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Cuando un cristiano menciona la Biblia delante de no creyentes, suelen surgir los siguientes comentarios: “¿Cuál es la Biblia verdadera?”, “¡Es que hay varias!”, y “¿Quién determinó qué libros debían estar ahí?” A lo largo de los siglos, los cristianos han confiado en la Palabra de Dios como un pilar fundamental de su fe. Sin embargo, no todos se detienen a reflexionar sobre cómo se estableció la lista de los libros que lo componen, así que puede que no tengan respuesta a las preguntas anteriormente mencionadas.
¿Qué llevó a la iglesia a reconocer ciertos escritos como inspirados por Dios y, al mismo tiempo, a rechazar otros? Este proceso, que se desarrolló a lo largo de varios siglos, no fue arbitrario, sino que involucró un discernimiento cuidadoso y profundo, tanto teológico como histórico. Es necesario, entonces, traer a colación el término “canon”, que no solo responde a la necesidad de tener un conjunto claro de escritos autorizados, sino que también nos revela cómo las primeras comunidades cristianas vivieron, predicaron y preservaron el evangelio. Entender el desarrollo del canon es clave para apreciar la solidez de los textos que forman la Biblia tal como la conocemos hoy.
Si bien el Antiguo Testamento también tuvo su propio proceso de canonización, que es igual de fascinante (y que espero podamos tratar en otro artículo), mi atención estará en cómo se estableció y consolidó la lista de los 27 libros del Nuevo Testamento. Para eso, responderemos varias preguntas fundamentales para nuestra fe. ¿Cómo se decidió qué libros debían formar parte del Nuevo Testamento? Si se eligieron estos, ¿se tuvieron que descartar otros? ¿Por qué fueron excluidos de la Biblia? ¿Qué criterio fue el más importante para aceptar un libro? ¿Qué significa la palabra “canon”?
Comencemos con una breve introducción de cómo se compone la Biblia.
Alguna vez escuché a un predicador hacer esta pregunta: “¿Cuál es el versículo más leído de la Biblia?” Inmediatamente pensé en Juan 3:16, Filipenses 4:13 o Josué 1:9, pasajes que son casi himnos en nuestras cabezas y que solemos recitar con cierta entonación o énfasis. Sin embargo, la respuesta que dio me sorprendió, en especial por la razón que ofreció: “El versículo más leído es Génesis 1:1 y se debe a que, cuando alguien encuentra una Biblia por ahí, la abre y lee la primera página para descubrir de qué trata ese libro”.
Pero, si este es el versículo más leído de la Palabra de Dios, una conclusión lógica sería pensar que la página más vista es el índice, una sección muy familiar para aquellos que crecimos viendo biblias por todas partes. Sin embargo, para alguien que nunca en su vida ha tenido contacto con una biblia, es probable que esta tabla de contenido sea confusa.
Las tablas de contenido de nuestras biblias generalmente están divididas en dos grandes bloques: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. A su vez, estos dos bloques tienen sus propias divisiones:
- El Antiguo Testamento tiene 39 libros y se divide en cuatro categorías principales:
- Pentateuco, la Ley o Torá: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Son los primeros cinco libros de la Biblia.
- Libros históricos: Josué, Jueces y Reyes.
- Libros poéticos y de sabiduría: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares.
- Profetas: mayores como Isaías y Jeremías, y menores como Amós y Joel.
- El Nuevo Testamento contiene 27 libros y regularmente se divide en cinco tipos:
- Los Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
- Hechos de los Apóstoles.
- Cartas paulinas: como Romanos y Corintios.
- Cartas generales: como Santiago y Pedro.
- Apocalipsis.
Ahora que tenemos claro cómo está compuesta la Biblia, hablemos del canon.
Una vara medidora
El Partenón es el edificio más emblemático de la Grecia antigua. Erigirlo supuso que sus diseñadores y constructores siguieran al pie de la letra las normas arquitectónicas establecidas en la época. Los arquitectos Ictinos y Calícrates, bajo la supervisión del escultor Fidias, utilizaron algo que para entonces se llamaba el “kanon”, que básicamente era una guía de proporción matemática y estética. Ellos querían estar seguros de que cada elemento del templo estuviera en perfecta armonía con los demás. Para esto, era fundamental usar los principios del “canon de proporciones” aplicados a las columnas dóricas, las cuales siguen una relación muy específica entre altura y diámetro.
