En la actualidad, la palabra “fundamentalismo” trae a la mente a extremistas o gente religiosa que ve al diablo en todo lo que le rodea. Además, los medios suelen usar esta palabra para referirse a terroristas islámicos o a cristianos que protestan con furia y gritan arengas grandilocuentes. Sin embargo, “fundamentalismo” es el nombre de una corriente de inicios del siglo XX que buscaba resguardar los cimientos de la religión cristiana. Este movimiento usó diversas estrategias para lograr su cometido y, sin duda, marcó la historia de los Estados Unidos para siempre.
Los intentos por detener lo que se veía como una amenaza crearon un ethos, es decir, una forma de vida que adoptan los individuos de una comunidad. Este acompañaría a un sector del cristianismo hasta la actualidad, no solo en los Estados Unidos, sino en el mundo entero. Pero, ¿cómo llegó entonces a significar lo que entendemos hoy en día?
Analizar este fenómeno histórico resulta complejo por la cantidad de submovimientos que lo conformaron y por las raíces de los mismos. En su interior coexistieron desde presbiterianos muy formales a la hora de combatir el liberalismo teológico, hasta pentecostales de tendencia antintelectual, pasando por teólogos premilenialistas que veían el futuro con mucho pesimismo. Si bien fue un movimiento muy diverso, hubo factores claves que lo unieron y otros que lo llevaron a su fin.
Por un lado, se dice que surgió debido a un fenómeno social y político causado por la posguerra civil americana (1861-1865), la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la inmigración europea. Por otro lado, se señala que pudo ser producto de un fenómeno intelectual y doctrinal que intentaba dar respuesta a las nuevas interrogantes a las que se enfrentaba la sociedad moderna, industrial y urbana. Sin embargo, resulta difícil, incluso imposible, encontrar una única razón que lo explique todo. Por ello, es necesario analizar las diferentes variables que contribuyeron a la formación y declive de este movimiento.
Se podría decir que el surgimiento, auge y deterioro del fundamentalismo ocurrió entre 1910 y 1925, pero es necesario entender el contexto previo. En la segunda mitad del siglo XIX, la gente de Estados Unidos se percibía como la más desarrollada y sofisticada de toda la historia de la humanidad. La Revolución Industrial estaba bien establecida y el consumismo era parte de la vida común: el automóvil acababa de ser inventado, los avances científicos eran mayores y la academia “desmentía”, cada vez con mayor fuerza, los “mitos y supersticiones religiosas”. Una nueva era estaba empezando.
En especial, esa era la realidad para los estados del norte. La guerra civil acababa de tener lugar y ellos habían resultado vencedores. La abolición de la esclavitud era un hecho y el sentimiento de que se estaba progresando moralmente era muy fuerte. Entonces, el norte se empezó a convertir en el escenario donde ocurrían los eventos importantes de la nación. Por ello, gran parte de los debates tuvieron lugar en esa región del país.
A la par de esos cambios sociales, la iglesia también empezó a experimentar los suyos propios. El cristianismo estadounidense contenía dos corrientes de tradición muy marcadas. Por un lado, se podría decir que existía una tradición calvinista proveniente de los puritanos, la cual veía al cristianismo como una fuerza reformadora de la sociedad; tenía una actitud más positiva hacia la intelectualidad y la iglesia organizada. Por otro lado, se tenía una tradición más pietista o de santidad personal, cuyo enfoque primordial era el desarrollo de una relación individual con Dios. Las dos corrientes coexistían en ese contexto norteamericano de positivismo hacia el futuro y de deseo de mejora social. En ambas había un discurso moralista que prometía bendición para la nación solo si esta cumplía con la Ley de Dios de forma rigurosa (ej. hacer constitucional el descanso dominical, justicia para los indios americanos, prohibición del alcohol, etc.).
La sociedad perfecta vendrá cuando el conocimiento y la piedad avancen. — Jonathan Blanchard.
En ese contexto, el liberalismo teológico hizo su ingreso sutil. Uno de los principales exponentes fue Henry Ward Beecher, un predicador influyente en los EE.UU. Ward Beecher buscaba alejarse de “las verdades abstractas” para concentrarse en el moralismo, pues creía que el progreso de la sociedad era equiparable al Reino de Dios. Este movimiento fue iniciado en Europa por el teólogo alemán Friedrich Schleiermacher quien, en resumen, propuso que lo más importante de la religión no eran tanto las doctrinas prefijadas, sino la experiencia personal.
