El primer día de este mes (julio de 2025), falleció el famoso televangelista y cantante de música góspel Jimmy Swaggart. Sus 90 años de vida se extinguieron en su casa, en Baton Rouge, Luisiana, donde aún funcionaban las cámaras y el púlpito de lo que alguna vez fue uno de los ministerios más poderosos del cristianismo mediático. Él no fue simplemente un predicador con acceso a una cámara; su rostro era un ícono dominical en millones de hogares, y su voz —encendida por el fervor pentecostal— tenía el poder de mover multitudes, aunque también de abrir billeteras. La polémica acompañó por años su vida y ministerio, aunque no por predicar el mensaje del Evangelio y ser odiado por ello, sino por pecados escandalosos que salieron a la luz pública.

¿Televangelista? ¿Famoso? ¿Mediático? ¿Polémica? ¿Qué tan positivo es que esos términos estén cerca al mensaje del Evangelio? La noticia de su muerte llega como un eco tardío de los “avivamientos” televisados, de declaraciones controversiales, aparentes sanidades y milagros, y de una incansable recaudación de fondos. En ese tiempo, la tele no era solo un medio; era un púlpito que en realidad se prestaba para presentar un mensaje; no el verdadero Evangelio, sino el falso evangelio de la prosperidad.
Swaggart, junto a otros nombres como Jim Bakker o Pat Robertson, fue uno de los principales ministros del televangelismo. Los Angeles Times lo describió como “un predicador pentecostal cautivador” con un ministerio que en su punto más alto llegó a recaudar más de 140 millones de dólares anuales, antes de que se desrrumbara por “escándalos de prostitución”. Hoy, mientras el mundo cristiano recuerda los matices —si no las contradicciones— de su vida, vale la pena hablar de qué fue este fenómeno y cómo comenzó esta fascinante, contradictoria y poderosa forma de predicación. ¿Qué ha quedado de ese fenómeno hoy, en la era de las redes y el streaming?

Este artículo es un breve recorrido histórico del televangelismo. Rastrearemos sus orígenes, analizaremos su auge, mencionaremos algunas de sus polémicas más estrepitosas y exploraremos su reinvención actual. Aunque los focos se hayan apagado para algunos televangelistas destacados de los 80 y 90, la predicación con las pantallas como medios no se ha extinguido.
¿Qué hay detrás de cámara? Una definición del televangelismo
Antes de hablar de caídas, escándalos y transmisiones multitudinarias, conviene detenerse un momento en el término mismo. Evidentemente, “Televangelismo” es una palabra compuesta por televisión y evangelismo. Nació en el siglo XX, pero captura un anhelo cristiano mucho más antiguo: proclamar el mensaje “hasta lo último de la tierra”, incluso si ese “último” es un televisor en un rincón suburbano.
Para Randall Herbert Balmer, historiador de la religión en Estados Unidos y autor de The Encyclopedia of Evangelicalism (Enciclopedia del Evangelicalismo), este movimiento fue una “extensión natural de la explotación de la tecnología de las comunicaciones por parte del evangelicalismo”. La predicación pública, la conversión personal y la expansión global de esta rama del cristianismo encontraron un aliado inesperado en la televisión, una herramienta que permitía saltar geografías, horarios e incluso denominaciones.

El asunto es que, aunque parece haber sido una maravillosa respuesta al llamado que el Señor Jesucristo hizo con la Gran Comisión, incluso la connotación secular de este fenómeno no es muy positiva. Según el Diccionario de Cambridge, el televangelismo es “la actividad de predicar por televisión con el fin de persuadir a las personas a convertirse al cristianismo y donar dinero a organizaciones religiosas”. Esta definición, sencilla pero directa, señala los dos grandes ejes del movimiento: evangelizar y recaudar.

