Desde hace milenios, el arca del pacto se ha consolidado como quizás el mayor misterio tangible de la humanidad. A pesar de la alta probabilidad de que haya sido destruida en el fragor de la guerra o desmantelada por su valioso oro, la fascinación por encontrarla nunca ha desaparecido. Por generaciones, exploradores, arqueólogos e investigadores han sostenido la creencia de que el arca aún existe y que está oculta en algún lugar secreto.
El anhelo por su hallazgo trasciende fronteras culturales y religiosas. Para los escépticos, encontrarla supondría la confirmación física de un objeto legendario, conectado con eventos registrados por numerosos historiadores antiguos. Para el pueblo judío, significaría recuperar el artefacto más sagrado de su fe, un vínculo directo con su pacto fundacional con Dios. Para los cristianos, implicaría que la arqueología, una vez más, confirmaría la veracidad de nuestras creencias, solo que esta vez con el que posiblemente es el objeto más emblemático de toda la narrativa bíblica.

Incluso dejando de lado la fe, el arca ha encarnado siempre la imagen del tesoro perdido por excelencia. Es un artefacto de inmenso poder y terror, un puente hacia las creencias de hace más de 3000 años, forjado en oro y directamente conectado con lo divino. Desde que Steven Spielberg y George Lucas llevaron a la gran pantalla Indiana Jones y los cazadores del arca perdida, la búsqueda de este tesoro se instaló definitivamente en el imaginario popular, cautivando a millones de personas en todo el mundo.
Pero más allá del sensacionalismo de Hollywood, dos hechos son innegables: primero, nadie ha encontrado el arca del pacto; y segundo, muchos continúan buscándola incansablemente hasta el día de hoy. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿vale la pena prestar atención a las numerosas teorías que se han desarrollado sobre su posible paradero? Considero que sí. En una era en la que la tecnología avanza a pasos agigantados y las investigaciones arqueológicas no se detienen, no es descabellado pensar que, si no fue destruida, un día sea encontrada, tal como otros artefactos que nos conectan con la historia bíblica.

En este artículo, abordaré brevemente algunas de las teorías más influyentes sobre el paradero del arca del pacto. El objetivo es doble: por un lado, demostrar su inmenso impacto histórico y cultural a lo largo de los siglos y, por otro, invitar a la reflexión sobre las profundas implicaciones que su posible hallazgo tendría para nuestra fe y nuestra comprensión de la historia.
La narrativa bíblica sobre el arca del pacto
Para comprender la obsesión milenaria con el arca del pacto, primero debemos entender qué es. No era simplemente un cofre decorado; era el epicentro de la adoración de Israel y el símbolo terrenal de la presencia misma de Dios. Su historia comienza en el monte Sinaí, donde Moisés recibió instrucciones divinas directas para su construcción, como se ve en Éxodo 25.

Dios especificó sus materiales con una precisión que subraya su santidad: debía ser construida con madera de acacia (un material denso y resistente a la descomposición) y luego ser revestida completamente, por dentro y por fuera, con oro puro. Sobre ella descansaría el “propiciatorio”, una tapa de oro macizo flanqueada por dos querubines de oro martillado, con sus alas extendidas, cubriendo el arca. El Señor prometió que desde ese lugar, entre los querubines, le hablaría a Moisés.
Dentro de este cofre sagrado se guardarían las tablas de piedra que contenían los Diez Mandamientos, el testimonio físico del pacto entre Dios y Su pueblo. El arca era, por tanto, aterradoramente santa. Las narrativas bíblicas, especialmente en Levítico, detallan protocolos estrictos para su manejo. Solo los levitas de la familia de Coat podían transportarla, usando varas de acacia recubiertas de oro pasadas por anillos en sus costados, sin jamás tocarla directamente. Hacerlo sin autorización significaba la muerte instantánea, como aprendió trágicamente Uza siglos después (2 S 6:6-7). El sumo sacerdote era el único autorizado a entrar en el Lugar Santísimo —el santuario interior del tabernáculo donde residía el arca— y solo podía hacerlo una vez al año, en el Día de la Expiación, para rociar sangre sobre el propiciatorio por los pecados del pueblo.

