En la víspera de Año Nuevo de 1936, en un hospital católico romano de Bismarck, Dakota del Norte, J. Gresham Machen, de 55 años, estaba a un día de morir. Eran las vacaciones de Navidad en el Seminario Westminster de Filadelfia, donde enseñaba Nuevo Testamento. Sus colegas habían dicho que parecía “muerto de cansancio” al final del trimestre. Pero en lugar de descansar, había tomado el tren desde Filadelfia hasta esa región del país, donde los vientos son de 20 grados bajo cero, para predicar en algunas iglesias presbiterianas a petición del pastor Samuel Allen.
Tenía neumonía y apenas podía respirar. El pastor Allen vino a orar por él aquel último día de 1936, y Machen le contó una visión que había tenido de estar en el cielo. “Sam, fue glorioso. Fue glorioso”, dijo. Y poco después añadió: “Sam, ¿no es grandiosa la fe reformada?”.
Al día siguiente, Año Nuevo de 1937, reunió fuerzas para enviar un telegrama a John Murray, su amigo y colega en Westminster. Fueron sus últimas palabras registradas: “Estoy tan agradecido por [la] obediencia activa de Cristo. No hay esperanza sin ella”. Murió sobre las 7:30 de la noche.
Presbiteriano insubordinado
Machen fue interrumpido en medio de una gran obra: el establecimiento del Seminario de Westminster y de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. No se había propuesto fundar dichas instituciones, pero teniendo en cuenta quién era y lo que defendía, así como lo que estaba ocurriendo en Princeton, donde había enseñado durante 23 años, y en la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos, era casi inevitable.
El Seminario de Westminster tenía siete años cuando Machen murió. La Iglesia Presbiteriana Ortodoxa tenía seis meses. Lo que lo motivó a fundar una nueva institución presbiteriana frente a la enorme Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos fue que el 29 de marzo de 1935, el presbiterio de Machen, en Trenton, Nueva Jersey, le declaró culpable de insubordinación a las autoridades eclesiásticas y le despojó de su ordenación.
La razón de la acusación de insubordinación fue que Machen había fundado una junta independiente de misiones extranjeras en junio de 1933. Lo hizo como protesta por el hecho de que la Junta Presbiteriana de Misiones Extranjeras había respaldado un informe de laicos (llamado Rethinking Missions) que, según Machen, era “de principio a fin un ataque a la fe cristiana histórica” (J. Gresham Machen: A Biographical Memoir, 475).
Señaló que la junta apoyaba a misioneros como la estadounidense Pearl Buck en China, quien representaba el tipo de actitud evasiva y sin compromiso hacia la verdad cristiana que, Machen pensaba, estaba destruyendo a la iglesia y su testimonio. Ella dijo, por ejemplo, que si existía alguien capaz de crear una persona como Cristo y retratarlo para nosotros, “entonces Cristo vivió y vive, tanto si fue una vez un cuerpo y un alma, como si es la esencia de los sueños más elevados de los hombres” (474).
Así, Machen se vio obligado por su propia conciencia a lo que la institución eclesiástica consideraba la más grave insubordinación y desobediencia a sus votos de ordenación. De ahí el comienzo de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa.
“El Seminario de Princeton está muerto”
Unos años antes, Machen había abandonado el Seminario de Princeton para fundar el de Westminster. Esa vez no fue obligado a marcharse, sino que eligió libremente hacerlo cuando se reorganizaron las juntas directivas del instituto, de modo que la parte conservadora pudiera diluirse en liberales más afines a la denominación en su conjunto.
A ojos de Machen, el Seminario de Princeton murió, y de sus cenizas quiso preservar la tradición de Charles Hodge y Benjamin Warfield. Por eso, cuando pronunció el discurso inaugural del Seminario de Westminster el 25 de septiembre de 1929, ante la primera promoción de cincuenta estudiantes e invitados, dijo:
No, amigos míos, aunque el Seminario de Princeton murió, su noble tradición sigue viva. El Seminario Westminster se esforzará, por la gracia de Dios, en continuar esa tradición intacta (458).
La respuesta más duradera de Machen a lo que él llamaba modernismo fue la fundación de esas dos instituciones: El Seminario de Westminster (que hoy tiene una gran influencia en el evangelicalismo estadounidense) y la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa (que ahora, más de ocho décadas después, da un testimonio desproporcionado a su pequeño tamaño).
