Fahrenheit 451: temperatura a la que el papel de los libros se enciende y arde…
Las distopías —representaciones de un mundo imaginario en la que predominan la opresión y la injusticia— son comunes en la literatura. Para muchos escritores, es abrumador ver el estado actual de la sociedad, caracterizado por la deshumanización y la ignorancia, así que no pueden evitar predecir un futuro terrible en las páginas de su arte. El ejemplo por excelencia de esto es la novela 1984, de George Orwell. Pero Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, tiene un elemento particularmente aterrador: nos presenta la distopía por la que muchos trabajan (¿o trabajamos?) arduamente en la actualidad.
Me explico. El “Gran Hermano” de Orwell (la figura autoritaria y omnipresente que simboliza el poder absoluto del Partido) podría verse como la viva encarnación del totalitarismo actual de Corea del Norte y el esfuerzo que hace China por controlar a sus ciudadanos con cámaras e inteligencia artificial. Al menos en Occidente, nadie quiere vivir en esas condiciones. En cambio, ¿qué mejor que estar en una sociedad “libre”, en donde se puede tener acceso a entretenimiento 24/7 y moverse en carros a toda velocidad? ¿No es esa la ilusión que impulsa gran parte de nuestros países?

Fahrenheit 451 nos ofrece un oscuro y a la vez preciso retrato de las más profundas crisis humanas de la sociedad occidental, y en la que todos los ciudadanos tienen los ojos puestos en grandes pantallas, están obsesionados con las redes sociales y el entretenimiento barato. La novela cuenta la historia de Montag, un bombero. Pero, ya que la narración transcurre en el futuro, leemos sobre un tiempo en el que las casas son incombustibles —no se pueden quemar—, así que la profesión ya no se trata de apagar el fuego, sino de prenderlo. Cada vez que se descubre que alguien posee libros, los bomberos van hasta su casa y queman la literatura.
Alguien podría decir “pero eso suena totalitario y opresor”. Sin embargo, ahí está el encanto (y terror) de la novela: la sociedad misma pidió que eso fuera así. “Era un placer quemar. Era un placer especial ver cosas devoradas, ver cosas ennegrecidas y cambiadas”, así comienza la novela, en la que se muestra que Montag solo conoce una forma de belleza.
Sin embargo, la vida de este hombre es puesta boca arriba cuando se encuentra con una muchacha de 17 años, Clarisse MacClellan, que irrumpe en su supuesta paz al mostrarle que es posible ser felices con el olor de las flores y el rocío del pasto, y eventualmente lo lleva a preguntarse por la poesía que está en los libros que quema a diario; la poesía que, sin quererlo, termina encontrando en el Eclesiastés y el Apocalipsis.

Una humanidad superficial
En el mundo de Fahrenheit hay dos crisis bastante notorias, que de hecho también se evidencia en el nuestro.
La crisis de significado
Las personas, aunque creen vivir en paz y felices, realmente no saben nada acerca de nada, pero aun así siguen “hablando”. Aunque los días están llenos de noticias, actividades y propósitos, todo ello está vacío de significado; se ha perdido el pensamiento y se ha reemplazado por “cosas”, que existen y satisfacen algún instinto corporal, pero no humano. En una sociedad en la que nadie escucha, Clarisse se detiene a oír:
A veces me escurro por ahí y escucho en los subterráneos. O en los bares de bebidas sin alcohol. ¿Y sabe una cosa? (…) La gente no habla de nada. (…) Citan automóviles, ropas, piscinas, y dicen ¡qué bien! Pero siempre repiten lo mismo, y nadie dice nada diferente, y la mayor parte del tiempo, en los cafés, hacen funcionar los gramófonos automáticos de chistes, y escuchan chistes viejos.

En la novela, Mildred, la esposa de Montag, es quien mejor encarna esta realidad. En la sala de su casa ya han reemplazado tres paredes con televisores gigantes. Un día, ella le dice a su esposo que va a participar en una obra de teatro, y que la interacción se hará a través de las pantallas. Sin embargo, a ella le llega el libreto por correo, pero no entiende la obra; simplemente se limita a decir sus diálogos cuando le toca, y eso la divierte. “¿De qué se trata la pieza”, pregunta Montag, a lo que ella responde:
— Acabo de decírtelo. Hay una gente llamada Bob y Ruth y Helen (…). Es realmente divertido. Será más divertido todavía cuando tengamos la cuarta pared. ¿Cuánto tiempo pasará, te parece, antes que podamos ahorrar y echar abajo la otra pared y poner una nueva de TV? Sólo cuesta dos mil dólares.
