Hoy seguimos profundamente indignados ante los actuales conflictos entre Rusia y Ucrania, e Israel y Palestina. No solo rechazamos las motivaciones de los grandes actores geopolíticos involucrados, sino que nos horrorizan los crímenes de lesa humanidad que se cometen en medio de estos enfrentamientos: niños separados de sus padres, hospitales bombardeados, civiles desplazados por la fuerza y amenazas del uso de armas químicas. Sin embargo, no sentiríamos esta indignación con la misma intensidad si no fuera por la influencia de un cristiano notable: Henry Dunant.
Antes de él, se asumía como normal que los enemigos se infligieran todo el daño posible en el campo de batalla. Pero, gracias a su labor, la comunidad internacional quedó convencida de que incluso los conflictos armados debían regirse por normas mínimas de humanidad. Dunant es reconocido mundialmente como el fundador de la Cruz Roja y principal impulsor de los Convenios de Ginebra; su legado constituye hoy uno de los pilares fundamentales del derecho internacional humanitario.
Detrás de las organizaciones que ayudó a fundar y de los acuerdos diplomáticos que promovió, la vida de este hombre, aunque marcada por turbulencias y contradicciones, estuvo profundamente moldeada por una fe cristiana ferviente y un compromiso inquebrantable con la caridad práctica. Este artículo busca contar cómo este cristiano sentó las bases de un movimiento humanitario universal que, paradójicamente, terminó adoptando un carácter secular.
Un joven protestante apasionado
Jean-Henri Dunant nació en Ginebra, Suiza, el 8 de mayo de 1828. Su infancia y juventud fueron profundamente influenciadas por el cristianismo protestante. Su familia tenía una fe calvinista devota y era socialmente influyente en Ginebra; su padre asistía a huérfanos y reclusos, mientras su madre trabajaba con los enfermos y necesitados, por lo que ambos le inculcaron el valor del trabajo social. Además, Dunant creció durante el período del Réveil (despertar en francés), un movimiento de despertar religioso que buscaba restaurar el protestantismo puro. Esta atmósfera influyó significativamente en su fe y su compromiso con la caridad activa.

Desde joven, Dunant mostró dotes organizativas y una inclinación por la beneficencia. A los 18 años se unió a la Sociedad Ginebrina para la Limosna y, al año siguiente, cofundó la “Asociación de los jueves”, un grupo que se reunía a estudiar la Biblia y a ayudar a los pobres. Dedicó gran parte de su tiempo libre a visitar prisiones y al trabajo social.
Pero el verdadero inicio de su influencia internacional se dio con la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes). La organización se fundó en Londres en 1844, y ocho años después, en 1852, Dunant contribuyó a la creación del capítulo (sucursal local) de Ginebra. Luego de dedicarse a reclutar nuevos miembros y a promover la organización en Europa, logró convencer al capítulo de París de organizar la primera conferencia mundial de la YMCA en esa misma ciudad en 1855. Desde entonces, aunque en sus estudios formales había tenido un bajo rendimiento, mostró una tremenda habilidad organizativa que lo acompañaría toda su vida.

Dunant también desarrolló intereses comerciales, en particular en Argelia y Túnez. En 1856, fundó una empresa de cultivo y comercio de maíz en la Argelia francesa, tras obtener una concesión de tierra allí. Sin embargo, la falta de claridad en los derechos sobre la tierra y el agua, sumada a la escasa cooperación de las autoridades coloniales, lo llevaron a intentar apelar directamente al emperador francés, Napoleón III. Como se vería años más adelante, los negocios no fueron su fuerte, pero esta visita al emperador le llevaría a la creación de una iniciativa que transformaría la forma en la que vemos la guerra hasta hoy.

“Un recuerdo de Solferino” y la Cruz Roja
En 1859, Napoleón III se encontraba en Lombardía, participando en la guerra austro-sarda. Buscando una audiencia con el emperador por sus asuntos de negocios, Dunant viajó a Solferino, donde se hallaba su cuartel general. Llegó allí la tarde del 24 de junio de 1859, el mismo día en que había tenido lugar una sangrienta batalla entre los ejércitos austriaco, francés y piamontés, y fue testigo de sus terribles consecuencias: aproximadamente 40.000 heridos, moribundos y muertos en el campo de batalla, y una notable falta de atención para ellos.
Los ejércitos, sorprendidos por la intensidad del combate, estaban completamente incapacitados para atender a tantos heridos. El trato a los heridos enemigos era especialmente deficiente; a menudo se les consideraba blancos legítimos o sospechosos de engaño. Dunant se sintió conmovido y tomó la iniciativa de organizar a la población civil local, especialmente a mujeres y niñas, para brindar asistencia a los soldados heridos y enfermos.
A pesar de la escasez de materiales y suministros, organizó la compra de lo necesario y ayudó a establecer hospitales improvisados, utilizando lugares como una iglesia y un castillo. Convenció a la población de atender a los heridos sin importar su bando, bajo el lema “Tutti Fratelli” (Todos son hermanos), acuñado por las mujeres de la cercana ciudad de Castiglione delle Stiviere. Así, logró la liberación de médicos austríacos capturados por los franceses. Esta acción representó una demostración concreta de caridad cristiana sin discriminación.

