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"¡Serás comido por caníbales!", le dijo un hombre impactado por la triste experiencia que habían vivido otros misioneros en la misma región, a donde ahora este aspirante a misionero estaba pensando en ir: las Nuevas Hébridas, una serie de islas del pacífico que hoy se conocen como las islas Vanuatu.
Aun así, el joven respondió con valentía: "Le confieso que, si puedo vivir y morir sirviendo y honrando al Señor Jesús, no me importará si me comen los caníbales o los gusanos, y en el Gran Día mi cuerpo de resurrección se levantará tan justo como el suyo a la semejanza de nuestro Redentor resucitado".
Bienvenidos a este resumen de la vida de John Gibson Paton (1824-1907).
El origen de su fe
Sin duda, el origen de la fe de este gran misionero fue el hogar donde se formó. Una pareja piadosa, que le infundió una clara y abierta devoción por Dios a través de su testimonio de vida; una semilla que Dios haría crecer para formar en John Paton, el carácter y valor necesario para asumir la obra misionera.
John Gibson Paton nació en Kirkmahoe Dumfriesshire, Escocia, el 24 de mayo de 1824, siendo el mayor de once hermanos. James Paton, su padre, después de algunos fragmentos de educación primaria, le enseñó el oficio que ejercía como fabricante de medias.
Fruto de esta estrecha relación, Paton reconoció en su padre la pasión por los perdidos, así como su profunda sensibilidad y devoción por la oración y la búsqueda de una relación profunda con el Señor. No fue un ministro, evangelista o maestro de escuela dominical quien le enseñó las Escrituras, sino que su propio padre lo instruyó en el evangelio.
Una vida de pasión por los perdidos
En 1847, John empezó a servir como misionero en la ciudad de Glasgow mientras estudiaba teología, así como medicina en la Universidad médica Andersonian.
Sirvió como evangelista en Glasgow, compartiendo las Buenas Nuevas de salvación a pesar de las amenazas, los abusos y los insultos que recibía. Esta fue una experiencia que lo formó y le enseñó la firmeza y la determinación que necesitaría para asumir las dificultades posteriores. Un tiempo en el que la gente también aprendió a apreciarlo y quererlo, tanto que, al final de su tiempo como misionero en la ciudad, le rogaban que no se fuera a las misiones.
Sin embargo, el 1 de diciembre de 1857, Paton obtuvo su licencia, y fue ordenado misionero a las Nuevas Hébridas, una cadena de islas al noreste de Australia, el 23 de marzo de 1858. El 16 de abril de ese mismo año, John Paton y su esposa Mary Ann Robson, viajaron hacia el lugar donde se establecerían inicialmente como misioneros.
Después de detenerse en la isla de Aneityum, donde el esfuerzo misionero ya había tenido un éxito notable, la pareja Paton, junto con un joven misionero llamado Joseph Copeland, desembarcaron el 5 de noviembre de 1858 en la isla Tanna.
Comenzando la obra misionera
Tan pronto llegaron, procedieron a construir una pequeña casa en Port Resolution, donde vivirían. Un poco más de un año después, a principios de 1859, su esposa Mary tuvo un hijo, y en marzo de ese mismo año, debido a una intensa fiebre, tanto ella como el bebé murieron. La fiebre tropical hizo de su trabajo algo mortal, y el misionero afligido tuvo que cavar con sus propias manos la tumba donde sepultó a su esposa, junto con su bebé.
Refiriéndose a ese terrible momento, Paton escribió: "Si no fuera por Jesús, y por la comunión que Él me dio, me hubiera vuelto loco y hubiera muerto junto a esa tumba solitaria". A pesar del dolor persistente en su corazón y el desaliento que lo rodeaba, Paton continuó su labor, declarando las riquezas del amor de Cristo en medio de un contexto muy hostil a la presencia extranjera.
El evangelio a los caníbales
La tarea no fue para nada fácil. Tan sólo veinte años antes, John Williams (1796-1839) y James Harris, una pareja de misioneros enviada a la zona, se habían convertido en el plato principal de una tribu de caníbales. En las celebraciones religiosas el sacrificio de humanos era habitual, y en las disputas entre los aborígenes los enemigos eran asesinados y devorados.
Las celebraciones de los caníbales muchas veces tenían lugar a la vista de la casa del misionero y la sangre humana corría por las aguas de los ríos cercanos, haciéndola inapropiada para su consumo. En medio de tan adversa condición, Joseph Copeland el compañero de misión, perdió el juicio y en poco tiempo murió.
