Nota del editor: Con la publicación de este artículo sobre Tomás de Aquino, nuestro objetivo en BITE es puramente informativo y analítico. Como ministerio, buscamos ofrecer una exploración de su vida y obra, sin que esto implique, bajo ningún concepto, una aprobación de todas sus posturas.
La Edad Media produjo un grupo de importantes maestros de teología; profesores que fueron decisivos para dar forma al pensamiento cristiano durante siglos de revolución intelectual. Uno de ellos fue Tomás de Aquino, quien encarnó el ideal del teólogo medieval: un pensador piadoso, un erudito comprometido con la armonía entre fe y razón. Su influencia como intelectual cristiano fue crucial tanto para el desarrollo de la teología de su tiempo como para la posterior, incluida la de los siglos de la Reforma y la posreforma.
En este artículo queremos presentar su fascinante vida y también la forma en que expuso la teología en su obra magna, la Suma teológica (Summa Theologiae en latín).

Orígenes nobles, ingreso a la vida religiosa y primera formación intelectual
A diferencia de otros personajes que lograron destacar durante la Edad Media, Tomás de Aquino no provenía de una familia pobre ni de condición marginal. Más bien, se puede decir que sus orígenes eran nobles.
Nació en el condado de Aquino, en Italia, en el castillo familiar de Roccasecca, hacia 1224 o 1225. Sus padres, Landolfo y Teodora, provenían de familias distinguidas, con vínculos reales y emparentadas con la nobleza italiana. Aunque no existe total certeza sobre la composición exacta de su familia, algunas fuentes señalan que Tomás fue el menor de entre cinco hermanos varones y cinco hermanas.
Con apenas 6 o 7 años, Tomás fue enviado al monasterio benedictino de Montecasino. Era el año 1231. La práctica de dedicar a un niño como “oblato” era común durante la época medieval; se le llevaba a alguna institución eclesiástica, donde recibía su primera educación y era formado en el servicio religioso. Con el paso del tiempo, podía salir de allí o permanecer, dedicándose a la vida religiosa al aceptar los votos monásticos. La segunda opción cumplía las expectativas del padre de Tomás, quien deseaba que su hijo se convirtiera en un abad de tradición benedictina. Sin embargo, la situación interna del monasterio se volvió problemática y Landolfo terminó retirándolo de allí.

Los estudios fechan la salida de Tomás del monasterio alrededor de 1239, cuando tenía cerca de 15 años. Sin perder mucho tiempo, su padre lo matriculó en el centro universitario de Nápoles, comenzando así sus estudios formales, y poco a poco fue ingresando al vasto mundo intelectual de la época. La Universidad de Nápoles era importante por dos razones: contaba con un plan de estudios bien estructurado y se encontraba bajo la influencia de la orden de los monjes dominicos. Tomás se enfrentaba a un panorama intelectual serio, pero también al ejemplo de una profunda expresión religiosa.
Ya con unos 18 años, Tomás tomó una decisión respecto a la orden de los dominicos. Los biógrafos coinciden en que aceptó los votos y recibió el hábito para unirse a esta jóven orden religiosa en 1244. Pero, aunque para Tomás fue un acontecimiento significativo, este era el desenlace que sus padres menos aguardaban. Ellos querían que fuera un abad, no un monje ordinario; además, deseaban que ejerciera su ministerio específicamente en el monasterio de Montecasino, tan cercano a la familia Aquino. Sabían que, con Tomás dentro de la orden de los dominicos, ese plan ya no podría realizarse, e incluso lo veían como una traición.
Ser dominico significaba abrazar la vida mendicante, lo cual distaba de la herencia familiar de los Aquino y de la tradición monástica benedictina. Aunque su madre Teodora logró intervenir en un par de ocasiones para intentar cambiar la decisión de su hijo, este estaba decidido a seguir el rumbo de su nueva vida religiosa. De hecho, Tomás terminó yéndose de Nápoles.

