¿Cómo es que el pensamiento occidental pasó del deísmo al marxismo?
Cualquier esquema dominante del pensamiento (cosmovisión) puede perdurar por un tiempo, pero debido a ese dinamismo (dialéctico) del pensamiento en sí mismo, las cosmovisiones y síntesis del pensamiento, es decir, las conclusiones momentáneas, sufren cambios. Es tan así, que dichos cambios empujan a la cosmovisión en boga a cambiar y convertirse en otra. En este artículo exploraremos ese proceso de transformación, ilustrándolo con la vida y obra de Karl Marx y el desarrollo del marxismo.
La actividad humana es muy dinámica. Casi podríamos decir que el quehacer de la humanidad es un continuo y activo dinamismo. Y si hay un área en la que eso se ilustra con brillo es en la historia del pensamiento. Generalmente, un concepto, esquema o cosmovisión trae consigo otro esquema, otro pensamiento. Hegel definió el proceso de la historia como “dialéctico”, donde una “tesis” se enfrenta a una “antítesis” y, en el devenir de la actividad pensante, esa dialéctica engendra una “síntesis”, que a su vez se convierte en una nueva “tesis”, y así continúa el proceso hasta el infinito.
Eso es precisamente lo que ocurrió con el esquema de pensamiento occidental, el cual ha experimentado varias transformaciones a lo largo del tiempo. Inicialmente, se caracterizó por un teísmo con matices diversos que dependía del momento: primero fue primitivo judeocristiano, seguido por uno con influencias idealistas en el neoplatonismo agustino (de San Agustín) y de la época. Posteriormente, este se tornó en un naturalismo teísta en el tomismo (de Santo Tomás de Aquino), el cual evolucionó hacia un deísmo naturalista durante la Ilustración, que luego se transformó en un naturalismo no deísta o ateísta, como se observa en el darwinismo. Eventualmente se convirtió en una ideología política, que culminó en el marxismo o materialismo dialéctico.
Narremos ahora cómo se dio la transición del esquema deísta al marxista, detallando un poco más cada una de las transformaciones más importantes.
El deísmo: del teísmo al naturalismo
El “deísmo” es una franja de tierra que une dos grandes continentes: el teísmo y el naturalismo. Para pasar del primero al segundo, hay que transitar la ruta natural del deísmo; sin este, es posible que el naturalismo no hubiese surgido tan fácilmente.
El “teísmo” es la cosmovisión en la que se cree y acepta a la divinidad (o divinidades, en el caso del paganismo) como responsable de la existencia, del curso y del devenir de la historia en un sentido absoluto. En esencia, a lo largo de la historia y en la actualidad, la humanidad ha sido de tendencia teísta.
El deísmo (una palabra derivada del latín que podría vulgarizarse como “diosismo”, por el latín para Dios “deus”) es una postura filosófica (y teológica) racionalista que acepta la realidad de Dios, en especial del judeocristiano, y que incluso acepta que Dios es el creador del universo. Sin embargo, rechaza tanto que se haya “revelado” al hombre en las Sagradas Escrituras, como que se ocupe del universo de forma “providencial”. En esa misma tesitura, los deístas sostienen que “la naturaleza” y “la razón” corresponden a todo lo que existe para que los hombres podamos deducir la existencia de un Dios supremo y trascendente, creador de todo. El deísmo enfatiza, por tanto, el concepto de “teología natural”.
O sea, el deísmo es una especie de filocientificismo (postura o actitud que valora la ciencia y el método científico como las herramientas principales para comprender la realidad). Tardó poco en declinar su versión del siglo XVIII, la cual tuvo carácter más bien de curiosidad. Sus versiones modernas se limitan a un puñado de científicos e intelectuales, así como a quienes, aun diciendo que creen en “dios”, no tienen más que una vaga noción de “él”, de “ella” o de “lo que se quiera que sea”. Por su parte el naturalismo fue y es algo más serio.
En términos intelectuales, en el teísmo Dios es el creador infinito y personal que sostiene el cosmos. En el deísmo se reduce a Dios; empieza perdiendo su carácter personal, no deja de ser creador y, consecuentemente, pierde su facultad de ser sustentador del cosmos. En el naturalismo se extrema la reducción. En esta corriente deísta, Dios termina perdiendo incluso su existencia.
James W. Sire, quien plasmó su estudio sobre las cosmovisiones en su libro El universo de al lado, destacó numerosas figuras en este paso del deísmo al naturalismo, especialmente entre 1600 y 1750. Entre ellas están:
- René Descartes, teísta confeso, quien sentó las bases para una concepción del universo como un gigantesco mecanismo de “materia” que las personas pueden entender por medio de la “mente”. A partir de ahí, dividió la realidad en dos clases, y desde entonces, el mundo occidental ha tenido problemas para concebirlo como un todo integrado. El naturalismo da lugar a una subcategoría de materia mecanicista.
- John Locke, mayormente teísta, quien creía en un Dios personal que se reveló al hombre; pero también creía que el don divino de la razón es el juez que dirime qué puede o no considerarse verdad de la “revelación” bíblica. Los naturalistas eliminaron la expresión “don divino” de su concepto e hicieron de la “razón” el criterio exclusivo de la verdad.
- Julien Offray de La Mattrie, quien es una de las figuras más interesantes de este movimiento, aseveró: “Llegamos a la conclusión de que el hombre es una máquina, y que en todo el universo no hay más que una sola sustancia con distintas modificaciones”. Aunque en su tiempo se le consideraba generalmente un ateo, no obstante, él mismo dijo: “No es que yo ponga en cuestión la existencia de un ser supremo, al contrario, me parece que el índice de probabilidades apunta a favor de esa creencia. [Pero] es una verdad teórica con escaso valor práctico”.