La Enciclopedia Británica añade un elemento interesante al señalar que la mayoría de estos programas son conducidos por “ministros protestantes fundamentalistas”, muchos de los cuales han promovido el llamado “evangelio de la prosperidad”, una doctrina que promete salud, riqueza y felicidad a quienes tengan suficiente fe. Este matiz es crucial: no todo televangelismo es igual, pero gran parte de su atractivo —y también de su controversia— ha estado ligado a la promesa de que la fe puede transformar radicalmente la situación económica o física del creyente.
En resumen, el televangelismo es mucho más que un predicador en pantalla. Es un fenómeno complejo que entrelaza teología (la mayoría de veces errada e incluso antibíblica), medios de comunicación, economía y cultura popular. Es evangelización, pero también entretenimiento. Y, como veremos, su historia está marcada tanto por la conversión de miles como por el descrédito de algunos de sus rostros más visibles, lo cual, a su vez, sirvió como material de entretenimiento para otros programas televisivos.
Predicaciones en la pantalla: historia y protagonistas
Contrario a lo que Balmer dice en su enciclopedia, los orígenes del televangelismo no son exclusivamente tecnológicos. Él sostiene que este fenómeno fue “una extensión natural de la explotación de la tecnología de las comunicaciones por parte del evangelicalismo”. Sin embargo, en su propio libro más bien le atribuye al cristianismo un uso estratégico de los medios a lo largo de la historia, lo cual no siempre o no necesariamente incluye la tecnología. En todo caso, este historiador afirma que los inicios del televangelismo se remontan a los sermones al aire libre predicados por George Whitefield en el siglo XVIII, quien durante varios días llegó a hablarles a unas 30.000 personas en un anfiteatro ubicado en Cambuslang.

De todas formas, la tecnología no tardó en aparecer en escena: Charles G. Finney implementó los periódicos para la difusión del Evangelio en el siglo XIX y salieron los programas de radio cristianos pioneros de figuras como Aimee Semple McPherson y Charles E. Fuller en el siglo XX. Los televisores, por su parte, empezaron a fabricarse y venderse en los años 30, pero se popularizaron en la década de los 50. Aunque en ciertos momentos se satanizaron estos dispositivos, para ese entonces ya algunos predicadores estaban experimentando con televisión a nivel local, y el 9 de octubre de 1949 Percy Crawford fue el primero en lograr una transmisión de cobertura nacional con un mensaje cristiano. Sin embargo, el televangelismo como fenómeno apareció en los 80, alcanzando su máxima visibilidad.
Con un carisma más que todo sobrio, Billy Graham fue uno de los primeros y más representativos rostros que se proyectaron a través de los medios masivos. En palabras de Balmer, “se volcó primero a la radio y luego a la televisión para alcanzar a las masas”. A partir de los años 60 y 70, otros predicadores carismáticos siguieron sus pasos con un enfoque más estilizado y emocional.

El entorno político y tecnológico favoreció el auge. La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) relajó sus políticas, permitiendo a las estaciones locales aceptar más programación religiosa. Según Balmer, esto facilitó la aparición de un nuevo perfil: el del “predicador religioso como empresario televisivo”, alguien que no solo predicaba, sino que producía, contrataba, dirigía y monetizaba su propio contenido.
Así surgió lo que muchos comenzaron a llamar la “iglesia electrónica”, una forma de congregación sin paredes, transmitida en vivo, diseñada para atraer tanto la devoción como la atención. No era raro que estos programas tomaran prestado el formato de los talk shows, las noticias o incluso el entretenimiento nocturno. The 700 Club (Club 700), fundado por Pat Robertson en 1966, era parte noticiero, parte programa de entrevistas y parte plataforma de opinión. Su éxito fue tan rotundo que, según una investigación de Jennifer Heller publicada en EBSCO, su cadena (CBN) se convirtió en “una base financiera formidable”, que incluso sostuvo la campaña presidencial del mismo Robertson en 1988.
Otros nombres se volvieron familiares en millones de hogares estadounidenses: Oral Roberts, con sus oraciones de sanidad y visiones celestiales; Kathryn Kuhlman, con sus servicios de milagros; Robert H. Schuller, con su estilo optimista —tipo evangelio de la prosperidad 2.0— desde la Catedral de Cristal; Jerry Falwell, que mezclaba Biblia con conservadurismo político; y Jim y Tammy Faye Bakker, cuya extravagante puesta en escena parecía un cruce entre El Show de Johnny Carson y una cruzada de avivamiento.

Escándalos en primer plano
La década de 1980 fue el momento dorado. El televangelismo no solo multiplicó su alcance, sino que se volvió increíblemente lucrativo. Según Balmer, muchos televangelistas “generaban millones de dólares al año, montos que superaban con creces los presupuestos de muchas denominaciones”. Además, en muchos casos su alcance fue global: el programa diario de media hora de Benny Hinn, This Is Your Day (Este es tu día), se llegó a transmitir en América del Norte, América Latina, Rusia, India y Sudáfrica.
Era una nueva era en la comunicación religiosa: cámaras, luces, coros, testimonios dramáticos, lágrimas, oraciones por sanidad, y un número de teléfono en pantalla listo para recibir donaciones. Pero ese mismo esplendor pronto tuvo su reverso. La combinación de fama, poder, riqueza y escasa supervisión fue un cóctel que muchos no supieron manejar. A finales de los 80, el modelo empezó a resquebrajarse. Los escándalos generaron una caída estrepitosa de algunos de los televangelistas más famosos y dejaron en evidencia ante muchos estadounidenses la cruda realidad: ellos no solo estaban desconectados de las visiones religiosas predominantes, sino incluso de Dios mismo.