Por lo anterior, si los eventos milagrosos contenidos en las Escrituras resultaban problemáticos para la mente del hombre moderno, estos podían ser descartados sin problema. A los principales promotores de tal idea se les conoció como la “Alta crítica”. Ellos veían las Escrituras como un documento primitivo, juzgable bajo los parámetros académicos más exhaustivos de la época, para así despojarlo de cualquier elemento “sobrenatural”.
A tal escena llegó la teoría de la evolución formulada por Charles Darwin, que permitió el avance del secularismo social. Al señalar que los organismos vivientes eran producto de un proceso evolutivo y paulatino, se puso bajo cuestionamiento el relato de la creación del Génesis. Pronto, la teoría fue aceptada en la academia y quien la negaba era visto como alguien no educado.
En ese contexto de constante ataque al cristianismo surgió el dispensacionalismo, una corriente teológica que buscó ser rigurosa a nivel científico y catalogó al resto de formas de interpretación de la realidad de “falsa ciencia”. Así, los teólogos se fueron a un literalismo extremo y subdividieron el relato histórico para evitar posibles contradicciones de términos. Por ejemplo, afirmaban que donde se menciona “Israel” en la Biblia, la única interpretación era “Israel como pueblo étnico judío”, debido a las demandas del rigor científico.
El dispensacionalismo también se esforzó por descifrar los mensajes ocultos de las profecías y adquirió un tono muy negativo hacia el futuro. Posteriormente, se hizo más reconocido por su enseñanza premilenialista sobre el fin del mundo, propuesta como una marca que definía si un cristiano “se tomaba en serio las Escrituras”.
En medio de todo, ocurrió un avivamiento bajo el liderazgo de D. L. Moody. Sin duda, él fue uno de los predicadores más influyentes de tales décadas y muchas de sus acciones sentaron las bases para el posterior florecimiento del fundamentalismo. Su predicación no buscaba ser rigurosa en lo teológico, porque odiaba la confrontación entre las distintas tradiciones y que se viera afectada la unidad necesaria para predicar el evangelio. Aunque se preocupó por los pobres y los desamparados, su principal objetivo fue salvar almas y en eso se centraba su discurso. Esto fue reflejo de una tendencia en el cristianismo norteamericano que, desde los movimientos de santidad, fomentaba la santificación personal y la llenura del Espíritu en uno mismo, sin tener en cuenta las consecuencias comunitarias del pecado.
Hasta ese punto, todas las corrientes del cristianismo compartían un deseo profundo por ayudar a solucionar muchos de los problemas sociales que veían a su alrededor. Pero, al parecer, una sensación de negativismo fue permeando a la iglesia luego de varios fracasos por la implementación de políticas morales y el avance del secularismo en su contra. Esto llevó a muchos cristianos a optar por una postura no tan propositiva, sino más a la defensiva.
No espero que el milenio sea traído por reformas políticas o morales. — James M. Gray.
Si tengo una biblia en la mano y una tajada de pan en la otra, la gente siempre mirará primero el pan y eso es justo el orden contrario de lo que establece el evangelio. — D.L. Moody.
Aunque Moody nunca intervino en los debates entre teólogos liberales y conservadores, siempre simpatizó con los dispensacionalistas y los que defendían la inerrancia de las Escrituras. Otra de sus contribuciones a la formación del movimiento fundamentalista fue la promoción de escuelas bíblicas por toda la nación. En tales espacios (como el Moody Bible Institute en Chicago), en las conferencias propuestas por varias organizaciones y en los estudios bíblicos independientes (promovidos por Charles Finney 60 años atrás), el fundamentalismo encontró espacio para su formación.
Luego de la muerte de Moody (1899), se dieron muchos debates y fragmentaciones alrededor de los temas del rapto de la iglesia, la santificación del creyente, entre otros. Sin embargo, los grupos se fueron uniendo bajo la noción de lucha frente a un enemigo en común: el modernismo. A este movimiento se le atribuían todos los males que atacaban a la iglesia, tales como un sentido de sofisticación mal encaminado, que llevaba a las personas a aceptar el evolucionismo, el liberalismo teológico y el secularismo solo por ser los “últimos avances académicos”.
