El sonido del martillo que clavó las tesis sigue retumbando hasta hoy. El documento que se expuso en aquella puerta propició una serie de acontecimientos que devolvieron la fe a la centralidad de las Escrituras. Ese sencillo y valiente acto de golpear la madera y de exhortar a la Alemania del siglo XVI afectó tan profundamente al mundo, que aún hoy podemos percibir sus efectos.
Luteranos, reformados, anglicanos, anabaptistas, presbiterianos, bautistas y prácticamente todo el movimiento protestante jamás hubiera llegado a existir, o al menos no como lo conocemos hoy, si providencialmente Dios no hubiera conducido el corazón, la mente y las acciones del apasionado monje que publicó este documento.
Sin lugar a dudas, uno de los hombres más influyentes de la historia del cristianismo. Este hombre es Martín Lutero.
Para conocer más sobre este hombre, debemos viajar hacia el pasado, hasta el siglo XV.
Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en la ciudad de Eisleben, en la provincia de Sajonia. Pero vivió allí poco tiempo después de su nacimiento, ya que los Lutero se mudaron a un lugar llamado Mansfield, a unos 16 kilómetros de distancia.
Hans, el padre de Lutero, era el dueño de un negocio de refinación de cobre muy próspero, el cual los mantuvo en una buena posición social durante su estancia en aquella ciudad.
Es muy poco lo que se sabe sobre la infancia de Lutero, y los detalles que conocemos llegaron a nosotros a través de los relatos teñidos del romanticismo nostálgico propio de la vejez del reformador.
Sus estudios empezaron formalmente en 1488. En 1497, cuando tenía cerca de 14 años, Lutero fue enviado a una ciudad cercana llamada Magdeburgo, para asistir a una escuela religiosa dirigida por los Hermanos de la Vida Común, una orden monástica con un profundo énfasis en la piedad personal.
En 1501, cuando ya era un joven de 18 años, se matriculó en la Universidad de Erfurt, una de las instituciones más influyentes de Alemania. Allí empezó a tomar el pregrado habitual de artes y se graduó al año siguiente. Inmediatamente después inició sus estudios de maestría y los terminó en cuestión de tres años. Durante este período de su vida, Lutero fue expuesto de manera profunda al escolasticismo, lo que hizo que un tiempo después reconociera a Aristóteles y a Guillermo de Ockham como sus maestros de estudio.
Una vez graduado de la facultad de artes, Lutero tuvo la oportunidad de elegir entre las tres disciplinas superiores esenciales: derecho, medicina o teología. Sin embargo, Hans, el padre de Lutero lo presionó para que se convirtiera en abogado, y Lutero, obediente a él, comenzó a estudiar derecho, pero en menos de seis semanas abandonó sus estudios y se unió a la orden mendicante de los Ermitaños de San Agustín en Erfurt.
¿Cuáles fueron las razones para este cambio tan abrupto?
Según el propio Lutero, todo cambió cerca de una población llamada Stotternheim, donde experimentó una tormenta tan violenta que sintió un pánico horrendo. Fue tal el terror que vivió durante ese momento, que juró a Dios, tal vez de manera impulsiva, que si lograba salir vivo de la tempestad inmersa en truenos, se convertiría en monje.
Era usual que si una persona juraba hacer algo bajo algún tipo de coacción tuviera el derecho de arrepentirse, sin embargo, ese no fue el caso de Lutero. El hecho de que buscó cumplir su promesa inmediatamente, y que nunca le mencionó a nadie lo que había vivido, sino hasta cuando ya era un monje, indicaba que la tormenta no lo había llevado a hacer algo disparatado sino que fue un catalizador de un deseo mucho más profundo.
Aunque la decisión de Lutero de unirse a la orden de San Agustín fue peculiar para la mayoría, lo fue aún más para su padre quien se enojó con él por abandonar de manera impulsiva una carrera prestigiosa y lucrativa como el derecho para hacerse monje. Lutero le explicó a su padre que había sido “...asediado por el terror y la agonía de la muerte súbita”, pero su padre sólo dijo: “Que esto no resulte una ilusión y un engaño”.
Cuando tenía tan solo 21 años, Lutero hizo su confesión general y fue aceptado en la comunidad como novicio. De ahí en adelante empezó a vivir en una habitación fría, pequeña y sin calefacción donde solo tenía una cama, una mesa y una silla.
