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Los bautistas no siempre han sido populares. Militan en esa postura de la fe cristiana no precisamente por practicidad, tampoco porque esta haya sido patrocinada por algún estado. Más bien, pertenecen a una corriente que ha optado por definir sus convicciones según las Escrituras para poder actuar con una conciencia limpia delante de Dios. Este movimiento ha tenido un impacto en la historia del cristianismo y, según estudios recientes, se estima que más de 170 millones de cristianos en los cinco continentes pertenecen a él. Por eso, resulta necesario conocer su origen y sus principios básicos.
Sus convicciones y divergencias con otras denominaciones
Las iglesias bautistas tienen una forma de gobierno autónoma que les permite establecer su propia ruta doctrinal. Sin embargo, la mayoría se adhiere a declaraciones históricas, como la Confesión de fe bautista de Londres (1689), la Confesión estándar (1660), la Confesión bautista de Filadelfia (1742), la Confesión de fe bautista de New Hampshire (1833), y el manifiesto de Fe y mensaje bautistas (2000). A pesar de esto, pueden trabajar de forma cooperativa entre sí, y a menudo lo hacen. Por el contrario, en otras denominaciones, las iglesias locales deben rendir cuentas a una autoridad, como un presbiterio u obispado.
Históricamente se ha considerado que existen dos grandes grupos entre los bautistas debido a su autonomía: los generales, con un marcado énfasis en la teología arminiana, y los particulares, quienes defienden la teología reformada o calvinista. No obstante, sería imposible creer que todos los adeptos a esta corriente encajan en uno u otro. Por ejemplo, cuando se dio el movimiento de santidad, algunos aceptaron la enseñanza de la segunda obra de gracia. Otros incorporaron prácticas de manifestación de dones espirituales cuando se originó el pentecostalismo y durante la renovación carismática.
Otra característica de los bautistas es su sistema de gobierno, conocido como congregacionalismo. Este busca poner la autoridad de forma exclusiva en los miembros de las iglesias, no en una organización externa o individuo. Además, cualquier relación intereclesial debe basarse en la cooperación voluntaria y no en la coerción. Este formato también implica libertad del control gubernamental y enfatiza la autonomía de cada asamblea local de creyentes, contrario a lo que sucede en otras corrientes cristianas, en las que un individuo o un grupo de personas tienen autoridad sobre una o varias asambleas locales. Sin embargo, algunas congregaciones no están de acuerdo con esta idea y se someten al liderazgo de un cuerpo de ancianos e incluso otras siguen un sistema de gobierno episcopal.
Un principio emblemático de este movimiento es el que precisamente le dio su nombre: el bautismo. Desde su perspectiva, se trata de un símbolo de fe en Jesucristo, por medio del cual una persona es agregada a la comunidad del nuevo pacto. Es decir, se cree que es la forma en que la iglesia local confirma la fe de un creyente y que, por lo tanto, debe reservarse para quienes han seguido a Jesús de forma consciente, comprenden el significado de este acto y no solo expresan, sino que viven su fe de forma evidente. Además, creen que la inmersión, según el ejemplo de Jesús en el río Jordán, es el único modo apropiado y bíblico de hacerlo. Por ende, no están de acuerdo con que se les haga a los niños esta ceremonia.
¿Cuál es el origen del movimiento bautista?
Debido a la variedad de posturas con respecto a su identidad, la historia de esta denominación no es fácil de abordar. Por eso, es necesario traer a colación las tres perspectivas que existen con respecto a su origen. Una de ellas ha resultado muy desacreditada, la otra es más hipotética y la última está bien documentada.