La palabra “kanon”, entonces, se refería a estándares o principios que se podían aplicar en muchas áreas, como en la escultura, la música, las matemáticas o incluso la filosofía. En conclusión, en su sentido más original, el término se usaba en la lengua griega para establecer una “regla”, “norma” o “estándar”. Era como una especie de vara medidora. Así pues, como los constructores, matemáticos y filósofos griegos utilizaban un “kanon” para asegurar la precisión de sus obras, la Iglesia primitiva desarrolló un “canon” de libros que consideraba inspirados por Dios y normativos para la fe cristiana.
Recordemos que fue en el contexto de la cultura y lengua griega en el que se desarrolló la Iglesia primitiva, y que el siglo IV fue muy importante a nivel doctrinal. Durante ese tiempo se definieron varios estándares doctrinales claves, como el Credo de Nicea o el Credo Niceno-Constantinopolitano, que fueron cruciales en la lucha contra herejías, como la del arrianismo, y desviaciones doctrinales, como el docetismo y el gnosticismo.
Muchos de estos movimientos herejes habían creado o promovido cierta cantidad de libros adjudicados a apóstoles o personajes importantes de los tiempos de Jesús, pero que contenían doctrinas o principios claramente heréticos. Ejemplos de esto son el Evangelio de Tomás, el Evangelio de María Magdalena, el Evangelio de Judas, los Hechos de Pablo y los Hechos de Pedro.
La necesidad de un canon
Antes de continuar hacia el siglo IV, debemos retroceder 200 años y revisar a un personaje clave en el desarrollo de esta narración. Aproximadamente en el 140, un hombre llamado Marción hizo lo que podríamos considerar el primer intento de crear una colección de libros que fueran considerados como Escritura divinamente inspirada. Su problema era su postura poco ortodoxa.
Básicamente, Marción creía que el Dios del Antiguo Testamento era un ser menor, cruel y legalista, completamente distinto al del Nuevo Testamento, quien, según él, fue revelado por Jesús como un Dios de amor y compasión. Esta visión lo llevó a rechazar completamente el Antiguo Testamento y a seleccionar solo aquellos textos de lo que hoy es el Nuevo Testamento que él consideraba consistentes con su teología. Creó una lista de sus libros aceptados, con una versión editada del Evangelio de Lucas y las cartas de Pablo, a quien consideraba como el único apóstol verdadero.
Pensemos ahora en una pequeña iglesia cristiana del siglo IV que debía cuidarse de la cruda persecución del Imperio romano. Estos creyentes discipulaban a los nuevos conversos con el Credo de los apóstoles y, en su liturgia, probablemente leían la Escritura, pero tenían acceso limitado a ella: los libros que la conformaban eran objetos individuales y era necesario un copista para tener reproducciones fieles de los mismos.
Pero el fin de la persecución llegó, y el mayor problema de la iglesia ya no eran los arrestos y asesinatos de creyentes. La tolerancia al cristianismo después del Edicto de Milán, la conversión de Constantino y el subsecuente crecimiento de la iglesia, crearon una gran necesidad de afirmar la doctrina y la estructura eclesiástica y de establecer estándares más claros. Además, la proliferación de textos apócrifos y gnósticos generó la necesidad de establecer cuáles libros eran verdaderamente inspirados por Dios.
El Concilio de Nicea jugó un papel fundamental: aunque no trató directamente el tema del canon, sí definió la doctrina trinitaria y formuló el Credo de Nicea, que afirmaba que Cristo es “de la misma substancia” que el Padre (basándose en la palabra griega homoousios). Al rechazar el arrianismo, se reafirmó la importancia de los Evangelios canónicos y las epístolas apostólicas, que eran utilizados por los defensores de la ortodoxia para argumentar a favor de la divinidad de Cristo. Esto subrayó la necesidad de que la iglesia formalizara cuáles libros podrían considerarse autoritativos y cuáles no.
Un consenso creciente
Hubo otros intentos de establecer una lista oficial de los libros que conformarían el Nuevo Testamento. Aparte de la lista creada por Marción en el siglo II, hubo más esfuerzos —y se podría decir que avances— en cuanto a determinar una lista oficial del Nuevo Testamento antes del siglo IV.
Ireneo de Lyon fue uno de los primeros en defender la autoridad de Mateo, Marcos, Lucas y Juan como los únicos Evangelios auténticos. En consecuencia, rechazó los evangelios apócrifos y gnósticos. También utilizó ampliamente las cartas de Pablo y otros escritos apostólicos en su obra Contra las herejías, un tratado en contra del gnosticismo. Su aporte principal fue defender un núcleo esencial de escritos apostólicos, lo que contribuyó a establecer la idea de que algunos textos eran más autoritarios que otros.