La razón por la cual concluir que la existencia de Dios sea de tan poco valor práctico es que el Dios que existe es “solo” el creador del universo. No está interesado personalmente en su creación ni en que nadie lo adore. Así pues, la existencia de Dios puede efectivamente considerarse algo irrelevante. Y es precisamente este sentimiento, esta conclusión, lo que marca la transición al naturalismo. La Mattrie era un deísta teórico, pero también naturalista práctico. Para las generaciones que le siguieron resultó fácil elaborar sus propias teorías de manera consecuente con La Mattrie, de manera que el naturalismo era algo en lo que creer y conforme a lo cual obrar. Su cosmovisión era ya plenamente materialista.
- Pierre Jean Georges Cabanis, quien vulgarizó de forma mucho más cuajada la visión mecanicista de los naturalistas, al decir: “El hígado segrega pensamientos de la misma manera que segrega bilis”. Por tanto, para los mecanicistas naturalistas: “Con la muerte se extinguen tanto el pensamiento como la personalidad”, y “toda personalidad es una función del organismo biológico”; y la “única manera en que continuamos existiendo es a través de nuestra progenie, y en la forma en que nuestras vidas hayan influenciado en la cultura” [También citado en Manifiesto humanista II].
Ahora bien, en la práctica, el naturalismo segrega una facción secularista (humanismo secular), que puede considerarse como la forma generalizada del humanismo, aunque no es la única. En el humanismo, al hombre se le concede un valor especial, por lo que sus pensamientos, aspiraciones y expectaciones revisten importancia, como también el individuo.
Muchos grandes pensadores han sido considerados como humanistas a partir del Renacimiento, incluso muchos cristianos. Entre ellos están Desiderio Erasmo de Róterdam, William Shakespeare, Juan Calvino, Edmund Spenser, John Milton, los cuales escribieron desde una cosmovisión teísta cristiana; de ahí que a veces se les llame humanistas cristianos. De hecho, así como las tesis del humanismo secular están bien definidas en el Manifiesto humanista II, un grupo de creyentes, por su parte, firmó en 1982 El manifiesto humanista cristiano.
En su obra El universo de al lado, Sire resume las tesis del naturalismo secular en 6 puntos básicos:
- La materia existe eternamente y es lo único que hay. “No hay Dios”.
- El cosmos existe como una uniformidad de causa y efecto en un sistema cerrado.
- Los seres humanos son “máquinas” complejas; la personalidad es una interrelación de propiedades físicas y químicas que no podemos entender por completo.
- La muerte es la extinción de la personalidad y de la individualidad.
- La historia es una corriente lineal de acontecimientos articulados por la ley de causa y efecto, pero sin propósito global.
- La ética se relaciona solo con el hombre.
Naturalismo: llevado a la práctica a través del marxismo
Por supuesto que toda filosofía carente de uso es ilusoria. Así que: ¿qué doctrina práctica segregó el naturalismo secular? Nada más y nada menos que “el marxismo”. Y aunque la doctrina marxista ha venido sufriendo modificaciones y ha sufrido altibajos y reveses desde finales del siglo XIX, no obstante, las ideas procedentes de Karl Marx arroparon una gran parte del planeta durante casi todo el devenir del siglo XX. Y, aunque quizás en la política haya habido diversas olas y vaivenes de modelos surgidos de la raíz del marxismo, no por eso se debe pensar que el materialismo dialéctico (doctrina marxista) tiene poca influencia en el mundo intelectual, incluso en Occidente.
Resulta muy difícil englobar el marxismo en una sola doctrina. Pero, al menos se puede decir del materialismo dialéctico que este ha permeado casi todas las esferas del pensamiento global. Ha sido así tanto en la antropología como en la filosofía científica y, por supuesto, en las filosofías modernas. En uno de sus primeros ensayos, Marx afirmó: “El hombre es el ser supremo para el hombre”.
Su humanismo es fruto de sus encuentros intelectuales con los filósofos George Wilhelm Friedrich Hegel y Ledwig Feuerbach. Hegel era un tipo de idealista que pensaba que Dios era una especie de “espíritu absoluto”. No en un ser distinto del mundo, sino una realidad que se materializa progresivamente en el mundo concreto (tipo Platón). Para él, este proceso era una “naturaleza dialéctica”, es decir que se desarrolla a través de conflictos en los que cada logro del espíritu provoca su propio antagonista o “negación”, y el proceso se repite infinitas veces de ese modo. Para Hegel, el vehículo superior para la expresión de tal espíritu era la sociedad humana. Como puede observarse, se trata de una filosofía altamente especulativa.
Por su parte, Feuerbach fue un materialista que se hizo famoso por afirmar que “el hombre es lo que come”, y que la religión es una invención humana. Desde su punto de vista, Dios es una proyección de la potencialidad humana, una expresión de nuestros ideales no materializados. De ese modo, la religión es perniciosa puesto que los seres humanos nos dedicamos a complacer nuestra construcción imaginaria en cuanto nos imaginamos a Dios, en lugar de trabajar para vencer nuestras deficiencias que condujeron a tal invención.
Así, Marx aceptó sin reservas las críticas de Feuerbach sobre la religión, construyendo sus idearios en tal fundamento. Y aunque la filosofía de Feuerbach era crítica de la de Hegel, Karl Marx vio algo de cierto en la filosofía crítica de este último. Es decir, conjeturó en su construcción imaginaria que, si la crítica de Feuerbach al ‘espíritu’ de Hegel era cierta, entonces el proceso dialéctico de Hegel podía ser real, así como la proyección de una película puede ser un retrato preciso de la realidad filmada. Esto significa que, si según Hegel estamos viviendo una proyección o “filme”, pudiéramos interpretar su visión de tal manera que sea verdad.