Un año después de haber ingresado al monasterio, Lutero fue admitido en el clero y empezó a prepararse con el propósito de llegar a ser un sacerdote ordenado. Seis meses después, en mayo de 1507, celebró su primera misa.
A pesar de sus múltiples logros y rápido avance, había algo en el corazón de Lutero que le impedía conformarse con su vida de monje rutinario y anónimo. Sin embargo, continúo con su vida sacerdotal y sació esa sensación extraña de su corazón creciendo en conocimiento. Estando en el monasterio, empezó a estudiar teología y tan solo un año después, ya había cumplido con los requisitos no solo de un pregrado en Biblia, sino también para el grado teológico siguiente llamado Sententiarius, lo que lo calificaba para enseñar los cuatro libros de oraciones de Pedro Lombardo, el libro teológico estándar de la época.
El anhelo de Lutero era seguir estudiando, pero entre 1510 y 1511, ocurrió algo que lo interrumpió de manera abrupta. ¿Qué fue lo que sucedió?
Lutero había sido asignado para ir a Roma en un viaje diplomático. Los monjes a quienes se les ordenaba esto viajaban con el fin de interceder ante el Papa para que no se aplicara un fallo que obligaba a los monasterios agustinos observantes y no observantes a fusionarse administrativamente. Sin embargo, la misión no tuvo fruto, pues el Papa ya había tomado una decisión.
A nivel personal, y según el testimonio del propio Lutero, visitar la ciudad de Roma, centro de la cristiandad occidental, le causó una impresión profundamente negativa. Se dio cuenta de que en este lugar, que ansiaba visitar y el cual lo llenaba de expectativa, reinaba la falta de espiritualidad y la decadencia moral.
La indignación
Poco tiempo después de regresar a Wittenberg, Lutero recibió su doctorado y por ello tuvo la oportunidad de asumir una cátedra. Aunque aún no está claro qué cátedras específicas dictó, se sabe que impartió varios cursos sobre libros bíblicos, dos cursos sobre el libro de los Salmos y uno sobre Romanos, Gálatas y Hebreos.
Existen testimonios de algunas personas que fueron sus estudiantes durante este período, y que lo describieron como “un maestro directo, afable y claro”. Sin embargo, ninguno de ellos dejó ver algún indicio de que la vida y la teología de Lutero estuvieran cambiando. Años después, Lutero habló sobre este momento de su vida como uno decisivo en el que su cosmovisión y enfoque estaban empezando a ser transformados.
Hasta ese momento, Lutero no era conocido más allá de los ambientes académicos en los que se había movido, pero con el pasar de los años y sobre todo al final del año 1517, su apellido comenzó a hacerse popular en Alemania.
¿Por qué? Su indignación ante las acciones de un fraile domínico llamado Johann Tetzel, que vendía indulgencias para el perdón de pecados en Alemania, lo llevó a ser muy conocido.
Lutero, irritado ante la venta de estos documentos que ofrecían un supuesto perdón de pecados, redactó una serie de propuestas para suscitar un debate académico en la Universidad de Wittenberg. La propuesta constaba de 95 tesis que serían enviadas a Alberto de Brandeburgo, el superior del fraile Tetzel, junto con una carta en la que le pedía que se aclarara directamente con Roma si la práctica de vender indulgencias estaba conforme a las enseñanzas de la iglesia.
Mientras la comunidad académica alemana esperaba que la iglesia se pronunciara oficialmente, las noventa y cinco tesis no dejaban de circular. Pero contrario a lo que muchos pensaban, y piensan hoy, las tesis eran respetuosas y en ellas era evidente el tono de subordinación a la iglesia y al Papa. Además, su propósito investigativo era claro. Más que tesis doctrinales, estos postulados buscaban indagar. Tenían enfoques reformados que eran evidentes en las afirmaciones frecuentes de Lutero como: “A los cristianos se les debe enseñar que...”, junto con algunas preguntas muy provocadoras. Por ejemplo, la tesis 86 decía:
¿Por qué el Papa, cuya riqueza hoy es mayor que la riqueza del más rico Craso, no construye la basílica de San Pedro con su propio dinero en lugar del dinero de los creyentes pobres?
