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Estábamos sentados en una interesante cafetería de Madrid, España, compartiendo un desayuno con un par de amigos, ambos involucrados en un ministerio de apologética y evangelismo. Mientras hablábamos, no podía dejar de pensar sobre la profunda secularización que impregnaba a España, a pesar de su fuerte arraigo en la tradición católica. Les conté lo sorprendido que estaba por lo que me habían contado: en un país en el que el pasado religioso parece tan presente, la fe en Dios es algo muy distante para muchos, y el evangelismo se torna difícil.
En medio de nuestra conversación, uno de mis amigos tomó la palabra para relatar una experiencia. En una ocasión, mientras él y su equipo realizaban una jornada de evangelización, una mujer mayor se les acercó y les lanzó un comentario que los dejó helados: “Ojalá la Inquisición siguiera funcionando hoy; así ustedes no podrían enseñar lo que enseñan”.
La anécdota me dejó en completo silencio; mi cara de asombro fue muy notoria. Aún hoy, algunas personas creen que un país debería someterse a una única fe y desearían que los cristianos sean silenciados por la fuerza simplemente por pertenecer a otra tradición religiosa. Fue algo realmente impactante.
Sin embargo, hubo una época en la que aquello fue una realidad palpable, pues se creó una institución con el fin específico de reprimir cualquier disidencia dentro de los territorios considerados “católicos”: la Inquisición. Esta palabra tiene su origen en el latín inquisitio, derivada del verbo inquirere, compuesto por “in-” (hacia dentro) y “quaerere” (buscar, indagar, investigar). En su raíz, está profundamente ligada a la noción de una búsqueda exhaustiva, un escrutinio detallado.
¿Qué nos dice la historia acerca de esta institución?
La respuesta del papado a las herejías del siglo XIII
A finales del siglo XII, el Papa Lucio III les ordenó a sus obispos que realizaran una investigación por parte de la Iglesia para tratar con ciertas herejías en sus diócesis. Pero esto resultó ineficaz, ya que los obispos tenían su propio poder regional y no todos estaban de acuerdo con aplicar estas medidas en sus territorios. Entonces el papado decidió empezar a asumir gradualmente la autoridad en los procesos de juicio a los herejes. En consecuencia, hacia el año 1231, el papa Gregorio IX nombró a sus primeros jueces delegados como inquisidores, muchos de los cuales eran dominicos o franciscanos.
Aunque en un principio los inquisidores papales no funcionaban de manera coordinada, la popularidad de su sistema les obligó a redactar un primer manual llamado Directorium Inquisitorum, escrito por Nicolás Eymerich y publicado en 1376. El aparato siguió complejizándose y, hacia mediados del siglo XIII, el Papa Inocencio IV autorizó la tortura en ciertos casos en los que los acusados no se retractaran de su posición.
La Inquisición fue muy exitosa en combatir la herejía de los cátaros, que quizás es su caso más reconocido. Los también llamados “albigenses” eran dualistas, despreciaban el mundo material y creían en el celibato. La persecución duró un poco más de un siglo y se considera que miles de seguidores de esta secta —algunos dicen que cientos de miles— fueron juzgados o asesinados.
En las siguientes décadas, la Inquisición hostigó a los valdenses, quienes se habían concentrado en lo que hoy conocemos como Francia y el norte de Italia, regiones en las que la autoridad de aquella institución era muy fuerte. Esta combatió a un grupo fundamentalista que seguía la regla de San Francisco de Asís (los franciscanos espirituales) y a una secta antinomiana llamada Hermanos del Libre Espíritu. También condenó muchos casos de brujería.
La Inquisición española
Cuando un inquisidor llegaba a algún lugar, lo primero que hacía era declarar un “período de gracia”, durante el cual quienes confesaban de forma voluntaria su participación en herejías recibían castigos leves. Por lo general, sus declaraciones ayudaban a identificar a otros posibles culpables de herejía, que eran convocados ante el tribunal. Si no se presentaban, se consideraba como una señal de culpabilidad.
Aunque los procesos inquisitoriales seguían procedimientos que eran meticulosos en comparación con otros sistemas legales de la época, se ha reconocido que el juicio generalmente era desigual, ya que el acusado no tenía derecho a saber nada sobre los cargos en su contra ni podía contar con algún tipo de defensa legal. Si bien se podía apelar al Papa, esto por lo regular era costoso y extremadamente poco accesible. En caso de que se culminara el proceso, quienes se arrepentían recibían castigos como peregrinaciones o el uso público de cruces amarillas. Otro “correctivo” común era enviarlos a la cárcel. Aquellos que no se retractaban de sus posiciones eran entregados a las autoridades seculares y, en algunos casos, ejecutados en la hoguera.