Con el pasar de los años, el liberalismo teológico fue ganando cada vez más adeptos entre la gente con cierto nivel académico. Esto planteó un reto para muchas denominaciones, como ocurrió dentro de la Iglesia Presbiteriana: del “Union Theological Seminary” empezaron a graduarse estudiantes que abrazaban por completo el liberalismo teológico y esto supuso una gran consternación. El proceso llegó hasta la Asamblea General Presbiteriana (de alcance nacional) y en 1910 se determinaron 5 doctrinas esenciales:
- la inerrancia de las Escrituras;
- el nacimiento virginal de Cristo;
- el sacrificio sustitutorio;
- la resurrección física de Cristo;
- la autenticidad de los milagros.
A esta postura se le conoció como el fundamentalismo de cinco puntos. Si bien esta decisión buscaba marcar los cimientos cristianos, cabe la pregunta: ¿por qué esos y no otros? ¿Por qué no incluir la salvación por la fe?, por ejemplo. La intención detrás era la de “marcar una línea en el suelo” ante los liberales teológicos. Ellos negaban las obras milagrosas contenidas en las Escrituras, por lo que los presbiterianos entendieron que si alguien negaba alguno de esos puntos, estaría negando una parte central del evangelio.
En ese contexto se escribió la colección de libros conocida como ‘Los fundamentos’ (‘The Fundamentals’ en inglés) que fueron repartidas a cuanto maestro, pastor y líder social se pudo. Dos millonarios financiaron este proyecto que contó con la participación de varios académicos respetables, quienes buscaban un consenso en medio de la gran polarización. Aunque el libro fue muy conocido, al parecer fue poco estudiado, pero generó que el término “fundamentos” empezara a resonar en el debate abierto.
Fue en los primeros años del siglo XX que se empezó a generalizar una profunda preocupación por el avance del llamado modernismo. Las bases de la fe estaban siendo sacudidas a tal punto que, si no las hubieran defendido, no habría quedado cristianismo en lo absoluto.
En 1914 se desató la Primera Guerra Mundial, evento que le dio un nuevo matiz a las discusiones dentro de la iglesia norteamericana. El nacionalismo estadounidense cobró mucha fuerza, pues nadie quería ser visto como un traidor en momentos tan frágiles para la nación. Además, se promovieron discursos sobre proteger al país de toda influencia extranjera, en especial de la alemana (en donde se originaron la teología liberal, la evolutiva, la Alta crítica, etc.). Así, lo que había sido un debate meramente teológico, se convirtió en una defensa de la civilización cristiana. Al respecto, el historiador George M. Marsden señaló: “Un debate teológico no hubiera creado tanto fervor entre los estadounidenses. La contienda era porque el curso entero de la moral de la civilización estaba en juego. La evolución se convirtió en un símbolo”.
Cristianismo y patriotismo son términos sinónimos, e infierno y traidor también lo son. — Billy Sunday.
Fue en esa sopa primigenia de tantos eventos y corrientes, que el movimiento fundamentalista tomó, de forma paulatina, sus cualidades más características. Se optó por un discurso más agresivo contra el modernismo y se contentó en una paradoja: el abandono de la idea de una nación cristiana ante el pesimismo del declive moral de la sociedad, a la vez que se luchaba contra el evolucionismo y todo lo que representara una amenaza.
La batalla contra el evolucionismo no es una batalla de naturalismo vs. sobrenaturalismo, sino un conflicto de eras, oscuridad vs. luz, Caín vs. Abel, autocracia vs. democracia. — A.C. Dixon.
En esos años, la lucha contra todos los ataques del modernismo se intensificó y quedó reflejada en algunos eventos. En 1919 nació la Asociación Mundial de Fundamentos Cristianos con el objetivo de organizar eventos a lo largo del país, lideradas por maestros de las escuelas bíblicas y de conferencias proféticas. En 1918 se escribió un documento llamado ‘Fundamentos cristianos en el colegio y la iglesia’ con el enfoque de cuidar a las escuelas del evolucionismo. En 1921, la Convención Bautista del Norte formó la “Comunidad Fundamentalista” para dar batalla dentro de su propia denominación al liberalismo teológico e influenciar en las misiones globales.
