Cristo me envió a predicar el Evangelio y Él velará por los resultados.
Fueron más de 40 años de trabajo de Mary, una maestra de escuela dominical escocesa poco ortodoxa que, inspirada por David Livingstone, se convirtió en misionera en Calabar, Nigeria, un área donde ningún europeo había puesto un pie antes. A pesar de varias enfermedades y peligros constantes, convivió con las tribus, aprendió su idioma y sus tradiciones, ganándose su respeto y poniendo fin a algunas prácticas crueles, como la matanza de gemelos. Adoptó a muchos niños nigerianos —particularmente gemelos— que habían sido abandonados para morir.
Cuando el sur de Nigeria se convirtió en un protectorado británico, se convirtió en la primera magistrada del Imperio británico y en una hábil emisaria diplomática. Murió en 1915, a los 67 años, y hubo gran luto entre las tribus a las que había dedicado toda su vida.
Hacia 1859, África era un continente desconocido, carente de todo contacto con el mundo exterior, así como de las ventajas y desventajas de la tecnología moderna. 100 años más tarde, el continente africano se incorporaba al mundo de las naciones, y surgían en él numerosos países independientes. Esto iba unido a un profundo sentimiento nacionalista que se rebelaba —con razón— contra los abusos y el paternalismo de los blancos occidentales, pero que a menudo tendía a olvidar el espíritu de sacrificio con que muchos blancos, especialmente misioneros, llevaron al África ser las ventajas de su civilización y de su fe.
A pesar de sus imperfecciones, fueron los misioneros del siglo XIX —un grupo pequeño si se los compara con otras fuerzas que hacían su impacto en el mundo de cultura diferente a la occidental— quienes, en un periodo de tiempo relativamente corto, convirtieron lo que algunos creían que era la religión en decadencia del hombre blanco en la fe religiosa más dinámica y extensa del mundo.
Ellos fueron personas comunes convertidas en héroes, cuya consagración y valor inspiró a las generaciones siguientes a seguir su ejemplo. En esa época los niños soñaban con llegar a ser como Carey, Livingstone, Judson, Paton, Slessor o Hudson Taylor; hombres y mujeres con defectos y virtudes, pero que pusieron toda su vida a disposición de las misiones.

La historia de Mary Slessor, como la de otros misioneros en la historia moderna, ha sido idealizada hasta verse cambiada casi por completo. La imagen de ella como una dama de la época victoriana que viaja por las selvas lluviosas de África con vestidos de cuello alto y largos hasta los tobillos, escoltada con lujo en una canoa por guerreros tribales con caras pintadas está muy lejos de la realidad.
Jeanette Hardage señaló que: “Mary Slessor fue una mujer extraordinaria. En su trabajo como misionera en la región de Calabar en Nigeria, demostró una rara habilidad para combinar una determinación férrea y una fuerza intransigente con una profunda compasión y un notable desinterés. Era a la vez poco convencional e inspiradora”.
Mary Mitchell Slessor fue una misionera presbiteriana escocesa en Nigeria. Allí aprendió efik, uno de los numerosos idiomas locales, y luego comenzó a enseñar. Gracias a su comprensión del idioma nativo y su personalidad audaz, se ganó la confianza y la aceptación de los lugareños y pudo difundir el cristianismo al tiempo que promovía los derechos de las mujeres y protegía a los niños nativos. Es más famosa por haber detenido la práctica común del infanticidio de gemelos en Okoyong, un área del estado de Cross River, Nigeria.
Muchas iglesias en Escocia tenían fuertes vínculos con sus misiones extranjeras en todo el mundo. Se consideró un papel importante para las congregaciones recaudar fondos y apoyar el trabajo misionero. Había una demanda constante de personas con diferentes habilidades, incluida la enseñanza y oficios (carpinteros, trabajadores de imprenta, constructores, etc.) para que se ofrecieran como voluntarios para trabajar en las misiones extranjeras.
El puerto de Duke Town habría estado ocupado con comerciantes y otro tráfico cuando ella llegó, pero era extremadamente diferente del puerto ballenero y textil de Dundee con el que estaba familiarizada. El sol resplandeciente, la vegetación tropical y los olores y sonidos muy diferentes habrían sido un contraste abrumador con lo que estaba acostumbrada. Allí, las chozas de barro de diferentes tamaños con techos tejidos eran la principal forma de vivienda.

La misión de Calabar se había establecido en 1846, por lo que cuando Mary Slessor llegó allí en 1876, era un lugar próspero con muchos misioneros. Algunos de los que habían llegado para saludarla a su llegada habían estado en Duke Town durante muchos años.
Trabajó incansablemente para mejorar la vida de los ciudadanos comunes de Calabar, Nigeria. Mary Slessor era, por definición, la misionera victoriana que buscaba conversos al cristianismo en medio de la jungla africana. Cuando llegó por primera vez a Nigeria, describió a la población local como paganos.
Con el paso del tiempo, su perspectiva cambió tanto que andaba descalza y mal vestida, y era una mujer de la clase obrera. Vivía al estilo africano, en una choza de barro. A veces tenía la cara cubierta de furúnculos y a veces no usaba su dentadura postiza. Pero el éxito que tuvo como misionera fue asombroso. Muy pocos han igualado la camaradería que tenía con los africanos. Fue la primera mujer en ser nombrada vicecónsul del Imperio británico. El mayor tributo lo recibió de los otros misioneros antes de su muerte, los cuales la conocían bien y, a pesar de sus faltas y excentricidades, la honraban como a una gran mujer de Dios.
A medida que se instaló en la vida entre la gente común de Calabar, su actitud cambió rápidamente. No solo salvó vidas en la ciudad y más allá, sino que transformó todo el significado de la obra misional y cómo servir a la iglesia en el extranjero.
Nacida en Aberdeen y criada en Dundee, hoy el rostro de Mary Slessor está inmortalizado en el billete de banco Clydesdale de £10. Pero, según la Fundación Mary Slessor, pocos en Escocia conocen el alcance de sus hazañas.
Formación y primeros años
Mary Slessor nació el 2 de diciembre de 1848 en Gilcomston, Aberdeen, Escocia, en el seno de una familia de clase trabajadora que no podía pagar una educación adecuada. Fue la segunda de los siete hijos que tuvieron Robert y Mary Slessor.
Su padre, originario de Buchan, era zapatero de oficio. En 1859, la familia se mudó a Dundee en busca de trabajo. Robert Slessor era alcohólico e incapaz de seguir el ritmo de la fabricación de zapatos, por lo que aceptó un trabajo como obrero en una fábrica. Se dice que cuando su padre llegaba borracho por la noche, echaba a Mary a la calle.
Su madre era una hábil tejedora y comenzó a trabajar en los molinos. A los 11 años, Mary empezó a laborar medio tiempo en Baxter Brothers and Co. Ltd., en Lower Dens Mill, lo que significaba que pasaba la mitad del día en una escuela proporcionada por los propietarios del molino y la otra mitad en la empresa.
La Ley de Educación de Escocia de 1872 alentó a los empleadores a brindar cierta educación a los niños que empleaban. Esto implicaba jornadas muy largas para los menores, que a menudo asistían a la escuela durante seis horas después de haber terminado su turno en el molino. Los Slessor vivían en los suburbios de Dundee. El padre de Mary y dos de sus hermanos murieron de neumonía, dejando atrás a la madre, a Mary y a dos hermanas.

