A lo largo de la historia, los cristianos han tratado de comunicar verdades acerca de Dios de diversas maneras: rituales, arquitectura, canciones, instrumentos musicales, arte y diversas formas de expresión. Cada grupo o corriente pretende tener la forma correcta de adorarle y de comunicar algo acerca de Él, así que este ha sido un tema de debate y de grandes cambios en la historia de la iglesia. Por eso, surgen algunas preguntas: ¿Existe una forma correcta de liturgia? ¿Por qué es importante este tema? ¿En dónde comenzó esa discusión?
Su definición e importancia
La Real Academia Española define la liturgia como “orden y forma con que se llevan a cabo las ceremonias de culto en las distintas religiones”. También puede ser útil una expresión acotada por Agustín de Hipona, en su libro La ciudad de Dios: “imitari quem colis”, que significa “imitar el objeto de adoración”.
En The Oxford History of Christian Worship, Geoffrey Wainwright explica esto con más detalle: “La liturgia es el punto en el que la adoración se convierte en una expresión simbólica concentrada en ritos, que son recibidos como dados divinamente, y en palabras que resuenan con las mismas palabras de Dios”. A partir de esa frase, podemos concluir que las ceremonias, y la forma de hacerlas, importan tanto como la gloria del Señor, como su esencia, como agradarle, porque lo que en ellas se hace transmite un mensaje de quién es Él. Entonces queda una pregunta en el aire: ¿corresponde el mensaje que hemos comunicado sobre Dios con su verdadera esencia?
El origen de la liturgia y su primer precursor
En realidad, fue Dios mismo quien estableció una pauta inicial. Los primeros dos mandamientos del decálogo son: “No tendrás otros dioses delante de Mí. No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás. Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad…”, Éxodo 20:3-5 (NBLA). En otras palabras, el Creador debe ser adorado y no de cualquier forma, sino como Él lo ha dicho.
El celo de Dios por su adoración se hace evidente unos capítulos más adelante, cuando Israel comete el pecado de rendir culto a un becerro de oro. No es difícil concluir que el pueblo pretendía adorarlo a Él, porque las palabras de Aarón fueron: “Mañana será fiesta para el Señor” (Jehová en otras traducciones). Entonces, pretendían adorar al Dios verdadero, pero a través de un medio que Él mismo había prohibido rotundamente. Así que no es solamente cuestión de intención, también lo es de forma: Él ya había establecido una liturgia, pero no lo hizo solo en esa ocasión.
A lo largo del Antiguo Testamento, se evidencia que este es un tema importante para Dios. Él estableció estándares para elaborar la pascua: la edad del cordero y sus características, la técnica para preparar la comida y la actitud que se debía tener al consumirla. Incluso, dio instrucciones sobre el orden de los eventos y la vestimenta apropiada. Más adelante, también entregó pautas para la administración del tabernáculo y el templo; los sacerdotes tenían que hacer rituales específicos al ofrecer ofrendas, sacrificios, encender el fuego, quemar el incienso, comer el pan y celebrar las fiestas solemnes del pueblo de Israel.
Cada acto comunicaba un mensaje puntual. El caso de Nadab y Abiú, quienes murieron por encender un fuego que Dios no había mandado, es evidencia de que cambiar algo, sin importar que fuera un pequeño detalle, básicamente era jugar con la santidad de Jehová. “Como santo seré tratado por los que se acercan a Mí, y en presencia de todo el pueblo seré honrado”, Levítico 10:3 (NBLA).
En su tratado La institución de la religión cristiana, Juan Calvino escribió: “...igual que el agua suele bullir y manar de un manantial grande y abundante, así ha salido una infinidad de dioses del entendimiento de los hombres…”. Según esto, es fácil desviarnos por pasiones e ideas que realmente no comunican la adoración que Dios desea y de la cual es digno. Por eso, la liturgia ha sido un tema relevante en la historia del cristianismo y ha tenido avances, cambios y actualizaciones.