— Un tercio de mi salario anual –[responde Montag].
— Sólo cuesta dos mil dólares (…). Podemos privarnos de algunas cosas.
— Ya nos estamos privando de algunas cosas para pagar la tercera pared.
¿No es esto un reflejo casi exacto de nuestra imperiosa necesidad de tener el último smartphone —aunque sea necesario endeudarse— para seguir viendo contenido trivial? Y no es raro que tengamos preferencia por las películas de acción sobre los dramas históricos, o que las canciones de reguetón —vacías de toda reflexión y profundamente deshumanizantes— lleguen a los tops más importantes. Nos esforzamos constantemente por vaciarnos de significado.
Pero esa diversión es absolutamente engañosa; la “paz” vacía que ofrecen las pantallas solo deprime a la gente. Un día, Montag encuentra que su esposa se está muriendo por una sobredosis de pastillas para dormir, así que llama a emergencias. Su expectativa era que llegaran médicos a salvarla de la muerte, y quizás un psicólogo clínico que la ayudara a tratar con su problema. Sin embargo, en cuestión de minutos, llegan técnicos (como los que hacen el mantenimiento a un carro) con una máquina que reemplaza la sangre. Uno de ellos dice:
Tenemos nueve o diez casos como éste por noche. Tenemos tantos, desde hace unos pocos años, que hubo que inventar estas máquinas especiales. Con la lente óptica, naturalmente; el resto es antiguo. No es necesario un médico para estos casos; bastan dos ayudantes; lo arreglan todo en media hora.
En Dinamarca, uno de los países más felices del mundo en el siglo XXI, hay demasiadas personas medicadas con antidepresivos; allí solo hace falta que se inventen la máquina.

Ahora, ¿cómo es que la sociedad de esta novela llegó a ser tan radical como para quemar los libros? Aunque eso todavía no ha ocurrido en la nuestra —excepto por el incendio de la Biblioteca de Alejandría, las hogueras de la Iglesia católica medieval, los textos quemados en la Revolución Francesa, la quema de libros judíos a manos de los nazis, la destrucción de literatura por dictadores como Pinochet, y un extensísimo etcétera—, uno de los personajes nos explica de qué manera podríamos llegar allí. El capitán Beatty, quizás el antagonista principal (aparte de la ignorancia misma), le explica a Montag cómo es que la humanidad dejó de necesitar los libros:
…en verdad no progresamos hasta que apareció la fotografía. Luego las películas cinematográficas, a principios del siglo XX. La radio. La televisión. Las cosas comenzaron a ser masa. (…) En otro tiempo los libros atraían la atención de unos pocos, aquí, allá, en todas partes. Podían ser distintos. Había espacio en el mundo. (…) Películas y radios, revistas y libros descendieron hasta convertirse en una pasta de budín, ¿me entiendes?
Píntate la escena. El hombre del siglo XIX con sus caballos, sus carretas, sus perros: movimiento lento. Luego, el siglo XX: cámara rápida. Libros más cortos. Condensaciones. Digestos. Formato chico. (…) Los clásicos reducidos a audiciones de radio de quince minutos; reducidos otra vez a una columna impresa de dos minutos, resumidos luego en un diccionario en diez o doce líneas. (…) Muchos sólo conocían de Hamlet (…) un resumen de una página en un libro que decía: “Ahora usted puede leer todos los clásicos. Lúzcase en sociedad”. ¿Comprendes? Del jardín de infancia al colegio, y vuelta al jardín de infancia. Ése ha sido el desarrollo espiritual del hombre durante los últimos cinco siglos.
