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Es común que muchos creyentes rechacen la oportunidad de profundizar en el arte, la historia, la política y muchas ciencias humanas más, pensando que dichas disciplinas son contrarias a la verdad del evangelio. Sin embargo, así no fueron los antiguos teólogos y pensadores cristianos, que sabían varias lenguas, conocían el derecho y eran apasionados por la filosofía. El resultado es que el cristiano de hoy tiene la luz de la Escritura, con la cual es capaz de navegar el mundo con los ojos de Cristo, pero en la mayoría de los casos, desconoce mucho del mundo en el que vive ni la cultura de la gente a la cual quiere alcanzar.
¿Y qué tal si llevamos las verdades de la Escritura al arte? ¿Qué tal si nos volvemos expertos en la política de nuestro país y ponemos sobre la mesa discusiones empapadas del Nuevo Testamento? Con este espíritu es que queremos escarbar en la novela 1984, escrita por George Orwell (1903-1950) en 1948, y ver a través de los lentes de la Biblia una de las más poderosas meditaciones del autor en sus dramáticas páginas.
¿Cómo destruir la libertad? Por medio de la ignorancia. Esa idea es tan fascinante como terrorífica, y es la que más perturba durante la lectura. Solo cuando el hombre no conoce la historia profunda y real de su país y su mundo, es posible que un régimen lo domine y le enseñe que un presente dirigido abusivamente por unos pocos es el máximo ideal. Si hubiese un grupo de gente que quiera ponerse en el poder absoluto, necesitaría borrar, o alterar, el pasado de la mente de las personas.
La ignorancia es la fuerza
1984 es el retrato de un mundo distópico donde el totalitarismo ha sido llevado hasta el extremo. El globo está dividido en tres regímenes absolutos que están en guerra constante y que comparten un mismo sistema político: una clase alta compuesta por un porcentaje mínimo de la población, que gobierna a favor de sí misma, cuyo objetivo es mantener el poder absoluto y que está por encima de la una gran mayoría empobrecida que existe para cumplir sus intereses. En las tres súper naciones, Oceanía, Eurasia y Asia Oriental, la libertad ha desaparecido.
La novela explica su propio mundo a través del Manifiesto de Goldstein, el libro de la revolución, donde se presenta el “Colectivismo Oligárquico”, la ideología que dirige a las tres superpotencias. Allí se afirma que la humanidad siempre se ha organizado de manera jerárquica en tres clases: alta, media y baja. La primera pelea por mantenerse en el poder; la segunda lucha por tomar el papel de la primera; la tercera solo se preocupa por no morir de hambre. Pero la generación de 1984, que comenzó unas décadas después de la Segunda Guerra Mundial, decidió congelar la historia en un único punto, poniendo una sola clase alta en el poder de forma definitiva e inamovible.
En la novela, por primera vez, en la mitad del siglo XX, el hombre tiene tanto conciencia de la historia como poder para alterar su rumbo. Los avances tecnológicos permitieron que las diferencias de clase dejaran de ser necesarias. Por la riqueza que podían acumular era posible lograr un bienestar generalizado. Sin embargo, ocurre todo lo contrario: después de la Guerra, el mundo se reorganiza en las clases baja, media y alta, y esta última ya no actúa por instinto. Es totalmente intencional en crear una teoría política que le permita estar en el poder absoluto, sin ninguna intención de volver a la igualdad.
Es aquí donde se manifiesta el poder del desconocimiento, pues, según las palabras del autor, “La ignorancia es la fuerza.” De hecho, así se titula el primer capítulo del manifiesto, en donde se explica cómo es que los sistemas totalitaristas pueden dominar el mundo entero. Las tres potencias son invencibles, incluso si dos de ellas se unen contra la otra. Cada una posee tanto territorio y tantos recursos que no puede ser derrumbada. La única forma de desafiar al gobierno es a través de una clase media que se eduque lo suficiente para entender el abuso al que está sometida y encuentre en la historia un punto de comparación infinitamente más deseable que el actual estado de las cosas.