En 1988, la imagen de Jimmy Swaggart se vino abajo cuando fue fotografiado con una prostituta en Nueva Orleans. “He pecado contra ustedes”, dijo entre lágrimas durante una transmisión en vivo, pidiendo perdón, aunque sin detallar los hechos. Fue destituido de las Asambleas de Dios ese mismo año por haber rechazado el castigo que le fue impuesto —un programa de rehabilitación de dos años, tiempo durante el cual no podría predicar—. En 1991, volvió a ser sorprendido con otra trabajadora sexual. Esta vez, cuando su congregación esperaba una nueva confesión, simplemente dijo que Dios le había ordenado continuar grabando sus programas: “eso no es asunto de ustedes”.
Situaciones como esta se convirtieron en fuente de humor y entretenimiento. Las imitaciones en el programa de entretenimiento Saturday Night Live por parte del humorista Phil Hartman no se hicieron esperar. La más recordada ocurrió el 27 de febrero de 1988, en la sección Church Chat, cuando el actor Dana Carvey interpretó a la famosa Church Lady, una presentadora religiosa ficticia con un tono sarcástico e inquisidor. En ese episodio, Phil Hartman apareció caracterizado como Jimmy Swaggart, sollozando en falso y gritando: “¡no soy una víctima, soy un pecador!”, mientras Al Franken interpretaba a Pat Robertson. El sketch terminó con la Church Lady insinuando que Satanás estaba detrás de todo.
En 1987, Jim Bakker, fundador de PTL Club, renunció luego de que se hiciera público un escándalo sexual con su exsecretaria Jessica Hahn, sumado a acusaciones de fraude masivo. Su vida de excesos con su esposa Tammy Faye —con mansiones, ropa de diseñador y maquillajes brillantes de por medio— contrastaba violentamente con los llamados que hacían a los televidentes para “dar lo mejor al Señor”. Al respecto, Balmer dice en su libro que “el estilo de vida ostentoso de Bakker y sus sueños imperiales condujeron a irregularidades financieras que eventualmente lo llevaron a prisión”, aunque más tarde regresó a los medios con un perfil más bajo.

Pero la lista no acaba ahí. Robertson, ya mencionado como el fundador del Club 700, afirmó en televisión que Dios podría “colapsar” la economía estadounidense si no se recaudaban millones para su ministerio en expansión. En los 90, se vio envuelto en controversias por declaraciones apocalípticas, críticas a Disney por su apertura a la comunidad LGBT, y por su enriquecimiento personal a través de la venta de su canal a News Corporation, recibiendo —según reportes— más de 200 millones de dólares junto a su hijo.
Otro nombre que aparece con frecuencia es Robert Tilton, quien fue expulsado de ABC News después de que se demostrara que sus supuestas sanidades eran falsas. En su programa, el evangelista pedía a los espectadores que enviaran sus peticiones junto con sus donaciones... pero luego se descubrió que las cartas iban directamente a la basura y el dinero a sus cuentas. La polémica figura de Benny Hinn, conocido por sus cruzadas de sanidad, pero también por su evangelio de la prosperidad y su vida de lujos —incluidos relojes Rolex y casas millonarias— provocaron duras críticas, incluso dentro del mismo cristianismo carismático. Aunque en ocasiones se ha retractado públicamente de algunas enseñanzas, su retorno a las mismas ha sido constante.
El efecto acumulado de estos escándalos fue profundo. Como explica Balmer, se produjo una “disminución de la audiencia y, en consecuencia, de los ingresos”. Muchos ministerios sobrevivieron, pero el modelo del televangelismo expansivo, sin filtros, comenzó a declinar. Las cámaras no se apagaron, pero sí se ajustaron. Hoy existen menos cadenas, menos rostros omnipresentes, y una mayor cautela frente a la figura del “pastor estrella”, al menos en la televisión.

¿Existe el televangelismo hoy? Nuevo formato, mismo mensaje
A pesar de su notorio declive, el televangelismo no murió, sino que se transformó. Su huella no se ha limitado solamente al ámbito eclesial; también se ha hecho sentir en la industria del entretenimiento de nuestros días. En 2016, Netflix decidió incluir en su plataforma una sección con programas de predicadores actuales, reconociendo que querían “responder a los diversos gustos de sus más de 75 millones de miembros en todo el mundo”.
Tom Nunan, productor de Hollywood y profesor en la Escuela de Teatro, Cine y Televisión de UCLA, lo explicó así: “La industria del entretenimiento ha obtenido beneficios del contenido religioso desde los tiempos de Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille”. El televangelismo, con sus dramatismos, milagros televisados, promesas de prosperidad y rupturas públicas, se convirtió en una fuente inagotable de contenido simbólico, polémico y rentable.