No se sabe con claridad cuál era la cosmovisión y teología de Lutero en este punto de su vida. Muchos se preguntan: ¿Cuál era su verdadero pensamiento doctrinal en ese momento? ¿Sus dudas sobre la iglesia romana ya estaban planteadas y las tesis fueron su primera manifestación, o las tesis fueron el inicio de su proceso de conversión y de ruptura con Roma? La posición más aceptada es que Lutero comprendió el evangelio luego de todo esto y que su entendimiento evangélico llegó a su cúspide en 1518. Es decir, es probable que su conversión a Cristo haya iniciado con la controversia de las 95 tesis.
El año 1518 fue el año dorado para Lutero. A finales de ese período, está claro que el ya conocido monje alemán había llegado a una comprensión plena del evangelio. Para entender lo que ocurrió en la mente y el corazón de Lutero, es clave comprender cómo es que la iglesia del siglo XVI veía los medios de salvación. Los líderes eclesiásticos creían que la salvación se podía alcanzar de diversas maneras, pero todas tenían un elemento en común: se lograba por medio de las obras o los esfuerzos personales. Sin embargo, Lutero rompió dramática y drásticamente con esta tradición al hacer la declaración escandalosa de que los creyentes no podían contribuir en nada a su salvación, y que ella era obtenida solamente a través de la gracia divina.
No obstante, la afirmación de Lutero, de que los creyentes no podían contribuir en nada a su salvación, no fue sencilla, vino después de un intenso conflicto interno que concluyó con un hecho que cambiaría la historia de la iglesia para siempre; una lectura de Romanos 1:17. Este texto iluminó la vida de Lutero y lo llevó a la conversión. Más tarde, refiriéndose a ese momento de su vida, dijo: “...fue como si las mismas puertas del cielo se hubieran abierto ante mí”. Esta experiencia de conversión afectó profundamente el resto de la vida de Lutero. Tal fue el impacto de la Palabra de Dios en él, que se mantuvo firme durante la controversia de las indulgencias y no quiso retractarse de sus puntos de vista jamás.
Para el segundo semestre de 1518, las ideas de Lutero ya se habían extendido por toda Europa y llegaron a llamar la atención de las autoridades civiles y religiosas. Para dar cuenta de sus ideas delante de los líderes eclesiales de aquel tiempo, Lutero debía ir a Roma, sin embargo, Federico III de Sajonia, un gobernante regional que lo protegía, intercedió por él y logró que fuera convocado a Augsburgo, una ciudad alemana no muy lejos de su casa donde se estaba realizando una dieta imperial, es decir, un concilio de príncipes, laicos y eclesiásticos de los estados imperiales. A Federico III le interesaba que la polémica se resolviera de una manera que fuera justa para todos, pero a Roma y al emperador Carlos V, les interesaba ganar el favor de Federico porque él tendría el poder para votar a favor o en contra del nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En este caso, la política, providencialmente, jugó a favor del avance de las ideas de la Reforma.
A pesar de que Lutero había sido beneficiado por la política de aquel entonces, no sabía lo que le esperaba en Augsburgo. Su antagonista en la dieta imperial era un Cardenal considerado uno de los hombres más inteligentes de todo el clero romano, su nombre era Tomás Cayetano y había sido asignado previamente para debatir con Lutero, por lo que hábilmente se tomó el tiempo para prepararse muy bien para interrogar al joven monje.
Cayetano eligió atacar a Lutero presentando una defensa de las acciones de las autoridades romanas, con el argumento de que la iglesia estaba facultada para distribuir en forma de indulgencias, lo que él llamaba, el tesoro infinito de los méritos que Cristo había comprado en la cruz. A lo que Lutero respondió argumentando su idea principal de que la fe era indispensable para la justificación. Después de tres días de discusión, Cayetano develó la intención de Roma: querían que Lutero se retractara de todos sus postulados. Así que una vez Lutero comprendió que la controversia era estéril, decidió huir a Wittenberg, ya que Cayetano tenía la facultad de detener y llevar a Lutero a Roma para un interrogatorio más detallado.
Un mes después, el Papa León X emitió una bula o documento oficial que defendía la doctrina de las indulgencias y le daba la facultad a la iglesia de absolver a los fieles de sus pecados. Como consecuencia, se declaró que los puntos de vista de Lutero estaban en contradicción con lo que la iglesia enseñaba.