Fe y duda
Machen se encontró cara a cara con el modernismo muchos años antes, mientras pasaba un año en Alemania después del seminario. Estaba estudiando el Nuevo Testamento con eruditos alemanes de renombre y sufrió una profunda sacudida en su fe. El teólogo sistemático de Marburgo, Wilhelm Hermann, lo influenció casi de forma abrumadora. Él representaba lo mejor a lo que más tarde se opondría con todas sus fuerzas.
Machen no estaba tirando piedras sobre un muro cuando criticó el modernismo. Él había estado al otro lado del muro y casi fue atraído al interior del campo. En 1905, escribió a su casa:
Lo que dice [Herrmann] me ha sumido en la confusión: su devoción a Cristo es mucho más profunda que cualquier cosa que yo haya conocido en los últimos años… Herrmann afirma muy poco de lo que he estado acostumbrado a considerar esencial para el cristianismo; sin embargo, no me cabe duda de que es un cristiano, y un cristiano de un tipo peculiarmente sincero (107).
Su lucha contra la duda le infundió paciencia y simpatía hacia otras personas en su misma situación. Veinte años después, escribió:
Algunos de nosotros hemos pasado nosotros mismos por esa lucha; algunos de nosotros hemos conocido la ceguera de la duda, el mortal desaliento, la perplejidad de la indecisión, la vacilación entre “la fe diversificada por la duda” y “la duda diversificada por la fe” (432).
No obstante, Machen superó esta época sin perder su fe evangélica y fue llamado a Princeton para enseñar Nuevo Testamento, lo que hizo desde 1906 hasta que se marchó para formar Westminster en 1929. Durante ese tiempo, se convirtió en un pilar de la ortodoxia conservadora reformada, en un firme apologista del cristianismo bíblico y en un erudito del Nuevo Testamento aclamado internacionalmente.
Duplicidad en el aula
La experiencia de Machen en Alemania tuvo un impacto duradero en su forma de llevar la controversia. Dijo una y otra vez que sentía respeto y simpatía por el modernista que honestamente ya no podía creer en la resurrección corporal, el nacimiento virginal o la segunda venida, pero lo que lo enfurecía era el rechazo a estas cosas sin admitir abiertamente su incredulidad.
Por ejemplo, una vez dijo que su problema con ciertos profesores del Seminario Union era su duplicidad:
Ahí está mi verdadera disputa con ellos. En cuanto a sus dificultades con la fe cristiana, simpatizo profundamente con ellos, pero no con su trato despectivo hacia los hombres conscientes que creen que un credo suscrito solemnemente es algo más que un trozo de papel (221-22).
Quería tratar a la gente con franqueza y tomarse en serio los argumentos de sus oponentes, si tan solo hubieran sido honestos y abiertos con sus electores y lectores. Sin embargo, muchos profesores y pastores modernistas no fueron honestos ni abiertos.
El liberalismo: otra religión
En la Iglesia Presbiteriana de la época de Machen, había cientos que no habrían negado la Confesión de Fe, pero en virtud de este espíritu modernista habían renunciado a ella a pesar de haberla firmado. Una de las declaraciones más estremecedoras y penetrantes de Machen sobre esta cuestión se encuentra en su libro ¿Qué es la fe?:
Hace muy poca diferencia lo mucho o lo poco de los credos de la Iglesia que afirme el predicador modernista, o lo mucho o lo poco de la enseñanza bíblica de la que se derivan los credos. Él podría afirmar cada jota y tilde de la Confesión de Westminster, por ejemplo, y sin embargo estar separado por un gran abismo de la Fe Reformada. No es que se niegue una parte y se afirme el resto, sino que se niega todo, porque todo se afirma meramente como útil o simbólico y no como verdadero (34).
Cuando Machen se enfrentó al modernismo, lo hizo como un desafío a todo el cristianismo. Su libro más importante en el debate fue Cristianismo y Liberalismo, publicado en 1923. El título casi lo dice todo: el liberalismo no compite con el fundamentalismo como especie del cristianismo. El libro no se titula “Fundamentalismo y Liberalismo”. En su lugar, el liberalismo compite con el cristianismo como una religión separada. Él escribió esto en la presentación:
El liberalismo, por un lado, y la religión de la iglesia histórica, por el otro, no son dos variedades de la misma religión, sino dos religiones distintas que proceden de raíces completamente separadas (J. Gresham Machen, 342).
