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Nos estamos quedando sin niños en el mundo, especialmente en Latinoamérica.
La peligrosa idea de que necesitamos reducir la población mundial se hizo común en 1968, cuando se publicó The Population Bomb (La bomba demográfica). La tesis principal del libro era que el acelerado crecimiento demográfico era “una bomba” que conduciría inevitablemente a hambrunas masivas, escasez de recursos, deterioro ambiental y colapso económico. Este libro propició en todo el mundo el control de la natalidad, restricciones a la inmigración y políticas gubernamentales agresivas para frenar el crecimiento poblacional.
Sus efectos son evidentes hoy. En los años 60, la tasa de fecundidad (TFT) en el mundo era de 5.3 hijos por mujer, pero hoy es de 2.2. Nuestra región es la que ha experimentado la caída más veloz: 68.4 % desde 1950. Según el Anuario estadístico de América Latina y el Caribe 2023 de la Comisión Económica (CEPAL), la TFT en la región ha llegado a 1.8 nacimientos por mujer, es decir, tres puntos por debajo del nivel de reemplazo poblacional. Países como Cuba y Chile presentan tasas aún más bajas, con 1.5 y 1.6 nacimientos por mujer, respectivamente.
Esto es una tragedia; un atentado de la humanidad en contra de sí misma. ¿Qué lleva al hombre a la autodestrucción? ¿Cómo contrarrestar la cosmovisión en la que parece mejor dejar de tener hijos?

La bomba de la despoblación
Aunque los últimos 50 años han demostrado que los postulados de La explosión demográfica eran equivocados, sus autores, Paul y Anne Ehrlich, siguen siendo considerados importantes personalidades científicas. En 2023, el programa 60 Minutes de la CBS entrevistó a Paul sobre el cambio climático. Sus palabras fueron: “La humanidad no es sostenible para mantener nuestro estilo de vida (…). Básicamente, para todo el planeta se necesitarían cinco Tierras más. No está claro de dónde van a salir”.

En algo tiene razón: la humanidad está dando pasos hacia el colapso. Sin embargo, sus razones son equivocadas. El problema no es que nos hagan falta “más Tierras” para que vivan las personas, sino que faltan personas para que vivan en la Tierra. La verdadera “bomba” es la despoblación. Muchos expertos han usado el juego de palabras “Depopulation Bomb” (La bomba de la despoblación), que suena muy similar al título original del libro de Ehrlich, para afirmar que la humanidad corre peligro por las bajísimas tasas de natalidad que estamos presenciando en la actualidad.
Las consecuencias de esto son aterradoras. Jonathan Last, en su libro What to Expect When No One’s Expecting (Qué esperar cuando nadie está esperando), da una lista de las consecuencias de la falta de nacimientos: una población envejecida, una fuerza laboral en disminución, una base cada vez menor para los impuestos, una caída en el dinamismo tecnológico e industrial, dificultades para encontrar pareja, edificios vacíos, infraestructuras deterioradas, prestaciones sociales sin financiamiento y una inquietud generalizada a medida que más personas envejecen y enferman, con menos personas disponibles para cuidar de ellas.
Si esto es así, ¿qué hace que hasta hoy haya proponentes de la postura de Ehrlich?

El hombre se destruye a sí mismo
Irónicamente, la razón por la que el hombre atenta contra su propia supervivencia es que se ha desplazado a sí mismo del lugar central de la creación. ¿Qué quiero decir con eso? El ser humano es el pináculo de lo creado, pues Dios solo le concedió a él ser Su representante. Este privilegio se ve de dos formas: le dio la autoridad de ejercer dominio sobre el planeta y le dio el mandato de trascender a través de multiplicar la raza (Gn 1:26-28). Sin embargo, el hombre ha decidido rechazar ambos privilegios.
En primer lugar, el hombre ha permitido que la creación gobierne sobre él. Hoy vemos que muchos ambientalistas celebran el declive demográfico. Por ejemplo, Alice Rallier, activista ambiental y miembro de la asociación francesa Démographie Responsable (Demografía Responsable), envió un mensaje al mundo cuando rechazó para siempre la posibilidad de ser mamá: en el 2019, optó por una esterilización quirúrgica permanente. “No quiero sentir la culpabilidad de haber dado a luz a un niño en este lío”, afirmó para el importante medio francés AFP. “¡Es una locura traer niños al mundo en este momento!”, agregó.

