favor de Octavio. Según Josefo (37-100), Herodes pidió al nuevo emperador que considerara «no de quién era amigo, sino de lo leal que era». Octavio era consciente de que no había otro hombre con la capacidad de manejar los asuntos de Palestina como Herodes, así que lo confirmó como rey. Además, le devolvió las tierras que Cleopatra le había arrebatado. Desde entonces logró consolidar su poder y su relación con Roma como nunca antes.

El gran constructor
La capacidad política de Herodes también le permitió expandir su poderío militar y pacificar el reino. Entre los años 22 y 20 a. C., logró expandir sus territorios hasta lo que hoy es Jordania y partes del sur del Líbano y de Siria. Incluso le faltó algo de vida para ser favorecido por Roma, ya que tenían la intención de otorgarle el reino nabateo, pero para entonces su salud mental estaba tan deteriorada que fue imposible entregarle esa asignación.
A pesar de esto, Herodes fue un gran constructor. Fundó la ciudad de Cesarea, que más tarde se convertiría en la capital de la Palestina romana. También reedificó la ciudad de Samaria, renombrada «Sebaste», en honor al emperador, ya que Sebastos es el equivalente griego del latín Augustus. También embelleció ciudades extranjeras como Beirut, Damasco, Antioquía, Rodas y muchos pueblos más, con palacios, fortalezas militares, acueductos, foros, teatros, anfiteatros y templos.
Además, fue un importante patrocinador de los Juegos Olímpicos, a los cuales rescató financieramente y de los que llegó a ser presidente vitalicio. Asimismo, construyó el palacio de Herodión, en el desierto de Judea, que según descubrimientos recientes se habría convertido posteriormente en su propia tumba. Igualmente edificó la Fortaleza de Masada, a orillas del Mar Muerto, que posteriormente se convirtió en un ícono de la resistencia judía durante la invasión romana del 73 d. C. En Jerusalén, Herodes construyó la Fortaleza de Antonia y un gran palacio.
La enorme cantidad de obras de construcción herodiana ha hecho que muchos lo consideren como uno de los mayores constructores del antiguo mundo grecorromano.
Pero quizá la construcción por la que Herodes resulta ser mucho más conocido fue la expansión del segundo templo de Jerusalén. Para lograr avanzar con las obras sin detener el culto, Herodes llegó a un acuerdo con las autoridades religiosas para entrenar a los sacerdotes en construcción y que así estos realizaran las labores. Según Josefo, la intención de Herodes era perpetuar su nombre a través de sus proyectos de construcción, de los cuales, esperaba que el templo de Jerusalén fuera su obra maestra.

A pesar de que el propio Herodes tenía muchas más pretensiones de construcción para la capital de su reino, nunca pudo dar rienda suelta a todas sus ambiciones por miedo a ofender a los fariseos con quienes siempre se mantuvo en conflicto, ya que estos lo consideraban un extranjero que no ostentaba el trono con legitimidad. No obstante, siempre se vio a sí mismo como un practicante del judaísmo, y como un protector de los judíos, especialmente de los que vivían fuera de las fronteras de Palestina.
Carácter paradójico
Aunque Herodes se mostrase del lado de la tradición hebrea, la realidad era que sus entretenimientos favoritos estaban en la filosofía, la poesía y el teatro romano, lo que no hacía más que despertar la ira de los judíos más piadosos, especialmente de los fariseos y esenios, quienes creían que el rey estaba promoviendo la corrupción de sus costumbres.
No obstante, se considera a Herodes como uno de los reyes más generosos de su tiempo. Durante una grave hambruna en Judea en el 25-24 a. C., distribuyó alimentos a su pueblo mientras reducía los impuestos para facilitar la recuperación económica. También administró con sabiduría, llevando a Judea a un período de estabilidad y relativa riqueza. Aumentó el comercio y sus proyectos de construcción emplearon a muchas personas. Muchas ciudades experimentaron una gran renovación urbana, y la expansión de los sistemas de riego condujo a una mayor productividad agrícola.
Pero Herodes no fue siempre una figura apacible y benévola. Su carácter era cruel, oscuro y paranoico. Estaba siempre temeroso de la conspiración, lo que se fue agravando en la medida en que envejecía. Esa inestabilidad se veía fuertemente empeorada por los problemas y las intrigas familiares. Las sombras y pesadillas de Herodes lo llevaron a asesinar a su esposa Mariamna, a su primogénito Antípatro y a varios miembros más de su familia, llevando incluso a la dinastía asmonea a su final, hecho que tampoco le perdonó el pueblo. Además de su primera esposa Doris, y de Mariamna, Herodes llegó a tener ocho esposas en total, con las cuales llegó a tener catorce hijos, muchos de los cuales terminaron muertos en medio de varios complots y disputas familiares.
Los últimos años de Herodes fueron profundamente confusos. Mientras sufría de una posible arteriosclerosis, el envejecido rey tuvo que lidiar con una revuelta, una lucha con los nabateos y finalmente perdió el apoyo del emperador. Su intensa y dolorosa enfermedad final le hizo especialmente peligroso, ya que se desquició psicológicamente durante su último año de vida.
El historiador Josefo cuenta que antes de morir, Herodes pidió a su hermana Salomé que, una vez él muriera, se asesinara a los trescientos nobles más destacados del reino. Sin embargo, la orden no se obedeció. De esta forma, el asesinato de los niños que relata el Evangelio de Mateo pudo haber encajado con el carácter inestable y temeroso de sus últimos años de vida, ya que tal brutalidad habría sido coherente con sus acciones despiadadas.

Herodes intentó suicidarse y, aunque no lo logró, murió poco después de intentarlo, quizá uno o dos años después del nacimiento de Jesús. Su testamento final, que tuvo que ser aprobado por Roma, dividió su reino entre sus tres hijos: Herodes Arquelao (23 a. C.-18 d. C.), quien fue el rey de Judea y Samaria, Herodes Filipo (27 a. C.-34 d. C.) y Herodes Antipas (20 a. C.-39 d. C.). Los dos últimos se repartieron el resto del imperio como tetrarcas.
Es muy complejo juzgar a Herodes históricamente, pues nuestra comprensión de su persona está mediada por la descripción que tenemos de él a través del Evangelio de Mateo. Su vida en general es muy poco conocida. Fue al mismo tiempo cruel y brillante, paranoico y generoso, asesino y hombre de fe.
No obstante, no podemos negar que su gobierno dio forma al mundo económico, religioso y político en el que vivieron Jesús y la iglesia primitiva. Pero nada de esto justifica su crueldad, especialmente su intento de matar a Jesús. Por supuesto, fracasó porque el plan de Dios no podía ser frustrado, y Jesús vivió para rescatar a su pueblo y gobernar como Rey de reyes y Señor de señores.
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