Primera perspectiva histórica: el sucesionismo o la perpetuidad bautista
Se propone que este movimiento existe desde Juan el Bautista y ha tenido un linaje ininterrumpido de iglesias hasta hoy. James Milton Carroll, un pastor, escritor e historiador estadounidense fue el principal expositor de esta propuesta y la dejó plasmada en el libro The Trail of Blood (1931), que en español es El rastro de la sangre. Allí publicó un gráfico titulado La historia de las iglesias bautistas desde el tiempo de su fundador, el Señor Jesucristo hasta el siglo XX, el cual ha sido bastante controvertido, pero es clave para entender su postulado.
Con él, Carroll quería argumentar que los bautistas han existido desde los tiempos de Cristo hasta nuestros días y que su subsistencia se puede demostrar en una cronología ininterrumpida. Este muestra una línea de tiempo desde el año 100 hasta el 2000. Los dos bloques del centro representan las dos grandes divisiones que existieron, según Carroll, entre la línea principal del cristianismo, y la línea marginal, que representa al movimiento en cuestión.
En el esquema se ven unas líneas horizontales en la parte inferior que enlistan los sobrenombres dados a los bautistas durante el paso de los años: novacianos, montanistas, paulicianos y valdenses. Los primeros puntos rojos muestran a las primeras iglesias fundadas por los apóstoles en el primer y segundo siglo. En consecuencia, como lo quiere demostrar Carroll en el gráfico, esta denominación no sería protestante porque no salió del catolicismo, es decir, no se puede incluir dentro del movimiento de la Reforma.
Según este autor, a partir del siglo IV, los bautistas empezaron a existir en la periferia del cristianismo, mientras la iglesia de la línea principal desarrollaba doctrinas que fueron conformando el catolicismo. Ya para mediados del siglo VI, se observa una zona más oscura que representa la amarga persecución que sufrieron los que no se conformaron con la religión dominante.
Es pertinente aclarar que la hipótesis anteriormente explicada no fue exclusiva de Carroll, otros autores también la documentaron y la defendieron. El sucesionismo fue ampliamente aceptado dentro de la comunidad a lo largo de todo el siglo XIX y XX. De hecho, fue tan popular, que en 1898, William Whitsitt fue forzado a renunciar como presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur por rechazar la teoría. Sin embargo, progresivamente la hipótesis de la perpetuidad bautista fue perdiendo adeptos y hoy se encuentra bastante desacreditada, pues tiene algunos problemas importantes.
El primer problema es su poco apego a la historiografía, por lo que muchos la consideran más una hipótesis teológica que histórica. También pasa por alto que algunos de los grupos que, según él, sostenían la continuidad histórica del movimiento defendieron puntos de vista poco ortodoxos. Pero quizá el problema más grande es su fundamento eclesiológico, que hoy se conoce como landmarkismo, el cual invalidaba cualquier otra forma o práctica litúrgica no bautista; una especie de exclusivismo que dejaba por fuera a cualquier otra denominación protestante.
Antes de pasar a la siguiente perspectiva, es pertinente tener en cuenta el consenso al que se ha llegado en cuanto al tiempo y lugar de origen de la denominación bautista moderna. Los historiadores han acordado que el nacimiento de este movimiento se dio entre Suiza, Holanda e Inglaterra y que, muy probablemente, data entre 1525 y 1644. A continuación, expondremos los matices que han surgido en medio de estas afirmaciones.
Segunda perspectiva histórica: los anabaptistas
En esta hipótesis se plantea que el movimiento en cuestión surgió a principios del siglo XVII y que tuvo origen en los anabaptistas europeos del siglo XVI. Incluso, hay una fecha concreta: el 21 de enero de 1525, cuando Conrad Grebel bautizó a George Blaurock, quien a su vez hizo ese mismo acto con otros e inició el también llamado anabautismo. No son muchos los historiadores que defienden este punto de vista, no obstante, la relación entre las dos corrientes, aunque no sea directa, es evidente.