Por eso, en la novela, la ignorancia política e histórica es el arma más poderosa del partido gobernante. Winston, protagonista de la novela, trabaja para el Ministerio de la Verdad en la ciudad que una vez fue Londres. Su trabajo de todos los días es transformar los datos históricos para reescribir una nueva historia y acomodar la información a la conveniencia del partido, según las órdenes que recibe de cargos más altos. Esto mismo se ha replicado en cualquier libro y en cualquier obra artística. La libre opinión ya no existe. Los individuos son propiedad del estado y sus acciones son fuertemente vigiladas, controladas y uniformizadas. Por eso, los actos individuales del protagonista relatados en la obra resultan ser tan revolucionarios.
Embajadores de la libertad
En cuanto a nuestra perspectiva cristiana, la idea de que la libertad pueda ser destruida por medio de la ignorancia sobre la historia le concierne directamente al creyente, mucho más que a cualquier persona. Es al pueblo de Dios al que se le ha encomendado ser el faro para el mundo y mostrarles cuál es el orden que éste debería tener. De todos, somos nosotros quienes más deberían considerar la política y ser críticos frente a ella a causa de nuestras convicciones.
¿Cuál es el mejor orden político para la sociedad según la Biblia? Realmente no podemos derivar un orden político claro, o al menos prescriptivo, así que no existen muchas opciones más allá de la democracia, sino sólo como un sistema para elegir y no como un fin en sí mismo. A causa de la corrupción espiritual de la que todos somos partícipes, no hay ningún grupo o partido humano que pueda gobernar el mundo de forma perfecta. Por eso es labor de todos gobernar, participando activamente del orden de la sociedad y designando representantes de diferentes pensamientos, ojalá opuestos, para que nunca se le entregue el control total a ninguno en particular.
La iglesia es la embajadora de Cristo en la tierra para comunicar el evangelio. Su labor nunca será la de gobernar, sino la de enseñar la necesidad de la justicia. Somos los representantes del Dios que está a favor de los débiles, del castigo a los malvados y de la entrega unos a otros en amor y sin egoísmo. Pero esa justicia que da libertad no es solo para los individuos cristianos, sino para todos. Los creyentes somos los principales enemigos de cualquier cosa que se pueda parecer a un gobierno abusivo y totalitario, sin importar su ideología política, si es abiertamente totalitario o tiene una corrupta apariencia democrática. Es inconcebible, pues, la idea de una iglesia que sea ignorante de la historia. Si Orwell tiene razón, nuestra lucha por la justicia se lleva a cabo con la Escritura y con un conocimiento profundo de la historia y la política; con una opinión crítica y bíblica.
De Corea del Norte hasta las Américas
La activista de derechos humanos Yeonmi Park dijo en su charla TED de 2019, titulada Lo que aprendí sobre la libertad después de escapar de Corea del Norte: “En Corea del Norte solo hay un significado para la palabra amor. Amor hacia el querido líder.” Solo años después de escapar de ese país se dio cuenta que Kim Jong-un no era un dios todopoderoso que podía leer los pensamientos de la población y que, además, era gordo; a diferencia del resto de la población, sus lujos no le permitían morir de hambre o adelgazar. Termina la reflexión diciendo: “Si nunca has practicado el razonamiento crítico, entonces simplemente ves lo que te dicen que veas.”
Esa idea se ve clara en el caso de Hyeonseo Lee, activista norcoreana que también escapó de su país natal. Dice en su charla TED de 2013, titulada Mi huída de Corea del Norte, que estaba convencida de que Corea del Norte era el mejor país del mundo y que era un privilegio vivir allí. Siguió así hasta que se dio cuenta de que estaba muriendo de hambre. ¿Por qué la población no se ha rebelado? Porque la ignorancia es la fuerza. La dinastía Kim es el cumplimiento de la distopía de Orwell, solo que en la pequeña escala de un país de Asia Oriental.