Los inicios de la liturgia cristiana y su desarrollo
Las instrucciones para el pueblo de Israel fueron bastante claras, pero no ocurrió lo mismo con las de los cristianos. ¿Qué liturgias dejó Jesús como legado para que su iglesia las practicara? Su concepto sobre la adoración quedó registrado en las palabras que le dijo a la mujer samaritana: “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”, Juan 4:23 (NBLA). Lo cierto es que su enfoque no era la forma, sino el fondo.
Sin embargo, Jesús sí instituyó dos liturgias fundamentales para su pueblo: el bautismo y la santa cena. Más adelante, se les dio el nombre de sacramentos, palabra en latín tomada del término mysteria en griego, precisamente porque comunican el “misterio” de la comunión entre Dios y su pueblo. Sin embargo, no quedaron sin debate, pues más adelante la iglesia católica incluyó cinco más, para un total de siete. Hoy, otros grupos los llaman ordenanzas para evitar el misticismo que se ha creado en torno a ese término.
Es pertinente anotar que Jesús unió el bautismo con la predicación de sus mandatos en la Gran Comisión, y así fue como lo ejecutaron los apóstoles y la iglesia primitiva. Geoffrey Wainwright explica que “En la asamblea litúrgica cristiana, el misterio [de la comunión de Dios con Su pueblo] no está implícito solamente en los escritos proféticos, sino también, y más directamente, en el evangelio apostólico y la predicación, al leer, exponer e implementar el Antiguo y Nuevo Testamento, y en lo que se conoce como sacramentos”.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la iglesia cristiana naciente tomó la esencia de la liturgia de las sinagogas judías. En Enter His Courts with Praise, el autor Andrew Hill menciona que estas últimas tenían: un llamado a la adoración, un ciclo de oraciones enfocadas en el pacto de Dios con Israel, la recitación del Shemá y otros textos, un segundo ciclo de oraciones guiadas por un líder de la sinagoga, la lectura de la Escritura, el sermón, una bendición y el amén. La similitud con los cultos cristianos enfocados en la predicación de la Palabra es evidente, aunque en las congregaciones de los primeros siglos también se incluían prácticas como recitar credos y la administración de los sacramentos.
Por ejemplo, en el manual conocido como la Didajé (o Didaché) se enseñaba que la Cena del Señor, también llamada eucaristía, solo debe ser administrada a quienes han sido bautizados, porque Jesucristo dijo: “No deis lo santo a los perros". Aunque el documento no es muy explícito respecto a los detalles de la liturgia, sí evidencia la solemnidad que se le daba en la época patrística (s. IV-VIII). El texto enseña la necesidad de orar varias veces desde la mañana hasta el anochecer y sobre el día del Señor dice: “reuníos para la partición del pan y la acción de gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que sea puro vuestro sacrificio”.
La interpretación católica y su efecto en el arte
Con el paso del tiempo, la liturgia dejó de enfocarse en comunicar un mensaje sobre Dios y pasó a procurar mostrar su gloria por medio de objetos onerosos y exclusivos. Esto provino de la mentalidad católico romana, cuya impronta quedó registrada en el arte, en la opulencia de las iglesias, en los vestuarios finos de los sacerdotes, etc. Suger de Saint-Denis, conocido como el monje arquitecto, fue precursor de la arquitectura gótica y dijo que “no había una piedra demasiado preciosa, no había gasto demasiado grande, no había ornamento demasiado decorado para ser puesto al servicio de Jesucristo”.
Suger también escribió: “cualquier cosa muy costosa debería servir, primero y sobre todas las cosas, para la administración de la eucaristía. Si se usaban objetos de oro, por la Palabra de Dios, para recolectar la sangre de animales, cuánto más deberíamos usar vasos de oro, piedras preciosas y cualquier cosa muy valiosa, con continua reverencia y total devoción, para la recepción de la sangre de Cristo”. A eso se deben la grandeza y ostentación de las catedrales góticas, las basílicas y los templos católicos en general. El objetivo era que las personas se sintieran insignificantes ante la majestuosidad de los edificios y que el valor de los objetos comunicara la grandeza y dignidad del Señor.
