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Cipriano nació en 1531 en Valera la Vieja, un lugar que entonces pertenecía al reino de Sevilla. En su juventud, al vivir ya en la capital homónima, inició sus estudios universitarios en la Universidad de Sevilla, donde se preparó como bachiller en filosofía y conoció las humanidades en general. Un profesor muy influyente para él fue el hebraísta y biblista Benito Arias Montano, del cual se consideró discípulo.
Después, ingresó al monasterio de San Isidoro del Campo, perteneciente a la orden de San Jerónimo, en Santiponce, cerca de Sevilla. Allí, como fraile jerónimo, conoció a Casiodoro de Reina y formó parte del grupo de monjes que mostraba interés por la reforma protestante gracias a la influencia del Doctor Egidio y de Ponce de la Fuente, así como de los libros evangélicos que llegaron al monasterio por los esfuerzos de Julianillo Hernández.
Pero, en 1557, este círculo reformista dentro de San Isidoro del Campo fue expuesto y descubierto por el Santo Oficio de la Inquisición. Ante la inminente persecución, Cipriano y otros amigos cercanos a él (Casiodoro de Reina, Antonio del Corro y Alonso Baptista) huyeron en dirección a Ginebra. Cipriano fue condenado simbólicamente a la hoguera.
Permaneció por corto tiempo en aquella ciudad calvinista que servía de refugio para exiliados protestantes, y en 1558 logró hacerse ciudadano. Estudió teología reformada bajo la guía de Teodoro de Beza en la Academia de Lausana. Pero, al parecer, Cipriano no encajó del todo en aquel bastión de la Reforma, por lo que decidió emprender un viaje a un nuevo lugar: Inglaterra.
En 1558, luego de la muerte de María la Sanguinaria, la reina Isabel I restableció el protestantismo y concedió el derecho de libertad religiosa a los protestantes, abriendo así las puertas del reino inglés a los refugiados de corte protestante. Valera expresó su gratitud a la reina así:
¿Quantos millares y millares de pobres estrangeros se han acogido a Inglaterra, (dexo de nombrar otros Reynos y Repúblicas) por salvar sus consciencias y vidas, donde so la protección y amparo, primeramente de Dios, y después de la sereníssima Reyna doña Isabel han sido defendidos y amparados contra la tyranía del Antechristo y de sus hijos los Inquisidores?
Ya en Londres, donde también estaban Reina y Corro, apoyó el establecimiento de una iglesia española. También tuvo relación con las iglesias italianas en suelo londinense. Sin embargo, las aspiraciones de Valera iban más por la academia, no tanto por lo eclesiástico, aunque se consideraba “predicador” y no perdía oportunidades para compartir la doctrina evangélica con otros.
Al año siguiente se mudó a Cambridge para probar suerte en el campo universitario. Primero, obtuvo un título en Teología de la Universidad de Cambridge y luego, en 1560, fue designado profesor en el Magdalene College de la misma universidad. Un aspecto interesante es que fue maestro de Nicholas Walsh, un futuro traductor del Nuevo Testamento al irlandés gaélico. Mientras tanto, continuó sus estudios hasta 1563, cuando recibió el título de magíster en Artes. En 1566 se pasó a Oxford, donde revalidó su título para ser docente.
Por ese tiempo contrajo matrimonio con Ana, una mujer inglesa de la que no se sabe nada más, excepto que le dio tres hijos: Isaac, John y Judith. Sin embargo, la boda se hizo sin autorización legal, lo cual le trajo como consecuencia la pérdida de su trabajo en Oxford. Valera tuvo que regresar a Londres y trabajar como tutor privado para jóvenes estudiantes.
Esta situación le trajo muchas dificultades económicas, pero también le dio el tiempo para dedicarse al trabajo literario. Se destacó como autor y, principalmente, como traductor. Tres publicaciones suyas resaltan: Dos tratados, Institución de la religión cristiana y Biblia Reina-Valera. Sobre estos se hablará a continuación, prestando especial atención a su labor con la Biblia.
En 1588 publicó la polémica obra ‘antipapista’ Dos tratados: uno era contra el Papa mismo y otro contra la misa, los cuales –pensaba Valera– eran las dos columnas de todo el edificio romano. Si estas caían, todo lo demás se derrumbaría con ellas. Cristo, “el verdadero Sansón”, haría esto a través de él. Su argumentación fue proreformada-calvinista.
La obra parece haber generado interés, ya que contó con una segunda edición y, de hecho, fue la segunda de lengua española que se imprimió en Inglaterra. Posteriormente, fue anexada al Índice de Libros Prohibidos de Roma y permaneció allí hasta la última edición del mismo (1948).
