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La pregunta ya no es si los humanos pecamos al utilizar la inteligencia artificial; ahora la pregunta parece ser si la inteligencia artificial peca al usarnos a nosotros.
Al ser “imagen de Dios”, el hombre tiene maravillosas capacidades creativas que le permiten moldear y navegar este mundo. Desde hace milenios hemos venido adaptando el avance científico a nuestras necesidades con el fin de obtener bienestar y facilidad. Pero, en términos de tecnología, la época actual tiene una profunda diferencia respecto a las civilizaciones pasadas: se han invertido los papeles, pues cada vez más somos nosotros quienes nos ajustamos a nuestros propios diseños. A diferencia de nuestro Creador, hemos terminado sometidos a nuestra propia creación.
Desde el siglo pasado, Jacques Ellul, sociólogo y teólogo protestante francés, mostró esta realidad en su libro La Technique ou l’enjeu du siècle (La edad de la técnica):
En la unión entre el hombre y la máquina, surge una entidad genuinamente nueva. La mayoría de los escritores aún destacan la tendencia moderna de adaptar la máquina al hombre. Si bien esta adaptación ciertamente existe y representa una mejora significativa, también conlleva su contrapartida: la completa adaptación del hombre a la máquina. Este proceso no pertenece a un futuro lejano; la naturaleza humana ya ha sido modificada.

Pero cuando Ellul escribió eso, en 1954, la era digital apenas estaba dando sus primeros pasos, y faltaban años para ver la revolución del microprocesador, la aparición del Internet y la conectividad masiva. ¿Será que este sociólogo francés se imaginó la dimensión a la que llegaría la sumisión del ser humano a la máquina? ¿Acaso previó que la inteligencia artificial, propia del ámbito de la ficción para aquel entonces, se haría realidad en el siglo XXI? Y el epítome de nuestra sumisión a la tecnología son las novias robot.

Inteligencia artificial: la vara de medición
Antes de analizar el polémico fenómeno de una relación sentimental con un humanoide creado en un taller, vale la pena reconocer que la inteligencia artificial ya se ha prestado para la deshumanización en otras áreas de nuestra existencia que parecen ser menos subjetivas y emocionales.
¿Qué es eso de la “deshumanización”? Aquí es útil la definición ofrecida por la filósofa de la ciencia María Kronfeldner: “La deshumanización ocurre cuando las personas son representadas, consideradas o tratadas como no humanas o menos humanas”. Si bien la mayoría de los estudios que tratan este tema analizan fenómenos como la esclavitud y la segregación racial, hay otras áreas propias de nuestras sociedades occidentales que, sin necesidad de hacer un ataque frontal a la dignidad de las personas, demuestran cómo la inteligencia artificial puede deshumanizarnos.
Un ejemplo revelador está en el campo de la medicina. El cuidado médico es, en esencia, una relación personal y humana, y el mejor ejemplo de ello es la misma Biblia. Dios habló a Israel de sí mismo diciendo: “Yo, el Señor, soy tu sanador” (Ex 15:26). La profecía de Isaías acerca del Mesías Siervo afirmó: “Él fue herido por nuestras transgresiones (…) Y por Sus heridas hemos sido sanados” (Is 53:5). Jesús habló de Su misión así: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar (…) la recuperación de la vista a los ciegos” (Lc 4:18). En resumen: Dios no se llamaría a sí mismo “sanador” si no fuera por la profunda conexión que tiene con Sus hijos.

Sin embargo, la inteligencia artificial ha transformado la medicina en un asunto completamente técnico y pragmático. Según el estudio Artificial Intelligence and the Dehumanization of Patient Care (La inteligencia artificial y la deshumanización de la atención al paciente), que fue publicado en el 2024, hay una profunda preocupación entre los expertos respecto a que la relación entre el paciente y el doctor sea erosionada por los avances tecnológicos más recientes. A medida que la IA toma decisiones médicas basadas en datos y aconseja a miles de usuarios a través de los chatbots, se pierden la confianza y empatía que son el fundamento del cuidado médico.
A lo anterior se añaden dos desafíos: primero, hay personas con problemas médicos muy particulares y la IA se basa principalmente en generalidades que se encuentran en Internet; segundo, la gran mayoría de pacientes y médicos en realidad no entienden cómo funcionan los algoritmos, por lo que los razonamientos constituyen una “caja negra”. Así, a las personas implicadas se les deshumaniza: los pacientes son problemas que se pueden solucionar con algoritmos basados en bases de datos, y los médicos son reemplazables.
Algo similar sucede con el proceso de contratación en el ámbito laboral. A medida que la tecnología avanza, las empresas incorporan más algoritmos para la selección de nuevos trabajadores, lo cual puede llevar a la deshumanización. Según la investigación de 2021 AI Recruitment Algorithms and the Dehumanization Problem (Los algoritmos de contratación con IA y el problema de la deshumanización), de Megan Fritts y Frank Cabrera, el uso de la inteligencia artificial puede llevar a que las compañías adopten valores artificiales, lo cual hace que personas sean descartadas según datos y patrones, y no según sus cualidades humanas particulares o su potencial. Además, la conexión humana entre empleados y empleadores se ve afectada negativamente.

