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En muchos de nuestros países latinoamericanos se celebran varias fiestas con una perspectiva bastante católica. Hay en ellas un sentir religioso que a menudo deja de lado la comprensión bíblica de quién es Cristo y cuál fue Su obra, para centrarse más en las costumbres y el descanso. Como cristianos evangélicos quisiéramos que estas festividades tuvieran un aire distinto, menos atado a las tradiciones y más enfocado en la predicación del evangelio.
Sin embargo, creo que la influencia del catolicismo en la sociedad ha permitido que disfrutemos de muchos privilegios, comenzando por las celebraciones de Semana Santa y Navidad, que conmemoran dos momentos cruciales del plan redentor de Dios. Si bien quisiéramos que imperara un sentimiento mucho más solemne, bíblico y evangélico en estas festividades, tenemos la oportunidad de aprovecharlas para predicar a quienes tenemos alrededor y celebrar nuestra fe.
Sin embargo, lastimosamente, Semana Santa y Navidad no reciben la misma atención en todos los países de nuestra región, y en dos de ellos estas fiestas son casi inexistentes.
Un milagro del siglo XXI: el caso de Cuba
Desde sus orígenes, Cuba tuvo fuertes lazos con España. Esta isla fue uno de los primeros lugares en los que Colón puso un pie al descubrir el Nuevo Mundo, y en los tiempos coloniales se arraigó un fuerte catolicismo en la sociedad. Por eso, durante siglos allí se celebró el nacimiento de Jesús en la Navidad y se recordaron la crucifixión y resurrección en la Semana Santa.
Pero la Revolución cubana, ocurrida en 1959, derrocó la dictadura de Batista y dio inicio al gobierno comunista de Fidel Castro. Este régimen, al alinearse política e ideológicamente con la Unión Soviética en el tiempo de la Guerra Fría, declaró a Cuba un “país ateo”. Así, se rechazó la influencia de las instituciones occidentales, particularmente de origen estadounidense, y se estableció un control estatal severo sobre la vida pública y privada, incluyendo las esferas moral y espiritual de la sociedad. Según el marxismo-leninismo propio del comunismo, la religión representaba una herramienta de control sobre las masas, y por eso sus abanderados piensan que deben deshacerse de su influencia. La ideología gubernamental estaba abiertamente opuesta al catolicismo y al protestantismo, y persiguió a todo el que profesara alguna forma de fe.
A la ideología del comunismo se sumaron los intentos del gobierno de Castro por aumentar la productividad. En 1969 se eliminaron los días feriados, pues representaban una distracción para los trabajadores y obstaculizaban el alcance de los objetivos del régimen. En 1970 se llevó a cabo la campaña de la “zafra de los diez millones”, en la que se buscó producir diez millones de toneladas de azúcar en un solo año. Esto se quiso hacer por dos motivos: primero, dicho producto era el principal en las exportaciones, pues generaba ingresos vitales para el país; segundo, se quería demostrar la eficacia del sistema socialista cubano y su independencia de economías extranjeras, como la estadounidense. Sin embargo, al movilizar tanta fuerza laboral hacia el sector agrícola, otros sectores se vieron afectados, lo cual generó un retroceso económico superior al 20 %.
La presión gubernamental sobre la religión no se alivió sino hasta la década de los años 90. Al mismo tiempo que ocurrió el colapso de la Unión Soviética, Castro sostuvo conversaciones con líderes religiosos y comenzó a abrirse a la posibilidad de que Cuba pasara de ser un estado “ateo” a uno “laico”, en el que diferentes religiones pudieran tener libertad de practicar sus creencias. Con todo, no fue sino hasta la Constitución de 2019 que Cuba se convirtió en un país laico de manera oficial.
Un punto de inflexión en este proceso fue la visita del papa Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998. Este evento ayudó a solidificar los esfuerzos por permitir una mayor libertad religiosa en el país y promovió entre los cubanos un fuerte sentido de la espiritualidad. Ese mismo año se reconoció la Navidad como un día festivo nuevamente, para que los católicos pudieran celebrarla. Algo similar sucedió en el 2012, cuando el papa Benedicto XVI visitó Cuba y le solicitó a Raúl Castro y su gobierno que restaurara el Viernes Santo como un día festivo.
Así, la libertad completa para celebrar la Navidad en Cuba se restableció hace menos de tres décadas, mientras que la Semana Santa se ha celebrado libremente por poco más de una década, prácticamente convirtiendo ambas fechas en un fenómeno propio del siglo XXI.
Sin embargo, estas restricciones por más de medio siglo del régimen en Cuba han tenido un efecto profundo en la población: son pocas las personas que, en la actualidad, demuestran tener un gran espíritu de celebración. La mayoría de las expresiones festivas de estos días se llevan a cabo en espacios privados familiares, y las pocas celebraciones en los entornos públicos no tienen el mismo alcance que en otras naciones de la región. Parte de esta experiencia festiva limitada está asociada también a la crisis económica generalizada del país, que no permite que la sociedad pueda incurrir en los gastos asociados al consumismo de una época como la navideña.
Ahora, es necesario decir que la ideología comunista del régimen cubano continúa ejerciendo una importante influencia sobre las celebraciones religiosas. Según informó ACI Prensa, en marzo de este año se prohibieron procesiones de Semana Santa en diferentes ciudades del país, incluyendo La Habana y Bayamo. Al parecer, la razón del gobierno fue el temor a que la procesión se saliera de control y amenazara al régimen de alguna forma.