Mientras todos los ojos estaban puestos sobre Lutero para saber qué sucedería, él decidió alejarse de la escena pública y dejar que otros tomaran su lugar. Esto generó un fenómeno muy provechoso, pues a pesar de que Lutero ya no estaba, muchos otros empezaron a alzar su voz compartiendo sus ideas e inquietudes sobre la iglesia y su autoridad.
Finalmente, una fuerte disputa entre Andreas Bodenstein von Karlstadt, un colega de Lutero de Wittenberg y Johann Eck, un hábil defensor de la autoridad de la Iglesia romana, hizo que Lutero volviera a la escena pública. En junio de 1519 Karlstadt, Eck y Lutero se reunieron en Leipzig para llevar a cabo un debate público.
Lamentablemente, el ambiente en Leipzig no fue muy amigable para Lutero. La zona era un fuerte enclave católico donde se percibía hostilidad hacia los reformadores. Aunque el debate entre Eck y Carlstadt fue apático y hostil, el debate entre Eck y Lutero fue más animado. El argumento de Eck giró en torno a comparar a Lutero con Jan Hus, un clérigo que había criticado fuertemente a la iglesia y que había sido considerado un hereje durante casi un siglo. Esta acusación no entusiasmaba mucho a Lutero, así que éste negó permanentemente la acusación. Con todo, Eck persistió en las acusaciones, lo que llevó a Lutero a afirmar que en los concilios generales, como el Concilio de Constanza en el que se condenó a Hus, podían cometerse errores, especialmente cuando se promulgaban opiniones relativas a la fe. Esta afirmación le permitió a Eck jactarse de haber revelado el verdadero pensamiento de Lutero.
Pero el asunto, al interior de la iglesia romana, no se detuvo allí, fue un proceso lento, conflictivo y complejo para la iglesia oficial. Aún así, en el otoño de 1519, después de una demora por causa de la elección del nuevo emperador, el tema de Lutero revivió. Para enero de 1520, en un consistorio, un consejo de Cardenales y el Papa, se abordó el tema de Lutero y un mes después se concluyó que las enseñanzas del monje alemán eran heréticas.
A pesar de que dentro de la curia romana no hubo una opinión unánime sobre si los postulados de Lutero eran una herejía o no, en junio de 1520 el Papa León X emitió una bula de excomunión contra Lutero en la que se contemplaba un plazo de 60 días para que se retractara de sus tesis ante la iglesia romana.
Cuando Lutero recibió la noticia de la bula, creyó que era un rumor malintencionado de Eck. Pero al saber que era real, respondió de forma beligerante a través de un tratado titulado Contra la bula execrable del Anticristo. El plazo de 60 días se fue agotando poco a poco sin ninguna respuesta de Lutero, y en el invierno del 10 de diciembre de 1520 el monje alemán canceló sus clases y caminó hacia una hoguera hecha por sus estudiantes en frente de las puertas de la ciudad y arrojó sobre las llamas una copia de la bula papal que se había proferido contra él.
La iglesia romana, por supuesto, no permaneció quieta. El 3 de enero de 1521, publicaron otra bula papal de excomunión en la que formalmente denominaron a Lutero como hereje. Esto significaba que ahora Lutero podía ser detenido por las autoridades seculares y condenado a muerte en la hoguera o en las llamas de una estaca. Sin embargo, nada de esto le sucedió. ¿Por qué?
Nuevamente, de manera providencial, el tema político se movió a favor de Lutero. Carlos V había acordado que ningún alemán sería condenado sin una audiencia justa. La situación de Lutero se convirtió entonces en ocasión de opiniones y polémicas, pues muchos consideraban que no se le había ofrecido un juicio imparcial y que había sido malinterpretado. Además, las personas pensaban que el movimiento de Reforma necesitaba un espacio más amplio en el que se pudiera presentar sus postulados y posiciones. Debido a esto, comenzó a circular una propuesta de una audiencia formal para Lutero en la Dieta de Worms que se reuniría ese mismo año.
De cualquier forma, darle espacio a un “hereje” era inconcebible para muchos. Los principales opositores de esta idea eran Girolamo Aleandro y el propio emperador Carlos V, pero la opinión general era que Lutero merecía un juicio equilibrado. Debido a esta polémica, a la iglesia no le quedó otra opción que aceptar a Lutero en la audiencia de Worms.