Cuando tenía 14 años, Mary se había convertido en una hábil tejedora de lino en telares mecánicos y del yute. Laboraba de 6:00 a. m. a 6:00 p. m., con solo una hora para el desayuno y el almuerzo. Se convirtió en una ávida lectora: cuando podía, leía durante su jornada laboral, con un libro apoyado en su telar.
Su madre leía cada número del Registro Misionero, una revista mensual publicada por la Iglesia Presbiteriana Unida (más tarde la Iglesia Unida Libre de Escocia) para informar a los miembros sobre las actividades y necesidades misioneras. Así, Mary desarrolló interés en la religión, y cuando se instituyó una misión en Quarry Pend (cerca de la Iglesia Wishart), quiso enseñar. Se inspiró en la fuerte fe presbiteriana de su madre. Allí creció en ella un anhelo por difundir la Palabra de Dios en el extranjero.
Durante los trece años siguientes, Mary continuó trabajando en la fábrica, siendo la que mejor sueldo tenía en la familia. Aunque después se refería a sí misma como una señorita indisciplinada, Mary pasó mayormente los años de su juventud trabajando en la fábrica y en su casa. En el contaminado y superpoblado distrito obrero donde vivía su familia, había poco tiempo y oportunidad para la diversión.
En las frecuentes reuniones misioneras de su iglesia, los misioneros trataban de reclutar voluntarios. Allí se seguía con mucho interés el progreso de la misión en Calabar, establecida dos años antes del nacimiento de Mary. Las actividades de la iglesia aportaban mucha satisfacción a su miserable vida doméstica. Su fe se hizo más fuerte en su juventud gracias al interés que puso en ella una viuda anciana de su vecindario. Así, tomó parte activa en su iglesia presbiteriana local: enseñaba en la escuela dominical y, después de la muerte de su padre, se ofreció para ser misionera en su país.
Al cumplir los 20 años, comenzó a trabajar en la Misión de Queen Street. Así obtuvo experiencia práctica para su futura labor misionera. Muchas veces tuvo que hacer frente a muchachos groseros y a pandillas callejeras que trataban de perturbar sus reuniones al aire libre. De esa forma se fue desarrollando en el sombrío vecindario de Dundee la valentía que necesitaría tiempo después.

Hay un episodio revelador de su carácter y determinación. Una vez se enfrentó a un joven que golpeaba un látigo afuera del sitio donde ella daba sus charlas religiosas, obligando así a los atemorizados transeúntes a entrar al salón. Cuando Mary se dio cuenta de la situación, se acercó al hombre y le preguntó qué ocurriría si cambiaban lugares. El interpelado respondió que, en ese caso, el látigo pegaría en su espalda. En ese momento, la decidida jovencita le ofreció su propia espalda, invitándolo a que le diera un latigazo a cambio de que él entrase en la conferencia. Asombradísimo, el muchacho le preguntó si ella realmente estaba dispuesta a sufrir tal castigo con la finalidad de que él se beneficiara, y ella firmemente respondió que aguantaría eso y más. Ante tan arrolladora generosidad y fuerza de carácter, el agresor ingresó mansamente en el recinto.
En 1873, cuando Mary tenía 25 años, falleció una de sus figuras más inspiradoras: David Livingstone. Este suceso impulsó aún más su decisión de servir en el extranjero. Así, comenzó a considerar unirse a una misión en África Occidental, anhelando continuar la expansión del Evangelio en el continente donde el misionero que la inspiró había servido. Entonces, dos años después, en 1875, Mary dejó a su familia y solicitó ingreso en la Junta de Misiones Extranjeras. Fue aceptada en la Misión de Calabar y, tras entrenarse en Edimburgo, zarpó en el S. S. Etiopía el 5 de agosto de 1876 hacia África Occidental, para responder a su nuevo llamado. Probablemente resonaban en su corazón una y otra vez las palabras del misionero:
Ruego dirigir su atención a África; sé que dentro de unos años seré cortado en ese país, que ahora está abierto: ¡que no se vuelva a cerrar! Vuelvo a África para tratar de hacer un camino abierto para el comercio y el cristianismo; es para que usted lleve a cabo la obra que he comenzado. ¡Se lo dejo!
La industrialización de los pueblos y ciudades de Escocia a principios del siglo XIX dio como resultado un enorme aumento de la población, a medida que la gente se mudaba de las zonas rurales a las ciudades para trabajar. La población de Dundee aumentó de 26.000 en 1801 a la asombrosa cifra de 166.000 en 1840, con el desarrollo de las industrias textil, de construcción naval y de caza de ballenas. La vivienda y el saneamiento no pudieron seguir el ritmo de tal expansión, y muchas familias de clase trabajadora, incluidos los Slessor, terminaron viviendo en barrios marginales superpoblados, con poco o ningún saneamiento.
Sin un estado de bienestar en ese momento, las familias sin un ingreso regular podían caer rápidamente en circunstancias desesperadas, sufriendo hambre y enfermedades, con una mortalidad infantil extremadamente alta. Sin embargo, muchas personas intentaban mantener una imagen de respetabilidad a pesar de sus desesperadas condiciones de vida, especialmente frente a las personas con autoridad, como los ancianos de la iglesia, incluso si esto significaba ir a la casa de empeño un sábado por la noche para recuperar la mejor ropa del domingo y asistir a la congregación a la mañana siguiente.