Durante los 40 años de travesía por el desierto, esta arca móvil acompañó a los israelitas como el estandarte de Dios que iba delante de ellos. Su presencia en la batalla era una señal del poder divino que luchaba a su favor, como en la caída de los muros de Jericó (Jos 6). Sin embargo, es crucial entender que el poder no residía en el objeto mismo. Este era un símbolo de la presencia y el pacto con Dios y era de Él de quien emanaba el poder, no del cofre.
Cuando los israelitas actuaban en fe y obediencia, el arca era el punto focal de milagros asombrosos, como la separación de las aguas del río Jordán al entrar en la Tierra Prometida (Jos 3). Después de la conquista, este objeto valioso residió en varios lugares, incluyendo Silo. Sin embargo, el pueblo también lo usó como un amuleto mágico en lugar de confiar en Dios mismo. Por eso fueron derrotados y el arca fue capturada por los filisteos. No obstante, su presencia trajo tal calamidad a sus ciudades que la devolvieron con temor (1 S 4).

Luego de dejarla por un largo período en Quiriat-jearim, el rey David, reconociendo su importancia central, decidió llevarla a la nueva capital del reino, Jerusalén, en un acto de júbilo y adoración nacional. Pero fue su hijo, el rey Salomón, quien finalmente le dio un hogar permanente. Alrededor del año 960 a.C., Salomón construyó el Primer Templo, una estructura magnífica diseñada específicamente para albergar el objeto más sagrado de Israel. El arca fue colocada en el Lugar Santísimo y allí permaneció como el corazón palpitante de la fe de Judá durante siglos. Y aquí es cuando comienza el misterio.
Después de Salomón, el arca se menciona esporádicamente, en especial durante las reformas del rey Josías (2 Cr 35:3), quien ordenó que fuera devuelta al templo, sugiriendo que pudo haber sido movida temporalmente. Pero su rastro se enfría abruptamente de ahí en adelante en la narrativa bíblica.

El punto de quiebre viene cuando, por causa del juicio de Dios contra los pecados de Judá, Babilonia invade Jerusalén. En el año 586 a.C., el rey Nabucodonosor sitió la ciudad de David, la conquistó y la incendió. El magnífico templo de Salomón fue saqueado y reducido a escombros. Los libros de 2 Reyes (capítulo 25) y Jeremías (capítulo 52) proporcionan inventarios dolorosamente detallados de los tesoros que los babilonios se llevaron: las columnas de bronce, el gran mar de bronce, los calderos, las palas, las copas y todos los utensilios de oro y plata.
Pero en estas listas meticulosas, hay una omisión impactante: en ningún momento se menciona el arca del pacto. El objeto más importante y valioso del templo no aparece en el inventario del botín babilónico. Desde ese momento, el arca desaparece por completo de la narración bíblica. Jamás se vuelve a mencionar. ¿Será que fue destruida durante la invasión? ¿Será que fue escondida antes de la llegada de los babilonios? Es imposible saberlo.