Después de una fuerte agitación alrededor del caso, el Emperador le envió una invitación formal a Lutero en marzo de 1521 para que se presentara en Worms. El círculo de opciones se empezó a cerrar y la situación para ambos bandos solo podía inclinarse hacia uno de los dos lados, o Lutero se retractaba y el asunto quedaba ahí, o se mantenía en sus puntos y soportaba todos los cargos en su contra.
Llegado el día y estando allí en la dieta de Worms, a Lutero solo le hicieron dos preguntas: Que si podía reconocer los libros que se le mostraban como suyos, y que si estaba en la disposición de repudiarlos, es decir, de retractarse de lo que allí había escrito. Rápidamente reconoció como suyos los libros pero pidió un tiempo para responder a la segunda pregunta. En la sesión del día siguiente, Lutero reconoció que había escrito los libros, y que aunque reconocía que no había usado un lenguaje adecuado en ellos, no podía retractarse de lo que había escrito. La única ventana que dejó fue que se le convenciera por medio de las Escrituras, o de la razón, que estaba equivocado en cuanto a sus escritos, ya que su conciencia, según el propio Lutero “...estaba cautiva a la Palabra de Dios”.
Las discusiones continuaron en medio de un intenso debate para tratar de persuadir a Lutero de que se retractara. Pero cuando la situación se estancó y ni Lutero ni las autoridades romanas creían que el asunto avanzaría, El reformador desapareció. Nueve días después de su llegada a Worms, se dejó de conocer su paradero.
La situación entonces era clara, Lutero, al estar ausente, sería juzgado como un hereje. Pero el Emperador no tenía muchas posibilidades, ya que necesitaba el apoyo de los estados alemanes que temían que la situación resultara en una rebelión popular. Fue solo un mes después que Carlos V aseguró un apoyo mínimo que le permitió emitir un edicto contra Lutero.
El forzado edicto, con el que varios estados alemanes no estaban de acuerdo, fue promulgado y en él se declaró a Lutero y a sus seguidores como fugitivos. Además, se ordenó la quema de todos los escritos del reformador.
Pero, ¿dónde estaba Lutero? ¿Había sido capturado? ¿Sus enemigos lo habían asesinado?
Las controversias
El pintor Alberto Durero escribió en su diario el 17 de mayo: “¿Vive todavía? ¿Le habrán asesinado? Si le han matado, ha sucumbido a la muerte por la verdad cristiana… Oh Dios, vuelve a darnos un hombre semejante a este, que inspirado por tu Espíritu reúna los restos de la santa iglesia”.
La incertidumbre reinó durante algunos meses. Sin embargo, lo que había sucedido era que durante su regreso a Wittenberg, Lutero fue secuestrado por los soldados de Federico III y permaneció en el castillo de Wartburg, cerca de la ciudad de Eisenach, por casi un año. Durante ese tiempo, las personas llegaron a creer que Lutero había muerto, pero contrario a lo que muchos pensaban, estaba más vivo que nunca. En el tiempo de su encierro trabajó en uno de sus logros más notables: la traducción del Nuevo Testamento al idioma alemán.
Mientras Lutero permanecía oculto, trabajando en su traducción, las autoridades católicas seguían tratando de aplicar el Edicto de Worms, pero sus acciones resultaron infructuosas. Durante los dos años siguientes, el movimiento de reforma se fortaleció y escaló a un punto difícil de reprimir.
Luego de estar encerrado durante meses, en marzo de 1522, Lutero regresó a Wittenberg donde el ambiente ya era bastante convulso. La situación social le preocupó porque él quería que los avances de la Reforma fueran conservadores y creía en la noción de “apresurarse lentamente”. Para él, todo iba demasiado rápido.
El papel de Lutero como la cabeza principal del movimiento de Reforma en Europa comenzó a declinar a partir de 1522, cuando la lucha se volvió más legal y política que teológica. Así que a partir de 1523 otros teólogos, incluidos Thomas Müntzer, Ulrico Zuinglio y Martín Bucero empezaron a surgir como figuras de una reforma cada vez más sólida.
Debido a esto, eventos complejos comenzaron a cernirse sobre la sociedad alemana. En el verano de 1524, un importante número de campesinos protagonizaron un levantamiento popular parcialmente inspirado por la reforma, y casi un año después, las demandas de los campesinos se habían propagado por toda Alemania. Estos campesinos, apoyados por Thomas Müntzer, publicaron sus demandas en un documento titulado “Los Doce Artículos de los Campesinos” que contenían demandas económicas y políticas, pero que también estaban muy impregnadas de la cosmovisión bíblica de la Reforma.