Aunque esto suene “responsable”, es un ataque frontal a la honra que el hombre merece por encima de la creación. Más allá de cualquiera que sea nuestra posición frente al cambio climático, y aun reconociendo que hay desafíos medioambientales que deben solucionarse, tener un buen planeta no tiene sentido si no habrá una humanidad que lo disfrute. La falta de hijos nos está llevando a un futuro donde las personas mayores representan el mayor gasto, los pocos jóvenes trabajan para sostener a los ancianos y la economía colapsa; de seguir así, la Tierra quedará vacía.
El teólogo estadounidense Kevin DeYoung lo explica de manera brillante:
…el arco narrativo de la Biblia no es geocéntrico (como si la historia redentora se tratara principalmente de la Tierra) ni biocéntrico (como si se centrara principalmente en las plantas y los animales). La historia bíblica es antropocéntrica. Dios envió a su Hijo para salvar a aquellos creados a Su imagen. Además, como portadores de Su imagen, no somos una especie ajena al planeta, ni tumores malignos que solo devoran y destruyen. Somos subcreadores. Estamos destinados a cuidar el jardín. Podemos resolver problemas y hacer del mundo un lugar más habitable. Si la crisis climática es tan grave como nos dicen, las soluciones duraderas vendrán de los esfuerzos de nuestros hijos, no de su eliminación.

En segundo lugar, el hombre ha vendido su oportunidad de trascender por un poco de comodidad. ¡Un intercambio del nivel de la primogenitura de Esaú por unas lentejas (Gn 25:29-34)! Cuando el año pasado se publicaron los datos más recientes sobre las tasas de natalidad en el mundo, Clare Menozzi, responsable de Análisis Demográficos del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, afirmó:
Pasamos de familias grandes en las que la gente moría muy joven a unas pequeñas y donde se viven muchos años. Así que esto está conectado intrínsecamente a la urbanización, al desarrollo económico y social, al acceso a la salud, a los derechos de la mujer. Para nosotros es clave que estas tendencias no se vean como algo negativo. Van de la mano del desarrollo.
Para Menozzi, “desarrollo” significa que las personas tienen más bienestar físico y material para sí mismas y menos para darle a la siguiente generación; que tienen mejores médicos, mejores ciudades y más dinero a costa de dedicar esfuerzo a sí mismos y no a su descendencia; que tienen mejores trabajos, y por eso nombra los “derechos de la mujer”, sinónimo de crecer profesionalmente en detrimento de la familia. En otras palabras, una “humanidad desarrollada” desecha el privilegio de multiplicarse; rechaza la oportunidad de trascender, prefiriendo una vejez cómoda que descansa sobre los hombros de los pocos jóvenes que le quedan. En palabras de DeYoung:
Al final, tener hijos no es simplemente un acto de obediencia obstinada, ni siquiera solo un acto de fe. Es un acto de trascendencia. Cuando le digo a mi hijo al salir por la puerta: “Recuerda que eres un DeYoung”, no solo lo exhorto a actuar conforme a nuestros valores, sino que también envío el nombre de nuestra familia al mundo, hacia lugares donde yo no puedo estar y hacia un futuro demasiado lejano para que yo lo alcance.

Concluimos que el efecto del pecado no fue abrirle paso al hombre hacia nuevos placeres, sino restringirlo de lo que realmente lo hace ser humano. Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Curar una enfermedad metafísica
Me llama la atención que la academia misma predijo que el declive de la familia traería a su vez el declive de la civilización. En su obra Family and Civilization (Familia y civilización), publicada en 1947, el sociólogo Carle Zimmerman analiza la evolución de la familia a lo largo de la historia y cómo sus diferentes estructuras impactan la estabilidad de las civilizaciones. Él entendió que una “familia atomista”, caracterizada por una visión individualista de la felicidad y por vínculos familiares débiles, llevaría a la disminución de la fertilidad, y con ella, a la decadencia de la sociedad; y no se equivocó.
El problema de la despoblación ha ido más allá del cambio climático y la economía. Se trata de un problema valorativo y, sobre todo, espiritual, que está profundamente arraigado en la mente y corazón de las personas. DeYoung lo describe como una enfermedad:
…como especie estamos sufriendo una profunda enfermedad espiritual, un malestar metafísico en el que los hijos parecen ser una carga para nuestro tiempo y un obstáculo en nuestra búsqueda de la felicidad. Nuestra enfermedad es la falta de fe, y en ningún lugar esta incredulidad es más sorprendente que en los países que alguna vez formaron parte de la cristiandad.