El impacto cultural de la búsqueda del arca
El puente principal de conexión entre el canon bíblico y las teorías posteriores se encuentra en los libros apócrifos. Si bien estos textos no son inspirados y, por lo tanto, no forman parte del canon, su valor histórico es innegable. Teólogos e historiadores los han utilizado durante mucho tiempo como fuentes cruciales para entender el período conocido como los “400 años de silencio”, el lapso entre el profeta Malaquías y los eventos del Nuevo Testamento.
En 2 Macabeos encontramos la primera y más influyente teoría sobre la ocultación del arca. Escrito originalmente en griego, probablemente en el siglo II a.C., este libro relata la historia de la revuelta judía contra el Imperio Seléucida. En su segundo capítulo, el texto afirma que, ante la inminente invasión babilónica, el profeta Jeremías recibió una advertencia divina:
Estaba escrito también en ese documento que el profeta, por instrucciones de Dios, se había hecho acompañar por la tienda del encuentro con Dios y el arca de la alianza, y que se había dirigido al monte desde el cual Moisés había visto la tierra prometida por Dios, y que, al llegar allí, Jeremías había encontrado una cueva, en la que depositó el arca de la alianza, la tienda y el altar de los inciensos, después de lo cual tapó la entrada. Algunos de los acompañantes volvieron después para poner señales en el camino, pero ya no pudieron encontrarlo. Jeremías, al saber esto, los reprendió diciéndoles: “Ese lugar debe quedar desconocido hasta que Dios tenga compasión de Su pueblo y vuelva a reunirlo. Entonces el Señor hará conocer nuevamente esos objetos; y aparecerán la gloria del Señor y la nube, como aparecieron en tiempos de Moisés y cuando Salomón pidió al Señor que el templo fuera gloriosamente consagrado”, 2 Macabeos 2:4-7 (DHH).

Esta narración establece la idea de que el arca no fue destruida, sino deliberadamente escondida por un profeta de Dios, en un lugar (posiblemente el Monte Nebo, donde murió Moisés) que permanecería secreto hasta un tiempo escatológico. Esta única historia proporcionó la base teológica para incontables búsquedas.
Aunque han existido docenas de teorías —y no tengo espacio aquí para abordarlas todas—, me gustaría llamar la atención sobre cuatro que tuvieron una inmensa influencia histórica y cultural. Estas demuestran cómo la búsqueda del arca ha moldeado la religión, la política e incluso la identidad nacional.

1. El arca en Etiopía: el fundamento para una religión
Una de las tradiciones más antiguas y persistentes sitúa el arca en Etiopía. Esta teoría es el fundamento de la Iglesia ortodoxa tewahedo etíope y de la identidad nacional misma, registrada en su epopeya del siglo XIV, el Kebra Nagast (La gloria de los reyes).
Según esta tradición, la Reina de Saba (identificada como Makeda en el texto) viajó a Jerusalén y concibió un hijo con el rey Salomón: Menelik I, el fundador de la dinastía etíope. Años más tarde, Menelik viajó a Jerusalén para conocer a su padre. Cuando regresó a su tierra, la narración sostiene que (ya sea con el permiso de Salomón o mediante un engaño) se llevó la verdadera arca del pacto, dejando una réplica en el templo de Jerusalén. Según la creencia etíope, el arca fue llevada a Etiopía y, después de varios siglos, finalmente fue depositada en la ciudad de Axum, en una capilla de la Iglesia de Nuestra Señora María de Sión. Allí, afirman, permanece hasta el día de hoy.
Si bien los historiadores y arqueólogos convencionales descartan esta afirmación por falta de pruebas, su impacto es innegable. La teoría demuestra cuán vital puede ser un artefacto para el desarrollo y la práctica de una religión. Cada iglesia ortodoxa etíope en el mundo contiene un Tabot, una réplica consagrada de las tablas de la ley que simboliza la presencia del arca. La capilla en Axum está custodiada por un solo monje virgen, el “Guardián del Arca”, que es la única persona viva a la que se le permite ver el artefacto y que nunca abandona el recinto hasta su muerte. Para millones de etíopes, el arca no está perdida; está protegida.

2. El arca en Francia: el fundamento para una búsqueda nazi
La segunda teoría nos traslada a la Europa medieval y, sorprendentemente, nos lleva a través del tiempo, a los oscuros pasillos del Tercer Reich. Esta historia ilustra la peligrosa convergencia entre la política, la religión y el misticismo.
Los cátaros fueron un grupo religioso dualista que floreció en el sur de Francia (región de Languedoc) entre los siglos XII y XIII. Ya que ellos hicieron un gran énfasis en la santidad y en la pureza, se dice que les llevaron varios elementos sagrados, incluyendo el arca del pacto. Debido a que fueron considerados herejes por la Iglesia católica (pues negaron la divinidad de Cristo), fueron brutalmente reprimidos durante la Cruzada Albigense. Su último gran bastión fue el castillo de Montségur, pero en marzo de 1244, tras un largo asedio, el castillo cayó.