Uno de los argumentos más interesantes para fundamentar esta hipótesis son las similitudes que existen entre los bautistas generales del siglo XVII y los menonitas holandeses de Waterlander, las cuales incluyen el bautismo solamente para los adultos convertidos, la libertad de culto y la separación radical de la iglesia y el estado. Además, la propuesta toma fuerza si se tiene en cuenta que John Smyth, quien podría ser el fundador del movimiento, viajó como refugiado a Holanda y allí, en medio de un ambiente anabaptista, se bautizó y fundó la primera iglesia de la denominación.
Sin embargo, los contras de esta perspectiva se observan en la separación histórica que se fue dando entre ambos movimientos. Por ejemplo, en 1624, las cinco iglesias bautistas existentes en Londres emitieron una condena contra los anabaptistas. Además, el grupo original asociado a Smyth rompió con los anabaptistas menonitas tras un breve periodo de asociación con ellos en los Países Bajos.
Tercera perspectiva histórica: los separatistas en Inglaterra
Esta propuesta podría unir o esclarecer las anteriores. Sostiene que el origen de los bautistas se encuentra en los movimientos separatistas ingleses del siglo XVII, cuyo contexto religioso y político mencionaremos a continuación.
Quizá el grupo más popular que defendió la necesidad de una reforma profunda de la Iglesia de Inglaterra desde adentro fue el de los puritanos. Sin embargo, debido a los pocos cambios que se daban al interior del anglicanismo y a lo insatisfactorios que eran, muchos estuvieron dispuestos a abandonar a la iglesia oficial si encontraban una doctrina más apegada a las Escrituras. Otros decidieron fundar nuevos movimientos y a ellos se les conoció como separatistas. Algunos percibieron que sus ideas no podían ser toleradas en medio de la hegemonía anglicana y decidieron emigrar a países más afines a sus doctrinas.
Dos de estos hombres fueron John Smyth, un graduado de Cambridge, y Thomas Helwys, un hombre pudiente, quienes emprendieron un viaje en 1607 hacia los Países Bajos, en busca de un mejor espacio para vivir y compartir su fe. En Amsterdam, se unieron a una iglesia congregacionalista de habla inglesa, pero pronto se separaron de la congregación. Entonces Smyth, movido por su lectura del Nuevo Testamento, y tal vez por su contacto con los menonitas, se convenció de que el bautismo de los creyentes era un mandato bíblico. Al respecto escribió:
Las criaturas no deben ser bautizadas porque no hay precepto ni ejemplo en el Nuevo Testamento (...) Cristo mandó que hiciéramos discípulos para enseñarles y luego bautizarlos.
Entonces Smyth procedió a bautizarse, primero a sí mismo, luego a Helwys y finalmente a otras 39 personas, por afusión, definida por la RAE como la “acción de verter agua, fría por lo común, desde cierta altura sobre todo el cuerpo”. La inmersión sería incorporada posteriormente. Por esta razón, muchos historiadores consideran que Smyth solo siguió la tradición anabaptista y que, por lo tanto, no puede ser considerado el único fundador del movimiento.
Poco después, Smyth tuvo conocimiento de la existencia de una comunidad menonita en Ámsterdam y empezó a cuestionar su acto de bautizarse a sí mismo. Llegó a la conclusión de que esto sólo podía justificarse si no existía una verdadera iglesia de la que pudiera obtenerse un bautismo válido. Tras algunas investigaciones, Smyth recomendó la unión con los menonitas, pero Thomas Helwys y otros miembros del grupo se opusieron y no lo siguieron.
Smyth murió prematuramente de tuberculosis en 1612 mientras esperaba ser admitido a la iglesia menonita. Algunos de sus seguidores iniciales terminaron uniéndose a los anabaptistas. A pesar de su separación, Smyth sigue siendo importante para los orígenes del movimiento, mientras Thomas Helwys se convirtió en el líder y llevó a sus miembros de vuelta a Inglaterra, en 1611. Un año después fundó la primera iglesia bautista general en Spitalfields, al este de Londres. Este grupo original, era, quizá por la influencia menonita holandesa, arminiano.