En medio de esas condiciones, todo lo que restaba a Mary era dejar a la familia que tanto amaba. Así, salió de la ciudad de Dundee, donde el hambre, la pobreza, la miseria, la escasa esperanza de vida y la falta de educación para la mayoría de su gente eran una situación demasiado común, para comenzar una nueva vida en África. Aunque la vida en Calabar resultó ser una experiencia dura y, a veces, agotadora, crecer en el Dundee de 1876 se había asegurado de que Mary estuviera preparada mental y físicamente para la misión.
El ministerio en África
Calabar estaba situado en la moderna Nigeria, una tierra conocida por el tráfico de esclavos y su ambiente malsano. Mary pasó sus primeros años en África en el poblado de Duke, donde comenzó a enseñar en una escuela de la misión.
También empezó a visitar a los lugareños para aprender el idioma, lo cual logró rápidamente, aunque le disgustaba su tarea. Como muchacha acostumbrada al trabajo duro, nunca se sintió cómoda con la vida social de las varias familias de misioneros que vivían confortablemente en Duke, la estación misionera situada en lo alto de una colina, donde se habían construido una escuela y una iglesia rodeadas de hermosos jardines y delicados huertos.
Le molestaba la vida rutinaria y quería obtener más de su carrera misionera que lo que Duke le ofrecía. Solo un mes después de su llegada escribió: “Se necesita una gracia especial para estar uno quieto. Es tan difícil esperar.
Su corazón estaba dispuesto para la obra misionera en el interior, pero tendría que esperar. La vida en Calabar era muy diferente a la sociedad británica. Las diferencias incluían el clima y el terreno, los animales salvajes en las áreas selváticas, las costumbres locales, la superstición y la brujería, las enfermedades tropicales y la agresión de algunas tribus locales que no daban la bienvenida a los forasteros.

Llegó a trabajar en tres estaciones: Uso, Ikpe y Odoro Ikpe, desplazándose constantemente entre ellas. Llevaba un diario y, todas las noches, a menudo en medio de la noche, escribía en él la historia del día. En sus páginas se puede leer un poco de su ajetreada vida diaria:
Salimos de la playa hacia Ikpe al anochecer, navegamos a la luz de la luna; llegó a Ikpe a las 4 p. m. Día siguiente; corrió hacia un árbol; muchachos arrojados al agua.
Egbo fuera toda la noche, gritando y tamborileando como locos hasta el amanecer. Todos borrachos.
Primera noche en casa nueva. Lamento dejar la pequeña cabaña en la que he disfrutado de tanta comodidad y bendición.
Pacientes desde temprano en la mañana; hombre mordido por rata; otro por serpiente. Comenzó la escuela, casi un centenar de escolares (...).
Tremenda tormenta. Colegiales empapados. Encendí un gran fuego en el pasillo y todos se sentaron alrededor del fuego y les di una lección de lectura.
Una gran acogida en Use, gracias a Dios por las niñas y el hogar. ¡Gracias a Dios por dormir!
En el techo todo el día, dolor de cabeza y cuello, manos rotas y sangrando.
Acarreo de arena, limpieza de maizales, lodo y roce de paredes.
Corté mis dos primeras rosas del rosal: hermoso, un tierno regalo de Dios.
Después de una noche de insomnio encontré hormigas blancas por millones en los cajones.
Lavado. Un gran lavado.
Terrible tormenta de lluvia, no hay escuela.
Muy débil, apenas capaz de mantenerse erguida en la iglesia.
Cada niño en la escuela se vistió hoy por primera vez.
Montones de bebés enfermos.
Lleno de trabajo hasta altas horas de la noche. Muerta de cansancio.
Dos mujeres asesinadas en el camino del mercado y sus cabezas decapitadas.
Fiebre; tratando de hacer una carne segura.
Noche de insomnio, bebé gritando cada pocos minutos.
Espléndido sueño febril lleno de sueños. Gracias a Dios por la fuerza diaria para continuar, aunque sea débil. Gracias a Dios por las chicas que se levantaron y me trajeron el té sin ninguna molestia.
He llegado a la casa de descanso al oscurecer. Una noche espantosa de miseria con mosquitos, y tierra dura y sucia sobre la que yacíamos. Se levantó con la primera raya del alba y nunca se alegró tanto de dejar un lugar. Bebé gritó toda la noche.
Nada hecho, fiebre baja, pero un día muy feliz.
Fiebre, estupor, sueño. Perdió la cuenta de los días.
Inútil después de una noche de insomnio total. Hizo tales sermones y los entregó toda la noche.
El alcoholismo estaba muy extendido entre la población local, debido en parte a que países extranjeros, incluida Gran Bretaña, traían grandes cantidades de ginebra a la región para el comercio. Muchos misioneros no duraban mucho, ya sea muriendo de enfermedades o siendo enviados a casa enfermos. De hecho, algunos habían sido asesinados por miembros de tribus locales.
Mary continuó enseñando a los niños y trabajando en el dispensario, mientras avanzaba en su conocimiento del idioma local, efik, para poder comunicarse con las personas. Con cabello rojo, ojos azules y un fuerte acento dundoniano, se destacaba entre los demás trabajadores misioneros.