Hacia el año 1740, Ludovico Antonio Muratori, un erudito italiano, descubrió un fragmento de un manuscrito, al que se le llamó “fragmento muratoriano” por su apellido. El texto en sí data del siglo II y ofrece una lista de libros considerados canónicos en una comunidad cristiana, que incluye la mayoría de los libros del Nuevo Testamento. Sin embargo, no menciona Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro, y 3 Juan, e integra otros textos como el Apocalipsis de Pedro, que más tarde fue rechazado.
Orígenes de Alejandría, uno de los teólogos más influyentes del siglo III, también citó muchos de los libros del Nuevo Testamento que fueron posteriormente incluidos en el canon, pero reconoció que había disputas sobre algunos de ellos, como Hebreos, Santiago, 2 Pedro y 3 Juan. Además, mostró que ya había un núcleo claro de textos aceptados, como los Evangelios y las cartas de Pablo, aunque algunas epístolas y el Apocalipsis aún estaban en debate.
Luego, en su obra Historia Eclesiástica, escrita alrededor del año 325, Eusebio de Cesarea —famoso historiador de la iglesia— clasificó los libros del Nuevo Testamento en tres categorías: los aceptados universalmente, los discutibles y, finalmente, los espurios —que no son legítimos y deben ser rechazados—. Sobre los primeros escribió:
En primer lugar, se debe colocar la tétrada de los Evangelios. Estos van seguidos del relato de los Hechos de los Apóstoles. Después se deben considerar las Epístolas de Pablo. Próximas a ellas se deben reconocer la supuesta primera Epístola de Juan y la de Pedro. Además de ellas, se debe colocar, si parece bien, el Apocalipsis de Juan.
Respecto a la Epístola a los Hebreos, Eusebio consideraba que debía ser incluida entre las cartas del apóstol Pablo. Sobre los libros discutibles, escribió:
A los libros que son discutibles, pero no obstante conocidos por la mayoría, pertenecen la supuesta Epístola de Santiago y la de Judas, la segunda Epístola de Pedro y las supuestas segunda y tercera de Juan, tanto si son del evangelista como si pertenecen a otra persona con el mismo nombre.
Con respecto a los que debían ser rechazados, afirmó:
Entre los libros espurios deben reconocerse los Hechos de Pablo, el denominado Pastor, el Apocalipsis de Pedro y, además, la supuesta Epístola de Bernabé y las presuntas Enseñanzas de los Apóstoles.
La labor de Eusebio al recopilar información sobre la aceptación de los libros del Nuevo Testamento en las diferentes iglesias muestra que, para inicios del siglo IV, había un consenso creciente sobre la mayoría de los libros del Nuevo Testamento, aunque algunos textos seguían siendo objeto de debate. Esto resulta interesante, ya que las evidencias indican que antes de que el cristianismo fuera la religión oficial dentro del Imperio romano, el canon del Nuevo Testamento ya estaba bastante bien establecido.
De Atanasio a Agustín: se define el canon
Ahora debemos referirnos a un personaje fundamental en mucho de lo que sucedió en el siglo IV en la iglesia, desde su papel crucial en la lucha contra el arrianismo, hasta su influencia en la definición del canon de las Escrituras: Atanasio de Alejandría.
En el año 367, Atanasio escribió un texto hoy conocido como Carta Festal. Este teólogo tenía la costumbre de enviar cartas a las diferentes iglesias para anunciar la Pascua y proporcionar orientación pastoral, pero en la Carta Festal de ese año, Atanasio aprovechó la oportunidad para clarificar los libros que deberían ser considerados canónicos y los que debían ser rechazados. Él se convirtió en el primer líder cristiano importante en usar la palabra “kanon” para referirse a los 27 libros del Nuevo Testamento, aunque la idea ya se estaba discutiendo y desarrollando antes de su escrito.
El papel de Atanasio no fue menor. Además de su lucha contra la herejía arriana y su papel clave en el Concilio de Nicea, su declaración del canon del Nuevo Testamento fue crucial. Como obispo de Alejandría, tuvo gran influencia tanto en la Iglesia oriental como en la occidental, lo cual fue crucial para la consolidación de un canon unificado en todo el mundo cristiano; su autoridad como teólogo y líder hizo que su propuesta fuera altamente respetada casi de maneral universal.