La Reforma protestante y la nueva forma de adorar
Tal concepción cambió con la llegada de la Reforma, lo físico y lo material ya no representaban la divinidad de Dios, más bien lo hacían su palabra y su pueblo. Para las iglesias reformadas, el centro de la liturgia estaba en la exposición de las Escrituras, y el lugar se organizaba en torno a ello. Bruno Bürki escribió al respecto en The Oxford History of Christian Worship: “La predicación evangélica era la primera preocupación de los reformadores. La acción de la Palabra viva estaba en el corazón de la adoración”.
Además, a diferencia de los católico romanos, los reformadores negaron la doctrina de la transubstanciación y redujeron los sacramentos a los mencionados en las Escrituras: la Cena del Señor y el bautismo. También hicieron cambios frente a la ininteligibilidad de los cultos. Para el catolicismo no era necesario que las personas entendieran la liturgia, pues la adoración no era para ellas. Sin embargo, en la Reforma se le dio importancia a que la gente adorara conscientemente. Por eso, se tradujeron las Biblias a idiomas populares, se ofrecieron servicios religiosos que todos podían entender y se crearon nuevos himnos inteligibles.
De esta manera, la Reforma protestante destacó la importancia del corazón humano en torno a la liturgia, pues aunque esta se realiza para agradar y honrar al Señor, Él termina expresando su gloria en el creyente como individuo y en la iglesia como pueblo. El teólogo D. A. Carson lo expresa de esta manera: “Adoración es la respuesta apropiada de todo ser moral hacia Dios, que le adscribe todo honor y dignidad al Dios-Creador precisamente porque Él es digno… Tal adoración se manifiesta a sí misma en alabanza y acción, tanto en el creyente individual como en la adoración corporativa”.
Lamentablemente, la Reforma también generó un efecto secundario en la sociedad, que se manifestó unos siglos después en los cultos. Al hacer evidente que se podía contradecir a la Iglesia católica, al recobrar la importancia del ser humano en la adoración y al destacar el conocimiento académico, se le abrió la puerta al humanismo, a la ilustración y, en el campo doctrinal, a la teología liberal. También permitió que surgieran varios grupos o denominaciones y que establecieran sus propias liturgias. El más claro ejemplo es la reforma en Inglaterra, producida solo por el desacuerdo con respecto a un punto: el divorcio. Así, la Iglesia anglicana escribió su propio “libro de orden”, al igual que la presbiteriana y la luterana.
La influencia de la cultura en la religión
En ese punto, el evangelio ya no estaba detrás de una organización centralizada y estructurada como la Iglesia católica, y la cultura empezó a influenciar en la religión. Para la muestra, se puede hablar de Corea. Los presbiterianos escoceses y los norteamericanos llevaron el evangelio a ese país e implementaron sus formas, hasta que el reverendo John L. Nivius propuso un método de misiones. Este consistía en:
- Incluir personas nativas en el culto.
- Más lectura de la Biblia en vez de predicación formal.
- Servicios de adoración más simplificados.
- Un espacio de tiempo en el servicio para aprobar miembros.
- Introducción de un sistema de clases de la Biblia.
- Servicios unidos de adoración.
De esta forma, se fueron generando muchas más liturgias, no solo en la iglesia de esa nación. También hubo cambios en donde llegaban grupos profundamente influenciados por la Reforma, como los puritanos. Por ejemplo, para los anteriores, el centro era la Sola Escritura, así que se volvieron flexibles en otros aspectos, como la música o el orden del servicio. En Estados Unidos, el pietismo tuvo un profundo efecto en los protestantes y, como consecuencia del gran avivamiento, se popularizaron las revival meetings, o reuniones de avivamiento en español. Su enfoque era la evangelización, así que hacían un gran énfasis en despertar ciertas emociones en la audiencia, entonces se empezaron a usar canciones modernas para atraer personas, lo cual se volvió casi un regla en el posterior pentecostalismo y dentro de la iglesia afroamericana.