Por el lado de los presbiterianos conservadores, Gresham Machen escribió el libro ‘Cristianismo y Liberalismo’ en 1923, el cual se convirtió en la defensa más seria y a la vez dañina para tal movimiento, pues lo catalogaba, con muy buenos argumentos, como una religión distinta a la cristiana. La discusión estaba en todos lados, inclusose sumaron los episcopales y metodistas a favor de los fundamentos.
‘Cristo murió’, eso es historia; ‘Cristo murió por nuestros pecados’, eso es doctrina. Sin estos dos elementos, unidos en una unión absolutamente indisoluble, no hay cristianismo. — Gresham Machen.
Como se mencionó antes, toda la discusión se focalizó en el norte del país, pues en el sur solo se restringía el debate. Sin embargo, tras la guerra, el sur se sumó a la defensa férrea del estilo de vida cristiano norteamericano y en contra del modernismo. Fue allí donde el movimiento fundamentalista recibió un golpe fatal frente a la opinión pública.
Para 1925 se habían aprobado muchas normas que prohibían la enseñanza del evolucionismo en las escuelas públicas y ese año se aprobó una en el estado de Tennessee. Entonces, un maestro desafió la ley y decidió continuar enseñando la teoría evolutiva. El caso terminó en los tribunales y así inició el famoso Juicio de Scopes o del mono (Scopes Monkey Trial). A favor del profesor, la organización Unión de Libertades Civiles Americanas financió a tres abogados reconocidos, entre ellos a Clarence Darrow, un mordaz defensor del secularismo social. En el lado contrario, se situó William Jennings Bryan, un famoso predicador que defendía la infalibilidad de las Escrituras y la superioridad del cristianismo para sostener una sociedad.
La hipótesis evolucionista es la única cosa que ha amenazado seriamente a la religión desde el nacimiento de Cristo, y amenaza tanto a la civilización como a la fe. — William Jennings Bryan.
Los liberales y secularistas tenían la percepciónl de que un fundamentalista era un hombre sureño, rural, con muy poca preparación académica un fanático religioso que creía ciegamente en supersticiones y que se aferraba al pasado de forma irracional al negar los cambios sociales evidentes. Se puede decir que Bryan no favoreció ningún cambio sobre ese estereotipo; habló con los medios antes de ingresar al juicio y dijo: “Quiero que los periódicos lo sepan. No tengo miedo de pararme delante de él (Darrow) y dejar que dé su peor esfuerzo”. En palabras sencillas, se confió.
Durante el juicio, Darrow lo llamó al estrado e inició una tira de preguntas inquisidoras. En poco tiempo dejó claro que Bryan no podía responder con claridad las preguntas más básicas de un ateo inculto. No pudo contestar cómo es que Dios creó a Eva de la costilla de Adán, tampoco dónde Caín obtuvo a su esposa ni de dónde provino el pez que devoró a Jonás. Evidenció que no conocía las secuelas cósmicas de que la Tierra se detuviera para que se cumpliera el relato de Josué, en el cual el sol se detuvo. Además, demostró su ignorancia sobre la literatura moderna acerca del origen de las religiones ancestrales.
Por primera vez en nuestra historia, el conocimiento organizado vino a un enfrentamiento directo con la ignorancia organizada. — Maynard Shipley.
La suerte del juicio estaba echada. La fe cristiana quedó plasmada como una religión sin un referente académico serio. Lamentablemente, Bryan falleció al domingo siguiente, según dicen, por no poder soportar que falló en su propósito de defender su fe. No sería posible afirmar que este evento determinó el camino de todo el movimiento fundamentalista, pero sí es cierto que fue un duro golpe del cual fue difícil recuperarse.