En este libro, Valera se lamentó de la condición espiritual de su nación en aquel momento, lo cual se convirtió en una preocupación constante en sus escritos:
Duelome muy mucho, que mi nación, a la qual el Señor Dios ha dado tanto ingenio, habilidad y entendimiento para las cosas del mundo (lo qual las otras naciones no lo pueden negar) en las cosas de Dios, en las cosas que le va la salud de sus ánimas, o yr al cielo, o yr al infierno, sea tan tonta y tan ciega, que se dexe llevar por la nariz, que se dexe governar, atropellar y tyranizar del Papa, del hombre del pecado, del hijo de perdición, del Antechristo…
Otro trabajo importante de Cipriano fue su traducción del latín al español de la Institución de la religión cristiana de Calvino, que publicó en Londres en 1597. Era una edición castellana de más de mil páginas, en cuatro volúmenes amplios. Añadió un prefacio escrito por él y adaptó toda la obra para el lector español. Asimismo, la dirigió, según sus propias palabras, a “todos los fieles de la nación española, que desean el adelantamiento del Reino de Jesu Cristo”.
Para él, el teólogo ginebrino, a quien conoció personalmente y al cual admiraba, presentaba una forma pura de cristianismo sin las contaminaciones del ‘papado’. Nuevamente, su preocupación personal con esta traducción era “el grande y encendido desseo que tengo de adelantar por todos los medios que puedo la conversión, el conforto y la salud de mi nación”. Se dice que unas 30 000 copias fueron impresas y vendidas.
Pero el mayor trabajo de Valera y por el que es recordado hoy, fue su revisión de la Biblia del Oso, una versión castellana de la Biblia que publicó el reformador español Casiodoro de Reina en Basilea en 1569. Fue llamada así por el emblema de la ciudad suiza de Berna (un oso comiendo miel), que aparece en la portada de la primera edición.
Este proceso de revisión inició con el Nuevo Testamento, o El Testamento Nuevo de Nuestro Señor Jesu Cristo, que se imprimió separadamente en 1596 en el taller de Richard Field, impresor y editor de confianza de Valera y, curiosamente, también del dramaturgo William Shakespeare. De esta manera, Cipriano tuvo en común con Juan Perez de Pineda y Casiodoro de Reina una edición castellana y exclusiva del Nuevo Testamento cristiano.
Al tener toda la revisión bíblica lista, Cipriano tuvo que esperar un poco para la impresión, ya que, por un lado, Field se encontraba bastante ocupado y, por otro, la financiación de un proyecto así lo sobrepasaba, pues tenía dificultades económicas personales. Quizá por estas razones, Valera se mudó a Ámsterdam en 1602.
En aquella capital conoció al impresor Laurens Jacobsz, quien editó, imprimió y publicó el trabajo de veinte años de Valera, quien ya tenía 70 años de edad. Para 1602, la magna obra estaba terminada: Antiguo y Nuevo Testamento, la Biblia completa en castellano. El título era el siguiente: La Biblia. Que es los sacros libros del Viejo y Nuevo Testamento. Segunda edición. Revista y conferida con los textos Hebreos y Griegos, y con diversas translaciones. Por Cypriano de Valera.
Cipriano llamó a la obra una segunda edición, teniendo como primera toda la traducción inicial y esencial de Reina. No obstante, se reconoce generalmente que la revisión (no traducción) de Valera mejoró muchísimo la calidad del primer texto. Él mismo reconoció el trabajo de Reina y manifestó la necesidad de mejorarlo:
Para que, pues, nuestra nación española no careciese de un tan gran tesoro, como es la Biblia en su lengua, habemos tomado la pena de leerla y releerla una y muchas veces [la traducción de Reina], y la habemos enriquecido con nuevas notas, y hasta algunas veces habemos alterado con maduro consejo y deliberación, y no fiándonos de nosotros mismos (porque nuestra conciencia nos testifica cuan pequeño sea nuestro caudal) lo habemos conferido con hombres doctos y píos, y con diversas traslaciones, que por la misericordia de Dios hay en diversas lenguas el día de hoy.
En la portada, además, ya no se presentó como emblema al oso de Reina, sino la escena de dos hombres plantando y regando un árbol (una imagen tomada de 1 Corintios 3:6-8). El que riega, lo hace con un cántaro, de ahí que la Biblia haya sido conocida como la “Biblia del Cántaro”. Los hombres parecen ser Reina y Valera respectivamente, los cuales cultivaron juntos, con ayuda del vigor divino, aquella edición castellana de la Biblia.
Una frase extraída de Isaías 40:8 (RVA) acompaña al emblema: “la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. Más allá del propio significado del texto bíblico, este parece expresar la creencia protestante de que el Señor ha preservado su revelación sagrada a través y a lo largo de las diferentes ediciones de la Biblia, incluyendo la de Reina y Valera.