Una captura inusual
A esas alturas, los padres de Tomás pensaban que debían recuperar la vida de su hijo, así que idearon un plan para traerlo de vuelta. Tras salir de Nápoles, el joven monje se había dirigido a Roma, ya que iba de camino a Bolonia junto con su líder Jordán de Sajonia y otros hermanos de la orden. Sus superiores lo habían enviado a proseguir sus estudios en París. Pero, en medio de esta travesía, sus padres se las ingeniaron para capturarlo, como si se tratara de un fugitivo. Con la ayuda de sus hermanos y el respaldo del emperador Federico II, interceptaron a Tomás y lo apresaron. No había pasado ni siquiera un año desde su ingreso a la orden, y ahora se encontraba separado de ella por la fuerza.
Se sabe que fue capturado y luego retenido en el castillo de San Juan, aunque no fue recluido de forma radical, es decir, no fue aislado del mundo ni tratado como un reo. Al contrario, los biógrafos mencionan que podía conversar con sus allegados, recibir visitas, comer, dormir tranquilamente, orar, leer la Biblia y estudiar. Una persona como Tomás, tan decidida en sus propósitos, no perdió el tiempo sumido en la amargura o la ociosidad.
Entonces ¿qué buscaban sus padres con todo esto? Por lo que sabemos —y logramos intuir—, su objetivo era que Tomás cambiara de opinión. Así, permaneció recluido durante casi todo un año. Sin embargo, en todo ese tiempo el joven no mostró señales de arrepentimiento ni intenciones de dar marcha atrás.
En este contexto se cuenta una historia que bien podría ser legendaria: se dice que mientras Tomás estaba recluido, le enviaron una mujer a su celda para tentarlo. Pero el plan no resultó como se esperaba. La mujer salió espantada de la habitación ante el rechazo de Tomás y su firme carácter santo. Lo que sí sabemos con certeza es que, cumplido el plazo de la reclusión, sus padres comprendieron que no lograrían disuadir a Tomás de su decisión, así que lo liberaron. Y él ya sabía qué hacer después.

Nuevos estudios
Una vez liberado y habiendo retomado sus pasos en la orden dominica, fue enviado a París, donde permaneció desde 1245 hasta 1248. Según los historiadores, Tomás cursó estudios en teología durante ese tiempo, retomando así la formación que había iniciado en Nápoles. En 1248, se trasladó a la ciudad de Colonia. Allí recibió la enseñanza del prestigioso maestro Alberto Magno, de quien luego se convertiría en su asistente personal. Su estancia como estudiante de teología en aquella región se extendió hasta 1252.
Bajo la guía de Alberto, Tomás fue instruido en filosofía y teología, y fue influenciado por autores como Aristóteles y Dionisio Areopagita. Fue en Colonia que Tomás comenzó a forjar su pensamiento. Llegó a participar en conferencias y debates, enfrentándose incluso a profesores como el propio Alberto Magno.
Fue también durante este período que Tomás recibió un apodo casi profético. Físicamente era corpulento, por lo que sus compañeros le asignaron el apodo de “buey”. Pero lo que más llamaba la atención de sus condiscípulos no era tanto su tamaño, sino su silencio, su escaso uso de las palabras y su moderación al hablar. Por eso, para ellos, no era solo un “buey”, sino un “buey mudo”. Así contrastaban su aspecto físico con su carácter reservado, en un tono burlesco.