Sin embargo, no bastaba con la opinión de un teólogo como Atanasio. Se requería un consenso oficial por parte de la iglesia para fijar el canon del Nuevo Testamento y convertirlo en un estándar para todas las congregaciones. Esta idea se siguió consolidando en las décadas posteriores: personajes como Cirilo de Jerusalén y Gregorio de Nacianzo —con la excepción de que este último no incluyó Apocalipsis— reforzaron la idea de un canon inspirado como el propuesto por Atanasio.
Otro hecho que reforzó la idea del canon del Nuevo Testamento fue el trabajo de traducción de la Escritura del hebreo y el griego al latín realizado por Jerónimo, más conocido como la Vulgata Latina. Aunque él mismo tenía reservas sobre ciertos libros, como Hebreos y Apocalipsis, su trabajo de traducción influyó enormemente en el proceso de consolidación del canon y ayudó a estandarizarlo en el mundo de habla latina.
Pero hay un personaje más que no podemos pasar por alto: Agustín de Hipona, uno de los teólogos más influyentes de su tiempo y de la historia de la iglesia. En sus obras, como De doctrina Christiana, escrita entre los años 397 y 426, dejó claro su punto de vista sobre la importancia de un canon claro y cerrado de Escrituras para la enseñanza y la formación de los cristianos. Respecto a la lista de los libros del Nuevo Testamento dijo lo siguiente:
La del Nuevo Testamento está contenida en los siguientes. Cuatro libros del Evangelio: según Mateo, según Marcos, según Lucas, según Juan. Catorce Epístolas del apóstol Pablo: una a los Romanos, dos a los Corintios, una a los Gálatas, una a los Efesios, una a los Filipenses, dos a los Tesalonicenses, una a los Colosenses, dos a Timoteo, una a Tito, a Filemón y a los Hebreos. Dos de Pedro, tres de Juan, una de Judas y una de Santiago. Un libro de los Hechos de los Apóstoles y otro del Apocalipsis de Juan.
Estas ideas se habían consolidado en dos eventos clave. El primero de ellos fue el Concilio de Hipona del 393, presidido por el mismo Agustín. En él se ratificaron formalmente los 27 libros del Nuevo Testamento, incluidos los cuatro Evangelios, las cartas de Pablo, Hechos, las Epístolas generales y el Apocalipsis.
Para dejar más claro el asunto, cerca de cuatro años después se celebró el Concilio de Cartago en el 397, donde se le dio continuidad a las decisiones tomadas en Hipona. En este concilio, se ratificó nuevamente el canon del Nuevo Testamento, reafirmando la lista de los 27 libros.
El Concilio de Cartago fue determinante porque consolidó la aceptación del canon en la Iglesia del norte de África. Los obispos presentes reafirmaron que no debían leerse en las iglesias otros libros bajo el nombre de Escritura divina que no fueran los reconocidos en el concilio. De esta manera, Cartago confirmó la autoridad de los textos aprobados en Hipona y avanzó hacia la unificación del canon en Occidente.
Ahora surge una pregunta: ¿un concilio regional de la iglesia influiría en toda la iglesia universal? Aunque Hipona y Cartago se limitaban a la zona al Norte de África, sus decisiones fueron muy influyentes en el desarrollo del canon en la Iglesia de habla latina. Los libros que allí se aprobaron finalmente se convirtieron en la norma para la Iglesia occidental, pues, antes de esos dos sínodos, el canon del Nuevo Testamento ya estaba bastante consolidado con respecto a los 27 libros actuales. A esto se sumó la influencia de Agustín.
Cuatro criterios para reconocer el Nuevo Testamento
Esencialmente, la iglesia tuvo cuatro criterios para determinar el canon del Nuevo Testamento:
- El primero fue la apostolicidad o antigüedad. Esto quería decir que cualquier libro que fuera aceptado como parte del canon del Nuevo Testamento debía estar relacionado con los apóstoles de alguna manera. Debía haber sido escrito por un apóstol o por alguien cercano a ellos —como un discípulo—, lo cual implicaba su antigüedad. La autoridad apostólica fue un criterio clave para la aceptación de un libro, ya que los apóstoles fueron testigos directos de la vida y enseñanza de Cristo.
- El segundo fue la coherencia doctrinal. Para efectos prácticos, esto quería decir que los libros aceptados como parte del Nuevo Testamento debían estar en armonía con la doctrina ya reconocida por la iglesia. Los libros que contenían enseñanzas contrarias o heréticas, como los textos gnósticos o los escritos de sectas, fueron rechazados.