La composición literaria de la obra era la siguiente: la Biblia contaba con los 66 libros aceptados como canónicos por los protestantes, con la exclusión de los deuterocanónicos o apócrifos (que habían sido incluidos por Reina en la edición original). La razón de esto es que Valera quería presentar la Palabra de Dios “pura”, sin textos que para él contenían palabras de hombres.
Además, la publicación tenía las anotaciones originales de Reina a los textos, así como las nuevas de Valera. El fin de estas notas era ayudar al lector con explicaciones, referencias cruzadas, traducciones alternas y subtítulos. Por eso, al inicio de cada libro también había un resumen de los temas del mismo. Las numeraciones de los capítulos y versículos eran las tradicionales.
El fin de esta edición de Cipriano era que todos los cristianos españoles pudieran leer la Biblia en su propia lengua. Su lema era: “Para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia española”. Precisamente, queriendo lograr ese fin, redactó y adjuntó a la Biblia el prólogo “Exhortacion al Christiano Lector à leer la sagrada Escriptura”. Allí, entre otras cosas, declaró:
El Dios todo poderoso, que crió cielo y tierra, y todo cuanto se contiene en ellos, mandó tan expresamente en el viejo Testamento que todos los fieles leyesen la sagrada Escritura, y pues que su Hijo Jesucristo, que murió por nuestros pecados, y resucitó por nuestra justificación, mandó lo mismo en el nuevo Testamento, y pues que los santos doctores inspirados por el Espíritu santo exhortaron a todos los fieles sin excepción de persona ninguna a leerla, y pues que los bienaventurados Mártires y los demás fieles y católicos Cristianos obedeciendo al mandamiento de su Dios, Rey, y Señor para aumento de su fe y gran provecho suyo la leyeron.
Luego de la publicación de la Biblia en Ámsterdam, Cipriano se dirigió a Leiden, acompañado por su impresor, para presentar y regalar un ejemplar de su Biblia a una autoridad importante de los Países Bajos: Mauricio de Nassau, un poderoso estatúder. En su paso por esa ciudad, el teólogo protestante neerlandés Jacobo Arminio parece haberlo ayudado. Se sabe que le escribió una carta a otro teólogo en la que lo recomendaba y mostraba preocupación por su bienestar.
La noticia de Arminio sobre Cipriano es la última que se tiene por certera; a partir de aquí no hay claridad sobre sus últimos días. Se sabe que, después de publicar su Biblia, deseaba volver a Inglaterra con su esposa: si lo logró, no es seguro, aunque es lo más probable. Algunos creen que murió en el mismo 1602, otros un par de años después, y unos más consideran que aún estaba vivo en 1625. La fecha exacta es un misterio hasta ahora.
Lo que sí conocemos bien es el destino de la Biblia del Cántaro, que pasó a ser conocida como “Biblia Reina-Valera”. Fue reimpresa en 1625 y luego en los años 1862, 1909, 1960 y 1995, con nuevas actualizaciones. Así se convirtió en la Biblia más importante de la lengua castellana y ha sido leída por numerosos protestantes. El resto de sus obras fueron prohibidas por el Santo Oficio en 1640 y se les condenó como escritos del “hereje español”.
La preocupación principal de Cipriano siempre fue su nación española. Era un patriota. No obstante, a causa de su exilio y gran humanismo, también era un hombre que podía ver más allá de su país. Así, se preocupó por los nativos de la recién descubierta “América”. Opinaba que los conquistadores españoles se interesaban más por sus riquezas que por su fe, pues los robaban y mataban sin piedad.
A estos nativos, Valera los llamó “personas por las cuales Jesús murió”, por lo cual merecían un trato justo y la predicación del evangelio cristiano. Cipriano no imaginaba que su edición de la Biblia llegaría un día al Nuevo Mundo, que beneficiaría espiritual y educativamente a esos mismos nativos y a las nuevas naciones que surgirían allí. Mucho menos pensó que se convertiría en la versión estándar de las iglesias evangélicas latinoamericanas. Con seguridad esto lo habría satisfecho enormemente.
Bibliografía
- Más allá del olvido: Cipriano Valera, el “hereje español”, un héroe de la fe de Abraham Guillermo Cabezas Galdames
- ‘Open Your Eyes, O Spaniards’: Cipriano de Valera—A Forgotten Spanish Protestant of the 16th Century de Ivan E. Mesa
- Cipriano de Valera (“La Reforma en Sevilla”) de Natalia Maillard Álvarez | Universidad Pablo de Olavide
- Cipriano de Valera | Real Academia de la Historia
- Cipriano de Valera | Protestante Digital
- Cipriano de Valera de Elisa Martín Ortega | Diccionario Histórico de la Traducción en España
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