Para su profesor Alberto, aquel apodo no tenía nada de peyorativo. Según se relata, en una ocasión comentó al respecto: “Ustedes le llaman buey mudo, pero llegará el momento en que el bramido de su doctrina será tan fuerte, que resonará hasta los confines de la tierra”. Al parecer, a Tomás le aguardaba un futuro prodigioso que ya comenzaba a vislumbrarse en Colonia.
Luego de sus estudios en esa ciudad, Tomás fue enviado por la orden dominica nuevamente a París para continuar su formación. Alberto quería que el buey mudo —a quien valoraba y reconocía como un alumno prometedor— avanzara en sus estudios hasta convertirse en maestro.
Profesor, consejero y administrador
Desde 1252 hasta 1259, Tomás residió en París. Allí, a pesar de no tener la edad para empezar a enseñar y de que su estatus aún no estaba consolidado, comenzó su actividad docente. Alberto movió influencias para que Tomás obtuviera un mejor lugar, más acorde con su capacidad y preparación. Su intención puede entenderse desde dos perspectivas: por un lado, enviaba a Tomás para que avanzara en su formación y alcanzara el grado de profesor; por otro, lo promovía en París para que, a través de su docencia, diera continuidad a la tradición intelectual de su maestro y preservara su legado. Cuales fueran las motivaciones, lo importante es que Tomás comenzó su labor como maestro.
En febrero de 1256, Tomás fue evaluado para ejercer formalmente la docencia. Sin embargo, ya desde 1252 había desempeñado algunas funciones relacionadas y había ofrecido lecciones de teología, en particular sobre una obra fundamental de la disciplina: Las Sentencias de Pedro Lombardo. La gran diferencia entre estas dos etapas era que, tras su aprobación oficial, dejaría de estar bajo supervisión y obtendría el permiso para desarrollar una cátedra independiente. Como profesor ordinario, su responsabilidad sería exponer el texto base de la educación teológica: las Sagradas Escrituras.

Para junio de 1259, ya había sido reconocido como doctor en teología. Tomás salió de París y se dirigió a Valenciennes, donde tendría lugar una importante reunión —llamada Capítulo— sobre reformas en los estudios de los centros dominicos. Ese mismo año, o poco después, también se trasladó a Italia.
El obispo de Roma Urbano IV lo llamó para que se integrara a su corte pontificia. Unos cinco años después, más exactamente en 1265 y bajo el pontificado de Clemente V, fue designado para trabajar en la dirección de los centros de estudios dominicos en Roma. La fama de Tomás como profesor, consejero y administrador ya era ampliamente reconocida en Italia.
De su estancia en ese territorio se conservan obras importantes, tanto en forma de comentarios bíblicos a libros del Antiguo Testamento como en tratados filosóficos diversos. Entre estas se destacan dos producciones fundamentales: la Catena aurea (Cadena de oro), un comentario a los Evangelios construido a partir de textos patrísticos, y la Suma contra los gentiles, un manual de teología con tono apologético, pensado como herramienta intelectual para otros frailes dominicos que se enfrentaban al islam.
Además, en los años posteriores a 1265, Tomás fue madurando la que sería su obra magna: la Suma teológica. La redactó en distintas etapas a lo largo de sus estancias en Roma, París y, finalmente, en Nápoles, desde 1265 hasta 1273. A pesar de sus nuevas publicaciones y encargos en Italia, su verdadera casa intelectual y académica seguía siendo París.

Últimos años
Tomás permaneció en París desde finales de 1268 hasta la primavera de 1272. Estos años fueron, de acuerdo con los biógrafos, los más fecundos de su experiencia académica, sobre todo en cuanto a su producción literaria. Durante este período redactó diversos comentarios bíblicos, comentarios a obras de Aristóteles y tratados filosóficos sobre cuestiones disputadas.
Una serie de problemas internos en la organización educativa de París motivaron su partida de la ciudad que tanto había significado para él y su regreso a Italia. En Nápoles —la ciudad donde años atrás había comenzado y perfeccionado sus estudios— se fundó un nuevo centro universitario que lo tuvo como su primer maestro.
En sus últimos años de vida, el llamado Doctor Angélico —título que aludía a su pensamiento profundo y sublime— continuaba participando activamente en conferencias y reuniones importantes de su orden. Como escritor, también seguía empeñado en la redacción de la Suma teológica, aunque la dejó inconclusa en su Tercera Parte, específicamente en las cuestiones 84 a 90, donde trataba el tema de la penitencia.