La vida de Paton en esta región, siempre estuvo en peligro, pero constantemente, como él lo registró en su biografía, la soberanía de Dios se hacía más que evidente. Una y otra vez los aborígenes levantaron sus armas para tratar de asesinar a John, pero siempre se contuvieron como si estuvieran limitados por un poder mayor.
En varias ocasiones, los barcos se aproximaban a puerto y el misionero era convidado a dejar la obra en busca de su propia seguridad. Pero en cada caso, se negó, con la esperanza de concluir la obra evangelística entre los Tanna.
El cuidado de Dios
A lo largo de su experiencia, la presencia de Dios siempre fue evidente, especialmente en el cuidado que tuvo de su vida, lo que lo afirmó en el cumplimiento de su misión.
Él fue de aldea en aldea enseñando sobre el evangelio y el amor de Cristo. Cuando todas sus provisiones fueron saqueadas y la posibilidad de morir de hambre era cada vez más real, cruzó la isla hacia el asentamiento de un segundo misionero. Los aborígenes entonces rodearon la casa y prendieron fuego a una construcción adyacente. Todo indicaba que los misioneros morirían quemados. Pero un tornado cruzó sobre la casa, apagando el fuego. Los salvajes huyeron aterrorizados. Al día siguiente, apareció izada la vela de un barco y los misioneros escaparon en él.
John Paton, al dejar Tanna, se trasladó a Aniwa, la isla más cercana. Aniwa era un poco más pequeña. Allí siguió la obra misionera junto con su segunda esposa Margaret Whitecross, y aunque sus habitantes, los aniwans, ejercían el mismo tipo de prácticas caníbales que los tannese, la obra que inició en esta isla comenzó a evidenciar su fruto, hasta el punto de permitir construir una iglesia y establecer una imprenta.
En esta oportunidad, Paton tuvo la alegría de ver cómo la gente resultaba siendo más receptiva al evangelio, en comparación con las personas de Tanna, donde no fue posible celebrar la conversión de ninguno de sus habitantes. Una obra de tal alcance que Paton la resalta en su autobiografía como el lugar donde la mayoría de sus habitantes creyeron en Cristo.
Buscando recursos para una dura misión
Paton tenía la intención de continuar en Aneityum su traducción de la Biblia al tannese y luego regresar a Tanna tan pronto como le fuera posible. Pero, después de consultar con los otros misioneros, acordó ir primero a Australia y luego a Escocia, para despertar un mayor interés en el trabajo de las Nuevas Hébridas, reclutar nuevos misioneros y, especialmente, recaudar fondos para la construcción y mantenimiento de un velero para asistir a los misioneros en la labor evangelística en las islas cercanas.
Así comenzó sus giras a favor de la misión en Nuevas Hébridas, que le harían famoso en todo el mundo anglófono. Primero fue a iglesias de Australia y Nueva Zelanda. En 1864 visitó Escocia, consiguiendo siete candidatos misioneros para el servicio misionero. Pronto se dio cuenta de que el mayor apoyo para las misiones del Pacífico podía provenir de Australia, y en 1866 se convirtió en ministro y misionero de la Iglesia Presbiteriana de Victoria, utilizando como base la isla de Aniwa.
El fruto de una vida dedicada a Dios
Hacia el final de sus días, el envejecido misionero tuvo la alegría de ver a la gente de Aneityum venir a Cristo de una manera que la gente de Tanna nunca lo hizo.
John Gibson Paton murió en Canterbury, Victoria, Australia, el 28 de enero de 1907. Durante su vida, Paton fue un hombre de apariencia pintoresca y portador de un testimonio de gran poder. Su autobiografía es uno de los testimonios más vivos y apasionantes sobre el trabajo misionero. Este misionero encontró en presencia de su Señor el antídoto contra el miedo y la seguridad de que era inmortal hasta que su Señor cumpliera el plan que tenía con él.
La influencia de Paton continuó mucho más allá de su vida a través de la enorme popularidad de su autobiografía, publicada por primera vez en 1889, a través del establecimiento en Gran Bretaña en 1890 del Fondo de la Misión John G. Paton, que apoyó a los misioneros en las cinco estaciones establecidas en las Nuevas Hébridas durante gran parte del siglo XX, y a través de tres de sus hijos que sirvieron como misioneros en las Nuevas Hébridas.