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El monasterio de San Isidoro del Campo es un monumento histórico de inestimable valor que está situado en Santiponce, cerca de Sevilla. Fue fundado en el siglo XIV, inicialmente bajo la orden cisterciense, pero luego fue acogido por los jerónimos. Ha sido escenario de algunos de los momentos más trascendentales en la historia religiosa de España. Uno de ellos fue el de la Reforma protestante, pues este lugar se convirtió en un foco de ideas reformistas. En definitiva, los monjes que vivían bajo su techo y el crudo destino que enfrentaron, reflejan la compleja relación entre la fe, la intelectualidad y el poder inquisitorial.
En este artículo descubriremos cómo este monasterio no solo fue un centro de espiritualidad, sino también un escenario de lucha ideológica. Su importancia se hizo evidente en una época en que la búsqueda de una verdad espiritual más pura y personal chocaba con las estructuras de poder establecidas. BITE habló con dos expertos sobre este tema para hacer un viaje por los pasillos del tiempo y descubrir la historia detrás de los antiguos muros de San Isidoro del Campo.
Orígenes de la vida monástica
San Isidoro del Campo fue fundado en el año 1301. Desde entonces, ha sido un testigo silencioso de la evolución religiosa y cultural de España. Comenzó siendo una abadía cisterciense y un reflejo de la expansión de esa orden en Europa. Un hecho curioso es que el monasterio fue erigido por la familia Guzmán, una de las más influyentes y poderosas de la España medieval, con el objetivo de que los cistercienses oraran por sus almas en el purgatorio. Ese tipo de intercambios eran una práctica común entre la nobleza de la época.
Pero antes de ahondar en su historia, vale la pena tener en cuenta cuáles fueron las razones que originaron la vida monástica en general, y cómo dichas razones se reflejaron específicamente en la fundación del monasterio de San Isidoro del Campo. Al respecto, Andrés Messmer, decano del Seminario Teológico de Sevilla, dijo:
Si, por ejemplo, pensamos en los esenios [miembros de una secta judía del siglo II a.C.], el monasticismo tiene una historia muy larga, que incluso empieza antes de la época cristiana. Pero si hablamos de la época cristiana, comenzó en el tercer siglo con Antonio en Egipto, y desde entonces siempre ha formado parte de la iglesia. En el mejor de los casos, fue una oportunidad para apartarse del mundo y buscar al Señor de manera más íntima e intensa. Históricamente, los monasterios aportaron futuros misioneros y pastores a la iglesia. En el peor de los casos, se convirtieron en algo como una vía rápida de librarse del purgatorio, una manera legalista de avanzar en el andar espiritual. En San Isidoro del Campo, la vida monástica se vio reflejada en que estaba apartado de la ciudad, con monjes viviendo en aislamiento por gran parte de su vida. También se vio en el gran avivamiento que sale de ese sitio en el siglo XV: gente buscando al Señor, leyendo las Escrituras y encarnando la vida cristiana.
San Isidoro del Campo no solo fue un lugar de devoción, sino también un espejo de los cambios históricos y religiosos de su tiempo. Pero existen dos formas de ver su historia: la primera tiene que ver con cómo la fe y la sociedad pueden entrelazarse de maneras profundamente significativas; la segunda, con cómo la Iglesia católica romana llegó a ser tan opresiva. Allí los monjes no solo seguían una rigurosa disciplina de oración, sino que también se dedicaban al trabajo manual y a una vida austera, aspectos clave de la orden de San Jerónimo. Sobre esto, Messmer indicó:
La vida monástica tenía dos partes: una parte comunitaria y una parte más privada. En cuanto a la parte comunitaria, el día giraba en torno a la Eucaristía y la liturgia de las horas. En la parte privada, pasaban mucho tiempo solos en la habitación, leyendo, orando y contemplando. Según José de Sigüenza, historiador de los jerónimos de la época, “los monjes pasaban el tiempo ocupándose continuamente en las alabanzas divinas, como recompensa de las ofensas que, por otra parte, se cometían. Orando, cantando y llorando, servían a la Iglesia y aplacaban la ira de Dios contra los pecados del mundo”.
Las celdas monásticas, tan simples y espartanas, les servían como un recordatorio del intento de afligirse por sus pecados y así librarse del purgatorio. Estas eran el reflejo de los votos que los monjes hacían, a los cuales Messmer hizo referencia:
Podemos pensar en la austeridad de los monjes por los tres votos que hicieron: castidad, pobreza y obediencia, sobre todo, los de pobreza y castidad. No tenían posesiones o tenían muy pocas. La castidad no solo estaba relacionada con lo sexual, sino también con la austeridad en la dieta: no podían comer carne, y había muchos ayunos que eran muy duros. Entre las festividades importantes en este monasterio estaban la fiesta de San Jerónimo en septiembre y el Domingo de Resurrección en marzo o abril. Además, quienes estaban enfermos no podían salir del monasterio sin un permiso especial de Roma, y las mujeres no podían entrar. Así que, sobre todo en el mundo físico, había mucha austeridad para combatir las tentaciones de la carne.