Robots para solucionar la soledad
La deshumanización es principalmente un problema de lenguaje, pues ofrece como “remedio” aquello que no hace sino causar daño. Isaías 5:20 lo describe bien:
¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal,
Que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas,
Que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!
Para nadie es un secreto que las relaciones humanas están en crisis. La soledad es la peor epidemia que hemos enfrentado; la desconexión social hace más daño que fumar 15 cigarrillos al día. Las tasas de soltería, divorcios y promiscuidad crecen en todo el mundo. A causa de la pornografía, los matrimonios tienen cada vez menos relaciones sexuales. No para de crecer el número de parejas que prefieren ser padres de mascotas y no de niños, a la vez que las tasas de fertilidad siguen disminuyendo. La inteligencia artificial ofrece una solución para la crisis: robots, que no harán otra cosa que exacerbar el problema. En otras palabras, se pretende apagar el fuego con gasolina. A continuación, veremos algunos ejemplos de la vida real.

Alejandra Arias y Jaime Martínez, una pareja colombiana residente en España, enfrentaron la imposibilidad de concebir hijos debido a un tumor en la base del cráneo de Alejandra. En su caso, un embarazo podía ser extremadamente riesgoso. Sin embargo, ellos encontraron una solución muy controversial: su psiquiatra les recomendó adoptar un “bebé reborn”, un muñeco hiperrealista que simula un bebé humano.
Para personalizarlo, enviaron fotografías de ambos cuando eran bebés a un fabricante en Canadá, quien, utilizando inteligencia artificial, fusionó sus rasgos para crear un muñeco único que reflejara las características de ambos. Hoy consideran que este es su hijo, y siguen una rutina de paternidad en la que cambian pañales y lo alimentan. Cuando les preguntaron por qué no adoptaban, su respuesta fue que Alejandra había sido adoptada y no quería que su hijo pasara por los problemas que ella pasó.
Si bien la situación de salud de Alejandra es lamentable y está bien que busque consuelo, ella y su esposo no solo buscaron refugio de forma equivocada (lejos de Cristo); también tienen un problema de lenguaje evidente. Aunque un muñeco tenga características físicas similares a las de un ser humano, no se le puede llamar “hijo”.

Adicional a esto, sin duda nadie quiere que los niños atraviesen el dolor de la orfandad, pero la verdad es que ya hay quienes lo están atravesando, y justamente la adopción trae una solución muy relacional. Mi pregunta es: ¿qué pasará cuando haya robots que, además de ser parecidos a nosotros, hagan todo lo que un bebé hace físicamente? ¿Abandonaremos la paternidad —tanto por medio de la biología como de la adopción— y nos someteremos a los cuidados que la IA exija de nosotros?
En las relaciones románticas, el avance —o, más bien, deterioro— de la inteligencia artificial es mucho mayor. En el 2018, dos años antes de la llegada de los modelos GPT, vimos el lamentable lanzamiento de la robot Harmony, diseñada para satisfacer los deseos sexuales de los compradores. Esto no sorprende, ya que desde tiempos antiguos la inmoralidad humana se ha hecho evidente a través de múltiples formas de sexualidad fuera del matrimonio. Lo que es realmente sorprendente es que la tecnología ahora busque satisfacer también las necesidades sentimentales de las personas.
La película Ella (2013), de Spike Jonze, ya nos enseñó que Samantha (un sistema operativo de IA) puede interactuar simultáneamente con 8316 personas y enamorarse de 641. ¿Buscaríamos relacionarnos genuina e íntimamente con algo así? Pero no aprendimos la lección: hoy encontramos decenas (sino cientos) de aplicaciones en las tiendas digitales de novias virtuales que se adaptan a las preferencias del usuario, y millones de personas pagan mucho dinero por tenerlas.

El punto más alto de esta catástrofe es Aria, la robot humanoide lanzada al mercado en enero de 2025, cuyo propósito es ofrecer compañía a personas solitarias. El sitio web de Realbotix, la marca creadora de Aria, dice al respecto:
Nuestros robots no solo tienen apariencia humana, sino que nuestra inteligencia artificial personalizada puede aprender y recordar tus interacciones previas, creando conexiones genuinas con su audiencia. Nuestros robots recordarán con quién interactúan, haciendo que cada interacción sea memorable e impactante.
Ahí está el lenguaje de nuevo: “conexiones genuinas”. La profunda capacidad de interacción sentimental que comenzó en el Edén entre Adán, su esposa y su Creador, se ha reducido a un problema que supuestamente se resuelve con un (costoso) producto. Andrew Kiguel, CEO de la compañía, afirmó que se esfuerzan para hacer que los robots sean “indistinguibles de los humanos”. Eso es deshumanización. Mientras que la Biblia presenta la conexión humana como una piedra angular en la familia, la sociedad y la iglesia, la IA promete hacernos cada vez menos necesarios e imprescindibles para la felicidad de otros.