El reverendo John Chalmers, moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia, visitó Calabar en 2015 para ver de primera mano la diferencia que trajo Mary Slessor:
Ella fue una mujer notable en su tiempo (…). Había un régimen muy estricto, un estricto código de vestimenta y una manera en la que se tenía que llevar a cabo el trabajo de los misioneros. Lo diferente de Mary Slessor fue que se dio cuenta de que, para ser eficaz, tenía que romper algunos de esos moldes. Ella vio que había grandes injusticias, problemas que sintió que eran perjudiciales para la forma en que las mujeres y los niños eran tratados en la sociedad. Ella vio que no era una fuerza dominante la que cambiaría las cosas, sino ponerse al lado de la gente y aprender su idioma, no estar en una casa misional lejana sino vivir con ellos.
Pronto, Mary comenzó a adaptarse al nuevo entorno. Abandonó algunos de los estilos de vestimenta victoriana que todavía usaban los misioneros británicos, pero que no eran prácticos para el trabajo activo en un clima cálido. También se cortó el cabello y empezó a comer la comida local, lo cual la diferenciaba de misioneros que preferían alimentos traídos desde Gran Bretaña, pero que eran costosos. Una de las razones de este cambio fue ahorrar: Mary enviaba parte de su salario de misionera a Dundee para mantener a su madre y a sus dos hermanas.
La escasez de recursos no era algo nuevo en su vida, y la preparó para los momentos difíciles que vivió como misionera, como lo relata en una carta:
¡Llevo casi un mes sin dinero! ¿Qué piensa usted de eso? A veces, pero no muy a menudo, hemos pasado hambre porque no teníamos suficiente dinero para enviar al mercado a comprar alimentos. Los obreros me hacen un agujero en el bolsillo. Es muy difícil conseguir dinero traído de Calabar, y entonces la gente no acepta dinero inglés cuando llega. Utilizan cables de cobre, que compramos en la estación de al lado. ¿No vivimos una vida muy divertida?
Las tribus locales a menudo desconfiaban unas de otras y peleaban, lo que resultaba en la pérdida de vidas en ambos bandos. Se guardaban rencores por incidentes y desaires olvidados hace mucho tiempo.
Mary se convirtió en la primera misionera en la verdadera tierra caníbal. Se adentró cada vez más en el misterioso y extraño bosque, y conoció a más y más tribus entregadas a la práctica del canibalismo. Al respecto, escribió en una carta:
Voy a una nueva tribu en el interior del país, un pueblo feroz y cruel, y todos me dicen que me matarán. Pero no temo ningún daño, sólo que combatir sus costumbres salvajes requerirá coraje y firmeza de mi parte.
La esclavitud había sido abolida en Gran Bretaña en 1833, pero todavía estaba extendida en África en 1876. Los reyes, jefes y otros hombres poderosos tenían muchos esclavos. Cuando su dueño moría, los esclavos eran asesinados para acompañarlo en el otro mundo. Por ello, el comercio de esclavos en todo el mundo había dañado profundamente la región de Calabar y su cultura: muchos de sus jóvenes se habían perdido.
A Mary le resultó difícil tratar con la jerarquía que se daba entre la comunidad misionera, y se sintió aliviada de tener la oportunidad de visitar las estaciones misioneras más arriba del río Creek, donde las cosas eran más sencillas. Comenzó a sentir que su tiempo se emplearía mejor en áreas donde había menos misioneros que en la estación con mucho personal en Duke Town.
Consultó respecto a la posibilidad de trasladarse tierra adentro para trabajar, pero le dijeron que eso no era seguro para una mujer sola. Uno de los desafíos clave para los misioneros que querían trabajar en el interior era la falta de caminos. El viaje se realizaba en canoa por los ríos Calabar, Cross y Creek, o a pie durante muchos kilómetros a través de densos bosques tropicales y tierras pantanosas.

Los desafíos de la misión
La evangelización en Calabar era un proceso lento y tedioso. Había mucha hechicería y espiritismo. Era casi imposible vencer las crueles costumbres de las tribus, ya que estaban profundamente arraigadas en las tradiciones. Así, los misioneros de Calabar se enfrentaron a una fuerte cultura de supersticiones y creencias que se mantenían y aplicaban en las comunidades locales. De esta manera, la vida estaba gobernada por el miedo a las maldiciones y a los castigos.
Una de las costumbres más angustiosas que encontró Mary en esta zona particular de África fue la relacionada con el nacimiento de mellizos. Se consideraba que, cuando nacían, uno de ellos era hijo del diablo, y como no se sabía cuál era, había que matar a los dos. Luego, las madres eran desterradas de su comunidad sin medios de subsistencia. El rescate, la protección y la crianza de los gemelos sobrevivientes y abandonados, así como de sus madres, se convirtió en uno de los roles clave de Mary en su labor en África. Además, trabajó para cambiar la cultura y las creencias relacionadas con los nacimientos múltiples.
Llevando a cabo esa labor, Mary adoptó a algunos de los gemelos abandonados como propios. La primera de ellos fue Janie, cuyo gemelo había sido asesinado. Anteriormente, parte del rol de un misionero consistía en cuidar a los niños locales y enseñarles a leer y escribir para que pudieran aprender historias bíblicas. Sin embargo, las sociedades misioneras no animaban a sus obreros a adoptar a los niños en sus propias familias. Mary, sin embargo, ignoró esta regla y se sabe que adoptó a nueve niños rescatados, quienes se convirtieron en su familia y la ayudaron mientras trabajaba como la única misionera en las partes más remotas de Calabar.
Pero no solo salvaba a los mellizos y ministraba a sus madres; también luchaba sin descanso contra los perpetradores de ese ritual, algunas veces con riesgo de perder su propia vida. Con mucho valor, intervenía en los asuntos de la tribu, y terminó ganándose el respeto que por lo general no se les daba a las mujeres. Sin embargo, al cabo de tres años, Mary estaba otra vez demasiado enferma como para permanecer en el campo misionero.
Los médicos-brujos tenían una influencia muy fuerte sobre la población local y se les temía profundamente. Eran llamados por los jefes tribales para decidir quiénes eran culpables cuando ocurrían accidentes o para resolver disputas. Así, administraban una justicia brutal que a menudo resultaba en la muerte de personas inocentes.
El frijol èsèèrè o haba del Calabar, autóctono de la zona y venenoso para los humanos, se utilizaba en los juicios tribales. En las ceremonias, se obligaba a los acusados a consumir una poción hecha con ese ingrediente. Se consideraban inocentes si lograban vomitar el veneno, pero si morían, se les consideraba culpables de lo que se les acusaba. Otros castigos incluían verter aceite hirviendo sobre el acusado. Tomar el juramento de Mbiam implicaba beber un líquido repugnante, descrito por la exploradora Mary Kingsley como hecho de inmundicia y sangre, mientras se recitaba un juramento.