La pregunta ahora era, ¿qué posición asumiría Lutero?
Su respuesta fue algo contradictoria. A través de un documento pareció ponerse del lado de los campesinos, pero luego, en una segunda carta, los atacó vehementemente.
Y es que Lutero nunca evadió la polémica ni guardó sus opiniones, de hecho participó en muchas controversias, quizá la más importante fue la que sostuvo con el humanista holandés Erasmo de Rotterdam. El punto que dividió a estas dos importantes figuras de su tiempo fue el tema de la salvación. Erasmo afirmaba que en el proceso de salvación, el ser humano tenía la capacidad de contribuir a través de un esfuerzo ético. Pero Lutero no podía aprobar este punto de vista, ya que consideraba que minimizaba la encarnación, la cruz y la resurrección a simples conceptos morales superficiales.
Después de 1525, Lutero se concentró en otra disputa alrededor de la Cena del Señor en la que el asunto central era la interpretación del pasaje en que Jesús dice: “Este es mi cuerpo... Esta es mi sangre”. Para el reformador suizo Ulrico Zwinglio, estas palabras deberían interpretarse de forma simbólica. En cambio, Lutero abogaba por una interpretación literal de este pasaje. El asunto se trató de conciliar en la famosa “Disputa de Marburgo” en octubre de 1529. Sin embargo, la reunión terminó sin ningún avance ni conciliación y los dos movimientos de reforma, en Suiza y en Alemania, se mantuvieron divididos.
Esta división fue, en su momento, un hecho desafortunado, pues no le permitió al movimiento de reforma buscar la unidad que formaría un frente sólido para defenderse de la amenaza católico-romana.
Mientras tanto, la vida privada de Lutero también generaba polémica. En junio de 1525 se casó con una exmonja llamada Katharina von Bora, quien había huido de su convento.
¿Por qué Lutero tomó la decisión de casarse? ¿Desprestigiaría esto al movimiento de reforma?
Las razones por las que Lutero decidió casarse con Katharina pudieron ser diversas, aunque es probable que el sentido de responsabilidad con esta mujer que había huido, en gran parte, debido a la influencia de la reforma, ponía una carga sobre él. Algunas otras de sus razones pudieron ser la difícil situación de la ex-monja que no había encontrado con quién casarse; la visión bíblica que Lutero tenía del matrimonio; su repulsión hacia el celibato clerical; y por último, tal vez una visión apocalíptica de lo que estaba sucediendo en el mundo que le hacía pensar que quería pasar sus últimos días aplicando el modelo de Dios para la humanidad.
Pero pronto los comentarios sobre el matrimonio de Lutero empezaron a venir de todas partes, algunos de ellos hablaban de su nueva condición de casado en un tono sarcástico. Otros incluso llegaron a considerar la decisión de Lutero como equivocada, ya que presuntamente afectaba la imagen del movimiento de reforma. Sin embargo, existen varias fuentes que demuestran que el matrimonio de los Lutero fue ejemplar en muchos sentidos. Katharina fue una esposa piadosa que administraba sabiamente su hogar y que incluso era una hábil conversadora sobre asuntos de teología y doctrina. A la postre, la pareja tuvo seis hijos, de los cuales dos murieron.
A pesar del paso del tiempo, el tema político alrededor de Lutero siguió sin cierre ni conclusión, y hacia 1530, el asunto ya tenía fuertes tintes políticos ya que muchos gobernantes, y territorios enteros se volvieron abanderados de la reforma. Así que, con el fin de resolver asuntos pendientes, Carlos V convocó a una dieta en la ciudad de Augsburgo, a la que Lutero no pudo asistir porque aún era un hereje proscrito. En representación suya fue su buen amigo Philipp Melanchthon, quien presentó ante la Dieta de Augsburgo la confesión que rápidamente se convirtió en la base documental de la teología luterana.
No obstante, hacía ya bastante tiempo que Lutero no era una figura muy pública. Por lo menos desde 1525, Lutero se dedicó mucho más a su labor de teólogo, consejero y organizador del movimiento de reforma, principalmente en Alemania. De hecho, sus últimos 20 años de vida son generalmente omitidos o tratados con superficialidad en la mayor parte de sus biografías, sin embargo, fueron años muy importantes. ¿Qué hizo Lutero durante este tiempo?