Tras regresar a Ginebra a principios de julio, Dunant decidió escribir un libro sobre su experiencia. Se trata de Un Souvenir de Solferino (Un recuerdo de Solferino), que fue publicado en 1862 a su propio costo. En él describió la batalla y sus secuelas caóticas, y presentó dos ideas clave: la necesidad de fundar sociedades de socorro en tiempo de paz para asistir a los heridos en la guerra con voluntarios calificados, y la propuesta de un principio internacional —sancionado por una convención— que sirviera de base para estas sociedades. Esta obra transformó para siempre la percepción de la humanidad respecto a los daños ocurridos durante la guerra.
El libro fue tan bien recibido, que despertó el interés de personalidades en Ginebra. Gustave Moynier, jurista y presidente de la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública, hizo de este y de sus sugerencias el tema de una reunión en febrero de 1863. Los miembros evaluaron positivamente las recomendaciones de Dunant y crearon un comité de cinco personas para llevar adelante la idea.
Este comité, conocido como el “Comité de los Cinco”, estaba compuesto por Dunant, Moynier, el general suizo Henri Dufour, y los doctores Théodore Maunoir y Louis Appia. Este último consideró que se necesitaba un símbolo para identificar a aquellos grupos neutrales que se encargarían de humanizar la guerra, así que propuso una cruz roja con un fondo blanco (lo contrario a la bandera Suiza). Así, el 17 de febrero de 1863, día en el que tuvieron su primera reunión, se considera la fecha en la que se fundó el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Es importante señalar que la fe del Réveil desempeñó un papel prominente en la inspiración del comité —no solo en Dunant, sino también en los otros fundadores—. Con todo, la realización del movimiento fue secular y no confesional, con el objetivo de tener un mayor alcance. Los fundadores buscaban una organización universal que pudiera transformar la guerra en todo el mundo.

Ascenso y caída: de la Convención de Ginebra a la desgracia
Pero este comité no tendría efecto sin una convención de carácter internacional. Entonces, en octubre de 1863, el comité organizó una reunión en Ginebra en la que participaron catorce estados (con 31 delegados de 16 naciones) para discutir la mejora de la atención a los soldados heridos. Dunant fue líder de protocolo durante esta reunión. El núcleo de su idea era la neutralidad del personal médico en el campo de batalla.
Un año después, el 22 de agosto de 1864, una conferencia diplomática organizada por el gobierno suizo condujo a la firma de la Primera Convención de Ginebra por parte de doce estados (aunque inicialmente participaron 24 representantes de 16 países, y doce estados la firmaron). Para finales de 1867, 21 naciones habían firmado la Convención. Hoy en día, 196 naciones se adhieren a la Convención de Ginebra y sus elaboraciones posteriores.
Esta convención garantizó la neutralidad para ambulancias, hospitales, personal médico y su equipo, así como para los habitantes locales que ayudaban y para los soldados enemigos heridos, cuyos captores debían tratarlos. Además, estableció la obligación de buscar y recoger a los heridos, y adoptó el símbolo de la cruz roja sobre fondo blanco como símbolo internacional de protección y asistencia neutral. En resumen, la Convención consagró la protección de todos los heridos y del personal médico, sin importar su afiliación.
El éxito de la Convención de Ginebra marcó quizás el punto más alto en la vida de Dunant. Sin embargo, a medida que su atención estaba enfocada en humanizar la guerra, sus negocios fueron descuidados. En 1867, se declaró en bancarrota: sus empresas en Argelia habían sufrido y se vio envuelto en un escándalo empresarial relacionado con la quiebra de la firma financiera Crédit Genevois en abril de ese mismo año.

El clamor social en Ginebra, una ciudad arraigada en tradiciones calvinistas, llevó a que muchos pidieran que Dunant se separara del Comité Internacional. Por eso renunció a su cargo de secretario el 25 de agosto de 1867 y fue completamente removido del comité el 8 de septiembre de 1867. El Tribunal de Comercio de Ginebra lo condenó el 17 de agosto de 1868 por prácticas engañosas en las quiebras; fue públicamente señalado como la causa del desastre. Su familia y muchos amigos se vieron afectados por la caída de la empresa debido a sus inversiones, de manera que sus deudas lo persiguieron hasta la muerte. En febrero de ese año murió su madre y más tarde fue expulsado de la YMCA de Ginebra, porque sentían que su fracaso empresarial empañaba la reputación del grupo.
Todo este desastre llevó a Dunant a perder su posición como ciudadano de Ginebra. En marzo de 1867, dejó la ciudad para siempre y no regresó jamás. Durante los años siguientes, vivió en pobreza y oscuridad, moviéndose por varios lugares de Europa. A pesar de ser nombrado miembro honorario de sociedades nacionales de la Cruz Roja en varios países, fue prácticamente excluido de la memoria institucional del movimiento, a pesar de su rápida expansión.
Aún así, durante este período de olvido continuó persiguiendo sus ideas humanitarias, abogando por negociaciones de desarme, un tribunal internacional y la creación de una biblioteca mundial. Con la ayuda ocasional de simpatizantes y viviendo de manera muy austera, continuó escribiendo panfletos y cartas, y enviando propuestas visionarias a gobiernos y asociaciones. Sin embargo, terminó descuidando aún más su situación personal y financiera. En 1887, comenzó a recibir apoyo financiero mensual de familiares lejanos, lo que le permitió vivir más tranquilamente. Se mudó a la pequeña aldea suiza de Heiden en julio de ese año y vivió allí el resto de su vida, en un hospital y hogar de ancianos a partir de 1892.