Ya en Inglaterra, Helwys escribió uno de los panfletos más famosos de la historia bautista titulado Una declaración breve del misterio de la iniquidad, que hoy es considerado como el primer tratado a favor de la libertad de conciencia escrito en inglés. Helwys dirigió su escrito al rey Jacobo I, pero esto lo metió en problemas: fue encarcelado y murió en prisión. Sin embargo, su muerte no frenó el crecimiento del grupo y para 1626 había cinco congregaciones del grupo de los generales en Inglaterra. Ya para 1644 existían cuarenta y siete.
Las corrientes bautistas: generales y particulares
Se les llama particulares a quienes mantenían una visión reformada de su teología, pues surgieron en el seno del puritanismo, es decir, en la Inglaterra de 1630. Lo paradójico es que tanto ellos, como los generales nacieron de forma paralela, no por divisiones ni desacuerdos, aunque sí tienen divergencias debido a sus orígenes. Por ejemplo, los particulares fueron los primeros en realizar bautismos por inmersión, en lugar de afusión. Sin embargo, en 1644 publicaron su primera declaración doctrinal, la Confesión de Fe Bautista de Londres, que por su tono reformado moderado, les permitió a los generales identificarse con ella.
Debido a esa publicación, muchos historiadores consideran que el verdadero nacimiento de la Iglesia bautista fue en ese año. La tolerancia por parte de las autoridades inglesas llegó en 1647, lo que les permitió a todos ser una denominación admitida por el estado inglés. En 1660, los bautistas generales publicaron su propia declaración llamada Confesión estándar, que hasta el momento no ha sido actualizada o renovada. En su libro Historia de los bautistas, el doctor Justo Anderson presentó el siguiente gráfico para ilustrar lo que significó el nacimiento y el posterior desarrollo del movimiento:
En su periodo inicial, las dos corrientes se distinguían por una diferencia en el espíritu eclesiástico relacionada con sus respectivos puntos de origen. Recordemos que los bautistas generales surgieron de los separatistas ingleses, mientras que los particulares tenían sus raíces en el independentismo no separatista. No obstante, ambos grupos tuvieron mucho en común. Por ejemplo, creían que la naturaleza y el gobierno de la iglesia debía ordenarse según el modelo del Nuevo Testamento, por eso las congregaciones debían ser organismos autónomos, compuestos únicamente por creyentes.
Desarrollo y crecimiento del movimiento
El periodo de 1640 a 1660 fue de crecimiento significativo para los bautistas, pues los predicadores del ejército de Oliver Cromwell, líder político y militar, de inclinación puritana, ganaron muchos seguidores. Por su parte, el grupo de los generales sufrió deserciones hacia los cuáqueros y el unitarismo. Sin embargo, tras la Restauración de los Estuardo en 1660 ambos grupos sufrieron una grave discriminación hasta el Acta de Tolerancia de 1689.
Un hito importante en la historia de los bautistas particulares fue la elaboración de la Confesión bautista de Londres de 1689. La declaración se basó, en gran medida, en la Confesión de Fe de Westminster de 1646 y en la Confesión de Saboya de 1658, pero con modificaciones y enmiendas que les permitieron reflejar sus puntos de vista sobre el bautismo y el gobierno de la iglesia.
Con la emigración hacia las colonias americanas, algunos bautistas llevaron su fe al Nuevo Mundo y pronto establecieron su primera iglesia en los Estados Unidos. La congregación fue fundada en 1638 por Roger Williams, una de las figuras más importantes de la historia de este movimiento, e incluso un hombre muy influyente en el futuro desarrollo de la democracia estadounidense y en el principio de la libertad religiosa.
