La gente comenzó a llegar. Primero fueron diez, luego veinte y después cincuenta. No pasó mucho tiempo antes de que los músicos animaran a la congregación a ponerse de pie y cantar. Los instrumentos empezaron a sonar mientras una persona declaraba “hoy hay bendición para tu vida. Puedes obtener tu milagro porque tendremos cielos abiertos”.
Las palabras sonaban esperanzadoras, aunque no se explicó su significado. Durante una hora, como mantras de un ritual –y con el acompañamiento del piano– el líder de alabanza repitió: “Dios cumplirá cada uno de tus deseos por amor y está trayendo tiempos de refrigerio para tu vida”.
Cuando una persona piensa en el evangelio de la prosperidad se imagina un gran escenario con luces, efectos de sonido espectaculares y gente bien vestida. Este no era el caso. No era un edificio sino una carpa que evocaba el ambiente de antaño, en el que predicadores itinerantes, como George Whitefield, viajaban por los Estados Unidos predicando a cientos debajo de toldos, en patios o parques. No había un escenario sino una tarima con algunos instrumentos y un púlpito. Las personas eran amables y entraban en el parámetro de lo “normal”.

La anterior descripción es necesaria para mostrar que el evangelio de la prosperidad no discrimina el tamaño o lugar de la congregación, se puede encontrar en grandes edificios o en pequeños salones, en grupos de miles y entre pocas personas.
Es de conocimiento general que su mensaje se construye sobre promesas de éxito y fortuna para los necesitados, de sanación para los enfermos y de motivación para los desanimados. Su fin principal es apelar al deseo de felicidad del hombre terrenal. Las iglesias que predican este discurso recurren, con todos sus recursos, a las emociones y a los sentidos de las personas que buscan esperanza para sus aflicciones.
Pero este mensaje no es reciente, sino el resultado de un proceso histórico entre la razón y la fe, los sentimientos y la lógica, la verdad bíblica y la felicidad humana…

¿Cuál es el trasfondo histórico del evangelio de la prosperidad?
El siglo XVIII fue uno de los más extraordinarios del cristianismo, no solo por el Primer y Segundo Avivamiento, sino por el surgimiento de dos grupos y su deseo de reformar a las colonias británicas en América y llevarlas a una verdadera relación con Dios. Uno de ellos estaba conformado por el pueblo, rechazaba la doctrina tradicional y el estudio teológico, haciendo un fuerte énfasis en la experiencia de conversión y en el rol de las emociones. El otro, que en su mayoría comprendía la clase alta y el clero, atesoraba la razón y el estudio de las Escrituras como fin para conocer a Dios.
Lamentablemente, el enfoque del primer grupo lo llevó al subjetivismo y a la búsqueda de la felicidad propia. Mientras tanto, el segundo fue influenciado por el racionalismo y la filosofía que, gradualmente, hicieron que abandonara sus creencias.
En su libro Verdad Total, Nancy Pearcy afirmó que los predicadores evangélicos dejaron de dar sermones para instruir y empezaron a usarlos para empujar a la gente a una experiencia emocional intensa con el fin de persuadirlos del poder de lo sobrenatural. Al principio, esto funcionó para que los congregantes vivieran una vida recta y dejaran los vicios.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el pastor ya no era un maestro sino una celebridad; la verdad dejó de encontrarse en la Palabra y resultó en el sentimiento del individuo. Además, las experiencias sobrenaturales de un corazón cambiado por el Evangelio pasaron a ser anuncios de sanaciones, milagros y prosperidad financiera, que tenían que ser desbloqueados por una ofrenda de fe.

Las emociones, que antes dictaban preferencias, pasaron a ser consideradas como verdades y la ética sufrió un doloroso golpe con la mezcla subjetiva de gustos y sentimientos. La popularidad de este mensaje se afianzó en el difícil contexto de las guerras, la pobreza y la revolución industrial. A eso se sumó el creciente materialismo del siglo XIX que vendía a diestra y siniestra el “sueño americano”, el consumismo y el capitalismo.
Pero no todo era sobre dinero y posesiones. El evangelio de la prosperidad se desarrolló hasta llegar a ofrecer un estilo de vida arraigado en el amor propio y en la superación personal, todo lo contrario a lo que la Palabra de Dios nos enseña. Jesús dice que el cristiano debe tomar su cruz y seguirle (Mat. 16:24), que ha de soportar el sufrimiento e ir detrás de sus pisadas (1 Pe. 2:21), porque la recompensa no está en esta tierra, sino en los cielos (Mat. 5:12).
[Puedes ver: ¿Cuál es el origen del evangelio de la prosperidad?]
Dar para recibir dinero y alcanzar el éxito
En su anterior iglesia, la más grande de la ciudad, Andrés recuerda que el pago por las bendiciones de Dios no solo era monetario sino que se medía con un compromiso de sacrificio, obediencia y sujeción a los líderes del ministerio. El fruto del Espíritu ya no era la evidencia de crecimiento y santificación, sino este “acto de fe” que pactaba una alianza con la iglesia y, consecuentemente, con Dios. Pero, ¿qué recibía él a cambio de su tiempo, recursos y fidelidad?
Aunque la razón por la que llegó a esa congregación fue la necesidad económica, Andrés afirma que allí también ofrecían una comunidad exclusiva, exitosa, en la que el dinero generaba admiración y poder. Ser parte del grupo “ungido” de creyentes al que Dios prosperaba era la meta de los asistentes.
Según un estudio de Lifeway Research en EE.UU., un 76 % de quienes asisten a la iglesia cree que Dios desea su prosperidad, y un 45 % afirma que tiene que hacer algo por Dios para recibir de Él bendiciones materiales y ganancias terrenales. También es posible obtener influencia y poder, pero el regalo principal sigue siendo monetario. Estas estadísticas muestran un aumento del 7 % desde 2017.

