NOTA DEL AUTOR
La serie Si la vida te da mandarinas, que inspira este artículo, no es una producción de corte cristiano. Por lo tanto, ciertas escenas, diálogos, imágenes o referencias podrían entrar en conflicto con algunos creyentes. Aunque ha sido clasificada como un “contenido familiar”, la producción contiene ocasionalmente malas palabras y un uso indebido del nombre de Dios. Sin embargo, esto es más una cuestión de la traducción de los subtítulos en español que del diálogo coreano original. Asimismo, la trama incluye referencias a una supuesta deidad que controla el mar, un elemento inherente a la cultura local en la que se desarrolla la historia. Finalmente, aunque pocos, el artículo contiene spoilers.
Para ver Si la vida te da mandarinas es necesario tener pañuelos a la mano; cada uno de sus 16 capítulos me hizo llorar. Cuidado: esto lo dice alguien que rara vez ve los llamados “K-Dramas” (dramas coreanos) —de hecho, que rara vez ve dramas en absoluto— y que no suele llorar viendo televisión. La serie sigue la vida de la niña Oh Ae-soon y el niño Yang Gwan-sik desde su juventud, en la década de 1960, hasta su vejez en el presente, en la idílica y a la vez desafiante isla de Jeju, Corea del Sur. La narrativa muestra lo que sucede con su familia a medida que enfrentan los cambios sociales y culturales de un país en constante evolución.
Pero, ¿qué tiene de especial esta producción que la hace brillar como una rara joya entre los cientos de programas y películas que se lanzan cada año? Si la vida te da mandarinas posee, creo yo, una nostalgia especial que nos hace apreciar lo que nuestro siglo nos ha quitado. Aunque no es cierto que “todo tiempo pasado fue mejor”, los cristianos tenemos buenas razones para añorar épocas doradas que ya se fueron. A veces nos sentimos tan abrumados con el individualismo y los avances tecnológicos de nuestro siglo, especialmente si vivimos en el caótico ritmo de una metrópoli, que quisiéramos escapar hacia una vida rural comunitaria más amigable. Esta serie no hace sino confirmar estos sentimientos y nos recuerda el valor de lo perdido.
Pero no soy el único que la disfrutó. El mes pasado, en la edición 61° de los Baeksang Arts Awards —que muchos ven como los Globos de Oro de Corea—, tras poco más de un mes de que la emisión de sus 16 capítulos finalizara, la serie ganó el codiciado premio a mejor drama del año, así como mejor guion, mejor actor de reparto y mejor actriz de reparto. En poco tiempo, la producción se ha convertido en un fenómeno internacional, siendo aclamada por espectadores en todo el mundo.
Lo irónico es que buena parte del éxito de Si la vida te da mandarinas se debe a que desafía algunos de los principales valores de nuestra cultura occidental predominante. A pesar de no ser una serie cristiana, invita a los usuarios a abrazar varios rasgos fundamentales de nuestro diseño como seres humanos.
La importancia de la comunidad
Si la vida te da mandarinas es un testimonio conmovedor de la profunda necesidad de vivir en comunidad, un contraste marcado por la creciente individualidad que promueve la cultura occidental y que, a menudo, propicia la soledad. A través de las distintas generaciones de los Yang, el matrimonio de los protagonistas, la serie subraya la constante lucha por mantener la unidad familiar y comunitaria; en medio de los desacuerdos, la cancelación de las relaciones no es una opción.

La isla de Jeju como telón de fondo es crucial para esta narrativa. Esta zona rural, devastada por la pobreza tras la Guerra de Corea, presenta un panorama desolador para el progreso económico y profesional de sus jóvenes. La serie muestra cómo, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el éxodo del campo a la ciudad convierte a metrópolis como Seúl en el epicentro de los sueños, dejando a islas como Jeju cada vez más vulnerables y despobladas.
