Escucha este artículo en formato podcast:
Ha sido llamado “el apóstol a los escépticos”. Escribió más de 60 libros en una gran variedad de géneros, interactuó con los grandes pensadores de su época, uno de sus títulos fue elegido como el mejor del siglo XX por Christianity Today y creó la famosa saga llamada Las Crónicas de Narnia.
Entre los libros y la decepción
Clive Staples Lewis o C. S. Lewis nació en 1898, en Belfast, Irlanda. Creció en medio de una familia protestante con muchos libros a su alcance, por lo que tomaba volúmenes de las estanterías en los días de lluvia y se adentraba en los mundos creados por autores como Sir Arthur Conan Doyle, E. Nesbit, Mark Twain y Henry Wadsworth Longfellow.
Su único hermano, Warren, fue enviado a un internado en 1905. Después de eso, “Jack” –como llamaban a Lewis algunos de sus más allegados– se volvió un tanto solitario. Pasó más tiempo entre libros y en mundos imaginarios de “animales con ropa” y “caballeros con armadura” –como él mismo lo dijo– que en el mundo real.
La muerte por cáncer de su madre en 1908 lo hizo aún más retraído. Pero no solo la perdió a ella; su padre no se recuperó completamente y la vida hogareña nunca volvió a ser cálida. La muerte de la Sra. Lewis convenció al joven Jack de que el Dios que encontró en la vieja Biblia que le regaló su madre era, si no cruel, al menos una vaga abstracción. Entre 1911 y 1912, Lewis rechazó el cristianismo y se convirtió en un ateo declarado.
En 1917, ingresó a Oxford como estudiante. Excepto por una interrupción para luchar en la Primera Guerra Mundial, siempre mantuvo su hogar y amigos en Oxford. Dos años después, Lewis publicó su primer libro: Espíritus en Cautiverio (Spirits in Bondage en inglés). Lo hizo bajo el seudónimo de Clive Hamilton. Para 1924, se convirtió en tutor de filosofía en el University College y al año siguiente fue elegido maestro del Magdalen College, donde enseñó inglés y literatura. Fue profesor de esa última asignatura durante 39 años, hasta 1963, primero en Oxford y luego en Cambridge.
Despertar espiritual
Poco a poco su contacto con otros comenzó a desafiar sus creencias. Lewis disfrutaba mucho leer al autor cristiano George MacDonald. Un volumen –Phantastes– desafió poderosamente su ateísmo. Los libros de G. K. Chesterton hicieron lo mismo, especialmente El hombre eterno, que le planteó serias dudas sobre su materialismo.
Un amigo cercano, Owen Barfield, también se abalanzó sobre la lógica del ateísmo de Lewis. Barfield se había convertido del ateísmo al teísmo y luego al cristianismo, y con frecuencia lo hostigaba por su materialismo. Lo mismo hizo Nevill Coghill, un amigo de toda la vida y compañero de estudios brillante que, para asombro de Lewis, era un gran cristiano.
Poco después de unirse a la facultad de inglés en Magdalen College, Lewis conoció a dos cristianos más, Hugo Dyson y J. R. R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos. Estos hombres se hicieron buenos amigos de él. Pronto, Lewis reconoció que la mayoría de sus amigos, al igual que sus autores favoritos, MacDonald, Chesterton, Johnson, Spenser y Milton, eran creyentes. En 1929, todos estos caminos se encontraron y Lewis se rindió, admitiendo que “Dios era Dios”.
En su autobiografía Sorprendido por la alegría, Lewis contó que a principios de 1927 era el más convencido de los ateos…
(…) hasta que un día me encontré que las pruebas de la historicidad de los Evangelios eran sorprendentemente buenas. La verdad es que nunca tuve la experiencia de buscar a Dios, ya que fue exactamente a la inversa, Él fue el cazador y yo el venado. Por lo que hacia la festividad de la Trinidad de 1929 cedí y admití que Dios era Dios y, de rodillas oré.
Sorprende que estas emocionantes palabras correspondan a su conversión al teísmo, no al cristianismo. Lewis creía que no era cristiano todavía. Pero dos años después se encontró con la Persona de Cristo de una forma muy real. Casi de inmediato, Lewis tomó una nueva dirección en su vida.