El monasterio de la Reforma
Este fue un capítulo crucial en la historia de San Isidoro del Campo y un periodo que marcó un cambio significativo en el monasterio. Las ideas de la Reforma protestante comenzaron a resonar entre sus muros. A pesar de estar en un país firmemente católico, el lugar se convirtió en un foco de pensamiento reformista que atrajo a teólogos y eruditos, quienes desafiaban las normas establecidas. ¿Cómo llegaron esas ideas y qué impacto tuvieron dentro de la comunidad monástica? Samuel Alonso, historiador de la Reforma española, lo explicó así:
La idea de la Reforma no nació por sí sola dentro del monasterio; hubo una evolución y un camino. Para esto, tenemos que irnos a la Universidad de Alcalá, donde personajes como Constantino de la Fuente, Francisco de Vargas y Juan Gil tuvieron contacto con el humanismo, y posiblemente con ciertos libros de pensamiento protestante que ya circulaban en Europa. Debido al edicto de limpieza de sangre, los expulsaron de la universidad por ser conversos y fueron recogidos por el obispo Alonso Manrique. Allí, empezaron a ocupar lugares importantes, algunos dentro de la catedral, otros en la predicación, en la universidad y en el colegio de los niños como profesores. En ese lugar también se formaron algunos monjes que después estuvieron en el monasterio de San Isidoro del Campo.
Sabemos que el pionero que comenzó con la Reforma en el monasterio de San Isidoro del Campo fue García Arias, pero él tuvo un momento de duda. Esto hizo que Casiodoro de Reina y Antonio del Corro dieran un paso adelante y fueran ellos quienes iniciaran unas reformas dentro del monasterio. Las horas de rezos pasaron a ser momentos de explicación y meditación en las Escrituras. Querían quitar todo aquello relacionado con las indulgencias y empezaron a tener una fe viva en el corazón. Esto también generó un efecto en la ciudad, pues los monjes se convirtieron en una fuente de reforma dentro de Sevilla.
Los manuscritos y cartas de esa época muestran un intenso intercambio de ideas. San Isidoro del Campo no solo fue un receptor pasivo de las corrientes reformistas, sino también un participante activo en su difusión. Sobre esto, Messmer comentó:
Algunos monjes, como Casiodoro de Reina, viajaban a la capital, Sevilla –a unos 7 u 8 kilómetros del monasterio–, para predicar el evangelio a los huérfanos en el colegio de doctrina de los niños, a las mujeres que vivían en conventos, y a todos los que querían escuchar el mensaje. Sin embargo, después de un tiempo, al intentar equilibrar la vida monástica con esta nueva vida evangélica, descubrieron que era demasiado difícil de mantener. Sabemos que, al final, ellos optaron por la segunda opción y tuvieron que descartar casi por completo la vida monástica a favor del evangelio.
Esto nos muestra cómo los lugares de fe pueden convertirse en centros de cambio intelectual y espiritual, de forma que desafíen y reformen las tradiciones establecidas.
En el siglo XVI, aquí en Sevilla, hubo iglesias secretas con pastores como Constantino de la Fuente, Juan Gil, Casiodoro de Reina y otros. Los lugares de culto eran la casa de Constantino o la de Isabel de Baena. El evangelio llegaba incluso a los conventos de Santa Paula y Santa Isabel (...). La relevancia de toda esta información radica en que aquí ya existió una iglesia protestante. La razón por la que no sabemos mucho de ella es por la falta de libertad religiosa y la persecución de la Inquisición, ya que todo fue secreto y realizado con un alto riesgo. Pero hubo una iglesia aquí y hoy en día estamos recuperando su memoria.
Existen algunas figuras muy interesantes durante este periodo, como García Arias, conocido como el Maestro Blanco; Juan Pérez de Pineda; y Julián Hernández, más conocido como Julianillo. Ellos representan la compleja relación entre la Reforma, el monasterio y la Inquisición. Francisco de Arellano es recordado por su erudición y final trágico en la hoguera, Pineda por su trabajo de escritura desde Ginebra, y Julianillo por su labor logística de transportar a Sevilla libros protestantes, cuya mayoría llegó a manos de los monjes de San Isidoro del Campo. Cada uno, a su manera, desafió las normas establecidas, lo cual repercutió en toda la comunidad monástica y más allá.
Andrés Messmer nos explicó por qué personajes como Pérez de Pineda, García Arias o Hernández, tan importantes para la Reforma en Sevilla, no son tan conocidos y cuál fue el desenlace de sus historias.