En este contexto de adversidad, el valor de la familia y la comunidad se hace innegable. La serie ejemplifica esto de forma cruda: ¿qué oportunidad tiene una niña como Ae-soon, que pierde a sus padres y carece de respaldo material, en un ambiente de hambre y necesidad? La serie muestra cómo la abuela paterna de Ae-soon y otros parientes, aunque a veces autoritarios, le proveen el refugio y el sustento básico. Precisamente en esos momentos críticos, los tíos, abuelos y demás familiares y vecinos extienden la mano. Incluso, cuando entre los miembros de la familia surgen desacuerdos –como las constantes fricciones que la joven Ae-soon y Gwan-sik tienen con sus mayores debido a sus opiniones y cosmovisiones más modernas–, siempre prevalece un arraigado sentido de cuidado y protección hacia los seres amados.

La serie plasma con fidelidad el machismo dominante de la época, en la cual los sueños individuales de los jóvenes chocan frontalmente con las decisiones intransigentes de los adultos, particularmente de los hombres. Desde niña, Ae-soon anhela ser poetisa, pero su comunidad —incluida su familia— ya ha determinado su destino: seguir los pasos de su madre como haenyeo, una buceadora libre que se sumerge en el mar para recolectar mariscos. Pero, a pesar de esas constantes imposiciones y de los frecuentes desacuerdos, los lazos familiares en la serie demuestran una resiliencia inquebrantable.
Por ejemplo, la madre de Gwan-sik se opone vehementemente a su matrimonio no solo por la situación económica precaria, sino también por el temperamento rebelde de Ae-soon y su historia familiar. Las escenas donde su suegra insulta públicamente a Ae-soon y la humilla, intentando disuadirla de su unión, son dolorosas y llenas de tensión. Sin embargo, la persistencia de los jóvenes y la realidad de su amor obligan a una aceptación gradual. Con el tiempo, Ae-soon y su suegra desarrollan una relación compleja pero duradera, marcada por el respeto mutuo que nace de compartir la vida y las responsabilidades. De hecho, terminan trabajando juntas por décadas y se apoyan incondicionalmente en momentos de crisis. Este proceso demuestra que, si bien hay fricciones, la necesidad de mantener la cohesión familiar, incluso al momento de integrar nuevos miembros, es primordial.
Así, en la serie se celebran la reconciliación, la madurez y la corrección de errores. Tras el conflicto, la comunidad y la familia son capaces de encontrar caminos para adaptarse e integrar a sus miembros, priorizando la cohesión sobre la separación. Esto contrasta fuertemente con la perspectiva occidental, que a menudo ve la ruptura de lazos como una lógica consecuencia o incluso un signo de independencia.
La “teoría sueca del amor” ejemplifica nuestro problema en Occidente. Este término se popularizó tras el documental de Erik Gandini que llevaba ese nombre, en donde expone cómo las políticas de bienestar en Suecia implementadas desde la década de 1970 produjeron una profunda soledad y aislamiento social. De manera general, el gobierno sueco dispuso regulaciones que promovieron la independencia individual radical entre sus ciudadanos a través de extensos servicios sociales, políticas de pleno empleo y un fuerte énfasis en la igualdad de género. El objetivo era asegurar que cada persona pudiera ser económicamente autosuficiente y no depender de familiares, amigos o la comunidad. Esta iniciativa buscaba liberar a los individuos de las “ataduras tradicionales”, creyendo que la autonomía plena llevaría a una sociedad más justa y libre.
Roberto Seeffeld, quien sirve en Estocolmo como pastor y auxiliar de enfermería para personas mayores, dijo:
En una ocasión, le pregunté a una mujer con la que trabajé si había pasado con sus hijos las fiestas de fin de año y ella, molesta, me respondió que nadie la había ido a visitar y que nadie tenía la obligación de hacerlo, pues sus hijos tenían sus familias. Eso me sorprendió y pensé que era un caso excepcional. Pero, a medida que fui conociendo a más personas, entendí que esto es natural para los suecos.

Después de ver La teoría sueca del amor y Si la vida te da mandarinas, estoy convencido de que casi cualquier persona podría ser más feliz con la vida pobre, rural y comunitaria de la isla de Jeju, aunque tenga la tentación de estar en la vida avanzada e individualista de Suecia.