El nuevo cristiano dedicó su talento y energía a escribir prosa que reflejaba su fe. Dos años después de su conversión, en 1933, Lewis publicó El regreso del Peregrino. Este pequeño volumen abrió la puerta a 30 años de libros de ficción, apologética cristiana y discipulado.
Los 25 libros cristianos de Lewis vendieron millones de copias, incluyendo Cartas del diablo a su sobrino, Mero Cristianismo, Las Crónicas de Narnia, El Gran Divorcio y La abolición del hombre. Sin embargo, aunque sus publicaciones le dieron fama mundial, Lewis siempre fue primero un erudito. Continuó escribiendo historia literaria y crítica, como La alegoría del amor, considerada un clásico en su campo, y Literatura inglesa en el siglo XVI.
Posiciones controversiales
Lewis fue frecuentemente atacado por su estilo de vida cristiana. Incluso, amigos creyentes cercanos como Owen Barfield y J. R. R. Tolkien desaprobaban abiertamente el discurso y la escritura evangelística de Lewis. De hecho, sus libros “cristianos” causaron tanta desaprobación que en más de una ocasión fue desestimado como profesor en Oxford y los honores se les otorgaron a hombres de menor reputación.
En sus obras de ciencia ficción, poesía, narrativa infantil, apologética y en sus ensayos, su enfoque fue, precisamente, el “mero cristianismo”, es decir, “la religión cristiana tal como se entiende ubique et ab omnibus [en todas partes por todos]” (C.S. Lewis, God in the Dock: Essays on Theology and Ethics). Es decir, aquella cuyos seguidores son sobrenaturalistas, y creen en la Creación, la Caída, la Encarnación, la Resurrección, la Segunda Venida, la muerte, el juicio, el cielo y el infierno.
Lewis no se ocupó de debates doctrinales, o al menos no públicamente. Habló de la expiación con reverencia, pero le dio poca importancia a las explicaciones de cómo salva realmente a los pecadores. Incluso, en una carta que le escribió a un católico romano en 1941, expresó que aquellas teorías no le parecían necesarias. Con sus charlas y materiales publicados, Lewis pretendía dar lo que es común a todos los cristianos.
De hecho, el pastor y escritor John Piper afirmó en una conferencia de Desiring God que C.S. Lewis le ha sido muy útil en su caminar cristiano, a pesar de que “está tan equivocado en algunos asuntos muy importantes”. También aseguró:
Lewis no es un escritor al que debamos acudir para crecer en una cuidadosa comprensión bíblica de la doctrina cristiana. (...) Su valor no está en su exégesis bíblica (...) no es el tipo de escritor que proporciona sustancia a los sermones de un pastor.
Lewis recurrió más a argumentos lógicos que a hacer exégesis bíblica. Veía de forma crítica la Reforma, se negó a explicar por qué no era católico romano y permanecía en la Iglesia de Inglaterra. No creía en la inerrancia de las Escrituras, lo cual era un fuerte contraste con el fundamentalismo evangélico. “Su ejemplo demuestra que se puede ser un evangélico dedicado, aceptar la plena autoridad de las Escrituras y, sin embargo, no creer en la inerrancia”, dijo el teólogo y escritor Michael J. Christensen.
Impacto positivo
A pesar de lo anterior, es difícil pensar en C.S. Lewis como alguien que debilite la fe de los cristianos. Es muy probable que sus obras hagan todo lo contrario. Piper sostuvo que ante una agenda como la de Lewis (la de no entrar en debates doctrinales), es casi un hecho que se omitan asuntos esenciales para el evangelio. En ese sentido, el irlandés se quedó corto en temas a tratar. “Pero, si me centro no en lo que dejó de decir, sino en lo que dijo e hizo, –aseguró Piper– descubro que incluso para mí las bendiciones de su obra han sido incalculables”.
La experiencia del gozo y la defensa de la verdad confluyen en la vida y los escritos de C.S. Lewis. Por un lado, “su capacidad para ver y sentir la frescura y la maravilla de las cosas era infantil, y su capacidad para describirla, comprenderla y defenderla era enormemente varonil”, expresó Piper. Logró definir el gozo como “un deseo insatisfecho que es en sí mismo más deseable que cualquier otra satisfacción” y en sus obras dejó en evidencia que había estado en una búsqueda constante de la fuente del gozo que había sentido por momentos y quería volver a tener, hasta que la encontró… o más bien, hasta que La Fuente lo encontró a él.