La leyenda cuenta que, la noche antes de la rendición, cuatro cátaros escaparon por los acantilados con un “gran tesoro”. Durante siglos, se especuló que este tesoro no era oro, sino reliquias sagradas, posiblemente el Santo Grial o, según algunas versiones, el arca del pacto, que los cátaros (vistos por algunos como descendientes de judíos o visigodos que la poseían) habrían estado protegiendo.
Esta oscura leyenda medieval habría permanecido en el olvido de no ser por Heinrich Himmler, el líder de las SS nazis. Himmler estaba obsesionado con el ocultismo y la búsqueda de artefactos que, según él, pudieran probar la ascendencia aria y otorgar poder sobrenatural. Creía que el arca del pacto era un arma antigua, así que su unidad de arqueología mística, la Ahnenerbe, invirtió grandes recursos en buscarla. El arqueólogo Otto Rahn fue comisionado por las SS para investigar en Montségur y las cuevas circundantes, convencido de que encontraría allí los secretos de los cátaros.
Aunque no encontraron nada, esta conexión entre los nazis y la búsqueda del arca por su poder militar, inspirado en las campañas militares israelitas del Antiguo Testamento, se convirtió en la inspiración directa para la icónica película de la saga Indiana Jones. A su vez, la película dirigida por Spielberg puso nuevamente el tema en la mesa de las generaciones actuales.

3. El arca en Irlanda: el fundamento para una identidad nacional
Esta teoría demuestra un deseo diferente: no de poder militar, sino de una conexión étnica directa con las tribus perdidas de Israel. A finales del siglo XIX, surgió un movimiento llamado “israelismo británico” (o angloisraelismo). Sus seguidores sostenían la creencia de que las naciones del noroeste de Europa, y en particular Gran Bretaña, eran las descendientes directas de las diez tribus perdidas de Israel. Si los británicos eran los verdaderos herederos del pacto, razonaban ellos, era lógico que las reliquias más sagradas de Israel pudieran estar en su posesión.
Un grupo de israelitas británicos se convenció de que el profeta Jeremías no solo había huido a Irlanda (siguiendo la pista de 2 Macabeos), sino que había traído consigo el arca del pacto y la había enterrado bajo la Colina de Tara, el antiguo y sagrado asiento de los Altos Reyes de Irlanda. Entre 1899 y 1902, obtuvieron permiso para una excavación. El resultado fue un desastre arqueológico: su excavación fue tosca, poco científica y no se encontró absolutamente nada, salvo la ira de los nacionalistas irlandeses —como el poeta W. B. Yeats—, quienes vieron la excavación como una profanación de su patrimonio más sagrado.

Aunque se demostró que la teoría era falsa y controvertida, esto ilustra un poderoso anhelo de fin de siglo: el deseo de verse a sí mismos como parte esencial y directa de la historia bíblica, hasta el punto de emprender una búsqueda del tesoro, en el sentido más literal de la expresión.
4. El arca en Roma: el fundamento para la legitimidad
Finalmente, existe la teoría de que el arca del pacto reside en las bóvedas secretas del Vaticano. Su origen se remonta a la destrucción del Segundo Templo en el año 70 d.C. por el ejército romano bajo el mando de Tito. El Arco de Tito en Roma, erigido para conmemorar esta victoria, representa vívidamente a los soldados romanos llevando los tesoros del Templo en procesión, incluyendo la gran Menorá (el candelabro de siete brazos). Aunque los registros históricos indican que el arca ya había desaparecido siglos antes, esta teoría postula que fue encontrada por los romanos y que el objeto que se llevaron del Templo habría sido, en realidad, el arca.