La historia se ha desarrollado a través de conflictos en los que las partes en discordia han creado sus propios antagonistas, y esta serie de conflictos históricos “se dirige hacia alguna parte”. Por lo que “el propósito de la historia es una sociedad perfecta o ideal, pero llamar a esa sociedad ‘espíritu’ conduce al error y a la confusión”. De hecho, como dijo Trueman, lo que hizo Marx al estar tan enamorado del hegelianismo fue que materializó la filosofía de Hegel. O sea, “en vez de ver la progresión dialéctica hegeliana como algo metafísico, una cosa espiritual, Marx la comenzó a ver como algo material arraigado en las condiciones económicas del mundo”. Se trata de algo así como un descubrimiento de Marx, o quizás de un vuelco del hegelianismo en su cabeza.
Aunque rara vez habló de la materia en sí, Marx se autodenominó “materialista”. Su materialismo es histórico y dialéctico, justamente por la fusión extraña que hizo de Hegel y Feuerbach. Por cierto, lo que hizo única su contribución no fue el materialismo (lo cual ya existía de antaño al tiempo de Marx); por el contrario, como señaló Trueman:
Hubo dos asuntos que hicieron único el marxismo. Primero, él hizo el reclamo dinámico de que toda la historia puede ser interpretada en términos de su esquema. En otras palabras, la dialéctica de Marx fue todo-consumista, una teoría, si se quiere, de todas las cosas; y mientras se desarrollaba el marxismo en el siglo XX, se hizo claro que todos los que cogieron su seña vieron esto en todas sus ramificaciones, al irse desarrollando la ‘teoría marxista’ de cada esfera, desde el arte hasta la relación industria y hasta la esfera familiar.
Segundo, él reclamó que no fue simplemente el materialismo lo que ofreció la clave hacia el significado de la historia; más bien fue una clase muy especial de materialismo lo que lo logró. A tono con Hegel, fue “el materialismo dialéctico”, y la manifestación histórica clave de la dialéctica fue “la lucha de clases”.
Breve historia del marxismo
La importancia de esta filosofía es que no solo fue gestada en el pensamiento, sino llevada a la práctica. Incluso, se le comenzó a practicar en vida de sus gestores, Karl Marx y Friedrich Engels, en la Europa de finales del siglo XIX. Cualquier conocimiento básico de la historia, y de la del pensamiento en particular, notará que la aplicación del pensamiento filosófico normalmente toma generaciones en ser absorbida por un pueblo, y mucho más cuando se trata de su aplicación.
El caso del marxismo quiebra todos los moldes porque no solo fue de aplicación inmediata, sino cuasi global y holística en las cuestiones del quehacer humano, incluyendo la filosofía misma, la política y el quehacer intelectual, económico, industrial, social y religioso en general. En tal sentido, el marxismo es un fenómeno fuera de lo ordinario. El marxismo, más que una mera filosofía, se ha convertido en una cosmovisión bien delineada y aplicada; de hecho, es una doctrina social holística.
Trueman resalta: “cual el nazismo o el fascismo, el marxismo fue una manera comprensible de ver el mundo. Esa es la razón por la cual existe el arte comunista, la arquitectura comunista, la música comunista, incluso la ciencia comunista, un error de categoría si alguna vez hubo alguno. El marxismo también transformó el entendimiento de la economía, la cultura, y (...) de la historia”.
Pero, ¿cómo es que Karl Marx pasó de ser teísta a crear su propio esquema de pensamiento?
Una fe erosionada por la filosofía
Marx nació en Tréveris, Prusia (hoy Alemania), el 5 de mayo de 1818. Su padre Herschel Levi, hijo a su vez del rabino Marx Levi, se licenció como abogado en 1814, pero tuvo que cambiarse el nombre a Heinrich Marx, y su familia se vio en la obligación de adherirse al luteranismo para poder seguir ejerciendo en Prusia. Karl era el tercero de nueve hermanos y fue bautizado en la iglesia luterana en 1844, como sucedió con el resto de sus hermanos en su debido momento.
Fue filósofo, sociólogo, economista, historiador, político y periodista. Estudió en el Gimnasio F. Wilhelm de Tréveris. En su niñez y juventud temprana fue un teísta radical, incluso dejó escritos que muestran su arraigada fe cristiana. Ejemplo de ello son sus artículos: Reflexiones de un adolescente al elegir profesión y Unión de los creyentes con Cristo según Juan 15:1-14. En octubre de 1835, a los 17 años, Karl se fue a estudiar derecho a la Universidad de Bonn. Además de ser inquieto con sus convicciones, fue un amante del saber. Al año siguiente, su padre lo intimó a trasladarse de Bonn a Berlín, donde la academia era mucho más rigurosa. Una vez allí, abandonó el derecho y se volcó totalmente a estudiar lo que le apasionaba: filosofía.
Después de licenciarse en esa disciplina, continuó sus estudios a nivel doctoral en la Universidad Humboldt de Berlín. Su disertación fue Diferencias en la filosofía de la naturaleza entre Demócrito y Epicuro, en la que defendió especialmente el “ateísmo de Epicuro”. Este asunto no le vino bien a la conservadora facultad de Humboldt, así que, bajo la supervisión del filósofo y teólogo Bruno Bauer, terminó presentando su trabajo en la Universidad de Jena, cuya facultad le otorgó el doctorado en filosofía en 1841.