En los años siguientes, el movimiento hizo muchos esfuerzos para continuar la lucha, aunque ya no con el mismo efecto ni fuerza a nivel público. Se formaron instituciones para promover el antievolucionismo y el antimodernismo, pero solo reforzaron la imagen de ser un movimiento sensacionalista. La literatura de estas nuevas organizaciones tendió a cierta paranoia en la que se demonizaba el internacionalismo, el comunismo y el socialismo, por considerarlos parte de un plan alemán para destrozar a la sociedad norteamericana. Sin embargo, solo lograron que los más moderados se alejaran y fracasaron años después.
Poco a poco el debate en el norte se fue apagando, aunque grupos disidentes de bautistas y presbiterianos formaron sus propias agrupaciones, pues no se tomaron medidas para expulsar a los liberales. Con todo, también surgieron grupos serios que se concentraron en devolverle dignidad al movimiento cristiano. Se fundaron el Dallas Seminary y el Wheaton College. Además, los bautistas del sur cobraron fuerza y los pentecostales, junto a los movimientos de santidad, asumieron para sí la defensa de los fundamentos en su propio estilo. Pronto, esto se convertiría en una nueva subcultura cristiana, puesto que ya no figuraban en el panorama de la esfera pública.
Décadas después se apaciguaron las aguas y surgió un nuevo esfuerzo por reconciliar la fe con la cultura. Bajo el liderazgo de Billy Graham, inició una nueva etapa que hoy se conoce como el neoevangelicalismo, que pretendía recuperar las banderas de la unidad cristiana en pos del evangelismo, a la par que fomentar una mejor relación con la cultura.
A nivel histórico, es muy pronto para extraer conclusiones de los efectos del fundamentalismo puesto que aún no han pasado ni 100 años desde aquellos eventos. Hacerlo sería un error, así como establecer una equivalencia exacta entre los eventos y personajes del pasado con los de hoy, pues cada época tiene sus contextos particulares y sus propias preguntas por contestar. Sin embargo, hay al menos tres lecciones importantes que se pueden extraer de estos sucesos.
En primer lugar, es sencillo asumir que “del lado de Dios” siempre se tendrá victoria en cada batalla, pero no se debe descuidar la preparación académica y apologética a la hora de ingresar al foro público. Las preguntas que Bryan no supo contestar en el juicio pudieron ser resueltas con facilidad de haber estudiado con los hermanos indicados. En 1 Pedro 3:15, Dios comanda a su pueblo a estar siempre preparado para dar razón de la esperanza que posee. Es cierto que Dios no dejará naufragar a su iglesia, pero también existe una responsabilidad por cumplir.
En segundo lugar, se deben escoger con sabiduría los argumentos que se usarán en las distintas arenas de debate. No es lo mismo discutir dentro de la iglesia, con el uso de pasajes bíblicos, que hacerlo en un parlamento bajo reglas democráticas propias de una república. En el libro de los Hechos se evidencia esto. Cuando Pedro les predicó a los judíos (capítulo 2), usó pasajes de las Escrituras para sustentar su punto. En cambio, Pablo les predicó a los griegos (capítulo 17) con argumentos extraídos de templos y poetas paganos. También, en su defensa ante los romanos, elaboró una argumentación con una estructura legal romana pulcra (Hechos 24-26). Hoy queda preguntarse cuál es el contexto del siglo XXI y qué argumentos se usarán para cumplir los objetivos de la iglesia.
Por último, se debe evitar el sensacionalismo. Los titulares grandilocuentes que despiertan temor pueden movilizar gente a corto plazo, pero el escándalo suele ocultar una parte de la verdad e introducir un poco de mentira. Como creyentes, no podemos tolerar la mentira en ningún nivel, puesto que el mismo Satanás es el padre de ella. Más bien, la sensatez, mansedumbre y templanza deben ser nuestro sello característico, puesto que nuestro líder es la Verdad, es manso y humilde de corazón.
No actuar por temor es la clave. Cuando ocurren desastres naturales, los que más se desesperan y se llenan de temor suelen ser los primeros en perder la vida por no usar su razón. El pueblo cristiano lleva dos mil años sobre la Tierra y si Dios quiere que su venida se dé dentro de mil años más, Él mismo acompañará a su pueblo cada día y no dejará que las puertas del Hades prevalezcan.
Bibliografía:
Fundamentalism and American Culture, George M. Marsden.
Church History in Plain Language, Bruce L. Shelley.
Mere apologetics, Allister McGrath.