Mary intervino cuando el hijo del jefe Edem de Ekenge, Etim, murió como resultado de un accidente en la construcción de una casa. Se llamó al brujo para que identificara al responsable, y se acusó a otro pueblo. Mary mandó hacer un elaborado ataúd para el hijo muerto y lo vistió con un traje europeo con plumas y otras decoraciones, con el objetivo de que se viera lo más impresionante posible ante los espectadores, para así detener el asesinato de los prisioneros tomados de la aldea acusada.
El jefe Edem desconfiaba de cumplir su amenaza de muerte en presencia de Mary, por lo que ella y Charles Ovens, un carpintero misionero, mantuvieron una vigilia durante dos semanas para salvar a los prisioneros. Mary se ganó gradualmente la confianza de la gente local mientras aprendía sobre sus vidas y los ayudaba. Poco a poco se le pidió que mediara en disputas y resolviera problemas. Trabajando incansablemente, trató de mejorar la vida de las mujeres y los niños en particular, a veces poniendo en riesgo su propia vida al enfrentar confrontaciones muy tensas con jefes, otros líderes locales y curanderos.
Trabajando y evangelizando en medio de la enfermedad, la soledad y el peligro
En 1876, cuando Mary llegó por primera vez a Calabar, no se sabía que las picaduras de mosquitos transmitían los parásitos que causan la malaria. Por ello, muchos misioneros y otros europeos murieron a causa de la enfermedad. Sus síntomas incluyen temperatura alta, sudoración y escalofríos, dolores de cabeza, vómitos y dolores musculares. Los mosquitos se reproducen en agua dulce o salobre (agua salada en estuarios y ríos) y, por lo tanto, quienes vivían en casas de misión cerca de los ríos Calabar estaban especialmente expuestos.
Ronald Ross ganó el primer Premio Nobel de Medicina de Gran Bretaña en 1902 por su investigación sobre la malaria. A través de sus experimentos prácticos con mosquitos y pacientes, descubrió que la enfermedad se transmite por la picadura de un mosquito infectado. Compuso el siguiente poema para celebrar su descubrimiento (originalmente inacabado, enviado a su esposa el 22 de agosto, y completado unos días después):
Este día, Dios, ha puesto en mi mano una cosa maravillosa, y Dios sea alabado.
Por orden Suya, buscando Sus obras secretas,
con lágrimas y aliento trabajoso,
encuentro tus astutas semillas,
oh muerte asesina de millones.
La quinina, ingrediente vegetal activo del árbol cinchona sudamericano, tuvo el mayor impacto a principios del siglo XX en la reducción del número de muertes por malaria. Sin embargo, en la década de 1930, los parásitos comenzaron a volverse resistentes, y entonces se tuvieron que desarrollar otros medicamentos.
Estos avances también ayudaron en la misión de Slessor. Cuando el jefe Krupka enfermó de gravedad, solicitó al instante la presencia de la “curandera blanca”, famosa entre los nativos por remediar cualquier mal.
Aunque no estaba muy convencido de dejar ir a su invitada en medio de la noche a curar al líder de una tribu vecina, el rey Edem asignó a Mary una escolta para que realizara de forma un poco más segura la azarosa travesía de ocho horas. Nerviosa, pero sin miedo, acudió al llamado del moribundo, enfrentando un camino fangoso y lleno de matorrales espinosos. Ante la dificultad que representaba su vestimenta, se despojó de las estorbosas ropas y de las pesadas botas, quedándose descalza y con una cómoda camisa larga como única prenda, moda que adoptó de forma permanente.

Finalmente, tras esfuerzos extraordinarios, alcanzó su destino y encontró una aldea llena de desconsuelo y ansiedad. Sin tardanza, Slessor administró al jefe Krupka sales, quinina y láudano, pero estos remedios fueron insuficientes para la terrible infección que lo abatía. Tuvo que solicitar otras medicinas a la misión vecina de Ikorofiong. Horas angustiantes pasaron, pero el paciente se recuperó. Tras este “milagro”, la fama de la curandera blanca creció.
Aunque Mary dejaba de tomar las más elementales precauciones de salud, sobrevivió a la mayoría de sus compañeros misioneros, quienes eran muy cuidadosos con la higiene. Sufrió varios ataques de malaria, y también furúnculos en la cara y la cabeza, que en ocasiones le producían calvicie parcial.
No obstante, a veces estaba sorprendentemente saludable y fuerte para una mujer de edad madura. Sus hijos adoptivos la mantenían joven y feliz, y podía decir con sinceridad que era “un ejemplo del gozo y la satisfacción de la vida de soltera”.
En su vida diaria, no le preocupaba mucho la higiene: su choza de barro estaba infestada de cucarachas, ratas y hormigas. El horario de las comidas, de la escuela y de los cultos de la iglesia era irregular, lo cual se adaptaba mejor al estilo africano que al europeo, más rígido con los tiempos. Tampoco se preocupaba mucho por la ropa: muy pronto comprendió que el vestido victoriano, modesto y ajustado al cuerpo, no era adecuado para la vida en las lluviosas selvas del África.
En su segunda licencia, Mary llevó consigo a Janie, una gemela de seis meses a quien había salvado la vida. Aunque tenía mucha necesidad de descanso, fue invitada a hablar en muchos lugares. Mary y Janie causaban gran sensación, y la demanda por escuchar sus presentaciones era tal que el comité de la misión extendió su licencia. Durante ese período, también tuvo que atender a su madre y a su hermana, que estaban enfermas.