García Arias y Julianillo no son tan conocidos porque nunca escribieron obras. Sin embargo, García Arias fue de suma importancia para la Reforma en el monasterio, pues fue él quien la inició. Al final de su vida, fue martirizado en el auto de fe de 1562. Juan Pérez de Pineda no era monje del monasterio, pero sí era un gran amigo de muchos monjes. Tras el proceso de Juan Gil, huyó a Ginebra, y desde allí escribía y traducía obras que –gracias a la colaboración de Julianillo– llegaban a Sevilla y al monasterio. Julianillo fue detenido por la Inquisición tras cometer un error, le entregó un libro a la persona equivocada, por lo que fue martirizado en el auto de fe de 1560.
El aparente triunfo de la Inquisición
Ante la dura situación alrededor del monasterio, estos reformistas, enfrentados a la intensificación de la persecución de la Inquisición, tomaron una decisión audaz y peligrosa: huir de San Isidoro del Campo hacia Suiza para buscar refugio y libertad. Así, iban a poder continuar sus esfuerzos de reforma.
En cuanto a las circunstancias de esa huida hacia Suiza y el impacto que tuvo en el movimiento de la Reforma, Samuel Alonso comentó que, con el pasar de los años, la Inquisición se volvió más hostil: “La persecución se agravó con la llegada de un nuevo obispo que era menos humano y más inquisitorial, pero el punto de inflexión fue la detención de Julián Hernández, también conocido como Julianillo. Esto hizo que los doce monjes que lograron escapar vieran una seria amenaza y se dirigieran a Ginebra, cada uno por un camino diferente”.
Respecto a esta hostilidad, Andrés Messmer señaló:
De los aproximadamente veinte monjes protestantes en el monasterio, solo huyeron doce, y de estos, varios fueron quemados en efigie, en varios autos de fe. Los que se quedaron fueron procesados por la Inquisición, y muchos fueron martirizados en los autos de fe de 1559, 1560 y 1562. Los que mantuvieron firme su fe no recibieron la opción de ser ahorcados primero, por lo que fueron quemados vivos. Este destino no solo afectó a los monjes, sino también a las monjas: ellas no huyeron y enfrentaron el mismo destino; muchas de ellas fueron quemadas vivas.
Alonso explicó que así fue como la iglesia naciente en Sevilla perdió a sus líderes. Autos de fe –como el de 1562– marcaron el punto en el que la Inquisición consideró haber eliminado prácticamente el protestantismo en Sevilla.
Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera y Antonio del Corro desempeñaron un papel crucial en la difusión de las ideas de la Reforma protestante, tanto en España como en el exilio. Allí en Suiza también jugaron un rol importante, en especial con las comunidades exiliadas. En definitiva, su vida como monjes en San Isidoro del Campo influyó en su trabajo posterior. Sobre el exilio de estos protestantes, Samuel Alonso comentó:
La iglesia protestante española no terminó con los autos de fe; se exilió en Europa. Estos monjes reformadores españoles ocuparon posiciones importantes, por ejemplo, en Ginebra, en la iglesia de los españoles exiliados, pero también en otros lugares, como Londres o los Países Bajos, donde actuaron como pastores. Es probable que Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera e incluso Antonio del Corro ya hubieran hablado en San Isidoro del Campo sobre la traducción de la Biblia al castellano, así que ese fue el punto de unión de aquellas mentes, de aquellas almas salvadas que querían glorificar a Dios. Sin este monasterio, hoy no podríamos entender lo que es la Reforma protestante en España.
Con respecto a cuál es la importancia de las obras de los reformadores mencionados en la historia de la literatura religiosa en español, Messmer aseguró que el único libro que ha tenido una influencia constante en los protestantes españoles desde el siglo XVII hasta la actualidad ha sido la Biblia del Cántaro, es decir, la edición de la Biblia de Cipriano de Valera. “Esa Biblia ha unido a los protestantes españoles durante los últimos cuatro siglos”.
San Isidoro del Campo: reflejo de grandes tensiones
Tras la huida de figuras clave como Reina, Valera y Del Corro, San Isidoro del Campo enfrentó un periodo de intensa vigilancia y represión por parte de la Inquisición. Documentos históricos muestran la transición que atravesó el monasterio, de ser un centro de pensamiento reformista a un objeto de escrutinio inquisitorial. La Inquisición implementó medidas para erradicar cualquier vestigio de reformismo y reafirmar la ortodoxia católica.
La historia de San Isidoro del Campo refleja la complejidad y las tensiones de una época marcada por la lucha entre la tradición y la transformación, la ortodoxia y la reforma. El monasterio ha sobrevivido a innumerables cambios a lo largo de los siglos y cada uno ha añadido una capa más a su rica historia. Es un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan, de tal forma que nos recuerdan la complejidad y la profundidad de nuestra historia protestante hispana.