Pero, lejos de ser una carga, los hijos son una bendición. El salmista los describe como flechas en la aljaba de un arquero, pues ellos traen bendición sobre sus padres ante la sociedad (Sal 127:3-5; Pro 17:6), y el apóstol reconoce que ellos los cuidarán en su vejez (1Ti 5:8). Sin embargo, el tener hijos va mucho más allá de los beneficios que puedan traernos como padres. Ellos son la extensión de la gloria de Dios en la tierra, manifiesta a través de Sus representantes. Ya que en la descendencia de Abraham –es decir, en Cristo– serían benditas todas las familias de la tierra (Gn 22:18; Ga 3:16), el tener hijos implica posibilitar la extensión del Reino formando discípulos; implica que la gracia de Dios se extienda a más personas. “Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré” (Fil 1:18), dijo Pablo.
Por eso necesitamos liberarnos de la “enfermedad” de la falta de fe; estar dispuestos a proceder contraculturalmente.

En contra de Occidente
En el pasado, había condiciones mucho más favorables para tener hijos. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ocurrió un incremento —un “boom”— en la natalidad y el matrimonio en el mundo occidental. A quienes nacieron en las décadas de los años 40, 50 y 60 se les llamó “Baby boomers”. En países como Estados Unidos, parte de ese incremento se debió a la estabilidad económica que el gobierno proveyó para las personas, incluyendo subsidios para vivienda y deducciones fiscales.
Pero las sociedades actuales no promueven el tener hijos como solían hacerlo. En España, las políticas de apoyo a la maternidad y la paternidad han sido bastante limitadas por muchos años. No sorprende que la tasa de fertilidad en ese país se situara en 1.1 hijos por mujer en 2023, es decir, muy por debajo del umbral de reemplazo generacional. Sin embargo, como creyentes, no podemos esperar a que las condiciones sociales se adapten para que tengamos más hijos.
Por un lado, las leyes no aseguran que haya más hijos. La tasa de fertilidad de Japón era de 1.5 en 1990, y después de sonar la alarma y hacer muchos ajustes a las leyes por 30 años, no subió, sino que bajó a 1.3. Por otro lado, el tener hijos es un asunto de convicción. En muchos de los países europeos, caracterizados por tener las condiciones más prósperas del mundo, hay una diferencia importante entre el número ideal de hijos que quieren tener y la tasa de fertilidad:
FRANCIA | PAÍSES BAJOS | SUECIA | GRECIA | ITALIA | |
Número ideal de hijos | 2.5 | 2.5 | 2.4 | 2.3 | 2 |
Tasa real de fertilidad | 1.7 | 1.5 | 1.5 | 1.4 | 1.3 |
Datos de Eurobarómetro (2011) |
En otras palabras, aunque podrían, muchos no tienen la convicción de hacerlo. Justamente, en Europa reina el secularismo.
En su libro Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios (2014), Mary Eberstadt argumenta que el declive religioso en Occidente no solo fue la causa, sino la consecuencia de transformaciones en la estructura familiar. Para ella, la relación entre religión y familia es bidireccional: mientras las familias fuertes fomentan la fe, la fe también refuerza los lazos familiares. “En una época en la que muchas personas llevan vidas que contradicen el código moral cristiano tradicional, la mera existencia de ese código se convierte en un pararrayos para la crítica y la descalificación, lo que aleja aún más a algunas personas de la iglesia”.
Entonces, ¿cómo sostenemos la familia? Perseverando en una fe que no agrada al mundo. ¿Cómo sostenemos la fe? Perseverando en una familia que no agrada al mundo. En 1 Timoteo 2:15, Pablo dice que “[La mujer] se salvará engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santidad, con modestia” (NBLA). Ese pasaje no dice que haya redención a través de la maternidad, pero me saltaré esa explicación (ver Ro 3:19-26) e iré directo a la conclusión: la mujer sostendrá a sus hijos a través de permanecer en la fe, y su fe permanecerá a través de una maternidad fiel.
Referencias y bibliografía
The Population Bomb por Paul R. y Anne Ehrlich | Amazon
The Book That Incited a Worldwide Fear of Overpopulation | Smithsonian
Earth currently experiencing a sixth mass extinction, according to scientists - 60 Minutes | YouTube
The De-Population Bomb | Hoover Institution
Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe (2023) | CEPAL
Los activistas ecologistas que renuncian a tener hijos para salvar el planeta | La Nación
The Case For Kids por Kevin DeYoung | First Things
Family and Civilization por Carle C. Zimmerman | Amazon
Fast Facts About Baby Boomers - History | YouTube
Why Humans Are Vanishing - Kurzgesagt | YouTube
Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios, por Mary Eberstadt | Amazon
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