- El tercero fue la catolicidad o universalidad. Esto quería decir que, para que un libro fuera aceptado en el canon, debía haber sido ampliamente reconocido y utilizado en la mayor parte de las iglesias. Si un libro solo era utilizado en ciertas comunidades o tenía un uso limitado, su canonicidad era cuestionada.
- El cuarto fue el uso litúrgico del libro. En consecuencia, los textos que se leían regularmente en el culto, que servían para la edificación de la iglesia y que cumplían con los anteriores requisitos, fueron considerados canónicos.
Aunque estos criterios fueron formalizados en concilios como los de Hipona del 393 y Cartago del 397, no se aplicaron de manera oficial en un solo concilio, sino que se desarrollaron progresivamente y de manera tácita durante los siglos II al IV dentro de la comunidad cristiana.
¿Los libros del Nuevo Testamento son confiables?
Es posible confiar en la forma en la que está trazado el legado de la Escritura, desde sus escritores originales hasta finales del siglo IV. El Nuevo Testamento tiene una cantidad excepcional de manuscritos antiguos en comparación con cualquier otro texto de la antigüedad: se han conservado más de 5800 en griego y decenas de miles en latín y otros idiomas antiguos. Algunos datan de apenas unas décadas después de los originales.
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Adicional a esto, del siglo II en adelante, los padres de la iglesia citaron extensamente los libros del Nuevo Testamento en sus escritos. Figuras como Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo y, más tarde, Ireneo y Tertuliano, mencionaron extractos de casi todos los libros del Nuevo Testamento. Se ha calculado que, si todos los manuscritos desaparecieran, se podría reconstruir prácticamente todo el Nuevo Testamento solo a partir de estas citas.
A pesar de que los manuscritos del Nuevo Testamento se copiaron a lo largo de siglos y en distintas regiones del Imperio romano, existe una uniformidad textual sorprendente entre las copias. Aunque existen variantes textuales menores (errores de copistas, diferencias en estilo), los estudios han demostrado que no afectan las doctrinas esenciales del cristianismo ni la narrativa central del Nuevo Testamento.
Además, a pesar de las persecuciones y la hostilidad hacia los cristianos, el hecho de que el cristianismo se expandiera tan rápidamente por todo el Imperio romano es un fuerte testimonio de la convicción de los primeros creyentes en la veracidad de los textos que proclamaban. Los primeros cristianos preservaron y difundieron las Escrituras del Nuevo Testamento incluso mientras enfrentaban mucha hostilidad.
Por último, aunque pueda dar la sensación de ser un argumento circular o de no partir de la evidencia material, el canon del Nuevo Testamento debe entenderse como una obra divina y única, que se autovalida. Su origen radica en Dios, no en decisiones humanas. Como afirmó J.I. Packer, “El canon es la forma en que la iglesia reconoce las Escrituras dadas por Dios. No las inventó ni las sancionó; las recibió”.
Aunque fue un proceso de reconocimiento gradual, no fue la iglesia la que creó el canon: este fue establecido por Dios mismo y la iglesia solo lo reconoció. Décadas después de la muerte de Cristo, los creyentes reconocieron la huella del Espíritu Santo en los textos que Dios mismo inspiró. Como dijo F.F. Bruce, “Una vez que se comprendió qué libros eran apostólicos y cuáles no, la iglesia simplemente confirmó lo que ya era evidente”.
En medio de los conflictos, herejías, persecuciones y martirios, la verdad fue guardada por el Espíritu Santo y el Nuevo Testamento fue consolidado, no por decisiones humanas fortuitas, sino por voluntad divina. En palabras de Michael Kruger, “El canon no es una lista de libros hecha por la iglesia, sino que es un conjunto de escritos que la iglesia reconoce como inspirados por Dios”.
Entonces, cada vez que vuelvas a abrir tu Biblia, tendrás en tus manos un testimonio vivo del fruto de la verdad escrita, fielmente preservada. Al meditar en las páginas del Nuevo Testamento, recuerda elevar tu corazón en gratitud al Señor y a la iglesia. Los creyentes antiguos, en su servicio y entrega, aseguraron que la Palabra de Dios llegara a cada generación, transformando el mundo y orientándonos siempre hacia Cristo y el evangelio.
¿Conocías la historia de la formación del canon del Nuevo testamento? ¿De qué forma el hecho de que la Biblia fue preservada bajo persecución y herejías refuerza tu confianza en que Dios sigue protegiendo Su Palabra en medio de los desafíos actuales? ¿Qué significa para ti saber que la Biblia que lees hoy no es solo un texto antiguo, sino el resultado de la obra providencial de Dios para preservar Su verdad para tu vida y salvación?
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