En su juventud temprana, Karl llegó a escribir para su disfrute. Por ejemplo, en 1837 fue el creador de la novela corta Escorpión y Félix, y también de algunos dramas y poemas. Sin embargo, abandonó la escritura placentera y se puso a estudiar inglés e italiano. Todavía en sus primeros artículos profesionales, Karl Marx defendía el capitalismo y era un teísta luterano. Eso comenzó a erosionar a medida que avanzaba en sus convicciones políticas, fruto de haberse sumergido en el pensamiento de Hegel, Feuerbach y los clásicos griegos, a los cuales criticó, pero a la vez terminó fusionándolos en su propia visión filosófica, política y social.
Karl Marx contrajo nupcias con la baronesa prusiana Jenny von Westphalen –escritora y pensadora– el 14 de junio de 1843, en la Iglesia de San Pablo en Bad Kreuznach, Alemania. El padre de Jenny, el barón prusiano Ludwig von Westphalen, y Karl tuvieron muy buena amistad debido a los ideales liberales de Ludwig. Jenny era cuatro años mayor que Karl.
El manifiesto comunista
Al doctorarse, Marx comenzó a publicar en el periódico la Gaceta Renana, lanzado por el jurista Robert Jones y el filósofo Moritx (o Moses) Hess, precursor del sionismo socialista, que estaba localizado en Colonia. Pronto llegó a ser miembro del equipo editor, razón por la cual los Marx tuvieron que trasladarse a la ciudad de Colonia en 1842. Luego, por la publicación de una crítica contra el zar ruso de entonces, Nicolás I, el gobierno prusiano clausuró el periódico en marzo de 1843. Después, Marx publicó en la revista Jóvenes Hegelianos una crítica a la reacción de Federico Guillermo IV, el monarca de Prusia en ese entonces, de censurar el periódico por sugerencia del zar ruso. Poco después, el artículo fue también censurado y la revista cerrada por las autoridades prusianas.
En 1843, Marx publicó las obras Sobre la cuestión judía y Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, donde todavía expresó convicciones democráticas y republicanas. Casi inmediatamente después de completar esos dos trabajos, él y su esposa tuvieron que abandonar Colonia, Prusia. Marx fue perseguido en Alemania, y recién habiéndose casado, tuvo que huir con su esposa a Francia en octubre de 1843, precisamente por las ideas comunistas que escribía y difundía en periódicos radicales alemanes. En Francia siguió escribiendo para el periódico Anales franco-alemanes, propiedad de Arnold Ruge, otro revolucionario socialista alemán. El 28 de agosto de 1844, se encontraron Karl Marx y Friedrich Engels, un industrial y pensador prusiano-inglés, quien estaba muy interesado en las ideas comunistas que Marx había publicado. Se habían visto dos años antes de este encuentro en la Gaceta Renana.
En 1844, Marx escribió Manuscritos económicos y filosóficos. Un año más tarde, hizo su Tesis sobre Feuerbach, trabajo que contiene sus críticas al materialismo, al idealismo y a la filosofía en general. Fue en dicho tratado que acentuó: “los filósofos no han hecho más que interpretar los diversos modelos del mundo, pero de lo que se debe tratar es de transformarlo”, proponiendo sus idearios del materialismo histórico. Luego, comenzó a escribir en otro periódico alemán radicado en París, el Vorwärts. Por petición del reino de Prusia, ese periódico fue también cerrado, y por intervención del ministro de relaciones exteriores francés, Karl Marx y su familia tuvieron que salir de Francia.
En ese entonces hostil para los gobiernos de Francia y de Prusia, incluso con impedimento de entrada a ambas naciones, y tras 15 meses de residencia en París, en febrero de 1845, Marx y su familia se vieron obligados a emigrar a Bruselas, en donde se convirtió en una figura importante de la Liga de los Comunistas. Estando allí, conoció a otros comunistas exiliados y Engels se fue también a Bruselas para estar cerca de él. En junio de ese mismo año, Marx viajó a Londres y Manchester para reunirse con los exiliados alemanes y obreristas de aquel país, movimiento que se había desencadenado por los cambios de la Revolución Industrial.
En febrero de 1847, Marx y sus hombres fundaron La Liga de los Comunistas, con presencia en Alemania, Inglaterra y Francia. En diciembre de ese mismo año la Liga celebró su segundo congreso internacional en Londres. La coalición en Londres les pidió a ambos –Marx y Engels– escribir los lineamientos de la organización, trayendo así a la luz el panfleto de sobrada fama: El manifiesto comunista, publicado por primera vez el 21 de febrero de 1848. En dicho tratado, con un lenguaje sencillo, pero enérgico, presentaron la “teoría marxista de la historia”. Se refirieron allí a la necesidad de la lucha de clases y a las contradicciones del capitalismo, instando un llamado del derrocamiento por la fuerza de las estructuras que obstaculizaban la realización comunista.
En 1848, a raíz de las protestas surgidas desde las entrañas de los movimientos obreros de izquierda por toda Europa, de los cuales Marx y Engels eran sus principales cabecillas, el gobierno belga arrestó a Marx. Él tuvo que moverse de nuevo a París, gracias a un cambio de gobierno que había acontecido como fruto de la revolución política que recién había acaecido en Francia. En ese mismo año, Marx regresó a Colonia, donde publicó un panfleto titulado: Las demandas del partido comunista alemán, que contenía cuatro de los diez puntos que estaban en el Manifiesto comunista.
El 1 de junio de ese mismo año, Marx comenzó la publicación del periódico la Nueva Gaceta Renana, financiado principalmente con fondos de una herencia que había recibido de sus padres. En Colonia, fue llevado a juicio en varias ocasiones por sus publicaciones e incluso por una incitación popular a un boicot contra pagar los impuestos. El mismo Federico Guillermo IV provocó también el cierre de la Nueva Gaceta Renana y Marx fue obligado a abandonar Prusia el 16 de mayo de ese mismo año. Regresó otra vez a París, de donde pronto fue también expulsado. Por ese entonces, en Francia, Marx era considerado una amenaza pública.