Según esta línea de pensamiento, los tesoros del Templo fueron llevados a Roma como botín de guerra. Tras la caída del Imperio romano y el ascenso del cristianismo como la religión dominante, estos artefactos de incalculable valor habrían pasado a la custodia de la Iglesia católica, la institución heredera del poder en Roma. La especulación ha señalado durante siglos a la Archibasílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, como el destino inicial de estos tesoros. Sin embargo, no se sabe con certeza si alguna vez fueron movidos de allí a la seguridad de la Ciudad del Vaticano, lo que alimenta aún más el misterio sobre su paradero actual.
El impacto de esta teoría es gigante. Por un lado, si el Vaticano poseyera el arca, muy posiblemente se jactaría como el heredero oficial y custodio de la verdadera tradición judeocristiana. Por otro lado, esta teoría presenta a la Iglesia católica como un guardián de la estabilidad mundial. La creencia es tan persistente que, en diversas ocasiones, líderes religiosos de Israel han solicitado formalmente al Vaticano permiso para buscar en sus bóvedas los artefactos perdidos del Templo, peticiones que hasta la fecha no han sido concedidas. La revelación de que el arca existe desencadenaría un conflicto religioso y geopolítico de proporciones inimaginables. En esta narrativa, el Vaticano podría verse no como un acaparador de tesoros, sino como un protector que evita que el mundo entre en guerra.

Investigaciones arqueológicas modernas
El problema fundamental con las teorías históricas que hemos explorado es que se basan más en leyendas, tradiciones y anhelos nacionales que en investigaciones científicas rigurosas. Las búsquedas en Irlanda y Francia son un claro ejemplo: tras una excavación, no se encontró absolutamente nada. Las tradiciones de Etiopía y las conjeturas sobre el Vaticano, por su parte, demuestran que ciertos grupos pueden afirmar poseer el arca, pero carecen de pruebas tangibles más allá de sus propias declaraciones.
Pero ¿qué pasaría si se realizaran investigaciones arqueológicas reales para encontrar el arca hoy? La mayoría de los estudios serios concluyen que, si el relato de 2 Macabeos es históricamente preciso y Jeremías (o cualquier otro sacerdote) logró sacar el arca de Jerusalén antes de la invasión babilónica, lo más probable es que la escondiera en un lugar cercano. Por esta razón, las investigaciones con alguna base científica se han centrado casi exclusivamente en Jerusalén y sus alrededores.

Una historia fabricada por Ron Wyatt
La primera investigación moderna que captó la atención internacional, en realidad, careció de todo sustento científico y arqueológico. En la década de 1980, Ron Wyatt, un anestesista y aventurero estadounidense conocido en ciertos círculos como un “arqueólogo bíblico”, afirmó haber hecho el descubrimiento del siglo. Según Wyatt, no solo había encontrado el arca del pacto en una cueva subterránea directamente debajo del lugar de la crucifixión de Cristo (Gólgota), sino que también había encontrado la sangre seca de Jesús sobre el propiciatorio. Su teoría era que, tras el terremoto que siguió a la muerte de Cristo, una fisura en la roca permitió que Su sangre goteara directamente sobre el arca, cumpliendo así proféticamente el ritual del Día de la Expiación.
Wyatt afirmó que fue guiado al lugar por la visión de unos ángeles y que su hallazgo era el cumplimiento de la profecía de 2 Macabeos de que el arca sería revelada en los últimos tiempos. Sin embargo, nunca presentó una sola fotografía clara, un artefacto o cualquier evidencia verificable de su supuesto descubrimiento. La comunidad arqueológica y académica reaccionó con un rechazo rotundo. Organizaciones como la Autoridad de Antigüedades de Israel (IAA) negaron que Wyatt tuviera permisos para excavar en esa área, y líderes de su propia denominación religiosa lo acusaron de fabricar la historia. Su relato fue visto no como una investigación, sino como una fachada para convertirse en la figura central de una dramática predicción escatológica.