Así, hoy se ha hecho real la angustia del pastor Jay Kim, quien sirve en una iglesia en Silicon Valley:
Me preocupa mucho que estemos renunciando a relaciones humanas reales y tangibles por la aparente comodidad de una novia digital, una que nunca se quejará, que siempre hará, dirá y será exactamente lo que queremos. Creo que esto deshumaniza a quienes participan en ello, y para mí, eso representa un peligro real.
Resistencia a la humillación
Una parte fundamental de lo que nos hace humanos es nuestro lenguaje. Adán no encontró ayuda idónea entre los animales porque no habló con ninguno. Cuando los hombres pecadores orgullosos quisieron llegar al cielo, el Señor detuvo su necedad obstaculizando la unidad de su idioma en Babel. El lingüista y filósofo Noam Chomsky dijo: “Cuando estudiamos el lenguaje humano, nos acercamos a lo que algunos podrían llamar la 'esencia humana': las cualidades distintivas de la mente que son, hasta donde sabemos, únicas en el hombre”.
Entonces, la inteligencia artificial ya nos ha humillado. Mientras que nuestros cerebros analizan datos e ideas de manera limitada, los modelos GPT más actuales procesan trillones de datos en segundos. Hace mucho tiempo ya, en 1951, el científico de la computación Alan Turing dijo: “Si una máquina puede pensar, podría hacerlo de manera más inteligente que nosotros, y entonces, ¿dónde quedaríamos? Incluso si pudiéramos mantener a las máquinas en una posición subordinada (...) deberíamos, como especie, sentirnos profundamente humillados”.

¿Es posible resistir la humillación? Justamente, Turing creó el “Test de Turing”, cuyo propósito es evaluar si una máquina puede exhibir inteligencia equivalente o indistinguible a la de un ser humano. La película Ex Machina (2014), de Alex Garland, nos mostró que, aunque la androide Ava tiene partes visiblemente robóticas en su composición, logra ser indistinguible a los ojos del humano que se enamora de ella y así pasa el test de Turing. Si en 10 años, cuando la robot Aria de Realbotix cueste mucho menos e innumerables hombres solteros vayan a ella en busca de “conexiones genuinas”, entonces nuestra raza habrá sido completamente humillada por las máquinas; no será necesario que Skynet nos someta por la fuerza, porque nosotros mismos lo habremos hecho voluntariamente.
Así, en los tres cuartos que restan del presente siglo, la Iglesia cristiana representa la única verdadera resistencia ante el dominio de la inteligencia artificial. En palabras del doctor Albert Mohler:
No somos simplemente máquinas de sentir. No somos simplemente máquinas que imitan los sentimientos. Hemos sido creados a imagen de Dios, por lo que debe haber una distinción. Mantener clara esa distinción es esencial. Además, la defensa de la dignidad humana recaerá de manera única sobre los cristianos, ya que el mundo está agotando su capacidad de argumentar en favor de la dignidad humana.

No tenemos que ser grandes filósofos o ingenieros para luchar contra la deshumanización. Aunque suene demasiado simple, basta con volver a nuestras conexiones más humanas: buscar un médico personal que nos conozca; ser subjetivos en las entrevistas laborales; encontrar amistades que, por las vías del romance, se conviertan en lindos matrimonios; tener hijos para criarlos en los caminos de la piedad y abrir nuestro hogar a la adopción, ya sea porque la voluntad de Dios es la infertilidad o simplemente porque queremos poner el evangelio en acción de esa forma, pues nosotros mismos fuimos adoptados en la familia del Creador.
Finalmente, necesitamos humildad para reconocer que ninguno de nosotros está exento de la deshumanización. En palabras del pastor Gavin Ortlund:
No somos nosotros quienes usamos la tecnología; más bien, es la tecnología la que nos está usando de una manera muy profunda. Creo que debemos abordar esto no con un espíritu de juicio hacia lo que nos rodea, sino con humildad, reconociendo que ninguno de nosotros está por encima de la tentación de caer en esa tendencia deshumanizante (…). Una forma de enfrentar esto es redirigir las necesidades de tu corazón hacia amistades reales y auténticas, y volcar tu corazón en las personas que te rodean.
Referencias y bibliografía
Ellul, Jacques. La edad de la técnica. Traducción de Joaquín Cirera Riu y Juan León Varón. Barcelona: Editorial Octaedro, 2003. ISBN 978-84-8063-626-1.
AI Recruitment Algorithms and the Dehumanization Problem | Ethics and Information Technology
Meet Harmony The Sex Robot | Vice TV
Why the Explosion of Artificial Intelligence Should Have Christians on Alert | CBN News
How Should Christian Leaders Think About AI? | TGC
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