Al fin, en 1885, después de una ausencia de casi tres años, volvió a África con la decisión de trabajar aún más en el interior. Sin embargo, poco después de su regreso recibió la noticia de la muerte de su madre. Tres meses más tarde falleció también una de sus hermanas, sumándose al deceso de otra hermana durante su licencia anterior. Ahora se encontraba sola y sin vínculos que la ataran a su patria.
Aquella situación fue difícil de sobrellevar; se encontraba angustiada y casi dominada por la soledad: “Ya no tengo a quien escribirle y contarle mis historias, problemas y tonterías”. Pero con la soledad y la tristeza también vino una cierta sensación de libertad: “El cielo está ahora más cerca de mí que la Gran Bretaña. Nadie se va a angustiar por mí si yo avanzo más hacia el interior”. El “interior” al que se refería era Ocoyong, donde otros misioneros habían perdido la vida al intentar cruzar sus límites. Considerando esto, el envío de una mujer soltera a esa zona parecía una locura para muchos.
Sin embargo, Mary estaba decidida a ir y nadie pudo disuadirla. Después de visitar la zona varias veces en compañía de otros misioneros, estaba convencida de que la obra debía iniciarse con mujeres. Creía que las mujeres representaban una amenaza menor para las tribus aún no alcanzadas. Así, en agosto de 1888, con la ayuda de su amigo, el rey Eyo de Old Town, emprendió su viaje al norte.

Durante más de un cuarto de siglo, continuó estableciendo bases misioneras en zonas donde el hombre blanco no había logrado sobrevivir. Durante quince años, con solo dos licencias médicas, permaneció con los de Ocoyong: les enseñaba, los cuidaba y arbitraba en sus disputas.
Calabar, o el sur de Nigeria como se conoce ahora, se convirtió en un protectorado británico en 1900. Los países europeos, como Gran Bretaña y Francia, estaban creando gradualmente sistemas más formalizados en África Occidental, siguiendo una larga historia de comercio y colonización. Esto trajo algunos beneficios, como nuevos caminos, pero también muchos problemas.
El cónsul Claud Macdonald, que llegó a Calabar en 1891, planeó establecer un nuevo sistema de tribunales en la región como parte del protectorado. Había oído hablar del trabajo de Mary Slessor y le preguntó sobre el sistema judicial previsto. Con su habitual franqueza, ella respondió que las personas externas que intentaran resolver las disputas locales serían un desastre. Fue entonces nombrada como su vicecónsul en Ocoyong, designada por el Secretario de Estado, convirtiéndose en la primera magistrada del Imperio británico.
Su reputación como primera vicecónsul de Ocoyong y como pacificadora se extendió a otros distritos. Mantuvo este cargo oficial por muchos años. En esta calidad, actuaba como juez y presidía los juicios sobre disputas de tierras, deudas, asuntos domésticos y similares. Sus métodos no se ajustaban completamente a las normas británicas —a menudo rehusaba actuar únicamente con base en la evidencia presentada si sabía que existían otros factores—, pero se adaptaban bien a la sociedad africana.
Aunque era muy respetada como jueza y había influido en la reducción gradual de la hechicería y la superstición, vio poco progreso en la cristianización de los de Ocoyong. Se consideraba a sí misma una pionera. No le preocupaba demasiado no poder enviar a su patria deslumbrantes informes de conversiones masivas o de iglesias florecientes, mientras siguiera con sus actividades: organizar escuelas, enseñar artes prácticas y establecer rutas comerciales. Todo esto lo hacía en preparación para los misioneros que vendrían después.
El fruto de su labor evangelística se reflejó principalmente en su propia familia, compuesta por niños adoptados. En 1903, casi al final de su misión en Ocoyong, celebró su primer culto bautismal, en el que once niños fueron bautizados, siete de ellos sus propios hijos. Además, organizó una iglesia con siete miembros. A lo largo de su ministerio, enfrentó desafíos significativos al actuar como representante de la población local y negociar con funcionarios del gobierno británico, todo mientras continuaba su labor misionera y criaba a sus hijos.

Aunque la vida de Mary como misionera fue solitaria, no careció por completo de relaciones sociales. Sus viajes a Inglaterra y a Duke Town le permitieron mantenerse en contacto con el mundo exterior. Durante una de sus licencias por enfermedad, en la costa, conoció a Charles Morrison, un joven misionero y maestro. Él era dieciocho años menor que ella y trabajaba en Duke. Con el tiempo, se enamoraron. Mary aceptó su propuesta de matrimonio con la condición de que él trabajara con ella en Okoyong.
Pero la boda nunca llegó a celebrarse. La mala salud de Charles le impidió quedarse siquiera en la base misionera de Duke. Para Mary, la labor misionera era más importante que sus relaciones personales. Además, su modo de vida y su rutina eran tan particulares que se adaptaba mejor a la soledad; de hecho, algunas señoritas que intentaron vivir con ella no tuvieron éxito.
Según algunas fuentes, Charles era una pieza clave en el sistema educativo misionero, por lo que su iglesia no deseaba que se trasladara a la lejana Okoyong. Le ofrecieron acercarse al lugar trasladándolo de Calabar a Duke Town. Otras versiones indican que su delicado estado de salud lo obligó a regresar a Inglaterra, lo que finalmente sucedió. Mary, sin estar dispuesta a dejar la aldea del rey Edem, puso fin al compromiso. Morrison tuvo un final triste. No continuó en la iglesia y se retiró a Carolina del Norte, donde falleció tras una gran pérdida que tuvo: su casa se incendió y con ella sus trabajos literarios.
En 1904, a los 55 años, Mary salió de Okoyong con sus siete hijos para comenzar la obra en Itu y otras zonas remotas. Tuvo mucho éxito entre los de Ibo. Janie, su hija mayor, era ahora una ayuda valiosa en la misión, mientras que otra misionera se encargó de continuar la obra en Okoyong. Durante los últimos diez años de su vida, Mary siguió estableciendo misiones para facilitar el ministerio de quienes vinieran después de ella. Así fue como, en 1915, casi 40 años después de llegar a África, todavía se mantenía activa en su labor.