El proyecto del Rollo de Cobre
Sin embargo, en las últimas décadas han surgido intentos mucho más serios, basados en la evidencia arqueológica y textual. Una de las teorías más prometedoras es la que conecta el arca con Qumrán, el famoso asentamiento a orillas del Mar Muerto donde se encontraron los rollos de la Biblia más antiguos del mundo.
La pista inicial proviene del trabajo de los arqueólogos israelíes Ronny Reich y Eli Shukron. Mientras excavaban cerca del Monte del Templo, descubrieron un estrecho túnel de agua que, según ellos, funcionaba como una “escotilla de escape” desde el área del templo hacia el exterior de los muros de la ciudad, desembocando en el valle de Cedrón. Este descubrimiento da credibilidad a la idea de que los sacerdotes podrían haber sacado objetos sagrados de la ciudad de forma encubierta ante una amenaza inminente, lo que concuerda perfectamente con la narración de 2 Macabeos.
Luego entra en escena Jim Barfield, un investigador de Oklahoma y experto en imágenes satelitales. Barfield planteó la hipótesis de que, si los sacerdotes huyeron por el valle de Cedrón, su destino más lógico al seguir la ruta del río habría sido el asentamiento esenio de Qumrán, un lugar conocido por su piedad y su dedicación a proteger los textos sagrados. Su búsqueda se centró en un documento único encontrado junto con los Rollos del Mar Muerto: el Rollo de Cobre.

Descubierto en 1952, este rollo es una anomalía. A diferencia de los demás, que están hechos de papiro o pergamino, está grabado en una fina lámina de cobre. Y su contenido no es bíblico ni teológico; es una lista de tesoros. El texto describe más de 60 lugares donde se escondieron enormes cantidades de oro, plata y otros objetos preciosos del Templo. Sin embargo, el mensaje es deliberadamente vago y hermético, usando códigos como “en la pila de sal bajo las escaleras” o “en la cisterna que está al este”. Estas instrucciones solo podrían haber sido entendidas por los locales que conocían íntimamente la topografía de Qumrán.
Aun así, armado con el Rollo de Cobre y tecnología de teledetección, Barfield identificó tres sitios en Qumrán que coincidían con las descripciones. Los análisis con detectores de metales de largo alcance indicaron la presencia de grandes cantidades de oro y plata bajo tierra en los tres lugares. Según Barfield, el tercer sitio, en particular, parecía albergar un tesoro de proporciones masivas, un escondite lo suficientemente importante como para albergar el objeto más sagrado de todos: el arca del pacto.
En 2009, tras presentar sus hallazgos, la IAA le otorgó a Barfield un permiso para una excavación de prueba. El equipo comenzó a trabajar, pero la excavación fue abortada prematuramente. La razón oficial fue la preocupación de que una excavación a gran escala pudiera dañar irreparablemente un sitio arqueológico tan valioso como Qumrán sin tener la plena seguridad de un hallazgo significativo, un eco de lo sucedido en la Colina de Tara un siglo antes.
Desde entonces, la investigación se ha estancado, dejando la tentadora posibilidad de que las pistas para encontrar el arca estén escritas en cobre, esperando pacientemente en el desierto de Judea. En 2025, Barfield continúa dando charlas y exponiendo al mundo sus conclusiones.