Como alguna vez escribió C. S. Lewis (1898-1963): “De todas las tiranías, una tiranía sinceramente ejercida por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva.” Una tiranía que parte de la ignorancia o de la distorsión de la realidad es la más peligrosa.
En una encuesta realizada en los Estados Unidos se encontró que el 66% de los millennials no poseía un conocimiento básico de lo que pasó en los campos de concentración de Auschwitz, y el 52% de los americanos creen ingenuamente que Hitler llegó al poder por medio de la fuerza y no por medio de la aprobación general. Ese escenario, donde la gente ya no conoce la historia y poco entiende de los totalitarismos del pasado, es el abono perfecto para que surja una dictadura como la de Corea del Norte.
Los hechos deberían hacernos temer por Latinoamérica. De norte a sur, nuestros países tienen historias de abuso, crimen y corrupción, y en todos los territorios se sufre por la falta de educación. Pero también deberíamos temer sobre todo por una iglesia ignorante, que no esté lista con conocimiento de causa para oponerse a los abusos.
¿Escapar del mundo?
Las iglesias cristianas tienen fama de ser fácilmente manipuladas por intereses políticos que solo buscan ganar votos. Deberíamos temer que eso pueda ser verdad. Si seguimos con la actitud de menospreciar el estudio serio de la historia, el arte, la política y demás, habremos rechazado el mandato de nuestro Señor de ser luz y representar los valores escriturales. Es urgente que nos convirtamos en estudiantes diligentes de historia y pongamos en práctica, como dice Yeonmi Park, el pensamiento crítico. No tenemos que ser expertos, pero tenemos que leer más, para la gloria de Dios. La libertad que hemos ganado en Cristo nos sirve para comprender mejor nuestro mundo y así ocuparnos de los demás. Al servir a otros con lo que hemos aprendido, podremos proyectar mejor la gloria de Dios sobre el mundo.
No es labor del cristiano abandonar el mundo u olvidar que existe dentro de una sociedad. Por el contrario, es importante que entienda su lugar en ella. Al respecto, la Confesión de Augsburgo dice:
Respecto al estado y al gobierno civil se enseña que toda autoridad en el mundo, todo gobierno ordenado y las leyes fueron creados e instituidos por Dios para el buen orden. Se enseña que los cristianos, sin incurrir en pecado, pueden tomar parte en el gobierno y en el oficio de príncipes y jueces; asimismo, decidir y sentenciar según las leyes imperiales y otras leyes vigentes, castigar con la espada a los malhechores, tomar parte en guerras justas, prestar servicio militar, comprar y vender, prestar juramento cuando se exija, tener propiedad, contraer matrimonio, etc.
Se condena también a aquellos que enseñan que la perfección cristiana consiste en abandonar corporalmente casa y hogar, esposa e hijos y prescindir de las cosas ya mencionadas. Al contrario, la verdadera perfección consiste sólo en el genuino temor a Dios y auténtica fe en Él. El evangelio no enseña una justicia externa ni temporal, sino un ser y justicia interiores y eternos del corazón. El evangelio no destruye el gobierno secular, el estado y el matrimonio. Al contrario, su intento es que todo esto se considere como verdadero Orden Divino y que cada uno, de acuerdo con su vocación, manifieste en estos estados el amor cristiano y verdaderas obras buenas. Por consiguiente, los cristianos están obligados a someterse a la autoridad civil y obedecer sus mandamientos y leyes en todo lo que pueda hacerse sin pecado. Pero si el mandato de la autoridad civil no puede acatarse sin pecado, “se debe obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Aunque todo sea gobernado por el Señor, el creyente no puede ser ignorante de la realidad social y política a su alrededor. Necesitamos un equilibrio: no podemos amar este mundo más que a la vida eterna, pero tampoco podemos escapar de él. Nuestro llamado es a comprender que nuestra labor como cristianos debe ser contextualizada, sirviendo al mundo para mostrar la justicia de Dios.
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