Durante esas cuatro décadas, Slessor sufrió fiebres intermitentes a causa de la malaria que contrajo durante su primera estación en Calabar. Sin embargo, minimizó los costos personales y nunca abandonó su trabajo misionero para regresar permanentemente a Escocia. Las fiebres finalmente debilitaron a Mary hasta el punto de que ya no pudo caminar largas distancias por la selva tropical, sino que tuvo que ser empujada en un carro de mano. A principios de enero de 1915, mientras estaba en su estación remota cerca de Use Ikot Oku, sufrió una fiebre particularmente severa.
El legado de Mary Slessor: más allá de Nigeria y Gran Bretaña
Para 1914, Mary Slessor tenía 66 años y sufría problemas de salud y discapacidad cada vez mayores, después de décadas de penurias y trabajo continuo y exigente en un clima tropical. Había padecido muchos ataques de malaria y otras enfermedades, y a menudo se había quedado sin comida en tiempos difíciles, tanto durante su infancia en Dundee como en su labor misionera. Todo esto la había afectado físicamente. Murió el 13 de enero de 1915 en el pueblo de Use, con muchos de sus hijos a su lado.
Su cuerpo fue transportado por el río Cross hasta Duke Town para recibir el equivalente colonial de un funeral de Estado. Una bandera británica cubría su ataúd. Entre los asistentes se encontraba el comisionado provincial, junto con otros altos funcionarios británicos en uniforme. Las banderas de los edificios gubernamentales se izaron a media asta. El gobernador general de Nigeria, Sir Frederick Lugard, telegrafió su “más profundo pesar” y publicó un cálido elogio en el boletín del gobierno.
Un informe sobre su muerte, publicado por The Southern Reporter el 21 de enero de 1915, menciona un tiempo que pasó de licencia en Bowden, Roxburghshire, en los Scottish Borders. Afirmaba que: “Ella y sus cuatro hijos africanos adoptados fueron un centro de gran atracción y ayudaron a profundizar el interés de toda la comunidad en el trabajo de Misión Extranjera de la Iglesia”.
Mary Slessor fue muy conocida en toda la región de Calabar en el momento de su muerte, debido a la cantidad de personas con las que había trabajado y ayudado. Su habilidad para enseñar, cuidar enfermos y resolver disputas de manera justa la convirtió en mucho más que una misionera. Su papel como vicecónsul y magistrada llamó la atención de los funcionarios británicos tanto en la región como en su país.
Sirvió durante casi 40 años en África y, hasta el final, mantuvo el humor, la compasión y el entusiasmo de su juventud. Una de sus compañeras escribió: “Parecía que mientras más frágil y más anciana, más maravillosa se volvía”.

Estableció muchas iglesias y participó activamente en la construcción de sus lugares de reunión. Durante esos proyectos, mezclaba cemento y pintaba. Enseñaba y predicaba, algunas veces hasta en diez servicios un domingo. Siempre tenía con ella a algún huérfano o a bebés recién rescatados.
La suya fue una vida de absoluto desprendimiento, de dedicada e infatigable devoción a Cristo. En una carta a una amiga, escribió: “¡No te conviertas en una solterona nerviosa! Cíñete para la batalla en algún lugar allí afuera, y mantén tu corazón joven. Rinde todo tu ser para crear música por doquier, en los lugares iluminados y en los oscuros, y tu vida formará una melodía”.
Tras su muerte, hubo un duelo generalizado. Fue honrada con un funeral de Estado en Calabar, al que asistieron personas que viajaron muchas millas desde sus aldeas. Fue enterrada en el cementerio de Duke Town, donde una gran cruz de granito escocés marca su tumba. Reverenciada hasta el día de hoy por los pueblos Efik de Calabar, el legado de Mary Slessor incluye una profunda marca de misericordia. Al respecto, el reverendo John Chalmers añadió:
Ella no solo se llevó consigo estos valores occidentales: vestía la misma ropa que usaban los lugareños, vivía al lado de la gente, aprendió su idioma y les habló en su lengua. Eso es lo que la hizo diferente: en muchos aspectos, quizás fue la primera de un nuevo tipo de misionera, no solo importando cosas de su país, sino siendo sensible a la cultura y las necesidades de la gente. Su legado es que no puedes simplemente llevar tus creencias, estándares y valores al exterior y volcarlos sobre la gente. Si estás realmente interesado en la vida de las personas y en mejorarla, debes comprender de dónde vienen. Debes comprenderlas como personas y amarlas como personas, y eso es lo que hizo Mary Slessor.
Su dedicación al pueblo de Calabar, su respeto y apoyo genuino por ellos como individuos, y su preocupación por su bienestar fueron una experiencia completamente nueva para quienes la rodeaban. Su trabajo para detener los asesinatos de gemelos, rescatar niños abandonados, mejorar la vida de las mujeres y fomentar el comercio entre tribus tuvo un impacto significativo en el desarrollo futuro del país.

