Cuando los protestantes occidentales pensamos en la persecución de los primeros cristianos, a menudo nos imaginamos a los creyentes siendo arrojados a los leones en el Coliseo romano. Según la historia que aprendimos en la escuela dominical y en otros lugares, ellos fueron despiadadamente perseguidos por su fe durante tres siglos, hasta que la dramática conversión de Constantino ―hacia el año 312― provocó un cambio radical en la actitud del Imperio romano hacia el cristianismo.
Esta versión dominical de la historia, aunque no es errónea, es engañosa e incompleta. Engañosa porque da la impresión de que la persecución en el Imperio romano era continua, cuando en realidad era esporádica, variaba entre ser inexistente y severa, según dónde y cuándo se viviera. Incompleta, porque ni siquiera reconoce el que de lejos fue el peor hostigamiento de seguidores de Jesús en el mundo antiguo: la Gran Persecución Persa, instigada por el sah Sapor II en el 339 d.C.
Muchos cristianos occidentales no son conscientes de que, en la antigüedad, su fe echó raíces rápidamente en Persia (los actuales Irán e Irak). De hecho, a mediados del siglo II y posiblemente en el I, el cristianismo estaba bien establecido en Persia occidental (el este de Turquía y el norte de Siria hoy). Durante los siglos III y IV, la Iglesia se extendió mucho más profundamente en Persia. Una mirada a los diferentes destinos de los seguidores de Jesús en ambos imperios, así como las formas en que respondieron a la persecución, arroja importantes lecciones para los creyentes de hoy.
Dos grandes persecuciones comparadas
El hostigamiento de cristianos en el Imperio romano era generalmente de carácter local, es decir, estaba confinado a una región, con la antipatía personal del gobernador hacia la fe como base. Pero hubo dos grandes períodos de persecución generalizada, que abarcaron la mayoría de regiones al mismo tiempo. Se trata de las que emprendieron los emperadores Decio y Valeriano en la década del 250, y la Gran Persecución (GPR para efectos de este texto) bajo el emperador Diocleciano, que comenzó en 303 y duró un par de años en la parte occidental y un par de décadas en la parte oriental. Fue justo en esa época que Constantino adoptó la fe cristiana y obtuvo el control de todo el imperio.
Los estudiosos modernos pueden hacerse una idea general de la gravedad de la persecución contando cuidadosamente las listas de mártires en determinadas regiones y épocas, y extrapolándolas para llegar a estimaciones de cuántos creyentes fueron asesinados en total. Una estimación que ha ganado aceptación entre los eruditos es la de entre 3000 y 3500 muertes en total, de las cuales quizá 500 se produjeron en el oeste y de 2500 a 3000 en las zonas orientales del imperio.
Si tenemos en cuenta que a principios del siglo IV la población del Imperio romano era de entre 60 y 75 millones de personas, de las cuales quizá el 10 % (o unos 6-7 millones) eran cristianos, podemos ver que el número total de víctimas mortales fue relativamente pequeño. En cambio, tradicionalmente se considera que la Gran Persecución Persa (GPP para efectos de este texto) duró 40 años, desde el 339 hasta la muerte de Sapor en el 379. En realidad, fue terriblemente intensa durante un par de décadas y luego fue de menos a más hasta principios del siglo V, mucho después de la vida del propio Sapor.
Es significativamente más difícil calcular cuántos muertos dejó esta persecución que la de Diocleciano, pero uno de los primeros informes que tenemos es aleccionador. Alrededor del año 440, el historiador eclesiástico Sozomen declaró: “Simplemente diré que el número de hombres y mujeres cuyos nombres se han averiguado, y que fueron martirizados en este periodo, se ha calculado en dieciséis mil [16 000]; mientras que la multitud fuera de éstos está más allá de toda enumeración”. Esta declaración, incluso si es exagerada, apunta a una enorme cifra de fallecidos.
Las estimaciones modernas han variado desde la sorprendente cifra de 190 000 hasta una más “modesta” de 35 000. Incluso, la más conservadora es diez veces superior al número de creyentes martirizados en la GPR, aunque la población del Imperio persa (quizás entre 18 y 35 millones) era menos de la mitad de la romana, con una cantidad de cristianos mucho menor también. Según cualquier cálculo, la pérdida de vidas en la GPP fue inconmensurablemente mayor que el número de muertos que dejó la GPR unas décadas antes.
Esta asombrosa cifra de muertos es aún más sorprendente si tenemos en cuenta que, antes del siglo IV, no había habido ninguna persecución significativa hacia los cristianos en el Imperio persa. De hecho, a principios del siglo IV, al igual que el Imperio romano pasó de perseguirlos (en diversos grados, en diferentes lugares y épocas) a favorecer su fe, la hegemonía persa pasó básicamente de ignorarlos a desatar una salvaje persecución contra ellos. ¿Cómo se produjo un cambio tan impactante? Para responder a esta pregunta, necesitaremos una breve visión general del cristianismo primitivo en el territorio persa.
Tratamiento de los cristianos en el Imperio persa
El período cristiano primitivo tuvo lugar durante los largos reinados de dos grandes dinastías persas: los partos, que gobernaron desde el 247 a.C. hasta el 224 d.C.; y los sasánidas, que reinaron desde el 224 hasta que fueron conquistados por los árabes en el 651. El periodo de los partos fue de relativa paz en Persia, y no hubo prácticamente ninguna acción estatal contra los seguidores de Jesús por varias razones posibles.
En primer lugar, el régimen parto era benigno y descentralizado, con una gran autonomía provincial. No se perseguía a nadie por ningún motivo. En segundo lugar, los romanos eran la principal amenaza para Persia, y era habitual que los gobernantes de este último adoptaran la postura contraria en cualquier asunto que fuera importante para Roma. Como los romanos desconfiaban de su población cristiana, los persas tendían a acogerlos o, al menos, a dejarlos tranquilos.
En tercer lugar estaba el hecho de que el zoroastrismo, la religión dominante en Persia, estaba mucho más cerca de la fe cristiana que el politeísmo romano. El zoroastrismo era una religión dualista centrada en el conflicto entre el bien y el mal, y había semejanzas superficiales con el cristianismo, como la creencia en un mesías venidero y en el juicio después de la muerte. Como resultado, los cristianos no destacaban en el ámbito persa tanto como lo hacían en la sociedad pagana del otro imperio.
La situación política de Persia cambió radicalmente a principios del siglo III. Las importantes invasiones de las fuerzas romanas alimentaron una rebelión popular contra la pacífica dinastía parta. Los sasánidas, un régimen mucho más autoritario, se ganaron el favor popular con la plataforma de mantener Persia a salvo de los romanos y, en 224, tomaron el control. Los sasánidas eran zoroastristas estrictos e hicieron de esta religión la fe nacional de Persia.
En esta época también surgió el maniqueísmo, otra forma de dualismo que competía directamente con el zoroastrismo. Su profeta, Mani, combinó muchos rasgos de esa religión con un lenguaje específicamente cristiano (incluso se autodenominó discípulo de Jesucristo), y el maniqueísmo se extendió como la pólvora por Persia y otros países. Era claramente una amenaza para la religión nacional, y en la década de 270 Mani fue ejecutado por crucifixión.
Aunque en diferentes regiones del mundo antiguo el maniqueísmo era o una forma aceptable de cristianismo o una herejía (también zoroástrica o budista), para los gobernantes sasánidas, ambas religiones parecían lo mismo. Por eso, entre los años 276 y 293, se produjeron algunas persecuciones menores contra los cristianos porque se pensaba erróneamente que eran maniqueos. Por primera vez fueron objeto de malos tratos en el Imperio persa y, aunque el sufrimiento fue leve, cabe destacar que se debió principalmente a un error de identidad.
La persecución de los cristianos por Sapor
En los albores del siglo IV, Persia se enfrentaba a crecientes amenazas no sólo de los romanos (que capturaron la mayor parte del norte de Mesopotamia), sino también de los árabes y otros grupos errantes que atacaron al mismo tiempo. Cuando nació el sah Sapor II, en 309, el imperio parecía al borde del colapso, pero siendo aún un adolescente armó de valor al pueblo persa para volver a arrebatar su patria a los invasores.
Algún tiempo antes del 325, el emperador romano Constantino, ya convertido, escribió al joven Sapor una carta en la que lo animaba a abrazar el cristianismo. En ella, señaló la presencia de muchos cristianos en Persia y lo instó a tratarlos bien:
Ahora, porque tu poder es grande, encomiendo a estas personas a tu protección; porque tu piedad es eminente, las encomiendo a tu cuidado. Cuídalos con tu humanidad y bondad acostumbradas, pues con esta prueba de fe obtendrás un beneficio inconmensurable tanto para ti como para nosotros.
Al hacer estas sugerencias, Constantino llamó inadvertidamente la atención de los consejeros de Sapor tanto sobre la presencia de cristianos entre ellos como sobre el hecho de que Roma favorecía ahora a los seguidores de la nueva religión. Además, en la década del 330, con el mundo romano sólidamente bajo su control, Constantino se preparó para otro ataque romano contra Persia, pero cayó enfermo y murió en el 337. Sapor contraatacó inmediatamente en un intento de retomar la ciudad de Nisibis (hoy en el extremo sureste de Turquía), que los romanos habían arrebatado a Persia unas cuatro décadas antes
El ataque de Sapor fracasó y culpó de la derrota a los cristianos de Nisibis, que, según él, habían ayudado al ejército romano. En la capital persa, Seleucia-Ctesifonte (en la parte baja del río Tigris, cerca de la actual Bagdad), corrió el rumor de que el obispo de la ciudad, Simón, estaba proporcionando información militar a los romanos. Los funcionarios religiosos zoroástricos lo difundieron para avivar el fuego de la animadversión hacia los seguidores de Jesús y, en el 339, Sapor comenzó su represión masiva contra ellos.
El sah empezó por duplicar los impuestos a los cristianos y ordenó al obispo Simón que los recaudara. En Historia de la Iglesia, Sozomen señaló que los creyentes habían abrazado voluntariamente la pobreza, lo que puede significar que al imperio no le habría hecho ningún bien gravarlos doblemente. Cuando Simón se negó, como era de esperarse, Sapor ordenó la destrucción de iglesias y la ejecución de obispos que se negaran a participar en el culto nacional al sol. El sah ofreció regalos a Simón si participaba en el culto prescrito y amenazó con matar a sus hermanos en la fe si se negaba, pero él se mantuvo obstinado. Lo encarcelaron para que recapacitara.
Finalmente, Sapor obligó a Simón a presenciar la ejecución de más de cien clérigos antes de decapitarlo. Durante al menos los veinte años siguientes, los persas mataron a cristianos en todo su imperio. La mayoría de las veces, identificaban a los líderes eclesiásticos y los señalaban para su ejecución. Otras veces, los persas perseguían a los seguidores de Jesús que se habían convertido del zoroastrismo, es decir, a los conversos persas nativos, a diferencia de los judíos o los extranjeros sirios que se habían convertido al cristianismo. Ocasionalmente recurrían simplemente a la masacre indiscriminada de poblaciones cristianas.
En la década del 360, Sapor tuvo que enfrentarse de nuevo a una invasión romana, esta vez del sobrino de Constantino, Juliano el Apóstata, que se había desprendido de su crianza cristiana y que tenía visiones no sólo de restaurar la gloria de la Roma pagana, sino también de convertirse él mismo en un nuevo Alejandro Magno. Juliano avanzó casi hasta Seleucia-Ctesifonte antes de ser expulsado y finalmente muerto en batalla en el 363.
Sapor no tuvo piedad de los romanos derrotados; exigió y recibió de vuelta todo el territorio persa que había sido tomado antes de su nacimiento. En ese momento, es posible que el sah disminuyera la persecución de los creyentes dentro de su reino, pero incluso después de su muerte, la nueva sospecha zoroástrica de que los cristianos eran espías romanos no se extinguió del todo, y la persecución continuó esporádicamente.
Finalmente, en 409 el sah Yezdegard I, o Istijerdes I en las fuentes clásicas, promulgó un decreto de tolerancia. Un concilio celebrado en la capital, en el 410, elogió a Yezdegard por su acción y declaró al obispo de Seleucia-Ctesifonte, Isaac, cabeza (“catholicos”) de la iglesia persa. Pero a diferencia de la situación en el mundo romano, este edicto de tolerancia no traería ningún favor político duradero hacia el cristianismo, y la Iglesia persa viviría con una relación incierta con el Estado durante el resto de su historia.
Respuestas de los cristianos persas a la persecución
Las respuestas de los cristianos persas a la Gran Persecución son especialmente dignas de mención en tres aspectos, que contrastan parcialmente con las respuestas anteriores de los creyentes romanos a su Gran Persecución.
En primer lugar, no tenemos pruebas de que las maniobras subversivas que parecen haber sido comunes más al oeste lo fueran en Persia. En el Imperio romano, tenemos historias de cristianos que, cuando los funcionarios imperiales venían por sus copias de las Escrituras, o bien les daban evasivas enviándolas a un miembro de la iglesia tras otro (con la esperanza de que se rindieran antes de encontrar alguna), o les entregaban escritos heréticos en lugar de las Escrituras.
Incluso, en un caso entregaron un libro de texto de medicina con la esperanza de que el funcionario no supiera leer o no le importara el contenido mientras pudiera mostrar algún escrito confiscado por sus esfuerzos. No se conservan relatos de este tipo de Persia. Tal vez los cristianos persas fueran tan astutos como muchos creyentes romanos y no poseemos las pruebas, o quizás fueran realmente más heroicos.
En segundo lugar, tenemos muchas pruebas de que los creyentes persas "votaban con los pies": intentaban interpretar la situación política y emigraban a zonas que creían que les darían más libertad para practicar su fe. Estas migraciones comenzaron incluso antes de la GPP. En el siglo III, cuando Roma desconfiaba de los cristianos y Persia era más tolerante con ellos, la Iglesia persa trasladó su centro de operaciones de Edesa ―en la disputada frontera entre los imperios― al este (a Nisibis), e incluso al sureste (a la capital persa, Seleucia-Ctesifonte).
Cuando el hacha cayó sobre los seguidores de Jesús persas en el siglo IV, varios de ellos -entre ellos su teólogo y poeta más famoso, Efrén el Sirio- volvieron a la órbita romana en respuesta a la nueva realidad política. Y lo que es aún más sorprendente, en el punto álgido de la persecución persa, en el 345, un grupo de unos cuatrocientos cristianos persas llegó a la costa india de Malabar (suroeste de la India) para unirse a sus hermanos en la fe que ya estaban allí. Al parecer, estos recién llegados huían de la GPP, y su presencia en la India forjó unos lazos entre el cristianismo indio y el persa que se mantendrían, en cierta medida, hasta nuestros días.
En tercer lugar, los cristianos persas se prepararon para la resistencia y el sufrimiento. Tenemos una serie de homilías de la pluma de un escritor de esa región, del siglo IV llamado Afraates, y parte de su propósito al predicar estos sermones era claramente animar a los fieles que no podían escapar de la mano de Sapor huyendo de Persia. Él relató numerosos ejemplos de persecución de la Biblia, haciendo hincapié en que Dios seguía estando presente con su pueblo en medio de sus pruebas. Luego, sorprendentemente, añadió a estos ejemplos bíblicos de sufrimiento heroico por la fe uno mucho más reciente:
En cuanto a nuestros hermanos que están en Occidente, en los días de Diocleciano sobrevino gran aflicción y persecución a toda la Iglesia de Dios, que estaba en toda su región. Las iglesias fueron derribadas y desarraigadas, y muchos confesores y mártires proclamaron su fe. Y [el Señor] se volvió misericordioso con ellos después de haber sido perseguidos.
Afraates concluyó que la Iglesia de Persia también tuvo la oportunidad de confesarse en medio de su propia persecución. Esta homilía muestra un notable grado de esperanza en medio de una terrible prueba, pero también demuestra un sentido igualmente notable de solidaridad con los cristianos del mundo romano. Esta solidaridad es más sorprendente en tanto que los dos imperios mencionados eran enemigos mortales en aquella época, y que pocos cristianos occidentales conocían entonces a sus hermanos y hermanas del mundo persa.
Recordar a los perseguidos
La mayoría de nosotros sabemos que los romanos cambiaron radicalmente su actitud hacia el cristianismo a principios del siglo IV, pero en este ensayo hemos visto que Persia también lo hizo en sentido contrario. El nombre de Sapor no es tan conocido como el de Diocleciano o Constantino, pero quizá debería serlo. De hecho, la misma conversión del Imperio romano que puso fin a la persecución en Occidente fue una de las principales razones de la persecución de los cristianos más al este.