El mismo efecto se hizo evidente en las iglesias bautistas que, por causa de su autonomía eclesial en cada asamblea local, decidían cómo debía ser un servicio de adoración. La simpleza era la característica esencial: cantar, orar, predicar. La Cena del Señor perdió centralidad, ya no era celebrada cada domingo, sino en muchos casos una vez por mes o con menos frecuencia. Los elementos pietistas y fundamentalistas gobernaban la liturgia: emociones, individualismo y anti-intelectualismo.
En Latinoamérica, estos movimientos protestantes experimentaron el “reaccionismo", tratando de evitar al máximo el parecerse a la iglesia católica, lo cual generó reuniones cada vez más simples y menos estructuradas. Aún en la misma iglesia católica el sincretismo tomó su lugar, se mezclaron prácticas paganas con ritos católicos, como por ejemplo dejar un tazón de agua debajo del ataúd en un funeral, para que el alma pudiera beberla.
Por último, veamos el impacto de la posmodernidad. Aquí el movimiento de la “iglesia emergente” se alzó con fuerza. Como lo describió D. A. Carson: “En el corazón de este movimiento yace la convicción de que los cambios en la cultura demuestran que una nueva iglesia está emergiendo”. Son cambios dramáticos, tan alejados como es posible de las raíces y la liturgia histórica. Por ejemplo, se reemplaza la predicación por una obra de teatro o por un stand up comedy, se usan videos, luces, humo y buscan ser lo más “relevantes” que se pueda. Así, en cuestión de 2000 años, el culto cristiano cambió profunda y drásticamente, volviéndose casi irreconocible.
¿Qué está bien y qué está mal?
Todo este desarrollo histórico nos lleva a preguntarnos si hay una liturgia correcta. Tenemos que reconocer que no hay un solo pasaje en el Nuevo Testamento que describa de manera concreta el orden del servicio, la música que hay que cantar o las prácticas específicas. En 1 Corintios 14:40, Pablo deja claro que el orden es lo importante y en el versículo 33 explica la razón: “Porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Incluso antes, en el versículo 26, el apóstol da a conocer el propósito de los actos religiosos: “Que todo se haga para edificación”.
El objetivo es que el Señor sea glorificado a través de verdaderos adoradores, como lo enseñó Jesús en Juan 4. Así que todo esto nos regresa a la expresión de Agustín: “imitar el objeto de adoración”. D. A. Carson escribió un ensayo teológico sobre este tema. Dijo que la adoración debe ser una “respuesta apropiada (…) porque debe estar fundamentada en el carácter de Dios”. Entonces, deberíamos preguntarnos si nuestra liturgia está comunicando algo que no es coherente con su carácter. ¿Estamos cantando la Palabra, orándola, predicándola, viviéndola?
Carson también concluyó que la adoración debe ser trinitaria. Muchas oraciones y canciones se enfocan en una persona de Dios, pero no en Él como tal. Por eso, las ordenanzas, o sacramentos para algunos, toman un lugar importante en el culto. Si negamos el bautismo, la ceremonia trinitaria por excelencia, hacemos lo mismo con el Dios trino. Si negamos la importancia de la Cena del Señor, le damos la espalda al evangelio mismo. En otras palabras, la liturgia correcta no es seguir un orden específico ni cantar unas canciones determinadas, tampoco usar ciertos objetos o tardar un tiempo puntual. En realidad se trata de lo que estamos comunicando acerca de Él y si aquello es verdadero o no. Esa es la reflexión que podrían hacer las congregaciones y los creyentes.
En cuanto a las personas, su importancia reside en que son las que adoran; el idioma, la cultura y las emociones no se pueden sacar de la ecuación. Pero, por supuesto, el culto debe ser teocéntrico. Como lo expresa Carson en Worship Under The Word: “Debemos luchar por crecer en el conocimiento de Dios y en deleite en Él, no deleite en la adoración misma, sino en Dios”. Así que la sabiduría juega un papel muy importante. ¿El ser humano tiene su lugar? ¿El Señor tiene Su lugar preeminente? ¿Estamos haciéndole justicia a su gloria? No es nada fácil responder esas preguntas, pero mientras haya honestidad, sumisión a la Palabra y amor supremo por nuestro Creador, las liturgias reflejarán lo que adoramos y Él nos mostrará cómo mejorar.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |