Era un día como cualquier otro en las calles de Bathgate, Escocia. James iba de camino a la escuela, pero de repente algo llamó su atención. Vio que un hombre había sido atado con cuerdas y estaba siendo arrastrado por las calles. Su espalda no paraba de sangrar y se desgarraba por completo. Era un castigo doloroso y vergonzoso, pero nadie pensó en compadecerse ni en abogar por él.
La imagen de aquel desconocido no solo marcó la percepción de la justicia en la mente de James, sino que encendió en él una profunda sensibilidad ante el padecimiento humano. A partir de ese momento, comenzó a desarrollar una fuerte empatía hacia el dolor ajeno, un sentimiento que, años después, influyó en su determinación por aliviar el sufrimiento en su práctica médica.
Golpes inesperados
James Young Simpson nació el 7 de junio de 1811 en Bathgate, Escocia, en medio de la vida rural. Fue el octavo hijo de los granjeros Mary Jervay y David Simpson, quien también era el panadero del pueblo. Desde muy joven, James se destacó por su inteligencia, memoria y destreza académica, por lo que su familia decidió apoyarlo económicamente para que continuara sus estudios en la Universidad de Edimburgo.
Así lo hizo, y en 1825, a la temprana edad de 14 años, Simpson se matriculó en esa institución para cursar la carrera de Artes y Humanidades, adentrándose en el estudio de obras clásicas latinas y griegas. Sin embargo, dos años después, redirigió su camino hacia la medicina bajo la guía del cirujano Robert Liston. A pesar de su juventud, sus capacidades lo llevaron a completar sus estudios médicos en 1830, cuando tenía 18 años.
No obstante, la vida le presentó algunos problemas inesperados. Debido a la muerte de su padre en 1829, regresó a Bathgate en medio de una gran tristeza. A pesar de este golpe, volvió a Edimburgo para completar sus estudios, superando la adversidad con el apoyo incondicional de su familia. En 1830, aprobó sus exámenes en el Colegio de Cirujanos y, aunque aún era joven para ejercer, se dedicó a la práctica de la medicina rural y la obstetricia. No obstante, seguía sintiendo una profunda depresión.
Más adelante, James recordó cómo durante sus épocas de estudiante en la Universidad de Edimburgo presenció otra escena similar a la que vio cuando era niño. Un hombre con los brazos atados fue llevado a la horca. Su crimen fue robar un paquete de una diligencia. Miles de ojos lo seguían mientras salía de la cárcel, pero nadie se compadeció de él. De nuevo, la historia se repetía. Estas experiencias dejaron una marca en Simpson, cambiaron y desarrollaron su noción del sufrimiento y del valor de la vida humana. Pero fue otra visión la que más tarde transformó su propia vida.
El sueño cumplido de disminuir el sufrimiento
En medio del ejercicio de su carrera, Simpson regresó a la Universidad de Edimburgo en 1831 para estudiar con tranquilidad mientras esperaba que le otorgaran su título. En 1832, escribió una tesis titulada De Causa Mortis In Duibusdam Inflammationibus Proxima (en español, Sobre la causa inmediata de muerte en ciertas inflamaciones), que llamó la atención de un profesor de patología en Edimburgo, llamado John Thompson. Él le ofreció un puesto como cirujano asistente y le sugirió una carrera en obstetricia. Así comenzó a ocupar cargos honorarios y a ganar reconocimiento en su campo.
En 1836, Simpson se casó con Jessie Grindlay, y en noviembre de 1839, con solo 28 años, solicitó la cátedra de obstetricia en la Universidad de Edimburgo. Pese a su juventud, su talento y perseverancia lo llevaron a obtener el puesto en febrero de 1840. Desde su posición como catedrático, impartió numerosas conferencias y continuó practicando la medicina, especialmente en el área de la obstetricia, donde su nombre comenzó a ganar fama.
El momento culminante de su carrera llegó en el verano de 1847, cuando realizó su mayor contribución a la medicina. Tras recibir noticias de Londres sobre el uso exitoso del óxido nitroso –comúnmente llamado éter– como anestésico, Simpson decidió experimentar, junto a sus ayudantes George Keith y James Matthews Duncan, con ese y otros químicos. Querían buscar una manera de aliviar el sufrimiento de sus pacientes.
Los tres hombres probaron numerosos compuestos tóxicos que resultaron ser ineficaces, hasta que dieron con el cloroformo. Inhalaron una muestra y rápidamente cayeron al suelo. Tras más intentos, concluyeron que esa era la solución efectiva y segura que habían estado buscando. Así, revolucionaron la medicina: ofrecieron una alternativa que no solo aliviaba el dolor físico, sino que también aliviaba el deseo de apaciguar el sufrimiento humano que Simpson había tenido por tantos años.
¿La Biblia se oponía al cloroformo?
Sin embargo, su éxito no estuvo exento de controversia. Después de que comenzó a implementar el cloroformo como anestésico en obstetricia, algunos se opusieron a su uso por razones médicas y morales. Hubo casos de pacientes sanos que murieron debido al efecto de esa sustancia, por lo que se afirmó que no era seguro. Simpson refutó esto diciendo que la administración incorrecta del mismo era la culpable, no el fármaco en sí. También hubo oposición a su uso porque se consideraba que los dolores del parto eran beneficiosos para el nacimiento de los bebés. Sin embargo, James demostró que la disminución del dolor aceleraba el proceso de parto y conducía a recuperaciones saludables.
Otras personas hicieron referencia al libro del Génesis y al pecado original de Eva como justificación del dolor que experimentan las mujeres durante el parto. Sin embargo, Simpson demostró que aquel argumento provenía de una interpretación incorrecta. Para refutarlo, James realizó un análisis del texto en el hebreo original. Señaló que la palabra “dolor”, que se refiere al sufrimiento de las mujeres durante el parto, se usó para traducir dos palabras hebreas diferentes. Una se utilizó para describir de forma literal el trabajo de parto que realizan las mujeres, y la otra para describir el dolor que surgía de este. Además, argumentó que incluso Dios puso a Adán en un “sueño profundo” antes de realizarle una “cirugía”.
Con el tiempo, Simpson popularizó el cloroformo al probarlo en una madre que estaba en su proceso de parto. Ella se emocionó tanto por poder sentir menos dolor, que llamó a su niña “Anaesthesia”. En diciembre de 1847, poco después de introducir el cloroformo en la práctica médica de Edimburgo, James Young Simpson publicó un panfleto titulado Respuesta a las objeciones religiosas planteadas contra el uso de agentes anestésicos en la obstetricia y la cirugía. Con miles de copias en circulación, su objetivo era enfrentar las reservas religiosas contra el uso de anestésicos.
Aunque no hay prueba de una relación causal directa, los registros revelan un aumento notable en la administración de esos compuestos químicos justo después de la distribución del panfleto de Simpson. Esto sugiere que el escrito pudo haber influido en la aceptación de la anestesia. Con el tiempo, algunos autores exageraron estas objeciones, extendiéndolas a una supuesta oposición significativa a la Iglesia. Esta visión persistió hasta el siglo XX y quedó reflejada en el libro El parto sin miedo de Grantly Dick Read (1953). Sin embargo, en 1977, al no encontrar evidencia escrita sustancial, se desestimó la oposición religiosa y se catalogó como un mito.
El libro de casos del Hospital Real de Maternidad de Edimburgo (ERMH), que contiene información desde 1844 hasta 1872, proporciona una perspectiva adicional sobre la práctica obstétrica de Simpson. Aunque su actividad principal era itinerante –pues solo era llamado al hospital en casos de dificultad y atendía a damas en sus hogares–, allí se registraron metódicamente partos de 1847 a 1848 en los que usó el éter y el cloroformo. Así, introdujo esos anestésicos en dicho centro médico.
Su mayor descubrimiento: “tengo un Salvador”
Además de esto, cabe destacar que Simpson fue un devoto seguidor de la Iglesia Libre de Escocia, aunque se negó a abrazar la Confesión de Fe de Westminster debido a su interpretación literal del libro de Génesis. También fundó el dispensario médico para los pobres en la misión de Carrubbers Close, en Royal Mile, y fue anciano en la sede de St. Columba de la Iglesia Libre.
Parece que su conversión tuvo lugar en 1861, aunque algunos autores sugieren que fue un par de años antes. Según la biografía de su vida, escrita por Evelyn Blantyre Simpson, un entrevistador le preguntó a James en una reunión pública cuál había sido su mayor descubrimiento, y él respondió: “Que tengo un Salvador”. En 1862, según una publicación de la revista de la Christian Medical Fellowship, también dijo en un discurso: “Soy uno de los pecadores más antiguos y uno de los cristianos más jóvenes en esta sala”.
Los recuerdos de aquellas escenas que había visto en su niñez y juventud ahora le revelaban la visión de un pecador al borde de la ruina, que cargaba con el peso de innumerables pecados. Ese pecador era él mismo. En su desesperación, vio a Jesús, sufriendo en su lugar, muriendo en la cruz por él. “Miré y lloré y fui perdonado”, dijo Simpson más tarde. Este momento de revelación no solo cambió su vida, sino que también le dio un propósito: hablar de ese Salvador a otros, para que también pudieran “mirar y vivir”.
Los últimos años de su vida fueron testigos de numerosos reconocimientos. El Rey de Suecia le otorgó la Orden de San Olaf, la Academia Francesa de Medicina le concedió el Premio Monthyon, y recibió doctorados honorarios de Oxford y Dublín. En 1866, fue nombrado primer baronet, y tres años después, la ciudad de Edimburgo le concedió la Libertad de la Ciudad, un honor ceremonial para personas ilustres. Pero, a pesar de todos estos honores, Simpson seguía reflejando la misma humildad de siempre.
James Young Simpson no solo tuvo grandes contribuciones a la medicina, sino que dio un importante testimonio de fe. Murió rodeado de su familia en su casa, número 52 de Queen Street, el 6 de mayo de 1870, debido a complicaciones cardíacas. Desde que creyó en Cristo hasta el día en que se reunió con Él, su mayor tesoro fue la salvación. La siguiente historia, la cual el mismo Simpson solía contar, ilustra cómo la fe se trató de su más grande hallazgo, la cual valoró siempre muy por encima de sus logros científicos:
Un amigo de París me contó sobre un mozo inglés, un hombre anciano y descuidado que, durante una grave enfermedad, fue llevado a sentirse como un pecador. No se atrevía a morir tal como estaba. El clérigo al que había llamado se había cansado de visitarlo, ya que le había explicado repetidamente el camino hacia la salvación.
Una tarde de Sabbath, sin embargo, la hija del mozo esperó en la sacristía después del servicio y dijo: “Debe venir una vez más, señor; no puedo ver a mi padre de nuevo sin usted”. “No tengo nada nuevo que decirle”, respondió el clérigo, “pero podría llevar el sermón que acabo de predicar y leérselo”.
El hombre moribundo yacía, como antes, en angustia, pensando en sus pecados y hacia dónde lo llevarían. “Amigo mío, he venido a leerle el sermón que acabo de predicar. Primero, permítame decirle el texto: ‘Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados’ (Isaías 53:5). Ahora voy a leer…”.
“¡Deténgase!”, dijo el moribundo, “¡Lo he entendido! ¡Lo he entendido! No lea más. Él fue herido por mis transgresiones. ¡Eso es suficiente!”. Poco después, murió regocijándose en Jesús.
Cuando escuché la historia, recordé a Arquímedes corriendo por las calles de Siracusa directamente desde el baño, donde había descubierto el secreto de probar si la corona del rey Hierón había sido o no aleada por el orfebre, y mientras corría, gritaba: ¡Eureka! ¡Eureka! (¡Lo he encontrado! ¡Lo he encontrado!).
¡Pobre filósofo! Simplemente había descubierto un nuevo principio en la ciencia. ¡Feliz mozo! Habías encontrado en Jesucristo una corona de gloria que no se marchita.
Referencias y bibliografía
Sir James Young Simpson – Faith Trumps Science (2008) | Chris Field Blog
Doctor James Young Simpson, Rabbi Abraham de Sola, and Genesis Chapter 3, Verse 16 (1996) de J. Cohen. Nueva York: Obstetrics and Gynecology, Vol. 88, No. 5, pp. 895–898.
Another Look at Religious Objections to Obstetric Anaesthesia (2016) de Alistair G. McKenzie. Nueva York: International Journal of Obstetric Anesthesia, Vol. 27, pp. 62–65.
¿Quién era James ‘Young’ Simpson? (1997) de Scott M. Rae y John A. W. Wildsmith. Nueva York: British Journal of Anaesthesia, Vol. 79, pp. 271–273.
Nuestra historia: la obstetricia | Universidad de Edimburgo
James Young Simpson (1811-1870) | Embryo Project Encyclopedia
James Young Simpson | Royal College of Physicians of Edinburgh
Sir James Young Simpson (1896) de Evelyn Blantyre Simpson. Edimburgo: Oliphant, Anderson & Ferrier, p. 127.
Journal of the Christian Medical Fellowship (1992)