Eusebio Jerónimo nació en Estridón, una pequeña ciudad romana y de cultura latina en lo que hoy puede ser Croacia o Eslovenia, la cual fue destruida por los godos cuando él aún vivía. Pero el lugar exacto es incierto, así como la fecha del nacimiento. De antiguo se cree que fue en el 331, aunque hoy se han propuesto fechas entre el 345 y 350.
La familia de Jerónimo era cristiana. En uno de sus escritos Jerónimo dice con orgullo: “Yo soy cristiano, nacido de padres cristianos”. Y también: “Desde la misma cuna… me he alimentado de leche católica”. Sin embargo, no fue bautizado de niño, a causa de la costumbre del momento de diferir lo más que se pudiera el bautismo de los infantes.
Su padre se llamaba Eusebio, de quien él tomó el nombre “Eusebio” con el que en ocasiones se identificaba en sus libros. En sus escritos se llama a sí mismo “hijo de Eusebio”, pero no lo vuelve a mencionar. De su madre no se sabe nada, ni siquiera el nombre. Lo que sí se sabe es que creció con ellos como un niño cualquiera y estos murieron ya siendo él un adulto.
En casa recibió una educación cristiana-romana. Conoció el mensaje cristiano y la lengua latina siendo un niño. Tenía nodrizas y ayos personales que lo protegían y educaban. La instrucción que recibió fue de calidad, pero Jerónimo después confesó que había sido un niño distraído. Hasta aquí era hijo único, pero luego tendría dos hermanos, un varón (Pauliniano) y una hembra.
Sus padres, que eran de posición acomodada, lo enviaron a estudiar a Roma siendo aún joven, entre el 360 y 367, donde cursó gramática y retórica. Un profesor importante para él fue Elio Donato. Sus lecturas favoritas eran las de los autores clásicos, como Cicerón y Virgilio, de los que logró hacerse una pequeña biblioteca. Intentó aprender griego y leer literatura griega, pero no lo logró con excepcionalidad.
En Roma, y como joven, tuvo una vida bohemia y despreocupada, cometiendo algunos actos que luego lo avergonzarían. Pero acercándose a algunos amigos cristianos de la misma edad, como Bonoso, Rufino y Heliodoro, equilibró su conducta. Con estos amigos empezó a ir los domingos a las catacumbas de Roma donde estaban los cuerpos de los mártires y se realizaban cultos cristianos. Esta experiencia lo hizo reflexionar sobre su compromiso con la fe cristiana y decidió bautizarse. Se cree que fue bautizado por Liberio en el año 366.
Al terminar sus estudios deja Roma y se dirige a Tréveris, en la Galia romana, con el propósito de iniciar una carrera en el imperio; sin embargo, repentinamente cambia de opinión, ya que conoce el monacato oriental y decide hacerse monje. Así pone a un lado la lectura de los clásicos y se dedica a lecturas cristianas como las de Hilario de Poitiers, en especial el comentario a los salmos de este. Su familia no acepta este cambio, pero Jerónimo estaba decidido con respecto a la vida monacal.
No habiendo razón para quedarse en Tréveris, su nuevo destino es Aquileya, junto con su amigo Rufino, donde se unen a un grupo monacal dirigido por el sacerdote Cromacio. Para Jerónimo fue un tiempo de dicha y el grupo monacal era “un coro de bienaventurados”. No obstante, las cosas no terminaron bien, ya que por una riña interna el grupo se desintegró.
El ahora monje se va al Oriente monástico, entre el 372 y 374, y permanece en el desierto de Calcis (Siria) donde tuvo un periodo de mortificación de sus pecados. El desierto era todo lo opuesto a la ciudad y le servía a Jerónimo como expiación y purificación personales. Vivía en una caverna, comía un pan diario y usaba cilicio. Esto lo hizo por dos años. Aprovechó el tiempo para aprender hebreo y mejorar el griego.