Publicaciones, su obra cumbre y “La Primera Socialista”
En 1852, Marx publicó El 18 brumario de Luis Bonaparte, obra sobre la revolución francesa de 1844. En ella expandió sus conceptos del materialismo histórico, la lucha de clases y la dictadura del proletariado, avanzando el razonamiento de que el proletariado triunfante tiene que destruir el estado burgués.
En 1864, trabajadores y sindicalistas ingleses fundaron en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores, más tarde nombrada “La Primera Socialista”. Como era de esperarse, Marx fue uno de sus líderes. Dentro de la organización hubo una disputa entre los de tendencias marxistas y el sector anarquista, dirigido por el ruso Mijail Bakunin. Sin embargo, Marx ganó la controversia y en 1872 respaldó el traslado de la organización de Londres a Nueva York, donde se produjo su eventual decadencia.
El 18 de marzo de 1871, un movimiento de sindicalistas obreros se hizo con el poder en Francia y estableció el primer gobierno insurrecto de la clase obrera en la historia. Eso representó un gran triunfo para el comunismo. Sin embargo, la represalia a aquella comuna surtió sus efectos y los rebeldes fueron derrocados el 18 de mayo, aunque hubo muchos logros sociales gestados durante esos dos meses de gobierno. Marx escribió un panfleto al respecto.
Luego de mucho trabajo, y con los manuscritos de toda su obra, Marx por fin publicó en 1867 el primer tomo de su obra cumbre El capital: crítica de la economía política, cuyo subtítulo fue El proceso de producción del capital. El texto fue editado y prologado por Engels, quien trabajó durante varios años para publicar los otros dos tomos post mortem de Marx. El Tomo II fue publicado en 1885 bajo el subtítulo: El proceso de circulación del capital; y el Tomo III, sobre El proceso de producción capitalista en su conjunto, vio la luz en 1894. Nunca llegó a editar ni publicar el Tomo IV, La historia de la teoría de la plusvalía, el cual luego produjo y publicó Karl Kautsky, uno de los principales teóricos marxistas de la época, con los manuscritos de Marx.
Colaboración de su familia y su amistad más cercana con sus obras
Los Marx eran máquinas de trabajo. Su esposa Jenny era una de las pocas que entendían bien los manuscritos de Karl, pero también era investigadora y escritora, en cuyo asunto también fueron formadas sus hijas, quienes colaboraban arduamente con la causa marxista, muy especialmente en la cuestión de la producción literaria. En mayo de 1849, él y su familia encontraron refugio en Londres, donde permanecieron por el resto de sus vidas. Los Marx vivían en la pobreza, en la miseria del barrio para inmigrantes.
Tres de los siete hijos del matrimonio murieron en esa época por enfermedades. Solo tres llegaron a edad adulta: Jenny, Laura y Jenny Julia Eleanor. Ellas fueron activistas políticas, defensoras de las ideas de su padre y colaboradoras de sus trabajos; adoptaron las doctrinas de sus progenitores como propias. El Diccionario de filosofía marxista de Mark Moisevich Rosental y Pavel Fedorovich narran lo siguiente sobre sus vidas:
Jenny (1844–1883) fue escritora en la prensa socialista. Se casó con el activista francés Charles Lounguet, dos de sus seis hijos murieron en la infancia. Jenny murió de cáncer de vejiga en Francia, dos meses antes que su padre, en enero de 1883. Laura (1845–1911) tradujo la obra de su padre, El capital, al francés. Laura se casó con el escritor y revolucionario cubano Paul Lafarge. Trabajaron en la Primera Internacional en Francia por muchos años y jugaron un rol clave en la creación del Partido Socialista Obrero Español. Sus tres hijos murieron en la infancia. Luego de algo más de cuatro décadas de casados, teniendo Laura 66 años y Paul 69, terminaron envenenándose con cianuro en París. Su funeral en París fue una real manifestación política donde incluso Vladimir Lenin estuvo presente. Eleanor (1855–1898) fue pionera del feminismo marxista, se convirtió en una líder social. Murió tras ingerir un veneno en su habitación en Londres el 31 de marzo de 1898, a sus 43 años; según la nota que dejó, motivada por la traición de quien había sido su pareja por más de una década, Edward Aveling, quien la había dejado por una joven actriz. En fin, y de forma muy lamentable, las tres hijas de Marx que llegaron a la adultez tuvieron un catastrófico final.
Engels fue siempre el salvador de Karl. Además de industrial, pues su familia tenía una textilera en Manchester, fue un gran pensador, politólogo, dirigente político, periodista y coautor de varias obras junto a Marx. Algunos títulos son: La sagrada familia (1844) y La ideología alemana (1846). También compuso Teoría sobre la plusvalía a partir de las notas dejadas por Marx. Engels trabajó mucho, y además de dirigir la Primera y la Segunda Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores), escribió La dialéctica de la naturaleza (1883), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888). Con esto, sentó las bases para el materialismo dialéctico posterior.
Gracias a una herencia, Marx y su familia pudieron luego mudarse a una casa acomodada en Londres. Desde entonces, él pasó muchas horas al día en la Biblioteca del Museo Británico, mientras trabajaba en su obra principal, El capital (Das kapital). Además, agregó notas a la segunda y tercera edición. También trabajó durante once años como corresponsal para el New York Tribune (1851-1862). En los prólogos que Engels hizo para los tomos II y III del capital, este inseparable amigo y benefactor de Karl Marx relató lo fajado y perfeccionista que era Marx en su trabajo. Por ejemplo:
La mera enumeración de los materiales manuscritos legados por Marx para el libro II demuestra con qué tremendo rigor, con qué severa actitud crítica para consigo mismo se esforzaba aquel hombre en ahondar hasta la última perfección sus grandes descubrimientos económicos, antes de darlos a la publicidad; esta actitud crítica para consigo mismo rara vez le permitía adaptar la exposición, por su contenido y su forma, a su horizonte visual.
De igual modo, notemos el siguiente comentario de Engels en su prólogo al Tomo II:
Después de 1970, sobrevino una nueva pausa, debido principalmente a enfermedades. Como de costumbre, Marx ocupó este tiempo en estudios: agronomía, el régimen rural norteamericano y principalmente ruso, el mercado del dinero y el sistema bancario, y por último las ciencias naturales, la geología y la fisiología, y sobre todo ciertos trabajos matemáticos emprendidos por cuenta propia forman el contenido de los numerosos cuadernos de extractos de esta época.
Muchos de los críticos de Marx lo catalogan como un pensador implacable y un defensor arrogante de sus ideas. Al parecer, hay al menos algo de razón en tales críticas, porque no toleraba otras visiones socialistas que la suya y las de su grupo, a tal punto que rompía relaciones con ellas. Así sucedió con Virgen Belkin, además hizo críticas a Feuerbach y Hegel. Tras las críticas de Belkin a sus complicadas e intrincadas teorías le gritó de forma humillante: “Hasta ahora la ignorancia no ha ayudado a nadie”. También fue agresivo en sus críticas a las propuestas y filosofía de Pierre-Joseph Proudhon.
En su prólogo al Tomo III de El capital de Karl Marx, por ejemplo, Engels escribió sobre la filosofía de Hegel:
El primero que realmente intentó resolver el problema [sobre la cuestión del producto, su precio, el valor y la plusvalía] fue el Dr. Conrad Schmidt, en su obra La cuota media de ganancia, sobre la base del valor marxista del valor (1889)… Es una construcción extraordinariamente ingeniosa, cortada en un todo por el patrón hegeliano. Pero comparte con la mayoría de las construcciones hegelianas el destino de ser falsa.
Marx no titubeó en su personalidad, procura, pensamiento y determinación a utilizar el mismo método que acuñó respecto a cómo impulsar el bienestar social, a saber, la lucha de clases –soñó incluso con “una transformación utópica”–. Esto se podía lograr con un instrumento necesario: “la revolución”, un término sofisticado que evocaba un impulso obligado a que la clase obrera “proletaria” empuñara las armas de guerra para quitar de en medio al enemigo común, el capitalista o la clase “burguesa”. Así, él se valió de su fuerte y regio intelecto e influencia sobre otros colegas de semejante pensamiento para quitar de en medio a sus oponentes y críticos.
Marx murió el 14 de marzo de 1883 de enfermedades pulmonares en su casa en Londres, año y medio después del fallecimiento de su esposa.
El método dialéctico marxista
El marxismo es una teoría económica, política y social; sostiene que las sociedades avanzan a través de las luchas entre clases, las cuales representan “el motor de la historia”. El capitalismo, según Marx, fue el nuevo sistema económico producido por la industrialización, y la nueva clase social que surgió de este cambio fue el “proletariado”, los explotados sociales, que estaban en tensión con la burguesía –los industriales—.
El proletariado se libera de su opresión por medio de la “revolución”, permitiendo la construcción del “socialismo”, una sociedad libre de clases y de tensiones económicas, en la que el excedente de la producción se comparte equitativamente. En esta transición, el Estado domina la nueva clase. El ideal que se persigue es la construcción de una sociedad autogestionada, sin propiedad privada y sin Estado, para la cual se debía imponer la “dictadura del proletariado”. Para Marx, esa era la etapa transitoria entre el “capitalismo” y la “sociedad socialista sin clases”. En esta transición el Estado debe actuar como una herramienta organizadora de la sociedad hasta que se elimine la propiedad privada y traiga como consecuencia un mundo más igualitario.
Tal ideario utópico nunca sucedió en vida de Marx, pero el experimento fue llevado a la práctica en una nación convulsa y retrógrada en aquel entonces: Rusia, con Lenin a la cabeza de la “revolución”, creándose como fruto de ello “la Unión Soviética”. En el gran conglomerado de los pueblos del mundo han surgido movimientos, partidos y hasta gobiernos en procura de tal ideario social comunista. Los resultados de las sociedades marxistas (socialistas) han sido diversos en el devenir del tiempo. La revolución rusa sucedió en 1917, la china en 1949 y la cubana en 1953; todas han tenido gobiernos totalitarios.
El método dialéctico marxista se caracteriza por los siguientes rasgos fundamentales:
- Concibe la naturaleza como un todo articulado y único, en el que los objetos y los fenómenos dependen unos de otros y se condicionan mutuamente.
- Todo se halla en movimiento y constante cambio.
- Examina el desarrollo de la naturaleza como un proceso, en el que como resultado de la acumulación de una serie de cambios cuantitativos inadvertidos y graduales, se efectúa el paso, en forma de saltos, a cambios radicales y cualitativos. Este es uno de los principios básicos de la dialéctica. Así la cantidad se trueca en calidad.
- Surge a partir del criterio de que los objetos y los fenómenos de la naturaleza llevan siempre implícitas contradicciones internas, que todo tiene su lado positivo y su lado negativo, su lado de caducidad y su lado de desarrollo, y que la lucha entre lo que caduca y lo que se desarrolla forma el contenido interno del proceso de evolución, es decir, el de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos.
Estos principios del método dialéctico sobre el proceso de evolución de la naturaleza rigen también para la evolución de la sociedad. De esa misma manera se considera el devenir de la historia en la dialéctica marxista. De hecho, las ideas sociales y las instituciones políticas, al tener sus raíces en las condiciones materiales de la vida en sociedad, ejercen sobre la existencia social una acción inversa, siendo el modo de producción de los bienes materiales la base de esta acción recíproca.
El hecho de que en la historia de la sociedad unas formaciones económico-sociales hayan sido sustituidas por otras, demuestra claramente que también en la vida social hay movimiento, cambio, la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. El capitalismo es un régimen social superior al feudalismo; el socialismo –en comparación con el capitalismo– constituye por tanto (en el ideario dialéctico) una etapa inmensamente superior de la evolución social.
El contenido interno de este proceso de evolución de una formación económico-social a otra es la lucha entre las clases, que expresa la contradicción interna existente en el propio modo de producción, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Así pues, la historia de la sociedad y la de la naturaleza testimonian que en el mundo todo se realiza de manera dialéctica.
De las tesis de la dialéctica marxista brotan los más importantes principios rectores de la política y de la táctica, que siempre han sido seguidos por el partido de Lenin y Stalin. Ellos llamaron a la dialéctica y al método dialéctico “el alma del marxismo”, y toda su actividad teórica constituye la ulterior elaboración y concreción del método dialéctico de Marx y Engels.
Crítica al marxismo, atendiendo a sus resultados
Algunas cuestiones lamentables que resultan de las teorías marxistas son:
1. La vida, si algo vale, es muy poco.
En el marxismo o materialismo dialéctico, la consagración y dignidad de la vida pierde el valor dispuesto por la divinidad, pues la espiritualidad y la naturaleza espiritual misma resultan ser “un mito”. Para Dios, el dador, regulador y absoluto administrador de la vida, el mandamiento y la consigna es “No matarás”, Éxodo 20:13. Del mismo modo, la administración justiciera divina, en tal materia, tiene la forma: “El que a hierro mata, a hierro muera” (ver Lev 24:20).
Para el marxismo –igual que para las ideologías sociales posteriores y surgidas de la sopa dialéctica, como la actual ideología de género, etc.–, el mandamiento “no matarás” significa e implica exactamente lo contrario: “mata, rebélate, aborta, etc.”. Es más, Marx veía la religión, según dijo, como: “El opio de los pueblos”. Desde el breve Manifiesto comunista, se llamaba al proletariado a la revolución comunista, para lo cual debían ser empuñadas las armas y la revolución no debía ser de ninguna otra manera que esa.
Por eso, por ejemplo, el ensayo marxista soviético de los Bolcheviques no solo aniquiló a la casta de gobierno de turno (los Romanov), sino que bajo la consigna marxista de Stalin dirigiendo la Unión Soviética, se perpetró el más grande genocidio local que haya vivido la historia humana jamás: el Holodomor en Kiev. Se estima que murieron entre 1.5 a 10 millones –la mayoría calculan unos 3 a 3.5 millones– de ucranianos por hambre, por el cerco del ejército rojo a la orden de Stalin y por razones no claras hasta ahora, si bien la tendencia en la opinión de los investigadores apunta que la razón fundamental fue disuadir a los ucranianos de sus ideales independentistas.
Sumado a eso, la revolución dejó un saldo de otros 20 a 25 millones de rusos postrados al filo de las bayonetas y de la pólvora de los cañones de los ejércitos enemigos (alemanes) en aquello a lo que los rusos denominan “la Gran guerra patria”. Por cierto, no fueron los burgueses quienes perecieron en ese conflicto, sino los proletarios; pues Rusia y los pueblos eslavos eran esencialmente pobres a comienzos del siglo XX. Una de las frases famosas de Lenin fue: “La sangre de los campesinos es abono para la tierra”.
El ensayo maoísta en China se llevó entre las garras unas tres decenas de millones de chinos. De nuevo, eran proletarios, porque no había muchos burgueses allí a inicios del siglo XX y los que había –aparte del círculo de Mao– huyeron a Taiwán. No obstante, todas las formas del comunismo son totalitarias y derramadoras de sangre. Sus consignas son: “la lucha de clases” y “la revolución”.
2. El hombre es eminentemente bueno y no es el culpable de ningún mal social en sí mismo.
La moralidad no es algo que interese al marxismo como tal, pues a fin de cuentas es un departamento de la religión y la espiritualidad. De todos modos, “el hombre es altruista por naturaleza y cuando actúa mal es por culpa del sistema, la culpa no es suya”. Esta premisa antropológica del marxismo es enteramente anticristiana. Según las Sagradas Escrituras, nuestros primeros padres pecaron y desde ese momento toda su posteridad hereda el pecado. En otras palabras, el hombre no solo nace corrompido, pecador, sino que por naturaleza será propenso al mal.
Por esa premisa altruista, el socialismo marxista falló en sus principales propósitos, pues el comunismo cae precisamente por la traición y la corrupción interna de las cúpulas de poder. Muchos líderes socialistas y comunistas han sido virtualmente monstruos. Claro, eso no es exclusivo del marxismo.
3. La estructura familiar llega a resultar odiosa.
Algo común en los intérpretes de Marx, quizás con la rara excepción de Engels, es que tuvieron desprecio por la estructura familiar. Stalin nunca se casó formalmente, Mao “se casó” con su querida revolucionaria después de vivir juntos por décadas. Fidel y El Che siempre vieron el matrimonio y la familia como algo odioso a la causa comunista. Esa es la media de los dirigentes marxistas en la historia. Por supuesto, el materialismo es sinónimo del ateísmo, y ambos –con sus variantes– serán siempre odiosos de la revelación divina y de sus institutos, incluidos la religión organizada y la familia.