Del modernismo al postmodernismo
No creo que la estructura del modernismo de la época de Machen sea muy diferente al postmodernismo de nuestros días. En algunas congregaciones, el triunfo del modernismo es completo. Sigue siendo una amenaza a la puerta de todas nuestras iglesias, escuelas y agencias. Una de nuestras grandes protecciones será el conocimiento de historias como la de Machen: el enemigo al que se enfrentó, la batalla que libró, las armas que utilizó (y que no supo hacerlo), las pérdidas que sufrió, el precio que pagó y los triunfos que obtuvo.
Por ejemplo, la vida y el pensamiento de Machen nos invitan a todos a ser honestos, abiertos, claros, francos e inocentes en el uso del lenguaje. Nos desafía, al igual que el apóstol Pablo (2 Corintios 2:17; 4:2; Efesios 4:25; 1 Tesalonicenses 2:3-4), a decir lo que queremos decir y a tomar en serio lo que decimos, y a repudiar la duplicidad, el engaño, la farsa, la manipulación verbal, la elusión y la evasión.
Los peligros de los usos utilitaristas del lenguaje moral y religioso siguen presentes en nuestros días. No es raro, por ejemplo, encontrarse con un lenguaje similar al que leí en el Washington Times cuando empecé a investigar sobre la vida de Machen. El portavoz del Human Rights Campaign Fund, el mayor grupo de defensa de los homosexuales del país, le dijo a ese medio: “Personalmente, creo que la mayoría de las lesbianas y gays estadounidenses apoyan la familia tradicional y los valores estadounidenses”, que definió como “tolerancia, preocupación, apoyo y sentido de comunidad”.
Este es un ejemplo de cómo las palabras con connotaciones morales han sido cooptadas por grupos de intereses especiales para ganar el terreno moral sin contenido moral. Parecen valores, pero están vacíos. ¿“Tolerancia” hacia qué? ¿A todo? ¿Qué cosas? ¿“Preocupación” por qué? ¿Expresada de qué forma? ¿Oposición redentora o respaldo comprensivo?
¿“Apoyo” a qué? ¿Al comportamiento que es destructivo e incorrecto? ¿O a la persona que admite que el comportamiento es erróneo y lucha valientemente por sobreponerse a él? ¿“Comunidad” con qué estándares de unificación? ¿Respaldos comunes al comportamiento? ¿Una visión común de lo que está bien y mal? ¿Indiferencia común hacia lo correcto y lo incorrecto?
En todos los casos, las normas no están definidas. Todo lo que tenemos son palabras impulsadas por una visión utilitaria del lenguaje en la que la honestidad y la verdad no son primordiales. Machen nos muestra que esto no es nuevo, y que es destructivo para la iglesia y la causa de Cristo, especialmente cuando los pastores se involucran en tal duplicidad desde el púlpito.
Su promesa nunca falla
Sin embargo, la lección más importante que podemos aprender de la vida de Machen es que Dios reina sobre su iglesia y sobre el mundo. Su plan global es siempre más esperanzador de lo que pensamos en las horas más oscuras de la historia, y está siempre más entremezclado con el pecado y la debilidad humanos de lo que podemos ver en sus horas más brillantes. Esto significa que debemos renunciar a todo triunfalismo en las épocas brillantes y renunciar a toda desesperación en las épocas oscuras.
Nuestra esperanza para la iglesia y para la difusión del verdadero Evangelio no reside en última instancia en nuestras estrategias, sino en Dios. Incluso cuando la cultura degenera, y las instituciones que una vez fueron fieles van a la deriva, como ocurrió en la época de Machen, existe toda la esperanza de que Dios triunfará. Él escribió:
Aquella Iglesia sigue viva; un ininterrumpido descenso espiritual nos conecta con aquellos a quienes Jesús comisionó. Los tiempos han cambiado en muchos aspectos, hay que afrontar nuevos problemas y superar nuevas dificultades, pero el mismo mensaje debe seguir proclamándose a un mundo perdido. Hoy necesitamos toda nuestra fe; la incredulidad y el error nos han dejado perplejos; las luchas y el odio han incendiado el mundo. Sólo hay una esperanza, pero esa esperanza es segura. Dios nunca ha abandonado a su Iglesia; su promesa nunca falla. (J. Gresham Machen, 386).
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por John Piper en Desiring God bajo el título Él se levantó en armas contra el liberalismo: J. Gresham Machen (1881-1937).
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