Entender la Inquisición desde la mentalidad del siglo XXI puede llegar a ser complicado. Como escribió el famoso historiador eclesiástico de la Universidad de Oxford, Diarmaid MacCulloch, en su libro Historia de la cristiandad:
Es difícil que los occidentales actuales sientan algún tipo de simpatía hacia la mentalidad inquisitorial, pero es preciso comprender que un inquisidor podía considerar que su función era una faceta más de su labor pastoral. Al fin y al cabo, esa era la tarea principal de los dominicos, que dotaron de gran parte de personal a los tribunales. (...) Entre el idealismo y el sadismo suele haber una línea muy tenue.
Hay que decir que, en los siglos XIII y XIV, la Inquisición no se aplicó en todos los territorios. Aunque sí se juzgaban casos de herejía en donde la institución no operaba, el proceso dependía de las autoridades locales para arrestar y ejecutar.
La Inquisición contra los “luteranos”
Durante siglos, la comunidad judía en España había florecido a pesar del antisemitismo ocasional. No obstante, durante el reinado de Enrique III, aumentó la persecución en contra de quienes la conformaban y se les presionó para que se convirtieran al cristianismo. Los linchamientos masivos de 1391 fueron brutales y llevaron a muchos judíos a convertirse o morir. Sin embargo, estos “conversos”, como se les denominó, se enfrentaron a continuas sospechas. De hecho, se les llamaba “marranos” a los que se les acusaba de seguir manteniendo su judaísmo en secreto. En consecuencia, eran vistos como una amenaza.
Pero la historia empezó a cambiar con el ascenso de los reyes católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, quienes unieron sus dos reinos en 1469. Entonces, los llamados “marranos” empezaron a ser denunciados masivamente. En 1478, el papa Sixto IV autorizó a los inquisidores a tratar el asunto, pero Fernando e Isabel vieron en la Inquisición una institución para reforzar su poder monárquico, por lo cual ampliaron su alcance a otros territorios ya bajo su control, como Aragón, Valencia y Cataluña.
El primer gran inquisidor español, y quizá el más emblemático, fue Tomás de Torquemada, quien se hizo tristemente célebre por utilizar la tortura y los juicios públicos, llamados “autos de fe”, para infundir pánico social. Bajo su influencia, Fernando e Isabel expulsaron a cientos de miles de judíos de sus territorios en 1492. Más tarde, Francisco Jiménez de Cisneros, otro famoso inquisidor, persiguió a los musulmanes españoles o moriscos, forzó conversiones y prohibió el islam. Alrededor de 300.000 habían sido expulsados de España en 1614.
Sin embargo, es probable que la Inquisición en España sea mucho más conocida para nosotros debido a sus acciones en contra del protestantismo. Cuando la Reforma empezó a introducirse en los territorios ibéricos, los relativamente pocos protestantes españoles fueron eliminados relativamente rápido por la Inquisición. Los extranjeros sospechosos de promover esa fe también tuvieron un final violento.
El primer auto de fe contra protestantes se llevó a cabo en Valladolid, en mayo de 1559, con catorce muertos y dieciséis castigados. El segundo sucedió en octubre del mismo año y tuvo trece muertos y dieciséis castigados. En Sevilla, el primero fue en septiembre y veintiún personas fueron condenadas a muerte, incluidos cuatro monjes de San Isidoro del Campo. El segundo auto sevillano fue el 22 de diciembre de 1560, en el cual murieron Julianillo Hernández y otros trece seguidores de la Reforma.
Al respecto, el historiador de la iglesia Justo González escribió en su libro Historia del cristianismo:
A partir de entonces los autos de fe se multiplicaron, y durante cada uno de los próximos diez años hubo al menos una docena de ellos. Luego, el número de los condenados a muerte por ser “luteranos” fue considerable. Y mucho mayor fue el de los que recibieron condenas menores, tales como confiscación de bienes, prisión perpetua, llevar sambenitos, etc.