Una experiencia profunda y final de su vida
El año 1273 fue crucial en la vida espiritual y personal de Tomás. Por un tiempo, continuó la redacción de la Suma teológica, pero luego volvió a interrumpirla. De hecho, un suceso —considerado por sus biógrafos como fidedigno— marcó su vida de forma radical, al punto de poner fin a toda su producción intelectual. Mientras oficiaba una misa, en algún mes después de septiembre, Tomás experimentó una transformación interior tan profunda que lo dejó imposibilitado de continuar su obra, según relatan un par de autores contemporáneos. Dejó de escribir, de dictar e incluso se deshizo de sus materiales de escritura. Para alguien de su talla intelectual, el cambio fue sorprendente.
Cuando le preguntaron por esta interrupción, respondió con sencillez: “Ya no puedo [hacerlo]”. Y luego añadió unas palabras que se han vuelto célebres: “Todo lo que he escrito ahora me parece paja, luego de todo lo que he visto”. El acontecimiento lo dejó tan profundamente afectado, que se tomó un tiempo de reposo fuera de Nápoles. Tras una etapa de aparente recuperación, regresó a Nápoles a comienzos de 1274, pero el impacto de la experiencia seguía latente.

Antes de que iniciara febrero, Tomás emprendió un nuevo viaje. Su misteriosa experiencia de finales de 1273 aún seguía fresca y lo afectaba gravemente. Se dirigió a Lyon para participar en un importante concilio convocado por el obispo de Roma Gregorio IX. En su camino hacia Lyon, pasó por Maenza, donde vivía una sobrina que lo acogió. Pero fue allí donde, de forma casi repentina, su salud se agravó. Logró reponerse un par de días después y retomó el viaje. Sin embargo, decidió detenerse en la abadía de Fossanova para descansar, esperando recuperar algo de fuerzas. Su estado, no obstante, no mejoró.
Los religiosos que lo acompañaban comprendieron que se encontraba en sus últimos momentos. Por ello, siguiendo su propia costumbre ante tales casos, le administraron lo que llamaban “la unción de los enfermos”. El 4 de marzo recibió lo que, en términos católicos, se llamaría “su última comunión”: el sacramento de la Eucaristía. Tres días más tarde, el 7 de marzo de 1274, Tomás de Aquino falleció. Tenía 49 años. Sin temor a exagerar, puede decirse que aquella mañana murió el pensador cristiano más importante de la Edad Media.
La estructura y el método de la Suma teológica
La Suma teológica de Tomás de Aquino es una de las obras más importantes de la época medieval. No solo es la más extensa en el tratamiento de temas teológicos, sino que también representa la cumbre de una reflexión que no conoce límites intelectuales.
Ahora bien, al hablar de una “suma”, no debemos entender con ello un tipo específico de teología o tradición filosófica, sino una forma particular de presentar el conocimiento. Existen sumas de otros maestros medievales, tanto anteriores como posteriores al Doctor Angélico. Podemos decir, por tanto, que la Suma era un género o tipo de redacción importante.
¿Qué es una “suma”? La idea detrás de esta palabra es la de un resumen que considera la totalidad de lo que se dice, enseña o cree. Es un compendio que trata de manera sistemática, y con fines educacionales, el conjunto de la información perteneciente a un campo específico del conocimiento. Pero aunque se le llame “resumen”, no se trata de un libro ordinario, sino de un manual enciclopédico de referencia y consulta.