Luego de regresar a la ciudad, se pasa a Antioquía, donde conoce a Paulino, un obispo defensor de la doctrina nicena. Este ordena a Jerónimo como presbítero, aunque más de forma simbólica que funcional. La postura nicena era minoritaria en la iglesia antioquena y el obispo necesitaba aliados, pero Jerónimo no quería fungir como sacerdote. Sin embargo, se volvió muy cercano al obispo y a partir de aquí lo acompañó en sus travesías eclesiásticas.
Pasó con Paulino a Constantinopla, ciudad imperial en la que conoció a Gregorio de Nacianzo, obispo de la nueva capital. Jerónimo lo consideró su maestro en Biblia, del que especialmente aprendió la exégesis alegórica. Igualmente, por este tiempo asistió como oyente al Concilio de Constantinopla del 381, donde se condenó el apolinarismo, y uno de los concilios universales. Aquí se familiarizó con las obras de Orígenes y se interesó por traducir algunas al latín, como los comentarios de aquel a Isaías, Ezequiel y Jeremías.
Siguiendo a Paulino también regresó a Roma, la que fue una vez su casa, donde se celebraba un concilio general de la iglesia romana. El Papa Damaso admiró la erudición de Jerónimo y lo designó como su secretario personal. Una tarea encargada por el Papa fue una versión revisada de los salmos, la cual Jerónimo hizo y la cual sirvió para la liturgia de la iglesia de Roma por más de un milenio. Así, Paulino regresa a Antioquía, pero Jerónimo permanece en la “ciudad eterna”.
Jerónimo generó una amistad con las viudas Marcela y Paula, mujeres aristócratas de Roma que le pidieron formar un grupo bíblico en casa de una de ellas. En las reuniones privadas oraban, cantaban salmos y leían la Biblia con la ayuda del maestro Jerónimo. Estas mujeres solían hacer muchas consultas y esto motivó a Jerónimo a escribir algunos tratados, especialmente sobre la virginidad, un tema que interesaba a las mujeres cristianas del momento. Un tratado famoso es Sobre la virginidad perpetua de María.
Pero cuando muere Damaso las cosas se complican para Jerónimo, ya que queda sin su protector. Un nuevo Papa, Siricio, fue elegido. Jerónimo se había enfrentado a miembros del clero y monacato romano (por su laxitud espiritual) y ahora es acusado maliciosamente por ellos ante el presbiterio romano a causa de sus amistades femeninas. Se determina que no es culpable de nada, pero para calmar los ánimos, en el 385 se ve obligado a dejar Roma para siempre.
Jerónimo, con 38 años, quiere empezar de cero en un nuevo lugar y, como destino, escoge Tierra Santa, o Israel, específicamente Belén, donde encontrará paz y permanecerá el resto de sus días. Pero antes, en el camino, pasa por Egipto, un anhelo de Jerónimo, donde conoce en Alejandría los famosos monasterios del lugar y a Dídimo el Ciego, a quien admiraba. Inspirado por los egipcios, ya en Belén ayudaría al establecimiento de monacatos del tipo oriental y se insertaría del todo en la vida monástica.
Estando tranquilamente asentado se va a dedicar a la traducción y exégesis de teología y Biblia en su celda de monje repleta de libros. En los primeros años escribió un comentario sobre Eclesiastés y los Salmos, y comentarios a Efesios, Gálatas, Tito y Filemón. Tradujo una obra de Dídimo sobre el Espíritu Santo, y una de Orígenes sobre el Evangelio de Lucas. Comenzó también a trabajar en su gran obra: la Vulgata. Fueron unos 7 años muy activos en los que trabajó en al menos 40 obras de todo tipo, pero especializándose en el campo bíblico.
A partir del 392 empieza una nueva etapa en la que empleará sus esfuerzos en terminar su Vulgata. Ya existía una versión latina que era popular en aquel tiempo, y que consistía en una traducción de la Septuaginta. Así que el trabajo realizado por Jerónimo fue de traducción-revisión. Su trabajo lo resume así: “El Nuevo Testamento lo he restaurado según el original griego; el Antiguo lo he traducido conforme al hebreo”. Esta versión superó a todas las versiones latinas de entonces y se convirtió en la Biblia estándar de la iglesia occidental.