Desde su conversión, Lewis recordó de forma diferente todas sus pequeñas experiencias de gozo. “Supo por qué el deseo que tenía era inconsolable y, sin embargo, placentero. Era el deseo de Dios. Era la prueba de que estaba hecho para Dios”, explicó Piper en su conferencia.
“Si encuentro en mí un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que estoy hecho para otro mundo”, C.S. Lewis.
Por otro lado, en defensa de la verdad, Lewis concluyó que se había equivocado al suponer que deseaba al gozo en sí. Más bien, “todo el valor residía en aquello de lo que el gozo era el deseo”. Por eso, el cristianismo había resultado ser el final de su búsqueda de aquel gozo: porque era verdad. Cristo era real. Dios era real y aquello era una realidad objetiva o, entonces, el gozo que había encontrado habría sido un espejismo. En otras palabras, la lucha por encontrar la Verdad, utilizando una epistemología que afirme y encuentre la Realidad objetiva fuera de nosotros (Dios mismo) es la lucha por el gozo.
Para concluir, en la exposición que hizo de su fe a través de sus obras, C.S. Lewis explicó que gozar plenamente es glorificar a Dios. En su libro Reflexiones sobre los Salmos, dijo:
el catecismo escocés dice que el fin principal del hombre es ‘glorificar a Dios y gozar de Él para siempre’. Pero entonces sabremos que son la misma cosa. Gozar plenamente es glorificar. Al ordenarnos que le glorifiquemos, Dios nos está invitando a gozar de Él.
Con esto, podemos ver que, a pesar de sus posiciones polémicas, “Jack” ancló su vida a Cristo como la roca verdadera, y no dudó en exponer a Dios como la Verdad, como infinitamente Hermoso y Deseable. Eso es lo que reflejan sus obras.
Últimos años y legado
En los últimos años de su vida, se casó con Joy Davidman, una mujer que se había divorciado de un hombre mujeriego y alcohólico, el novelista William Gresham. Construyeron una amistad basada en lo intelectual, pues fue la única mujer que conoció en ese tiempo con la que podía disfrutar de charlas profundas.
En 1956, Lewis accedió a tener un matrimonio civil con ella en secreto para que pudiera quedarse en el Reino Unido, aunque al año siguiente su relación trascendió y se oficializó con una ceremonia cristiana, lo cual trajo mucha oposición por parte de la Iglesia de Inglaterra, pues ella era divorciada. Joy Davidman murió 3 años después a causa de un cáncer en los huesos, inspirando el libro Una pena en observación. Su tiempo de matrimonio fue de mucha felicidad.
Predicar sermones, dar charlas y expresar sus puntos de vista teológicos a través de la radio en todo el Reino Unido fueron actividades que reforzaron la reputación de Lewis y aumentaron sus ventas de libros. Con estas nuevas circunstancias surgieron otros cambios, entre los que destaca el aumento de sus ingresos. Después de vivir una vida llena de limitaciones, el dinero dejó de ser un problema.
Sin embargo, se negó a mejorar su nivel de vida y, por el contrario, estableció un fondo de caridad para sus ganancias de regalías. Apoyó a numerosas familias empobrecidas, pagó las tarifas de educación para huérfanos y seminaristas pobres, e invirtió dinero en decenas de organizaciones benéficas y ministerios de la iglesia.
En 1961, un año después de la muerte de su esposa, Lewis comenzó a sufrir de nefritis. Su salud se complicó durante los años siguientes y, finalmente, falleció en 1964. Hoy, C. S. Lewis es considerado como uno de los mayores defensores de la fe cristiana. También muchos le consideran como el paradigma del cristianismo evangélico. De cualquier forma, su legado es muy valioso y vale la pena rescatarlo.
En 2008, el periódico Times lo ubicó en el onceavo lugar en su lista de los “50 escritores más grandes desde 1945”. En el aniversario número 50 de su muerte (2013), a Lewis se le puso en el Rincón de los Poetas en Westminster Abbey junto a algunos de los más grandes escritores británicos. Una frase marcada en piedra resume su forma de ver la existencia:
Creo en el cristianismo como creo en que el sol aparece en el cielo, no solo porque lo veo sino porque por medio de él veo todo lo demás.