Este fenómeno no ha desaparecido; en su mayoría, se ha transformado. Todavía se ven algunas producciones tipo talk show, como la del argentino Dante Gebel, o de palabras de fe y promesas de sanidad a cambio de dinero, como las llamadas “Maratónicas” del canal Enlace. Pero de manera más general se puede decir que de las emisiones en antena se ha pasado al cable, al streaming y al contenido digital en redes como Facebook, Instagram, YouTube, entre muchas otras. La mayoría de grabaciones ya no son en estudios llenos de público, sino en las congregaciones que transmiten sus servicios dominicales con cámaras HD y tienen un chat en vivo.
De todas formas, la lógica permanece: una fe que se proyecta en pantalla, que busca audiencia, que pide compromiso y respuesta. En ese sentido, el televangelismo sigue teniendo un lugar, y no son escasos los predicadores que, ahora en redes sociales, siguen figurando más como estrellas que como pastores.
Un impacto innegable
A pesar de las controversias, del escepticismo persistente y de los escándalos que protagonizaron algunos de sus rostros más conocidos, el televangelismo no fue un fenómeno pasajero. Cambió para siempre el paisaje de la fe en los medios. Transformó la manera de hacer iglesia. Y, en muchos sentidos, legitimó la televisión como un púlpito válido y poderoso para la predicación cristiana.
El televangelismo generó un impacto considerable, contribuyó a la legitimación de la radiodifusión cristiana y se podría decir que fue la cuna de la difusión del Evangelio por redes sociales como la conocemos hoy. Lo que comenzó como una exploración tímida de un medio secular —considerado por muchos creyentes como símbolo del modernismo y del entretenimiento superficial— terminó por convertirse en una de las herramientas más influyentes del cristianismo evangélico contemporáneo.

Durante décadas, los televangelistas no solo llenaron el aire de prédicas, música góspel y llamados al arrepentimiento. También moldearon una nueva estética de lo sagrado, incorporando recursos visuales, técnicas narrativas y formatos prestados del entretenimiento. Como Heller indica en su artículo, muchos ministerios comenzaron “con planes de programación local, regional e incluso nacional que crecieron hasta convertirse en vastas redes de comunicación y verdaderos imperios mediáticos”. Esos ministerios ofrecían desde estudios bíblicos hasta espectáculos musicales, pasando por campañas de oración, entrevistas y telemaratones de recaudación.
La Trinity Broadcasting Network (TBN) —que hoy se autodefine como “la red de televisión cristiana más grande del mundo”— fue uno de los resultados más visibles de esta evolución. Aunque fue fundada en 1973, su expansión en los años 80 estuvo en parte alimentada por el impulso mediático de Jim y Tammy Faye Bakker, quienes estrenaron allí su programa PTL Club. A través de estos espacios, la televisión cristiana comenzó a crear una contracultura paralela, con su propia música, moda, lenguaje, héroes y relatos, mientras millones de personas —especialmente en zonas rurales o apartadas— encontraban en la pantalla un punto de contacto espiritual.
El televangelismo transformó la forma en que millones de personas accedían al mensaje cristiano e hizo de la televisión un púlpito global. Aun así, vale la pena seguir reflexionando: ¿cómo este fenómeno transformó la relación entre fe, medios y dinero? ¿Qué consecuencias pudieron generarse a partir de los frecuentes escándalos entre las figuras destacadas de este movimiento? ¿A qué se debieron?
Nota del editor: Este artículo fue redactado por Maria Paula Hernández y las ideas le pertenecen (a menos que el artículo especifique explícitamente lo contrario). Para la elaboración del texto, ha utilizado herramientas de IA como apoyo. La autora ha revisado toda la participación de la IA en la construcción de su texto, y es la responsable final del contenido y la veracidad de este.
Referencias y bibliografía
Televangelism - Religious Broadcasting, Faith Healing, Charismatic Movements | Britannica
TELEVANGELISM - English meaning | Cambridge Dictionary
Televangelism (2022) de Jennifer Heller | EBSCO Research Starters: Religion and Philosophy
Netflix introduces televangelist shows (2016) de Katherine Davis-Young | The Washington Post
El televangelista Jimmy Swaggart, marcado por escándalos de prostitución, muere a los 90 años (2025) | Los Angeles Times
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