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La relación entre la Iglesia y el Estado en el Imperio romano fue profundamente transformada por dos decretos: el Edicto de Milán y el Edicto de Tesalónica. El primero le puso fin a la persecución de los cristianos y marcó el comienzo de la tolerancia oficial hacia su religión, mientras que el segundo la estableció como la creencia oficial del Imperio romano. Estos cambios no solo marcaron hitos históricos; también incidieron en el estatus del cristianismo en el siglo IV. ¿Qué conveniencias y desafíos surgieron con esta nueva relación entre el poder religioso y el secular?
El Edicto de Milán: fin de la persecución
El Edicto de Milán, emitido por los emperadores Constantino y Licinio en el año 313 d.C., marcó un punto de inflexión crucial en la historia, pues le otorgó reconocimiento oficial al cristianismo. En él se proclamó la libertad religiosa, lo cual permitió a los creyentes practicar su fe abiertamente y sin temor. Así se le puso fin a la era de persecución en su contra. Con el tiempo, incluso los líderes romanos comenzaron a adoptar las convicciones del cristianismo, lo cual provocó cambios culturales, sociales y políticos.
Algunos de esos cambios se convirtieron en ventajas para los seguidores de Jesucristo, pero otros generaron consecuencias negativas a corto y largo plazo para la iglesia. Incluso, las motivaciones individuales para seguir a Cristo variaron: mientras unos lo hicieron por una convicción genuina, otros pudieron haber sido influenciados por alguna especie de interés.
Estos fueron algunos desarrollos positivos clave que se dieron después del Edicto de Milán:
- Legalización y protección: se les concedió la libertad de practicar su fe abiertamente y sin temor a ser procesados. Esto condujo al crecimiento y expansión de las comunidades cristianas en todo el Imperio.
- Construcción de iglesias y restauración de propiedades: la legalización del cristianismo llevó a que las posesiones que les habían sido confiscadas a las comunidades les fueran devueltas. Los cristianos pudieron construir lugares de culto y organizar sus prácticas religiosas de manera más abierta.
- Patrocinio imperial: emperadores como Constantino y sus sucesores otorgaron varios privilegios y beneficios a los cristianos, tales como apoyo financiero, la exención de ciertos impuestos y la concesión de derechos legales.
- Aceptación social: se volvió más aceptable socialmente, e incluso deseable, ser cristiano. Abrazar esta religión les permitió a las personas ser parte de una comunidad más grande, con creencias y valores compartidos. También les proporcionó un sentido de pertenencia dentro de un movimiento religioso en crecimiento.
- Acceso a la educación y oportunidades: los cristianos empezaron a establecer sus propias instituciones educativas, como escuelas de catequesis y centros teológicos. Se proporcionó acceso a la educación y al desarrollo intelectual dentro de la creciente comunidad. Esto generó oportunidades para roles de liderazgo dentro de la iglesia y un avance potencial en otras áreas de la sociedad.
Sin embargo, para algunos no fueron suficientes la tolerancia al cristianismo ni todas las ventajas que de ella resultaron. Por eso, medio siglo más tarde el cristianismo cambió nuevamente de estatus, a uno más significativo y vehemente.
El Edicto de Tesalónica: oficialización del cristianismo
Teodosio I, también conocido como Teodosio el Grande, fue un emperador romano que reinó del 379 al 395. Desempeñó un papel importante en la historia de la iglesia, en especial porque fue el impulsor principal del Edicto de Tesalónica. El cristianismo había experimentado periodos de persecución y de tolerancia por parte de varios emperadores, pero durante su reinado tuvo una importante transformación en su estatus e influencia.
El 27 de febrero del 380, Teodosio aprobó el Edicto de Tesalónica, el cual proclamaba el cristianismo niceno como religión oficial del Imperio romano. Así, se obligó a los ciudadanos a adherirse a esa fe y se declararon ilegales todas las demás prácticas religiosas. Este emperador prohibió los rituales y cerró los templos paganos, suprimiendo así otras creencias. Sus políticas tuvieron un impacto significativo en el posterior desarrollo y expansión del cristianismo dentro y fuera del emporio.
Además, Teodosio hizo una labor crucial en la formación de la doctrina cristiana primitiva. Participó activamente en los concilios eclesiásticos y utilizó su autoridad para imponer la ortodoxia teológica, especialmente en relación con la controversia arriana. También convocó el Concilio de Constantinopla en el año 381, que consolidó el Credo Niceno como declaración ortodoxa de fe, afirmando la divinidad de Jesucristo. Su influencia en estos concilios fue clave para darles forma a los fundamentos teológicos del cristianismo.
El Edicto de Tesalónia fue promulgado por Teodosio I y los coemperadores Graciano y Valentiniano II. También se le conoce como el “Edicto de Cunctos Populos”, en el cual se declaró el cristianismo como la religión oficial del Imperio romano. Se estableció que todos los súbditos debían profesar la fe de los obispos de Roma y Alejandría, quienes defendían el Credo ortodoxo de Nicea –la declaración de fe cristiana más aceptada y reconocida universalmente–.
El Edicto de Tesalónica dio un paso más allá del Edicto de Milán, estableciendo las bases para la estrecha relación entre la Iglesia y el Estado. Mientras que el de Milán le concedió tolerancia al cristianismo, allanando el camino para su reconocimiento y aceptación en el Imperio romano, el de Tesalónica elevó su estatus: lo estableció como la religión privilegiada y exclusiva del Imperio, a la vez que suprimió otras prácticas religiosas, institucionalizando su posición de poder e influencia. Juntos, jugaron un papel importante en la configuración de la trayectoria del cristianismo e incluso en su expansión.
Si bien el establecimiento oficial del cristianismo como religión estatal del Imperio romano generó ciertas ventajas y oportunidades, también dejó consecuencias negativas. Estas son algunas razones por las que se consideró perjudicial para la iglesia:
- La pérdida de la persecución como catalizador de la fe: antes del reconocimiento oficial del cristianismo, los períodos de hostigamiento jugaron un papel importante en la formación y el compromiso de los creyentes. La persecución generó un sentido más fuerte de identidad, dedicación y disposición a sufrir por las creencias. Cuando se detuvo, la iglesia enfrentó el desafío de mantener el mismo nivel de fervor y dedicación.
- Integridad espiritual comprometida: debido a que algunas personas pudieron haberse unido al cristianismo por ventajas sociales o políticas, en vez de por una fe genuina, la sinceridad y el compromiso dentro de la comunidad se vieron diluidos. En ese sentido, el poder político y el patrocinio imperial introdujeron el riesgo de comprometer la integridad espiritual de la iglesia.
- Influencia secular y corrupción: la alianza entre la Iglesia y el Estado dio lugar a luchas de poder. La institución eclesial se enredó en asuntos políticos y algunos de sus líderes buscaron ejercer influencia más allá del ámbito espiritual, lo que llevó a la corrupción, a la erosión de los principios y valores originales de la comunidad.
- Intolerancia religiosa y supresión de la disidencia: hubo un cambio en el tratamiento de otras creencias. La minoría anteriormente perseguida se convirtió en mayoría, y las prácticas religiosas no cristianas fueron suprimidas o incluso, en algunos casos, hostigadas. Esto resultó en la pérdida de la libertad y la diversidad religiosa, así como en la imposición de una ortodoxia singular que sofocó las voces disidentes dentro del Imperio.
- Decadencia en el fervor espiritual y el cumplimiento de la Gran Comisión: con el establecimiento oficial del cristianismo, decayó la motivación para difundir activamente la fe. Es posible que la urgencia y el celo misionero que caracterizaron al cristianismo primitivo hayan disminuido, así como los esfuerzos evangelísticos de la iglesia y la exploración de nuevos territorios.
Clamor por un cambio
Es importante señalar que estas consecuencias negativas no eran inherentes al cristianismo en sí, más bien fueron el resultado de la estrecha relación entre la Iglesia y el poder político, así como de los otros cambios ya mencionados.
Los problemas que se derivaron de esta unión iniciada en el siglo IV, se fueron profundizando con el paso de los siglos y llegaron a ser profundamente dañinos para la imagen del cristianismo, que para entonces terminó siendo representado por la Iglesia católica. Por eso, a finales del siglo XV, el cuerpo de Cristo y la fe cristiana clamaban por un cambio, al que hoy se le conoce como la Reforma protestante.
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