Con todo, las celebraciones cristianas en Cuba son un milagro. Esta historia es un recordatorio de que la libertad religiosa que se experimenta en la mayoría de los países de Latinoamérica representa un verdadero privilegio. A pesar de que la Navidad y la Semana Santa están asociadas principalmente al catolicismo, constituyen una valiosa oportunidad, inexistente hasta hace muy poco, para que la Iglesia evangélica hable sobre las verdades bíblicas.
Fechas desconectadas de la religión: el caso de Uruguay
Mientras que en Cuba el secularismo fue la oportunidad para que las fiestas cristianas pudieran existir, en Uruguay fue lo que acabó con ellas. La historia religiosa de ese país es muy diferente a la de otros de la región. Mientras que monseñor Zumárraga estaba instalando el catolicismo en Ciudad de México en 1532, el primer obispo de Montevideo tomó posesión de la diócesis en 1878. En otras palabras, cuando llegaron las ideas liberales con fuerza a Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XIX, la Iglesia católica ya había existido por más de tres siglos en algunos países, mientras que en Uruguay apenas se estaba comenzando a formar.
A finales del siglo XIX, Uruguay fue muy influenciado por las ideas anticlericales que venían de Francia, de modo que la modernización del país se realizó abiertamente en contra de la Iglesia católica. Poco a poco, el gobierno retiró los símbolos religiosos de la vida pública: dejaron de verse cruces en cementerios, escuelas y hospitales. A comienzos del siglo XX se introdujeron políticas bastante liberales, como la legalización del divorcio (1907) y la despenalización del aborto en la década de 1930. Estas políticas han alcanzado su máxima expresión en nuestro siglo XXI, con la legalización de la eutanasia (2009), el matrimonio homosexual (2013) y la venta de cannabis (2013).
Pero una de las políticas más notables de ese período fue la relacionada con el nombre de las fiestas cristianas. En 1919, el gobierno cambió jurídicamente el título de varias festividades: el 25 de diciembre se comenzó a llamar “Fiesta de la Familia” y la Semana Santa, “Semana de Turismo”. Esto también afectó celebraciones católicas clave, como el Día de Reyes, que se comenzó a llamar “Día de los Niños” y la Fiesta de la Inmaculada Concepción, que se convirtió en “Día de las Playas”. Este cambio en el lenguaje les dio un objetivo distinto a esos días: el disfrute de la familia y del turismo, lo cual deja al ser humano como prioritario sobre la adoración a una divinidad.
Los efectos del laicismo en Uruguay se hacen sentir hasta hoy. Este país no alcanzó a ser católico ni siquiera un siglo completo: fue declarado como tal con la Constitución de 1830, cinco años después de su independencia, y luego se estableció la separación entre la Iglesia y el Estado con la Constitución de 1917. Hoy, poco más de un siglo después, Uruguay sigue siendo una nación profundamente laica. Según el medio uruguayo Opción, para el 2019 el 38 % de la población se consideraba católica, 38 % atea, agnóstica o no creyente, el 10 % cristiana no católica, y el resto creyente de otras religiones. Esto convierte a Uruguay en el país menos católico del continente y en donde la religión tiene una menor influencia en la sociedad.
En cuanto a la celebración de las festividades cristianas, hoy hay desafíos y oportunidades importantes para la iglesia evangélica. Marcelo Piriz, pastor de la Comunidad Vida Nueva de Montevideo, le dijo a Christianity Today que la gente atiende al llamado del gobierno de participar en la Semana del Turismo, lo cual reduce la asistencia a iniciativas de las iglesias locales: “… muchos de los miembros prefieren otras actividades. Pueden ir al campo, o los padres pueden ir a enseñar a sus hijos a pescar, por ejemplo”. Pero, a pesar de la poca asistencia, la iglesia del pastor Piriz busca alcanzar a la comunidad incrédula sirviendo a personas en comedores comunitarios.
En la iglesia Esperanza de Montevideo, el pastor Lapadjian llamó a sus miembros a servir a la comunidad en la predicación previa a la Semana Santa. Animó a los creyentes a donar al banco nacional de sangre, que perdió parte de sus reservas en enero de este año cuando su edificio quedó parcialmente destruido por un incendio. “La Pascua es donación de sangre”, afirmó Lapadjian para Christianity Today, “porque la sangre de Jesucristo fue derramada para el perdón de nuestros pecados”.
Una actitud distinta
En resumen, mi punto es este: no podemos dar por hecho el tener una Semana Santa que celebrar; no podemos dar por hecho el tener una Navidad que celebrar. ¿De qué manera nos desafía la historia de Cuba y Uruguay a ver las celebraciones cristianas con una actitud distinta? ¿Aprovecharemos estas festividades para hablar del evangelio y, de paso, recordar a nuestros hermanos cubanos y uruguayos?
Referencias
Prohibición de procesiones en marzo de 2024 | ACI Prensa
Zafra de los diez millones | Wikipedia
La revolución cubana | Academia Play
Los uruguayos y la religión | Opción
La historia con la que carga la Iglesia en Uruguay | Instituto Unisinos
El gaucho se robó la Pascua en Uruguay | Christianity Today
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