Y hoy, en el siglo XXI, leer la literatura clásica es impensable. ¿Quién tiene tiempo para leer a Shakespeare? Los más diligentes pagan suscripciones a aplicaciones que resumen libros en lecturas de minutos; los demás, no leen sencillamente porque no parece necesario. En cambio, la mucha información que puede llegarnos a través de las redes sociales es “incombustible”: dice cosas, pero no hay profundidad, y la mente no es desafiada a reflexionar. Tenemos una crisis del lenguaje, del significado, donde nadie lee, todos tienen pantallas, todos tienen información, todos trabajan, pero nadie sabe nada. Beatty sigue diciendo:
Se abreviaron los años de estudio, se relajó la disciplina, se dejó de lado la historia, la filosofía y el lenguaje. Las letras y la gramática fueron abandonadas, poco a poco, poco a poco, hasta que se las olvidó por completo. La vida es lo inmediato, sólo el trabajo importa. Divertirse, sí, pero después del trabajo. ¿Por qué aprender algo salvo apretar botones, insertar llaves, ajustar tornillos y tuercas? (…)
Que la gente intervenga en concursos donde haya que recordar las palabras de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de los Estados, o cuánto maíz cosechó Iowa el último año. Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices, pues los hechos de esa especie no cambian. (…) ¿Qué necesitamos entonces? Más reuniones y clubes, acróbatas y magos, automóviles de reacción, helicópteros, sexo y heroína. Todo lo que pueda hacerse con reflejos automáticos. (…)
La conclusión es muy sencilla. Un libro, en manos de un vecino, es un arma cargada. Quémalo. Saca la bala del arma. Abre la mente del hombre. ¿Se sabe acaso quién puede ser el blanco de un hombre leído? ¿Yo? No puedo aceptarlo. Y así, cuando las casas de todo el mundo fueron incombustibles (tu presunción de la otra noche era correcta) no se necesitaron bomberos para cumplir la antigua función. Se les dio otro trabajo, el de custodios de la paz de nuestras mentes, el centro de nuestro comprensible y recto temor a ser inferiores. El bombero se transformó en censor, juez y ejecutor oficial.
El punto de todo esto es que no es necesario tener bomberos para quemar los libros. Desde mucho antes de que se invitara la profesión de un “custodio de la paz”, la humanidad escogió que su felicidad estaría en la ignorancia. Antes de quemar los libros, la sociedad los abandonó y los reemplazó con resúmenes y placeres inmediatos; contratar a Montag y Beatty fue solo el resultado natural.
E igual nosotros sufrimos de la misma enfermedad, y no lo digo solo porque desde hace décadas estamos desechando las ciencias humanas y promoviendo el utilitarismo educativo. En enero de 2025, The Guardian se refirió a un estudio revelador: la tercera parte de los adultos del Reino Unido no son capaces de nombrar Auschwitz o cualquiera de los campos de concentración nazis. Entonces, no necesitamos quemar los libros de historia; simplemente ya los estamos ignorando (probablemente casi el 100% de los adultos en el Reino Unido sí tienen redes sociales), y naturalmente llegaremos a contratar personas para quemarlos.

La crisis de conexiones
La crisis de significado va de la mano con una crisis de conexiones. El rasgo particular del ser humano como criatura pensante no es que se dedica a reflexionar por amor al hecho mismo de reflexionar. En cambio, parte del desarrollo de su lenguaje es crear relaciones profundas con otros seres humanos. Pero eso no ocurre en el mundo de Fahrenheit 451; el interés de unas personas en otras no trasciende las interacciones triviales.
Quizás el momento en el que Montag es más confrontado por las palabras de su nueva amiga Clarisse es cuando juegan con un diente de león. Ella le habla de la antigua costumbre de pasarse la flor por la barbilla, y si algo de su color amarillo queda en ella, es porque la persona está enamorada. Después de que los dos lo intentan, solo a ella le queda algo en la barbilla, así que el enojado Montag se pregunta cómo es posible que no esté enamorado si lleva años casado con Mildred. Invadido por ese pensamiento, un día tiene que preguntarle a su esposa si se acordaba de cómo se conocieron, a lo que ella responde:
— Bueno, fue en... –Mildred se detuvo–. No sé –dijo. Montag sentía frío.
— ¿No recuerdas?
— Fue hace tanto tiempo.
— Sólo diez años, nada más. ¡Sólo diez años!
— No te excites. Estoy tratando de pensar (…). Gracioso, qué gracioso, no recordar cuándo se conoció al marido o la mujer. (…) No tiene importancia –dijo Mildred, y se levantó, y fue al cuarto de baño.
No se trata simplemente de que Mildred sea una mala esposa; ella encarna los valores fundamentales de esa sociedad distópica. Más adelante, cuando una mujer muere quemada porque se niega a vivir sin los libros de su biblioteca que son destruidos por los bomberos, vuelve a mostrar su absoluta falta de humanidad. Le dice a Montag:
— No significa nada para mí. ¿Por qué guardaba esos libros? Conocía las consecuencias, pudo haberlo pensado. La odio. Has cambiado por su culpa, y pronto no tendrás casa, ni trabajo, ni nada.
