Hace unos días recibí una pregunta interesante de un miembro de mi iglesia. Después de discutir en una reunión sobre las opciones que tenemos para poder congregarnos en Bogotá, que son pocas en realidad, él me decía “¿cómo vamos a ser iglesia si no podemos abrazarnos, saludarnos libremente y tener comunión?” Esa duda surge de los muchos protocolos de bioseguridad que son obligatorios para que una iglesia piense en retomar un culto de adoración en cualquier modalidad.
Aquí hay una realidad que la iglesia cristiana tiene que afrontar hoy: la diferencia de reacciones entre los creyentes respecto a los cuidados necesarios ante un posible contagio de coronavirus. No es un tema de blanco y negro. Están los que son extremadamente precavidos y los que son extremadamente indiferentes, y en la mitad hay una enorme gama de posturas. Como consecuencia, pueden presentarse diferencias profundas entre miembros de una misma iglesia local.
Tales diferencias existen también entre líderes cristianos respetados. Hace un mes John MacArthur, junto con los pastores de la Grace Community Church, publicó su controvertido comunicado de desobediencia civil ante la restricción del estado de California para que las iglesias se pudieran congregar en recintos cerrados. Este comunicado, no solo decía que habían tomado la decisión de congregarse ejerciendo desobediencia civil, sino que además invitaban a otras iglesias a tomar la misma decisión. El comunicado fue publicado un viernes, de manera que el domingo siguiente la iglesia se reunió. Por las fotos que no tardaron en aparecer en redes sociales, se pudo ver que esa reunión ocurrió sin ningún tipo de precaución de bioseguridad. Las personas sin mascarillas, sin guardar distanciamiento social, etc. Por supuesto, eso generó un gran impacto en el mundo cristiano, haciendo aflorar las diferentes posturas ante las precauciones que las iglesias deberían tener.
Al siguiente día del comunicado de Grace Community Church, Jonathan Leeman, el ahora conocido pastor y escritor del ministerio de 9 Marcas de una Iglesia Saludable, publicó un artículo en respuesta diciendo: “Es argumentable que el gobierno está haciendo su trabajo de mantener la paz, el orden, y la preservación de la vida, ya que cientos de personas al congregarse podrían potencialmente infectar a otros, y luego esparcirse en la comunidad”. Leeman, junto con todo el ministerio de 9 Marcas, incluyendo a Mark Dever, demostró su desacuerdo con MacArthur, lo cual generó otra cantidad de posturas.
En nuestro contexto latinoamericano, la semana siguiente, el conocido pastor Miguel Núñez habló sobre el tema desde el púlpito de la Iglesia Bautista Internacional, haciendo un llamado balanceado a la precaución y a la valentía. Núñez dijo: “Yo no estaba contando con que en naciones disciplinadas, sus ciudadanos fueran tan imprudentes a la hora de cuidar de su salud”, refiriéndose al uso de la mascarilla en naciones como Estados Unidos. Pero al mismo tiempo hizo un llamado a su iglesia al compromiso y la valentía para congregarse: “Lo más chocante para mí es ver el nivel de pánico entre cristianos (…) el COVID no gobierna, Dios gobierna.” Núñez resaltó la poca asistencia de familias jóvenes a la iglesia por el temor a contagiarse, cuando los jóvenes son los que menos riesgo tienen en la pandemia.
Para algunos el COVID-19 es una farsa, de manera que usar mascarillas y protocolos es inútil. Incluso John MacArthur, el domingo 30 de agosto, afirmó desde el púlpito que no existe la pandemia, que no hay tal. Otros quieren llevar la soberanía de Dios al extremo haciendo pensar que esa doctrina debería hacernos indiferentes ante lo que estamos viviendo. Otro grupo toma el camino contrario y parece vivir en pánico por lo que sucede, de forma que publican en sus redes sociales que nadie es bienvenido en su casa porque no quieren contagiarse. Finalmente, hay quienes quieren mantener una postura un poco más balanceada, rehabilitando poco a poco su vida social, usando los elementos de bioseguridad, pero aún entre estos existe la diferencia de qué significa ‘balance’.
Inevitablemente vamos a tener que enfrentar esas diferencias en nuestras iglesias. ¿Qué deberíamos hacer? El objetivo no debe ser alinear a todo el mundo bajo una misma postura, lo cual resulta es utópico y autoritario. Las iglesias necesitan convicciones que los capaciten para enfrentar la diversidad de posturas de tal manera que haya unidad en lo importante y se dé espacio para las diferencias. Propongo tres convicciones fundamentales:
1. Mantener protocolos recordando la naturaleza de la iglesia
Recordar la naturaleza de lo que es la iglesia en este tiempo es fundamental. Si recordamos lo que es ser iglesia en esencia vamos a darnos cuenta que ser iglesia y seguir los protocolos propuestos no son cosas contrarias. No necesitamos reunirnos en un recinto específico ni tener las sillas juntas para ser iglesia. Podemos cantar con tapabocas, con un solo instrumento. Podemos no abrazarnos y seguir siendo iglesia. De manera que, si hay un hermano o una hermana que ve los protocolos de bioseguridad como un obstáculo para la iglesia, esa persona necesita ser instruida sobre lo que es la esencia de la iglesia para dejar de enfocarse en asuntos superficiales.
2. Tratar con amor y compasión a los que no se sientan seguros de asistir
Inevitablemente habrá creyentes que tendrán temor de congregarse. Tendrán temor del contagio o incluso de contagiar a otros. Ante esas personas es necesario aplicar Romanos 14, recordando la necesidad de no juzgarse unos a otros. Es muy posible que esa realidad va a generar la división en la iglesia entre los fuertes por su confianza y seguridad de congregarse y los débiles por su temor al contagio. Tal como se veía en la iglesia en Roma, en nuestras iglesias los fuertes pueden hallarse despreciando a los débiles y los débiles hallarse juzgando a los fuertes. Es necesario que la iglesia sea instruida en este tiempo para tratar de entender al otro, tener misericordia y gracia hacia los demás, ayudando a los fuertes a ser humildes y a los débiles a confiar en el Señor.
3. Proclamar constantemente la soberanía de Dios
Finalmente es urgente para la iglesia recordar una y otra vez la soberanía de Dios hoy. Nadie se va a enfermar si Dios no lo ha decretado. Todos los que Dios ha determinado que se enfermen se enfermarán, no importa cuántos cuidados y protocolos se implementen (Mateo 10:29-30). Todos los que han de morir van a morir, y todos los que han de sobrevivir sobrevivirán. Eso no significa que nuestras decisiones no sean reales o que tenemos licencia para ser imprudentes. Debemos aprender a vivir con el nuevo virus, al tiempo que reconocemos la realidad de la soberanía de Dios, lo cual ha de llenarnos de confianza y valentía en este tiempo.
Valentía y prudencia son el balance perfecto para nuestro tiempo. Que el Señor nos dé sabiduría para entender cómo guardar ese balance.
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