[Puedes leer: El gran peligro de vivir en el país más feliz del mundo]
Así, en esencia, la serie nos invita a reflexionar sobre el profundo valor de una comunidad que, aunque imperfecta y a menudo restrictiva, ofrece una red de seguridad y un sentido de pertenencia que escasea en nuestras sociedades. Por supuesto, como creyentes, sabemos que no hay forma de vivir el cristianismo de forma individual; la Iglesia es un ente vivo en el que sus miembros dependen unos de otros para la edificación, la salud espiritual de todos y el cumplimiento de la misión de hacer discípulos (ver 1 Co 12).
El sacrificio como estilo de vida
Como han resaltado pensadores como Charles Taylor, una de las prioridades más grandes de nuestra cultura occidental es la expresión del individuo, lo que muchos han llamado “individualismo expresivo”. Carl Truman lo define así:
El individualismo expresivo se refiere particularmente a la idea de que, para sentirme realizado, para ser una persona auténtica, para ser genuinamente yo, necesito poder expresar externamente o manifestar públicamente aquello que siento que soy por dentro. Así, el individualismo expresivo, en cierto modo, subvierte muchas de las nociones del yo que las generaciones anteriores pudieron haber sostenido.

Sin importar lo que haya al interior del individuo, esto debe salir y manifestarse. Ya sea un deseo sexual, una actitud vergonzosa o una diferencia extravagante, es imperativo exteriorizar los impulsos interiores. Esto no solo se ve en los gustos, sino en las metas: lo más importante que puede lograr una persona es alcanzar sus sueños, sin importar cuáles sean estos. ¿Un emprendimiento? ¿Una obra artística? ¿Un título profesional? ¿La adquisición de un patrimonio? Se existe para alcanzarlos.
No es así en Si la vida te da mandarinas. Desde el primer episodio, se nos revela el sueño de la joven Ae-soon de ser poetisa. Sin embargo, a medida que su vida se desarrolla y comprende el papel indispensable que juega en la existencia de otros —su esposo, sus hijos, los habitantes de su pueblo, sus tías y demás familiares—, Ae-soon vive una vida de sacrificio constante. Su agenda no está dictada por sus anhelos personales, sino por las necesidades de los demás. La serie muestra cómo, en incontables ocasiones, Ae-soon no hace lo que su “interior le dicta”, sino lo que la situación le exige, es decir, buscar el beneficio colectivo, lo cual podría ser visto como una supresión de la individualidad desde la óptica occidental.
La serie exalta explícitamente este estilo de vida sacrificial. Hacia el final de su vida, se hace evidente que Ae-soon no cambiaría nada de lo que logró y construyó por haber sido una poetisa famosa. Incluso Gwan-sik, quien en su juventud le prometió que haría todo lo posible por enviarla a una universidad en Seúl para cumplir su sueño poético, no se arrepiente de haber compartido toda una vida con ella y haber forjado una familia, a pesar de no cumplir su promesa en la forma original. Su felicidad reside en el camino compartido y en los lazos construidos a través del esfuerzo mutuo.

Es crucial destacar que ni siquiera el cambio generacional socava este canto al sacrificio como estilo de vida. Ae-soon siempre expresó que su hija, Geum-myeong, un día haría lo que quisiera, y ella se aseguraría de ello. En efecto, Geum-myeong logra ir a Seúl y estudiar en el extranjero, cumpliendo sus sueños profesionales, un avance que su madre nunca pudo permitirse. ¿Significa esto que Ae-soon vivió sus sueños a través de su hija, validando el individualismo? No exactamente.
Es fundamental comprender el contexto: decir “mi hija hará lo que quiera” en la Corea de los años 70 (cuando Ae-soon lo pronunció) es muy distinto a decirlo hoy. Como ya lo mencionamos, la serie muestra una sociedad donde el destino de una persona estaba determinado por las generaciones previas, la pobreza y las creencias sociales. Al romper ese ciclo, Ae-soon le ofrece a Geum-myeong la libertad de elección que ella no tuvo. Sin embargo, incluso con todos sus logros académicos y profesionales, Geum-myeong también experimenta la belleza y las complejidades de tener sus propios hijos, y enfrenta las dificultades y glorias de formar una familia y vivir en pro del interés de los seres amados.
En definitiva, Gwan-sik y Ae-soon —y más tarde también sus hijos— se erigen como modelos que enseñan a toda su familia, y a la audiencia, que hay una profunda belleza y poesía en la vida cotidiana, especialmente cuando se vive con un propósito que trasciende lo individual. Familias con más libertad de tiempo y recursos económicos en la serie a menudo envidian la riqueza de las relaciones de los Yang, comprendiendo que ni el dinero ni el éxito personal pueden reemplazar el amor inquebrantable entre esposo y esposa, y entre padres e hijos.
El propio título de la serie —un juego de palabras basado en el proverbio “si la vida te da limones, haz limonada”— encapsula esta filosofía. “Si la vida te da mandarinas” no es un llamado a insistir en hacer jugo de limón solo porque tu “impulso interior” te dice que ese es el mejor sabor. En cambio, es una invitación a aceptar y aprovechar lo que la vida (en este caso, las mandarinas de Jeju) te ofrece exteriormente, incluyendo las condiciones de tu entorno y las relaciones familiares. Las mandarinas están fuera, como un regalo que te es dado; no son un producto de tu interior.

¿Quién es el ejemplo máximo de vivir por los intereses de los demás? El apóstol Pablo dijo:
No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús… (Fil 2:3-5).
El inmenso valor en lo antiguo
Como dijo Truman en su libro Imperativo confesional, nuestra generación tiende a descartar las cosas antiguas, tachándolas de inferiores:
Hoy en día, el pasado es más a menudo una fuente de vergüenza que una fuente positiva de conocimiento, y cuando se le considera útil, suele ser como ejemplos que demuestran qué no hacer o de pensamiento defectuoso y menos avanzado, en lugar de como una verdad para el presente (...). Numerosas fuerzas dentro de la cultura moderna sirven para erosionar cualquier noción de que el pasado pueda ser una fuente útil de sabiduría. (...) El mundo tecnológico, particularmente dada la rapidez con la que cambia constantemente, crea un ambiente donde la suposición es que las personas mayores dependerán de las más jóvenes.
Si la vida te da mandarinas desafía esta tendencia cultural y exalta poderosamente el valor de lo antiguo. Desde los primeros minutos de la serie, sabemos que la historia abarcará desde la niñez de Ae-soon en los años 60 hasta su vejez en la década de 2020, y seremos testigos de que el paso del tiempo y el avance tecnológico no implican necesariamente que lo nuevo sea intrínsecamente mejor. Por el contrario, los personajes están en un viaje por aprender que la madurez reside en la capacidad de apreciar la sabiduría y los logros de las generaciones que les precedieron.
Un ejemplo contundente de esto es la figura de la madre de Ae-soon, una haenyeo. La primera impresión que tenemos de ella es la de una mujer dura, desatenta e incluso severa, cuyo temperamento fuerte podría llevar a la audiencia contemporánea a exclamar: “¡Ae-soon, debes escapar de la opresión de esa mujer tan anticuada!”. Sin embargo, a pesar de las dificultades, ella ama profundamente a su madre y, a lo largo de su vida, debe volver una y otra vez a su recuerdo, sus enseñanzas y su ejemplo para encontrar dirección y fuerza.

Nuestra sociedad del siglo XXI, obsesionada con el progreso y la sofisticación, podría asumir que no hay nada que aprender de una humilde mujer de pueblo dedicada a una labor “no civilizada” —su vida demuestra que bucear a diario sin protección es casi un suicidio—. Pero la serie revela que una persona con tan poca educación y con un trabajo tan físicamente exigente posee una sabiduría forjada en la resiliencia y el sacrificio, un valor que su hija solo puede comprender plenamente al transitar ella misma una vida entera de desafíos.
No es una sorpresa, entonces, que Ae-soon, ya en su adultez, se convierta en una de las principales impulsoras de la creación de un museo en honor a las haenyeo. Este esfuerzo no es solo un gesto de memoria; es un intento consciente y crucial por rescatar y preservar culturas rurales y antiguas frente al avance implacable de la tecnología, la “civilización” y el éxodo masivo de la juventud hacia las ciudades, que amenazan con borrar estas valiosas identidades.
Esta apreciación de lo antiguo y de la sabiduría inherente a las generaciones previas también se manifiesta en los hijos de Ae-soon y Gwan-sik, aunque no inmediatamente ni de manera natural. En un momento de frustración y resentimiento, Eun-myeong, el hijo menor, hace una crítica hiriente al estatus social y los logros de su padre, Gwan-sik, diciéndole algo tan despectivo como “pescador pobretón”. Esta frase encapsula el desdén moderno por las ocupaciones manuales y tradicionales frente a las profesiones “dignas” de la urbe.
Sin embargo, al convertirse en padre, él mismo experimenta una crisis económica y, de manera más dramática, lleva a sus padres a enfrentar la enorme dificultad de sacarlo de la cárcel, con lo cual aprende una lección invaluable. Estas duras pruebas le enseñan a apreciar profundamente el inmenso sacrificio, el arduo trabajo y la sabiduría silenciosa que su padre, un “simple pescador”, había invertido en su familia y en su vida.

Por su parte, Geum-myeong, la hija mayor, que logra estudiar en Seúl y forjarse una carrera profesional, también llega a un profundo reconocimiento del valor de su pasado. Después de hacerse adulta y comprender todas las crisis, luchas y sacrificios que sus padres tuvieron que afrontar para que ella pudiera convertirse en la mujer que es, decide dedicar buena parte de su vida a contar la historia de su madre.
Aunque algunos podrían criticar que se trata de la historia de una simple familia rural que logró llevar a sus hijos a la capital —preguntándose qué hay de especial en eso—, Geum-myeong llega a una convicción inquebrantable: esa narrativa, la vida aparentemente humilde y común de su madre haenyeo, era digna de ser publicada en las más importantes editoriales.
Como cristianos, nuestra fe nos llama a ser los más conscientes del valor intrínseco de lo antiguo. Las Escrituras, de manera consistente, exaltan a los padres y a los mayores, recordándonos que “La cabeza canosa es corona de gloria” (Pro 16:31). Más allá de este respeto generacional, la misma Palabra de Dios nos llega desde hace milenios, constituyendo un legado ancestral de verdades eternas. Por ello, no solo a nosotros se nos exhorta a valorar y transmitir estas verdades; las generaciones más antiguas ya reconocían la vital importancia de que cada familia recordara y preservara estas palabras ancestrales:
No lo ocultaremos a sus hijos,
Sino que contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor,
Su poder y las maravillas que hizo.
Porque Él estableció un testimonio en Jacob,
Y puso una ley en Israel,
La cual ordenó a nuestros padres
Que enseñaran a sus hijos (Sal 78:4-5).
Columna de la verdad
En la cultura de la soledad, el individualismo y la obsesión con el desarrollo personal, esta serie se erige como un canto nostálgico a lo que sentimos que la cultura nos ha quitado con el pasar de los años. Aunque vale la pena disfrutar joyas como esta serie —que solo surgen de tiempo en tiempo—, no necesitamos del televisor para abrazar la belleza de estos valores y enseñarlos al mundo; la Iglesia siempre ha estado ahí para recordarle a la humanidad lo que es bueno y lo que no. Como dice Pablo, los creyentes somos “columna y sostén de la verdad” (1 Ti 3:15). Entonces, la pregunta que queda es: como Iglesia, ¿seguimos defendiendo la comunidad, el sacrificio y el valor de lo antiguo frente a las abrumadoras fuerzas de nuestra cultura?
Referencias y bibliografía
The Swedish Theory of Love | Full Documentary
What Does It Mean to Be Your True Self? | Crossway Articles
“When Life Gives You Tangerines,” Turn to Your People | Psychology Today
‘When Life Gives You Tangerines’: What You Might've Missed In The Show | Forbbes
El Imperativo confesional de Carl Trueman | CLC
“When Life Gives You Tangerines” review: Tearjerking K-drama | WORLD
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