— No estabas allí, no la viste –dijo Montag–. Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos imaginar, para que una mujer se deje quemar viva. Tiene que haber algo. Uno no muere por nada.
— Era una tonta.
Hoy estamos en la era del individualismo, la soledad, la depresión, los noviazgos con aplicaciones de inteligencia artificial, la paternidad de perros, los países llenos de ancianos y vacíos de niños, los divorcios y la promiscuidad. Nuestras relaciones humanas son miserables, por una sencilla razón: el amor requiere esfuerzo, y la sociedad que se endeuda con pantallas y quema los libros no está dispuesta a pagar el precio de las conexiones verdaderas. La pasión de Occidente por la diversión y la comodidad le impide abrir campo para el compromiso, y como casarse y tener hijos requiere abandonar demasiado el confort, es necesario recurrir a los robots y a los gatos.

Resistencia cristiana ante la ignorancia
Entonces, quisiera desafiar al lector a ser Clarisse MacClellan; quisiera desafiar a la Iglesia cristiana a oponerse a la tiranía de la ignorancia occidental que nos ha llevado a quemar los libros y cambiarlos por videos de TikTok.
Creo que el mayor incentivo para que los cristianos lean y abracen las reflexiones de Fahrenheit 451 es que la Biblia tiene un lugar central en la novela. Aunque en la travesía de Montag se hace referencia a muchas de las grandes obras de la literatura y sus autores (La República, El paraíso perdido, Los viajes de Gulliver, Alicia en el país de las maravillas, Crimen y castigo, Shakespeare, Charles Dickens, Bertrand Russell, Aristóteles, etc.), la conexión más importante de Montag es con la Biblia, específicamente con el libro de Eclesiastés. ¿Pero cómo llegó a suceder eso?
Bueno, este devenir de la sociedad demanda oposición. Si bien hay algunas escenas de combate con un lanzallamas, espionaje y huida (emocionantes, por cierto), Fahrenheit 451 presenta la apremiante necesidad de luchar a través de las ideas y el pensamiento; hay una resistencia hacia la ignorancia. Una conciencia sincera de las crisis del significado y la conexión debería poner al cristiano en un estado de lamento, similar al de Montag:
…había pensado entonces que si [Mildred] se moría, él, Montag, no derramaría ni una lágrima. Pues sería como la muerte de una mujer desconocida, de una cara de la calle, de una imagen del periódico, y de pronto todo le pareció tan falso que se echó a llorar, no ante la idea de la muerte, sino ante la idea de no llorar la muerte. Un hombre tonto y vacío que vivía con una mujer tonta y vacía, mientras la serpiente hambrienta la vaciaba todavía más.

En una sociedad que erradica las preocupaciones, es necesario preocuparse; cuando Mildred le dice a Montag que la deje tranquila y no la moleste con eso de la mujer que murió quemada, este le responde:
¡Que te deje tranquila! Está bien, pero ¿quién me tranquiliza a mí? No necesitamos estar tranquilos. A veces debemos preocuparnos. ¿Desde cuándo no estás realmente preocupada? Preocupada por algo importante, algo verdadero.
Y entonces, Montag se preocupa por algo verdadero, por no morir como un hombre tonto y vacío que no puede llorar. En medio de uno de sus incendios, en los que saltan las páginas y las portadas como chispas, algunos llegan hasta él de manera providencial y así reacciona: “La mano de Montag se cerró como una boca, apretó el libro contra el pecho con una salvaje devoción, con una despreocupación insensata”. Sabía que estaba adquiriendo la misión de salvar el conocimiento de los libros y de encontrar la verdad que le había sido escondida. Allí es cuando adquiere una copia de la Biblia y comienza a leerla.
En su camino conoce a Faber, un exprofesor de literatura que lo ayuda a comprender la importancia de los libros y el pensamiento. Para él, el mundo está en desesperada necesidad de tres cosas: calidad, ocio y libertad. Por eso le dice:
Calidad, para mí, significa textura. Este libro tiene poros. Tiene rasgos. Si lo examina usted con un microscopio, descubrirá vida bajo la lente; una corriente de vida abundante e infinita. Cuantos más poros, cuantos más pormenores vivos y auténticos pueda usted descubrir en un centímetro cuadrado de una hoja de papel, más “letrado” es usted (…).