El primer Nobel de Paz: el rescate del olvido
Aunque al parecer la suerte de Dunant era que nadie jamás volvería a recordarlo, la providencia de Dios lo rescató del olvido. En septiembre de 1895, un periodista llamado Georg Baumberger lo redescubrió durante un paseo cerca de Heiden. Allí escuchó de un viejo hombre que afirmaba ser el fundador de la Cruz Roja y, como le gustaba perseguir historias, fue a entrevistarse con él. Esto resultó en que Baumberger escribió un artículo sobre Dunant que apareció en una revista alemana y pronto fue reimpreso en toda Europa.
El artículo trajo consigo una renovada atención y apoyo para Dunant. Recibió premios y donaciones, lo que mejoró notablemente su situación financiera. A esto se sumó que Rudolf Müller, un amigo de Stuttgart, escribió un libro en 1897 sobre los orígenes de la Cruz Roja. Allí se destacaba el importante papel de Dunant, lo cual terminó desplazando la historia oficial que se tenía hasta el momento.

La atención renovada del mundo hacia Dunant llevó a que fuera galardonado en 1901 con el primer Premio Nobel de la Paz por su papel en la fundación del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la iniciación de la Convención de Ginebra. Aunque fue un candidato controvertido para algunos, su nominación fue fuertemente apoyada. Compartió el premio con el pacifista francés Frédéric Passy, fundador de la Liga de la Paz, lo cual sentó un precedente: la combinación del trabajo humanitario de Dunant con los esfuerzos de promoción de la paz de Passy fue una interpretación del testamento de Alfred Nobel, que promovía tanto la reducción de ejércitos como la mejora de la “hermandad de los pueblos”.
El Comité Internacional le envió felicitaciones oficiales, lo que significó la rehabilitación de su reputación. El dinero del premio, 104.000 francos suizos, fue depositado en un banco noruego para protegerlo de sus acreedores. Dunant nunca gastó el dinero, reservándolo para legarlo a quienes lo cuidaron y a causas benéficas. Recibió otros premios, incluyendo un doctorado honorario de la Universidad de Heidelberg en 1903.

Generoso hasta el final
Vivió en el hogar de ancianos de Heiden hasta su muerte. En sus últimos años, sufrió depresión y paranoia, preocupado por la persecución de sus acreedores y por Moynier, un miembro del “Comité de los cinco” con quien siempre tuvo desacuerdos. Murió el 30 de octubre de 1910, a los 82 años.
Según sus deseos, fue enterrado sin ceremonia en el Cementerio Sihlfeld en Zúrich. En su testamento, donó fondos para asegurar una cama gratuita en el hogar de ancianos de Heiden para un ciudadano pobre de la región, y legó dinero a amigos y organizaciones benéficas. Los fondos restantes se destinaron a sus acreedores, aliviando parcialmente su deuda, una carga que lo afligió hasta el final.
Hasta hoy, su influencia es ampliamente reconocida. El cumpleaños de Dunant, el 8 de mayo, se celebra como el Día Mundial de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, y la Medalla Henry Dunant es la más alta condecoración otorgada por el movimiento Internacional de la Cruz Roja. El antiguo hogar de ancianos en Heiden ahora alberga el Museo Henry Dunant, numerosos lugares llevan su nombre (por ejemplo, el segundo pico más alto de Suiza fue renombrado en su honor como Dunantspitze en 2014) y su vida ha sido representada en películas y musicales.
Concluimos que, hacia el final de su vida, sus fracasos económicos resultaron en bancarrota, desgracia pública y últimos días llenos de tribulación. Lamentablemente, a pesar de su inmenso legado humanitario, estos sucesos empañaron su nombre por muchos años, llevándolo a la pobreza y casi al olvido, e incluso algunos estudiosos de su vida creen que al final rechazó la religión organizada (lo cual no está comprobado). Sin embargo, es innegable que la fe cristiana de Henry Dunant, arraigada en la caridad activa, lo inspiró a crear un movimiento que trajo gran bien a la humanidad: la Cruz Roja y los Convenios de Ginebra.
Referencias y bibliografía
Historia de la Cruz Roja y la Media Luna Roja | Cruz Roja
The Man Who Humanized War | Christianity Today
The man behind the Geneva Conventions | Christianity Today
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