Entre finales del siglo IV y principios del siglo V se envuelve en varias controversias teológicas, una de las cuales incluye al famoso teólogo Agustín, con quien Jerónimo tuvo algunos impases mediante correspondencia. Todo comienza por una interpretación de Gálatas 2 en la que los dos no acuerdan, y que tenía implicaciones con respecto a la fiabilidad del texto bíblico. Una carta de Agustín no llega a su destino final y pasa por otras manos. Jerónimo asume que Agustín lo está atacando a sus espaldas.
Agustín le envía otra carta explicando todo y, después de otras discusiones, finalmente se extienden el brazo fraterno de la amistad. El hiponense le expresa: “Retiremos de nuestra amistad toda sombra de sospecha, y hablemos con el amigo como se debe hablar, es decir, como con otro yo”. Jerónimo reconoce los talentos y la erudición de Agustín y le responde una consulta sobre el origen de las almas, un tema que interesaba al obispo de Hipona. Así quedaron resueltos los impases.
Ambos se unieron en la lucha contra el pelagianismo. Jerónimo no estaba muy al tanto de la controversia, pero Agustín lo puso al día. Esto lo motiva a escribir el Diálogo contra los pelagianos, obra polémica en la que hace una crítica teológica al sistema de Pelagio. Sin embargo, Jerónimo tenía una actitud más moderada hacia los pelagianos y no tan vehemente como la de Agustín. Su fin era ganarlos, no condenarlos, aunque tampoco dudaba en llamar “hereje” a Pelagio.
La última parte de la vida de Jerónimo pasa entre los años 405 y 419. Estos últimos 15 años de su vida fueron los más duros. Paula, la amiga cristiana que hizo en Roma, enferma gravemente y muere, lo cual afecta profundamente a Jerónimo. Marcela, la otra querida amiga de Roma, muere en la toma de Roma por parte de los bárbaros.
Además, innumerables cristianos romanos huyeron de la capital hacia el Oriente, y muchos fueron recibidos en los monasterios de Belén. Esta situación preocupaba a Jerónimo: “Hasta el día de hoy me he encontrado agobiado por la tristeza del duelo y por la ansiedad que me producen las noticias que acerca del estado de la Iglesia llegan de una y otra parte”.
Jerónimo se ocupó y consoló con el trabajo exegético. Se dedicó en los últimos años a comentar los profetas bíblicos. Comentó los libros de los Profetas Menores, Daniel, Ezequiel y Jeremías (que no pudo terminar). Estas obras son de gran importancia para la exégesis bíblica, pero sus prefacios han servido también para la investigación histórica, ya que Jerónimo brinda en ellos información interesante sobre el saqueo de Roma.
Alrededor del 419 Jerónimo comienza a verse más debilitado en su salud, sobre todo en su visión, cuya debilidad siempre fue una penuria para él. Sin embargo, dice al entonces Papa Bonifacio: “El hombre interior es tan dueño de sí mismo que no se turba por los quebrantos del hombre exterior”. Finalmente, una pronta y repentina enfermedad lo termina debilitando hasta la muerte, un 30 de septiembre.
La influencia de Jerónimo a lo largo de los siglos será tanto intelectual como espiritual. Su versión Vulgata de la Biblia se convirtió en una base cultural de Occidente. Su relevancia se reflejará en el arte medieval, contando con varias pinturas y esculturas, en las que se le suele representar en el desierto. En el 1300 será oficializado como cuarto doctor de la iglesia latina. El renacimiento y el protestantismo apreciarán e imitarán su intento de volver a los idiomas originales del texto bíblico. Y, en definitiva, será recordado como el padre de la exégesis bíblica.
Bibliografía: Obras completas de San Jerónimo I (Editorial BAC, Madrid); Diccionario de literatura patrística, Diccionarios San Pablo, ed. Fernando Rivas (Editorial San Pablo, Madrid); Johannes Quasten, Patrología III, Instituto Patristico Augustinianum (Editorial BAC, Madrid); Philip Schaff, Nicene and Post-Nicene Fathers, Jerome: The Principal Works of St. Jerome (CCEL).
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