Ocio (..). [Disponemos de muchas] horas libres, sí. ¿Pero tiempo para pensar? Cuando no conducen a ciento cincuenta kilómetros por hora, y entonces no se puede pensar en otra cosa que en el peligro, se entretienen con algún juego, o en una sala donde no es posible discutir con el televisor de cuatro paredes. ¿Por qué? El televisor es real. Es algo inmediato, tiene dimensiones. Le dice a uno lo que debe pensar, y de un modo contundente.
Y la libertad es el derecho a “obrar de acuerdo con lo que nos ha enseñado la interacción de las otras dos”.
Faber describe lo que abundaba en los primeros cristianos y lo que hoy nos falta: tiempo de calidad para la introspección y el estudio. Nuestras vidas aceleradas contrastan con la de Jesús, quien tomaba tiempos para estar a solas con Dios. Los autores bíblicos exhortaron a la Iglesia primitiva a comer el “alimento sólido” de la Palabra. Creo que recursos como devocionales en audio de 5 minutos son útiles y tienen su lugar, pero el Nuevo Testamento mostraba la imagen de una comunidad que ahondaba en el estudio bíblico y ponía en práctica la oración profunda. Si hay “poros”, detalles, pormenores, en fin, vida en los clásicos de la literatura, ¿cuánta más belleza no habrá en la lectura del Libro que habla sobre Aquel que es la vida misma?

Montag comienza la lucha con la lectura de su Biblia, que es estorbada por el ruido del mundo distópico. Mientras iba en el subterráneo, sonaban comerciales que no les permitían a las personas pensar en nada más que el producto. En cierto momento, se ve la lucha del protagonista por leer un pasaje en medio de la distracción del comercial que abruma su mente:
Se oyó el sonido de unas trompetas. El dentífrico Denham.
—Cállate —pensó Montag—. Mirad los lirios del campo.
—El dentífrico Denham.
—Ellos no trabajan...
—Denham.
—Mirad los lirios del campo, cállate, cállate.
—¡Dentífrico!
Montag abrió bien el libro, alisó las páginas y las tocó como si fuese ciego, siguiendo la forma de las letras sin parpadear.
—¡Denham! Se deletrea: D-E-N...
—Ellos no trabajan ni...
—¡Denham lo hace!
—Mirad los lirios, los lirios, los lirios...
—El detergente dental Denham.
—¡Cállate, cállate, cállate!
Fue un ruego, un grito tan terrible que Montag se puso de pie.
¿Será que esa escena nos recuerda los comerciales de Temu? Justo ahí comienza la pelea contra la ignorancia: callar la voz del comercial, de la pantalla, del consumismo, para dedicarle tiempo a la lectura; la lectura de los árboles, de los seres amados, de los clásicos de la literatura y, sobre todo, de la Biblia. Antes que cualquier otro, debemos ser los primeros en dar prioridad a la belleza que hay en el conocimiento sobre las meras distracciones.
En fin, considero que la Iglesia ha de cuidarse del purismo. Muchos cristianos, con la intención de mantenerse lejos de la influencia que las enseñanzas del mundo puedan tener sobre ellos, deciden cerrarse a la lectura de literatura y de grandes obras de las ciencias humanas. Pero esto no es lo que vemos en el ejemplo de los apóstoles. Pablo, el mismo que dijo “Porque nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado” (1 Co 2:2), usó en varias ocasiones el conocimiento de filósofos y poetas de su tiempo para argumentar sus propias ideas o contradecir las falsas enseñanzas (por ejemplo, en Hechos 17:28, Tito 1:12 y 1 Corintios 15:33).

¿No haríamos una gran diferencia en el mundo si, además de ser sólidos lectores de las Escrituras, también fuéramos buenos conocedores de las grandes obras de la humanidad? ¿No habría una gran riqueza en nuestro testimonio y andar cristiano? Refiriéndose a la enseñanza de C.S. Lewis, Leland Ryken, profesor y autor o editor de más de 60 libros, dijo:
C. S. (…) observó que un sentimiento natural cuando leemos ficción es la sensación de “haber salido” —salido del mundo limitado y monótono de la rutina y la perspectiva restringida—. Lewis también afirmaba que los lectores no suelen darse cuenta de cuánto deben a sus lecturas hasta que entablan conversación con alguien que no lee, y entonces se sorprenden al notar lo diminuto que es el mundo en el que habitan muchos no lectores.