Una de las razones más comunes para obviar estos años de la vida de Lutero es que el reformador se vio involucrado en al menos tres controversias que lo mostraban cada vez más irascible e inseguro. Sus opiniones acerca del Papa a quien llamó el anticristo; su profunda aversión al movimiento anabaptista; y el fuerte sentimiento antisemita de estos tiempos nublaron su legado y arrojaron sobre él descalificaciones de tener una personalidad errática e intolerante. Hechos que han sido usados a través de la historia como argumentos en contra de su legado.
Pero, ¿tienen estas actitudes alguna justificación?
Cabe mencionar que en sus últimos años, Lutero empezó a sufrir muchos dolores crónicos, una fuerte expectativa sobre un fin inminente de los tiempos, y tal vez una cierta frustración por el avance del movimiento de reforma, lo que en parte podría justificar sus actitudes. Desde 1530, Lutero también tuvo que lidiar con varios problemas de salud que siempre adjudicó a sus años en el monasterio: cálculos renales y una enfermedad del corazón. A pesar de esto, siguió adelante con su trabajo académico y de predicación en su iglesia local y en lo que había sido el monasterio agustino.
Durante este tiempo, y cada vez con más frecuencia, sus escritos empezaron a tener alusiones a la muerte. En 1543 le escribió a un amigo:
Deseo que se me dé una buena hora en la que pueda avanzar hacia Dios. He tenido suficiente. Estoy cansado. Me he convertido en nada. Oren fervientemente por mí, para que el Señor se lleve mi alma en paz.
En febrero de 1546, Lutero viajó hasta Eisleben, la misma ciudad en la que había nacido, para mediar en una disputa entre dos nobles, los condes Albrecht y Gebhard de Mansfeld. Esta vez, Lutero logró solventar con éxito la disputa y se lo hizo saber a su esposa en una carta. Sin embargo, un día después, el 18 de febrero de 1546, la muerte llegó a Lutero en la misma ciudad en la que nació.
Martín Lutero es una de las figuras más importantes de la historia, al menos del último milenio, y podríamos llegar a citar muchas formas en las que Dios usó a este reformador.
Su énfasis en el desarrollo de la lengua vernácula, su insistencia para que las Escrituras fueran traducidas a la lengua que el pueblo hablaba, y su anhelo porque las personas cantaran himnos a Dios en su idioma y ritmos populares de cada zona, fueron de gran importancia.
Lutero fue principalmente un teólogo con una prolífica obra escrita que, en su edición académica, la componen más de 100 volúmenes. Sin embargo, a pesar de haber producido tantos escritos, Lutero nunca sistematizó su teología ya que la mayoría de sus escritos teológicos fueron reacciones a controversias que sostuvo con la iglesia romana, con otros pensadores e incluso con otros reformadores. Debido a esto, ha sido complejo llegar a un consenso o acuerdos claros sobre la verdadera teología de Lutero.
Lo que sí está claro, es que el legado más grande que Lutero dejó a los cristianos fue su énfasis en la centralidad de la gracia divina y su insistencia en la Biblia como la Palabra de Dios y como la única fuente de autoridad para los creyentes. Su comprensión de la naturaleza de la iglesia como una comunidad de fieles regidos por el sacerdocio de todos los creyentes, y no como una organización dividida entre clérigos y laicos, también fue esencial.
Lutero fue un hombre con muchas contradicciones y luchas, y estuvo lejos de ser un creyente ideal. En sus escritos hablaba mucho de sus tentaciones y acerca de su propia inseguridad de ser un buen creyente. Sin embargo, al descubrir la verdad de las Escrituras se convirtió en un hombre que confiaba en el amor y la bondad de Dios hacia él, y hacia todos los creyentes.
Hoy, casi 500 años después de su muerte, el legado de Lutero se siente cada vez con mayor intensidad. Dios empleó a este hombre lleno de desaciertos para provocar un movimiento bíblico de amor por la Palabra de Dios que se sigue predicando a personas de toda tribu, lengua y nación en los cinco continentes.
¿Y dónde empezó este influyente, poderoso e imparable movimiento? En la puerta de una iglesia, en una pequeña ciudad en el centro de Europa, y de ahí se ha extendido por todo el mundo, por la gracia del Señor.
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