Conclusión: un entendimiento sobrio de la arqueología
Después de este breve recuento de algunas de las teorías sobre el paradero y la búsqueda del arca del pacto, podemos extraer al menos cuatro lecciones valiosas para nosotros como cristianos.
Primero, si bien la narrativa bíblica nos invita a ver un artefacto como el arca con profunda reverencia, nos enseña de manera contundente que la gloria y el poder nunca han residido en el objeto mismo, sino en la presencia de Dios respaldando amorosamente a Su pueblo. Esto quedó demostrado en las ocasiones en que Israel, a pesar de llevar el arca a la batalla, fue derrotado por su desobediencia, o cuando la presencia de Dios finalmente abandonó el Templo. Fueron los nazis quienes, al no entender este principio, invirtieron inmensos recursos buscando un arma de poder en Francia. Hoy, como creyentes del Nuevo Pacto, nuestra confianza no está en un objeto físico, sino en la presencia permanente de Dios en nosotros a través del Espíritu Santo, quien habita en todos los que creen en Cristo.
Segundo, casos como el de la Iglesia ortodoxa etíope muestran una profunda necesidad humana de legitimar las creencias a través de la posesión de artefactos sagrados. Pero ¿necesitamos los cristianos tal legitimación? Nuestro Señor Jesús le enseñó a la mujer samaritana que llegaría el día en que la verdadera adoración ya no estaría atada a un lugar físico, sino que se haría “en espíritu y en verdad” (Jn 4:23-24). Nuestra confianza absoluta está en que Cristo mismo es el fundamento de nuestra fe y nuestro acceso a Dios. Ningún hallazgo arqueológico, por espectacular que sea, podrá jamás superar la centralidad y suficiencia de Su obra en la cruz.
Tercero, la historia de Ron Wyatt ilustra el peligro del sensacionalismo y el anhelo desmedido por señales proféticas espectaculares. Como cristianos, ciertamente anhelamos la venida de nuestro Salvador, pero sabemos que la única señal definitiva que traerá el fin, según las palabras de nuestro Señor, es que “este Evangelio del reino se predicaráen todo el mundocomo testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt 24:14). Nuestra confianza está puesta en la Palabra de Dios, que, a diferencia de los libros apócrifos o las visiones modernas, no nos da un mapa detallado de los eventos escatológicos, sino que nos anima a una espera activa y vigilante, sabiendo que el Señor vendrá como ladrón en la noche.
Finalmente, si un día investigadores como Jim Barfield, o cualquier otro, lograran encontrar el arca a través de métodos científicos robustos, nuestra fe no debería tambalear ni depender de ello. Más bien, en ese momento podremos dar gracias a Dios y recordar, una vez más, que la arqueología seria no hace sino confirmar lo que por fe ya sabemos: que la Palabra de Dios es históricamente confiable y verdadera. El hallazgo no sería el fundamento de nuestra fe, sino un eco tangible más de la fidelidad de Dios a través de la historia.
Nota del editor: Este artículo fue redactado por David Riaño y las ideas le pertenecen (a menos que el artículo especifique explícitamente lo contrario). Para la elaboración del texto, ha utilizado herramientas de IA como apoyo para la investigación y la edición. El autor ha revisado cualquier participación de la IA en la construcción de su texto y es el responsable final del contenido y la veracidad de este.
Referencias y bibliografía
The UnXplained: Unearthing the Ark of the Covenant's Secrets | YouTube
King Akhenaten Offers Clues to Finding the Lost Ark of the Covenant | Ancient Origins
Tara and the Ark of the Covenant | British Israelites
Ethiopian Orthodox Tewahedo Church | Wikipedia
EL ARCA FUE LLEVADA A IRLANDA - GRANDES MISTERIOS DE LA HISTORIA | YouTube
Is the Vatican hiding the Ark of the Covenant - and the sacred Menorah? | YouTube
Is the Vatican hiding the Ark of the Covenant? | The Templar Knight
The Adventist Adventurer Who Claimed He Found the Ark of the Covenant | Ancient Origins
Underground chamber reveals Temple treasures - ACO | YouTube
History's Greatest Mysteries: The Lost Ark of the Covenant (Season 4) | YouTube
Jim Barfield of the Copper Scroll Project on "Light of the Southwest" (Ep. 2024-18) | YouTube
The Ancient Mystery of the Copper Scroll | Jim Barfield - Apple Podcast
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