El punto climático de la novela es cuando Montag, después de convertirse en un fugitivo y criminal ante la sociedad, huye de su ciudad y se encuentra con un grupo de intelectuales exiliados, quienes memorizan libros para preservarlos. En esta pequeña comunidad, y ante el ataque inminente de las bombas atómicas de las naciones en guerra (recordemos que Bradbury publicó su novela apenas 8 años después de Nagasaki y Hiroshima), Montag se convierte en “el Eclesiastés”; en este reducido grupo de personas que habían abierto los ojos, cada uno se encargaba de memorizar un libro, y él era el único que quedaba que había leído las palabras del Predicador.
Entonces, preguntémonos: ¿estamos listos para ser “El Génesis”, “Lamentaciones” y “El Evangelio de Juan”? Mientras Occidente se encarga de quemarlo todo y saturar al mundo con entretenimiento, los cristianos debemos luchar por preservar la verdad. Y más allá de satanizar las pantallas —pues el mismo Faber dice que el conocimiento que está en los libros también podría estar en los televisores si se usaran correctamente—, el punto es liderar una rebelión silenciosa, dejando la distracción y priorizando la lectura. Necesitamos alcanzar la conclusión que Montag encuentra al final de la historia: él necesitaba dejar de quemar:
El sol ardía continuamente. Quemaba el tiempo. El mundo corría describiendo un círculo y giraba sobre su eje, y el tiempo quemaba los años y los hombres, de algún modo. Y si él, Montag, quemaba junto con los bomberos, y el sol quemaba el tiempo, nada quedaría sin quemar. Alguien tenía que dejar de quemar. No lo haría el sol, ciertamente.
Así que, parecía, tendría que ser Montag, y la gente que había trabajado con él hasta hacía unas horas. En alguna parte alguien tendría que empezar a guardar y conservar las cosas, en libros, discos, en la cabeza de la gente, de cualquier manera con tal que estuviesen seguras, libres de polillas, moho y podredumbre, y hombres con fósforos. El mundo estaba lleno de incendios, de todas formas y tamaños.

El árbol de la vida para el mediodía
Al final de la novela, Montag por fin encuentra un momento en silencio. La sociedad se ha destruido a sí misma con las bombas, y esta pequeña comunidad de lectores solo puede caminar hasta la ciudad, en donde les esperan escombros. No hay nada para hablar, sino solo tiempo para pensar. Y entonces, Montag encuentra que lo mejor en lo que podría pensar es exactamente lo mismo en lo que necesitamos pensar nosotros cuando, por fin, encontremos un rato sin la distracción del entretenimiento barato:
Pero ahora había que caminar toda la mañana hasta el mediodía, y si los hombres guardaban silencio era porque había que pensar en todo, y muchas cosas que recordar. Quizá más tarde en la mañana, cuando el sol estuviese alto y los hubiese calentado, comenzarían a hablar, o a recitar las cosas que recordaban, para estar seguros de que estaban allí, para tener la certeza de que ciertas cosas estaban a salvo.
Montag sintió el lento movimiento de las palabras, la lenta ebullición. Y cuando le llegara el turno, ¿qué diría? ¿Qué podría ofrecer en un día como éste para hacer más llevadero el viaje? Para todas las cosas hay un tiempo de sazón. Sí. Tiempo de destruir y tiempo de edificar. Sí. Tiempo de callar y tiempo de hablar. Sí, todo eso. Pero algo más. ¿Qué más? Algo, algo... Y al otro lado del río se alzaba el árbol de la vida con doce clases de frutos, y daba sus frutos todos los meses. Y las hojas del árbol eran la salud de las naciones. “Sí –pensó Montag–, ése es el fragmento que guardaré para el mediodía. Para el mediodía... Cuando lleguemos a la ciudad”.
Dios permita que, en el bullicio de nuestra sociedad, encontremos tiempo de silencio para volver a la literatura y, especialmente, para volver a las verdades del Apocalipsis; al árbol de la vida que da sus frutos todos los meses.
Referencias y bibliografía
Fahrenheit 451 - Ray Bradbury | Planeta de Libros
En defensa de la ficción: el amor cristiano por la gran literatura | BITE
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
![]() |
Giovanny Gómez Director de BITE |