Después de Williams, los generales desarrollaron actividades por todas las colonias, pero tuvieron mayor influencia en la parte norte de la nación. Sin embargo, el único grupo grande se estableció en Rhode Island y, en 1670, las iglesias de allí formaron una asociación en el mismo año. Los particulares también crecieron y se expandieron rápidamente, en especial por el sur, y dieron inicio a las primeras asociaciones de iglesias de ese movimiento en Norteamérica. En 1895, quedaron divididos de forma más clara en dos denominaciones: la Convención Bautista Nacional y la Convención Bautista del Sur.
El gran auge de la corriente bautista y su impacto en el cristianismo
Durante el renacimiento evangélico de finales del siglo XVIII, liderado por los hermanos Wesley y por George Whitefield, llegó un momento determinante para la denominación en ambos lados del Atlántico. De manera interesante, se despertó un renovado interés por la doctrina bautista. Las iglesias en América que habían sido fundamentadas en ella no fueron ni las iniciadoras ni las propagadoras de El Gran Despertar, pero recibieron a una buena parte de los nuevos convertidos que dejó ese avivamiento. De hecho, se ha estimado que inmediatamente antes de la Revolución Americana había 494 congregaciones del movimiento; y 20 años después, en 1795, Isaac Backus registró 1152.
Al otro lado del océano, los británicos del movimiento experimentaron su propio auge por el renacimiento evangélico. Con el impulso iniciado por clérigos ingleses como Andrew Fuller, Robert Hall y William Carey, quienes pertenecían a la corriente de los particulares, se fundó la Sociedad Misionera Bautista, organización que le daría el apoyo a Carey en la India. Sin embargo, los ingleses no eran los únicos interesados en las misiones. A pesar de provenir de un trasfondo congregacionalista, Adoniram Judson y Luther Rice se convencieron durante su viaje misionero a la India de que sólo los creyentes debían ser bautizados. Al llegar a Calcuta, Judson fue a Birmania y Rice regresó a casa para conseguir apoyo entre los miembros estadounidenses de la iglesia. Este fue el inicio de la Sociedad Bautista Americana de Misiones Extranjeras.
A partir del siglo XIX, los bautistas emprendieron grandes campañas misioneras. Los esfuerzos liderados por William Carey en la India, Adoniram Judson en Birmania, y Timothy Richard y Lottie Moon en China, sirvieron de ejemplo para sucesores misioneros que fueron a territorios como Sierra Leona, Liberia, Congo, Nigeria y Camerún. También hubo un fuerte impulso misionero en Alemania y Europa oriental, y posteriormente en Rusia, así como en Asia. Migrantes ingleses fundaron iglesias de esta denominación en Australia, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea y varias zonas isleñas de Oceanía. En el siglo XIX los bautistas llegaron a Latinoamérica, empezando por México, Colombia, Bolivia, Chile, Argentina, Brasil, Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Honduras, Cuba. Después fueron al resto de Centro y Suramérica.
En la actualidad, la mayoría de creyentes bautistas se encuentran en Estados Unidos, Brasil y Argentina. En África, las comunidades más numerosas de este movimiento están en Nigeria, Tanzania y Congo; en Asia, se encuentran en Myanmar, India y Filipinas; las de Europa se hallan en Gran Bretaña y Alemania; y las más grandes de Oceanía, en Australia y Papúa Nueva Guinea.
El impacto de esta denominación en el cuerpo de Cristo se puede ver en su insistencia de la naturaleza personal e individual del cristianismo, el principio de la dignidad de cada alma, la autoridad de la Biblia, la importancia de la Gran Comisión y la defensa de la libertad religiosa.
El legado de los bautistas para el mundo
Este movimiento fue importante en la configuración de los Estados Unidos y está muy presente en la identidad de aquella nación. Instituciones como la Universidad de Brown o la de Chicago fueron fundadas por miembros de esta corriente cristiana, a la cual pertenecieron al menos cuatro presidentes de la nación. Además, principios como la libertad de conciencia, la separación de la iglesia y el estado, el pluralismo religioso y la democracia (el cual parte de la conciencia individual) surgieron de las doctrinas de esta denominación y son muy importantes para la sociedad en general.