La situación de los creyentes ha sido drásticamente diferente en distintas épocas, e incluso en diferentes lugares al mismo tiempo; han tenido que abrirse paso en la vida en medio de una constante incertidumbre sobre la actitud del gobierno y la sociedad circundante ante su fe. Cuando podían, buscaban regímenes favorables al cristianismo; pero, si era necesario, se preparaban para afrontar la persecución recordando los sufrimientos del pueblo de Dios en las Escrituras y en la historia cristiana de otros lugares. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado siempre han sido complicadas, cambiantes y llenas de desafíos.
Por ello, es importante que no utilicemos una lente demasiado estrecha al examinar el impacto de las fuerzas políticas y sociales sobre los cristianos. En el siglo IV, lo que en Occidente se proclamó como un milagro y una bendición espectacular condujo de forma bastante directa a un sufrimiento indecible para los creyentes fuera del mundo romano. Sin embargo, por lo que sabemos, los seguidores de Jesús en Persia no albergaban mala voluntad hacia sus recién bendecidos hermanos y hermanas romanos. Por el contrario, se apoyaron en el ejemplo de resistencia al sufrimiento de los romanos, y se dispusieron a sufrir a su vez.
También hoy, la mayoría de los cristianos que sufren gravemente por la fe lo hacen en tierras orientales y meridionales (especialmente Oriente Próximo y África oriental), no en las occidentales. Hoy los perseguidores no son los persas, sino a menudo los árabes musulmanes que conquistaron Persia (más toda Asia occidental y el norte de África) en los siglos VII y VIII. Pero los seguidores de Cristo que hoy sufren persecución tienen una larga historia de soportarla con paciencia y toda la gracia posible. Ya lo han visto antes, y su historia está llena de relatos que ayudan a sostenerlos.
Mientras tanto, en Occidente sufrimos muy poco, o nada, por la fe. ¿Aprenderemos las historias de nuestros hermanos y hermanas de Oriente, tanto de antes como de ahora? ¿Nos opondremos a las enormes injusticias cometidas contra ellos por sociedades opuestas al Evangelio del mismo modo que nos oponemos a los daños mucho menores que quizá nos infligen nuestras sociedades, las cuales en gran medida han dado la espalda a Cristo? Después de todo, puede llegar un momento en que los cristianos occidentales tengamos que sufrir de nuevo una gran persecución, y tendremos que estar preparados.
Referencias y bibliografía
- Para más información sobre la historia cristiana persa descrita en este ensayo, véanse los siguientes libros: Donald Fairbairn, The Global Church - The First Eight Centuries: From Pentecost through the Rise of Islam (Grand Rapids: Zondervan Academic, 2021); Christoph Baumer, The Church of the East: An Illustrated History of Assyrian Christianity, nueva ed. (Nueva York: I.B. Tauris, 2016); Samuel Hugh Moffett, A History of Christianity in Asia, Volume 1: Beginnings to 1500, rev. ed. (Maryknoll, NY: Orbis, 1998).
- Véase William H.C. Frend, Martyrdom and Persecution in the Early Church: A Study of a Conflict from the Maccabees to Donatus (Oxford: Basil Blackwell, 1965), 536-37.
- Sozomen, Historia Eclesiástica 2.14. Véase The Nicene and Post-Nicene Fathers (NPNF 2), Serie 2, ed. Philip Schaff, 14 vols. Philip Schaff, 14 vols. (1886-1889; repr., Peabody, MA: Hendrickson, 1994), 2:267.
- Louis C. Casartelli, "Sassanians", en Hastings Encyclopaedia of Religion and Ethics, ed. James Hastings, vol. 11 (Nueva York: Charles Scribner Sons, 1920, 203). James Hastings, vol. 11 (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1920), 203. Moffett, A History of Christianity in Asia, 145.
- James R. Russell, "CHRISTIANITY i. In Pre-Islamic Persia: Literary Sources", en Encyclopædia Iranica V/5 (Costa Mesa, CA: Mazda, 1991), 327-28; disponible en línea en http://www.iranicaonline.org/articles/christianity-i.
- Eusebio, Historia eclesiástica 94.9-13 (NPNF 2 1:543-44). También en Teodoreto, Historia eclesiástica 1.24 (NPNF 2 3:59-60).
- Aphrahat, Demonstration 21.1-23 (NPNF 2 13:392-401).
- Afrahat, Manifestación 21.23 (NPNF 2 13:401).
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Donald Fairbairn en Desiring God.
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