En su Suma, Tomás de Aquino presentó un manual de teología, pero no dirigido a laicos o a simples interesados en temas doctrinales, sino específicamente a estudiantes universitarios. Se trata, pues, de un libro académico, un manual de texto que sigue una estructura y metodologías clásicas propias de los ambientes intelectuales universitarios. A continuación, el lector encontrará una guía práctica para aproximarse a esta obra que en la actualidad podría imprimirse en aproximadamente 4000 páginas.
La estructura de su Suma teológica está compuesta por tres partes, de las cuales la segunda está dividida en dos secciones; y la tercera cuenta con un “suplemento” elaborado por sus discípulos. Cada parte está conformada por una serie de “cuestiones”, las cuales abordan los temas tratados en esa sección. Así, por ejemplo, la primera parte contiene 119 cuestiones.
A su vez, cada cuestión cuenta con varios artículos. La primera cuestión de la primera parte contiene diez artículos; la segunda, tres artículos; la tercera, ocho artículos; y así sucesivamente.
Adicional a esto, debemos prestar atención a la forma en que Tomás desarrolla cada artículo, pues es ahí donde presenta su reflexión a modo de debate. Estos tienen la siguiente estructura:
- Pregunta: se plantea el problema teológico a tratar. Aparece inmediatamente después del título del artículo y suele destacarse tipográficamente, en negrita o cursiva.
- Objeciones: se presenta una serie de objeciones que intentan responder a la pregunta planteada desde un punto de vista contrario al de Tomás. Es importante recordar que el desarrollo de la teología en la Suma se da en forma de discusión.
- En contra: se introduce un breve argumento contrario, que abre paso a la postura de Tomás. Este contraargumento aparece en las ediciones en español bajo la fórmula “En cambio”. No es un párrafo extenso como el de las objeciones y suele basarse en un texto de las Escrituras o de algún padre de la Iglesia —como Agustín, Dionisio, Hilario, entre otros—. Es un preludio a la respuesta del autor.
- Solución: esta es la sección central del artículo, donde Tomás expone su propia postura. Comienza con la fórmula “Hay que decir que…”, como introducción a la respuesta del autor. Aquí se halla el núcleo del pensamiento de Tomás y la parte más sustancial de su argumentación teológica.
- Respuestas: finalmente, Tomás responde una por una a las objeciones formuladas al principio (2), en el mismo orden en que fueron planteadas.
Tomás presentó su reflexión teológica de acuerdo con el método universitario de discusión propio de su época: el escolástico. Si se omite alguno de estos pasos al leer la Suma teológica, es muy difícil comprender lo que Tomás realmente dice o cree. Esta obra es, por sí sola, un manual que contiene una reflexión de una profundidad pocas veces alcanzada en la historia de la teología, pero también es un libro de texto cuidadosamente estructurado, cuya metodología proporciona fluidez y orden al pensamiento teológico.

Conclusión: un gran pensador de Occidente
Tomás de Aquino fue un cristiano notable que llegó a convertirse en un importante pensador de Occidente durante la Edad Media. Su influencia, cimentada en una obra colosal, ha quedado como un monumento en la historia del pensamiento de la Iglesia. Su obra ha sido fuente de consulta para generaciones de teólogos provenientes de diversas tradiciones y lugares.
Un pensador como Tomás no puede pasar desapercibido. Los grandes teólogos han reconocido que la profundidad de su reflexión es única. Una vida como la de Tomás, tan fascinante y llena de aventuras y desafíos, no podía quedar reducida a sus experiencias personales. Junto a su vida, brilló también la singularidad de su pensamiento.
Hoy Tomás es un teólogo apreciado tanto por tradiciones católicas como protestantes. Cada generación continúa redescubriendo su legado y extrayendo riquezas del gran tesoro que representa su obra teológica.
Referencias y bibliografía
Iniciación a Tomás de Aquino: su persona y su obra (2002) de Jean-Pierre Torrel. Pamplona: Eunsa.
Santo Tomás de Aquino: su vida, su obra y su época (2009) de Eudaldo Forment. Madrid: Bibliotéca de Autores Cristianos.
St. Tomás Aquinas (1977) de Ralph McInerny. London: University of Notre Dame Press.
Thomas Aquinas: Scholar, Poet, Mystic, Saint (2011) de A. G. Sertillanges, O.P. United States of América: Sophia Instiute Press.
Thomas Aquinas Theologian (1997) de Thomas Franklin O’Meara, O.P. London: University of Notre Dame Press.
Santo Tomás de Aquino (1930) de Martin Grabmann. Buenos Aires: Editorial Labor.
Estructuras y Método en la “Suma teológica” de Santo Tomás de Aquino (1964) de Ghislain Lafont. Madrid: Ediciones Rialp S. A.
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