Un factor crucial para la propagación de este pensamiento, y la convicción de que es verdad, es la falta de estudios teológicos y del carácter de Dios a través de Su Palabra. Según el estudio de Lifeway Research, tiende a ser aceptado por los más jóvenes y menos educados, con un 81 % entre los de 18 a 34 años, y un 85 % entre los de 35 a 49 años. Aquellos que han cursado hasta la secundaria son más propensos a mantener esta creencia que quienes tienen una licenciatura o un posgrado.
Estudiar la Biblia y cuestionar las falsas enseñanzas es rebeldía
Alejandra, quien asiste a una iglesia donde se predica el evangelio de la prosperidad, comenta que al estudiar teología y al tener un encuentro personal y cercano con la Palabra de Dios, pudo identificar la manipulación escondida detrás de las luces, la música y las prédicas motivacionales. Años atrás, los cristianos eran conocidos como el pueblo del libro. La lectura de las Escrituras era una actividad familiar y su estudio era una de las características de la iglesia. Hoy, vivimos en un profundo analfabetismo bíblico y valoramos más la experiencia que la comprensión.
A miles de kilómetros de Alejandra, Stephy recuerda que cuando comenzó a escuchar doctrina bíblica, su deseo de aprender en un instituto en línea fue censurado. Al preguntar por qué no permitían que estudiara la Palabra, la respuesta que recibió fue “tienes que creer lo que tu pastor enseña y no lo puedes cuestionar”. Aquello era muy diferente a lo que Lucas escribió en Hechos 17:11 sobre los bereanos, quienes escucharon el mensaje de Pablo y lo compararon con las Escrituras.
Después de unos meses, Stephy decidió confrontar el mensaje de su iglesia. La expulsaron de la congregación y la catalogaron de rebelde, orgullosa y desobediente. Durante la pandemia, encontró el verdadero evangelio y se dio cuenta de que mucho de lo que había escuchado estaba influenciado por una ignorancia bíblica. Tal como dijo Ireneo de Lyon, discípulo del apóstol Juan: “El error nunca se presenta en toda su desnuda crudeza, a fin de que no se le descubra. Antes bien, se viste elegantemente, para que los incautos crean que es más verdadero que la verdad misma”.

¿Cómo funcionan las congregaciones que promueven el evangelio de la prosperidad?
El caso de Stephy no es el de la mayoría de personas. De acuerdo con Scott McConnell, director ejecutivo de Lifeway Research, es posible que la pandemia y la subsecuente inflación hayan provocado sentimientos de culpa en los cristianos por no servir más a Dios. A pesar de eso, un estudio de esa organización indicó que, en la actualidad, hay más personas considerando como ciertas las enseñanzas heréticas del evangelio de la prosperidad.
Las iglesias que difunden dicho mensaje no solo utilizan todos los recursos a su alcance para enganchar a los congregantes a la idea de un estilo de vida abundante, sino que se componen de jerarquías y de círculos de influencia muy diferentes al ejemplo bíblico. Su modelo de negocio es el de una pirámide, fundamentada en un sistema de acción/recompensa: “si haces esto, Dios te dará lo que quieras”.
Lifeway encontró que hay un aumento en las personas que creen que si dan a los necesitados, a la iglesia y a misiones, Dios les recompensará. En el pasado, el 35 % de los asistentes sin convicciones claras podían afirmar que la iglesia a la que iban predicaba este mensaje, ahora es el 55 %. Por su parte, la cantidad de cristianos que adoptaron esto como verdad subió de un 41 a un 48 %. Los resultados muestran un auge en la apropiación de este evangelio.
Sandra creía que en su iglesia se predicaba y practicaba la Palabra. La promesa de restauración y recompensa era atractiva. “Ellos se vestían con símbolos de prosperidad y aparente bendición: carros del último año, lo más novedoso en dispositivos electrónicos y ropa de marca”. Un día, el pastor habló sobre la mujer que derramó el aceite de alabastro a los pies de Jesús y concluyó que la lección de ese pasaje era entregarle al Señor, con generosidad, todo el salario mensual. Después de pedir los diezmos, oró: “Dios, no aceptaremos un no por respuesta a nuestras peticiones”.
El evangelio de la prosperidad predica a un dios que sirve para cumplir los propósitos y sueños del hombre, relacionados con la abundancia material y emocional. Por medio de frases como “Dios quiere que vivas tu mejor vida ahora”, “Si sufres, Dios te está probando para luego recompensarte” y “Cristo murió por la maldición del pecado, la pobreza y la enfermedad”, ese mensaje crea una deidad maleable, al servicio del hombre.