Una vez “purgado” el país de judíos, musulmanes y luego protestantes, la Inquisición española centró su atención hacia dentro de sus propias filas. Ignacio de Loyola fue arrestado dos veces como sospechoso de herejía y el dominico Bartolomé de Carranza fue encarcelado durante casi diecisiete años. Además, grupos nominalmente cristianos que divergían de la ortodoxia de la Inquisición, como los seguidores del movimiento místico de Alumbrado y los partidarios del erasmismo (un sistema de creencias cristianas espiritualizado influido por las enseñanzas del humanista Erasmo de Rotterdam), también fueron objeto de una intensa persecución.
¿Aún existe la Inquisición?
Hasta el siglo XIX, las inquisiciones fueron tribunales permanentes organizados para descubrir y eliminar las prácticas religiosas que diferían de Roma. Territorios de la península itálica como Venecia o Lucca tuvieron sus propias organizaciones de este tipo. En el Sacro Imperio Romano Germánico y en Francia, la Inquisición fue usada esporádicamente y solo en ciertas regiones.
En territorios como Países Bajos o Inglaterra no hubo instituciones formales. Sin embargo, el sistema sí operó esporádicamente, en especial durante los mandatos de gobernantes con algún tipo de influencia española, como fue el caso de María I de Inglaterra, nieta de Isabel la Católica.La Inquisición portuguesa fue establecida en 1540 y abolida en 1821. En 1542 Roma creó la Congregación de la Santa Inquisición, que supervisaba los Estados Pontificios y otras partes de Italia. Paradójicamente, esta última fue reorganizada en 1965 por orden del Papa Pablo VI, que la transformó en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y aunque la función y enfoque de la nueva institución es diferente, en teoría, la Inquisición aún existe.
¿Es cierta la leyenda negra?
En el norte de Europa, especialmente en Inglaterra, Países Bajos y el Sacro Imperio Romano Germánico, la confrontación religiosa y la amenaza del poder militar y político español no caían muy bien entre los protestantes. La corona efectivamente persiguió con fervor y efectividad al protestantismo en los territorios bajo su influencia, por lo cual, la imagen de España como defensora del catolicismo se expandió por Europa.
Entonces los protestantes empezaron a desafiar el poderío español a través de lo que mejor sabían hacer: usar la imprenta. Obras como el Libro de los mártires de John Foxe y Artes de la Inquisición española de Reinaldo González Montano –un seudónimo detrás del cual posiblemente estaban Antonio del Corro o Casiodoro de Reina–, fomentaron la indignación contra la Inquisición, descrita como brutal y corrupta.
Foxe advirtió sobre la tortura y la invención de pruebas y González Montano relató los abusos del tribunal, de forma que los lectores se sintieron identificados con las víctimas. Esto alimentó la idea de que la institución católico romana era una organización históricamente corrupta y cruel. En consecuencia, los protestantes se identificaron con algunos personajes considerados como “herejes” por la iglesia en el pasado, como Pedro Valdo y los valdenses, John Wycliffe y los lolardos, Jan Hus y husitas, en incluso el predicador dominico florentino Girolamo Savonarola.
Sin embargo, es importante reconocer que, aunque la leyenda negra se basa en hechos verídicos, incluye exageraciones y ciertas tergiversaciones de la realidad histórica. La pregunta entonces es: ¿qué tan cruel fue realmente la Iglesia católica romana en el uso de la Inquisición? Aunque es imposible conocer cifras exactas, las estimaciones más conservadoras hablan de más de 10.000 asesinados y otras de más de 100.000. Eso sin contar la gran cantidad de personas que fueron marginadas, humilladas públicamente, forzadas a emigrar, o cuyas propiedades fueron expropiadas. Sin duda, el efecto de la Inquisición no fue menor.
A pesar de eso y de que varios siglos nos separan de ese oscuro período, como lo mencionó mi amigo en su historia, todavía existen quienes en lo más profundo de su ser desearían imponer por la fuerza una única fe sobre toda la sociedad.
¿Hasta qué punto consideras que es lícito que el Estado y la Iglesia colaboren en la promoción de la fe? ¿Qué lecciones espirituales podemos extraer de los errores y abusos cometidos durante la Inquisición para evitar que la defensa de la fe se convierta en una justificación para la persecución? A la luz de la historia de la Inquisición, ¿qué postura debemos tomar los cristianos respecto a la libertad de conciencia y el trato a quienes tienen creencias diferentes?
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