En Nigeria hay muchos recuerdos de Mary Slessor: estatuas de ella sosteniendo gemelos, carreteras, calles y hospitales que llevan su nombre. De igual manera, en Gran Bretaña hay calles con su nombre en varias ciudades, como Coventry, Dundee y Glasgow. Una crónica de sus últimos días señaló:
La guerra mundial, asesina de hombres con su torrente de horror, llegó hasta la lejana reclusión de *Odore Ikpe* y causó un agudo sufrimiento a la pequeña dama canosa allí, más sufrimiento del que su cuerpo desgastado era capaz de soportar, y allí exhaló su último aliento rodeada de los niños cuyas vidas había salvado.
En 1923, se instaló una vidriera conmemorativa que representa escenas de su vida en el edificio que hoy es The McManus, Dundee's Art Gallery & Museum. Se han escrito numerosos libros sobre su vida y se celebran conmemoraciones en fechas importantes. El 13 de enero de 2015, se inauguró un monumento en Dundee, frente a The Steeple Church, en el centenario de su muerte.
Carly Cooper, curadora de The McManus, que se encarga de una colección de objetos personales y documentos de Mary Slessor, señaló:
Cuando la gente piensa en los misioneros, no suele pensar positivamente en ellos, pero ella era diferente. Al principio, era muy victoriana en su pensamiento; hablaba de “los paganos”. Pero con el tiempo, aprendió su idioma, sus tradiciones culturales, y su enfoque cambió. No se trataba solo de conversiones: tuvo pocas. Se trataba de mejorar la vida de las personas.
En 1950, el antropólogo Charles Partridge, amigo de Slessor en Nigeria, donó cartas suyas y una grabación de su voz. Estos materiales conforman The Slessor Collection en la Biblioteca Central de Dundee. Reflexionando sobre su amistad, Partridge dijo: “Era una mujer muy notable. Miro hacia atrás en su amistad con reverencia, uno de los mayores honores que me han sobrevenido”.
El trabajo de Slessor en Okoyong le valió el apodo Obongawan Okoyong (Reina de Okoyong), que aún se usa comúnmente en Calabar. Tras su muerte, recibió múltiples homenajes: un albergue para mujeres en la Universidad de Nigeria (Nsukka) lleva su nombre; una casa para niñas llamada Slessor House en la Achimota School, en Ghana; un busto en el Salón de los Héroes del Monumento Nacional Wallace, en Stirling; un monumento en Union Terrace Gardens, en Aberdeen; y un parque llamado Slessor Gardens en el centro de Dundee.
En 1997, fue homenajeada con un billete del Clydesdale Bank, parte de la Serie del Patrimonio Mundial. Su rostro apareció en el reverso del billete de £10, destacando su obra en Calabar. La nota incluye también un mapa, una viñeta litográfica de su trabajo con niños y un velero como emblema. Incluso el espacio exterior conserva su memoria: el asteroide 4793 Slessor (1988 RR4), del cinturón principal, fue nombrado así en las celebraciones por su centenario el 13 de enero de 2015.

Nigeria hoy
Actualmente, el 99.69% de la población de Nigeria se declara creyente. El 50.8% profesa el islam, la religión más seguida. El cristianismo ocupa el segundo lugar, con el 42% de la población. Aunque el número de creyentes ha disminuido ligeramente, el islam ha aumentado su presencia. La iglesia nigeriana cuenta con uno de los movimientos evangélicos más dinámicos del mundo, con aproximadamente 7200 misioneros y presencia en 196 países.
Nigeria ha salido de la lista de países con grupos no alcanzados sin contacto (UUPG). Sin embargo, el crecimiento del radicalismo islámico violento amenaza seriamente al cristianismo. A pesar de su vitalidad, el futuro de la iglesia está en riesgo. En zonas rurales, los cristianos son asesinados, sus tierras tomadas, sus hogares quemados y muchos son desplazados o viven en cautiverio.
Para 2018, Boko Haram había matado a más de 20.000 personas y desplazado a casi 2.6 millones. El noreste ha sido el más afectado por ataques a cristianos, musulmanes moderados y autoridades. El grupo ISWAP, surgido en 2015 como una escisión de Boko Haram, juró lealtad al Estado Islámico y mantiene en cautiverio a personas como Leah Sharibu, considerando a los cristianos como su objetivo principal.
A pesar de ello, Nigeria es hoy epicentro del despertar cristiano en África y el mundo. El neopentecostalismo, conocido como cristianismo born again, ha dado lugar a megaiglesias, ciudades sagradas y poderosos movimientos religiosos. Estas organizaciones manejan hospitales, medios de comunicación y centros de formación teológica. Incluso las aspiraciones presidenciales deben contar con el favor de estas iglesias, aun si el candidato es musulmán.
Resulta complejo balancear estas dos realidades: por un lado, la vitalidad cristiana; por otro, la persecución y distorsión del mensaje. El autor nigeriano Timothy Njoku C.M. reflexionó:
El nigeriano medio vive pacíficamente con personas de otras religiones. Desgraciadamente, líderes religiosos y dictadores han usado la religión para incitar a la violencia. La verdad aparece con más claridad: la coexistencia y la tolerancia son el mejor camino para Nigeria.
Detrás de esta realidad hay raíces profundas en los sacrificios de misioneros como Mary Slessor, cuya vida sembró el Evangelio con escasos, pero significativos frutos. Su legado no puede entenderse solo desde la fuerza humana. Como ella misma escribió:
La oración es el poder más grande que Dios ha puesto en nuestras manos; la oración es más poderosa que la acción, y es la única forma en que puede avanzar el Reino. Es solo a través de las oraciones de muchos en mi favor que puedo explicar el haber sobrevivido a tantos peligros y calamidades y haber visto tantas almas llegar a los pies del Salvador.
Referencias y bibliografía
Historia General de las Misiones (2008) de Justo L. González y Carlos F. Cardoza. Barcelona: Editorial CLIE, p. 231.
Hasta lo último de la tierra. Historia biográfica de la obra misionera (1988) de Ruth A. Tucker. Florida: Editorial Vida, pp. 183–187.
'The Queen of Okoyong': The legacy of Mary Slessor | BBC News
Caridad, coraje y entrega: Mary Slessor IV de Patricia Díaz Terés | Columna pensando en…
Mary Mitchell Slessor (2015) de Mary Slessor Foundation, pp. 4, 24
Caridad, coraje y entrega: Mary Slessor II de Patricia Díaz Terés | Columna pensando en…
First Impressions of Calabar | Mary Slessor
Mary Slessor, missionary to the cannibals de Muriel Larson | History’s Women
Mary Slessor, the White Mother of Darkest Africa de Mary R. Parkman | Wholesome Words
Mary Slessor de Calabar - La gran madre de Jani Ortlund | Aviva Nuestros Corazones
Mary Slessor: Pioneer Missionary to Nigeria de Madeline Peña
Nigeria – Religiones | Datos Macro
¿Una amenaza existencial para el cristianismo en Nigeria? de Gideon Para-Mallam | Lausanne Movement
La “República pentecostal” de Nigeria de Anouk Batard | Le Monde diplomatique
Mary Slessor, misionera a África | El viaje de una mujer
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