Para llegar a esas conclusiones, las iglesias o grupos de la prosperidad han eliminado la importancia y relevancia de las Escrituras como la fuente para conocer a Dios, no solo reemplazándola con mensajes motivacionales, sino tergiversando su contexto. Para ellos, la solución no es arrepentimiento y confianza en la obra de Cristo, el Señor y Salvador, sino confesar la incredulidad por falta de fe y dar una suma de dinero a la congregación porque “Mientras mayor sea la cantidad, mejor será la bendición”.
Si eso no funciona y no hay abundancia en la vida de la persona comprometida, es porque está viviendo en pecado o no tiene suficiente fe. La culpa y la vergüenza se tornan en instrumentos de control que minimizan a la persona hasta el punto de obligarla a dar de lo que no tiene.
¿Cómo se escucha y se ve el evangelio de la prosperidad en la práctica?
Cuando el piano terminó, el pastor se levantó y comenzó su sermón. En sus manos solo tenía una hoja de papel con algunas frases apuntadas. El micrófono, apegado a su barbilla, fue el canal para que toda la congregación escuchara el tema del día: “Finanzas del Reino”. El predicador, pronunciando despacio y con énfasis en cada palabra, dijo:
Dios les enseñó a sus discípulos a conseguir dinero de forma sobrenatural, recuerden la escena en la que Jesús le dice a Pedro que saque un pez del agua, lo abra y tome la moneda para pagar el impuesto al César. Ese es un ejemplo de la economía que pertenece a la atmósfera de lo sobrenatural. Jesús le dio instrucciones a Pedro para moverse en ese ambiente espiritual. El Hijo de Dios sabe cómo sembrar, porque sabe cómo cosechar.
Se escucharon unos cuantos “amén”, y el pastor continuó:
“Pedro aprendió cómo conseguir dinero de manera sobrenatural porque escuchó las direcciones del maestro. Dios nos instruye por su Palabra para ser bendecidos en el ámbito financiero. Él da semilla al que siembra y pan al que come. Así que tienes que realizar tu parte, en fe, o sino no vas a ser bendecido”.

La gente comenzó a aplaudir y a alzar sus manos. Fue entonces cuando el pastor invitó a dos personas a compartir sus testimonios de prosperidad. Un muchacho joven se acercó a la tarima y dijo cómo Dios lo había bendecido para pagar todos sus estudios de posgrado. Aseguró que esto se debía a creer con fe, pues nunca dejó de ofrendar y diezmar a su iglesia. De acuerdo a su esposa, él sembró en lo espiritual y cosechó en lo terrenal.
Al terminar, una mujer mayor se acercó al frente. Su hija, con discapacidad, se quedó sentada en su silla. Lágrimas comenzaron a salir de sus ojos cuando recordó que su situación económica estaba tan mal que no podía comprar medicamentos para ella y lentes para su hija. Su tono de voz cambió, limpió sus mejillas y dijo: “Hace algunas semanas no tenía nada de dinero, y lo poco que me quedaba decidí entregarlo al Señor. Hoy doy testimonio de que el diezmo trajo bendición porque Dios proveyó esa misma semana para mis medicinas”.
El evangelio de la prosperidad es un engaño que mucha gente desea porque da razón y alivio momentáneo al sufrimiento y esperanza de una vida mejor, llena de felicidad. La realidad es que en este mundo no es posible. Dios dijo en su Palabra que aquí hallaremos aflicción, y el descanso para nuestras almas lo encontraremos solamente en Él.
Después de casi cinco años de crisis económica mundial, la búsqueda de esperanza, seguridad y prosperidad ha hecho que aquellos lugares que se aprovechan de las necesidades de las personas y demandan actos de fe barata y superficial se llenen mucho más. Hacen promesas que satisfacen momentáneamente el corazón humano, pero que tienen un alto precio.