4. Para el marxismo, la iglesia y la fe son como la cruz para el diablo.
En el ideal de Karl Marx, la religión, especialmente la cristiana, es “el opio de los pueblos”. Un Dios soberano debe ser borrado de toda ecuación de la construcción social. Como vimos, este filósofo e intelectual nació en la fe luterana, a pesar de que sus padres eran judíos, así que militó y hasta escribió asuntos de fe en su juventud temprana. Eventualmente odió el cristianismo, precisamente por su amor por la filosofía.
5. La propiedad privada es un terror para la doctrina marxista, lo mismo que las ganancias y el interés.
Su consigna es: “todo es del Estado, todo es del pueblo”. En el marxismo, el interés y la ganancia son “meros términos elegantes para la explotación”.
6. La división de los poderes de control representa una maldición para el ideario del socialismo.
La división de poderes es una maldición para el socialismo porque dificulta la centralización del poder necesario para implementar eficazmente sus políticas y reformas, al crear obstáculos y contrapesos que limitan la autoridad del Estado y del partido único.
7. Para el marxismo, la competitividad es odiosa y malvada, y debe ser erradicada.
Cuando bajo cualquier circunstancia existe alguna diferencia de criterio con el líder socialista de una nación, aunque sea dentro de la cúpula partidista, “o te ajustas o te ajustamos”. Y aún después de ajustarte, quedarás como sospechoso para siempre. Eso pasó, por ejemplo, con León (Lev) Trotski en la URSS de Stalin.
8. Le temen a la educación e investigación liberal.
El marxismo le teme a la educación e investigación liberal porque estas promueven el pensamiento crítico, cuestionan dogmas y fomentan la autonomía individual, lo cual puede desafiar la autoridad y los principios establecidos en sistemas que buscan controlar la ideología y el conocimiento.
9. Para el comunismo los misioneros y las organizaciones misioneras y sin fines de lucro siempre serán espías de otras potencias.
Es cierto que hay personas desleales en todas las religiones y organizaciones benéficas y que los servicios de inteligencia de las potencias se suelen camuflar en estas últimas. Sin embargo, al menos en las organizaciones misioneras protestantes, ese no suele ser el caso en general.
Conclusión: contrario al cristianismo
Creo que es notorio que el marxismo –o el materialismo dialéctico– es totalmente contrario al cristianismo y al evangelio, igual que, por ejemplo, el darwinismo. Quizás no haya sido así con el neoplatonismo o el tomismo, incluso no del todo con el deísmo per se; pero, en algunos aspectos, es mucho más fácil detectar lo antiDios del marxismo y del darwinismo, a pesar de su aceptación popular cuasi universal en su momento. Precisamente, son antítesis del cristianismo en un giro no copernicano, sino de 180 grados, o sea, antítesis completas del cristianismo.
Uno de los peores errores en que podrían caer la iglesia y los pensadores cristianos es el de someter estas antítesis a un proceso dialéctico en el que la ortodoxia cristiana (dogmática) sea la tesis y el marxismo (o el darwinismo) la antítesis. La síntesis de tales profanaciones vulgares sería una herejía perniciosa y fatal.
El cristianismo no tiene nada que aprender ni que tomar prestado de dichas teorías, sistemas o ideologías. El creyente, por el contrario, debe vigilar con sumo cuidado las filosofías y sofisticaciones retóricas y dialécticas huecas, según el pensamiento y las tradiciones de los hombres (Col 2:8-10) porque estamos completos en Dios. No necesitamos nada prestado ni del platonismo, ni del aristotelismo, ni del darwinismo, marxismo o relativismo einsteniano, etc.: esas doctrinas son perniciosas, dañan el dogma y afectan la ética y la piedad sustancialmente.
Kant, Darwin y Marx, por mencionarles algunos casos concretos, y como hemos plasmado en esta minibiografía de Karl Marx, tienen en común que fueron incubados en la banca de una iglesia protestante (Darwin en una anglicana), e incluso iniciaron sus estudios tras el clericato (con la excepción de Marx). Además, profesaron el cristianismo y hasta lo defendieron con tesón en su juventud temprana, pero la influencia de astutos y sutiles pensadores –en persona o a través de sus escritos– mientras corrían sus respectivos currículos universitarios, los enamoraron de las filosofías perniciosas de los hombres.
Los tres hombres mencionados en el párrafo anterior fueron conducidos por sus profesores a criticar y abandonar la fe bíblica. Además, sería una solución diabólica, infiel y vulgar que le ayudemos a un supuesto profesor cristiano que es liberal y que sutilmente carcome los fundamentos de nuestros jóvenes. No debemos tolerar libres pensadores camuflados en nuestras academias, mucho menos en los salones de clases de nuestras congregaciones y en los púlpitos. Darwin tuvo un pastor que lo condujo al naturalismo y al ateísmo.
Padres, ministros del evangelio, profesores y pastores, aboguemos por una buena educación cristiana para nuestros hijos. Sí, que consuman todas las teorías en boga y de la historia puede hasta ser saludable, pero no en la etapa tierna de su formación temprana y del tercer nivel; eso puede ser fatal. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para establecer escuelas, academias, institutos y universidades cristianas, apartadas del liberalismo; filtremos con sumo cuidado el profesorado, las cátedras y el liderazgo eclesial.
Referencias y bibliografía
Diccionario de filosofía marxista (1946) de Mark M. Rosental y Pavel Fedorovich
Manifiesto Humanista II (1973) Paul Kurtz y Edwin H. Wilson
El capital (1946 y 1959) Karl Marx. Fondo de Cultura Económica, México.
El manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels
El universo de al lado (2005) James W. Sire. Libros Desafío.
Histories and fallacies (2010) Carl R. Trueman. Crossway.
Karl Marx en Historia incomprendida | YouTube.
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