Como cristianos, seguramente nos hemos cuestionado qué tanto corresponde el relato bíblico de la creación, que está en los primeros capítulos del libro de Génesis, con la ciencia. También es probable que alguna vez hayamos escuchado a un ateo hablando sobre ese tema y negando la existencia de Dios.
Hace años pasé por la universidad y tuve que escuchar ese discurso en un gran porcentaje de clases. Los profesores que lo pronunciaban se burlaban de los creyentes en formas variadas por creer en un ser cuya existencia no podía ser probada, mientras se jactaban de sus propias capacidades lógicas. En esos momentos, debo admitirlo, mi fe no estaba muy bien cimentada y apenas estaba saliendo de una pequeña burbuja al mundo real, así que inicié batallas (intenté debatir) con algunos de ellos por redes sociales que, por supuesto, terminé perdiendo.
Pero, gracias a Dios, en los dos años más recientes he podido entender la importancia de que los creyentes nos hagamos preguntas difíciles, eso nos ayudará a cuando nos enfrentemos a las preguntas de quienes cuestionan nuestra fe. También que, para dar razón de la esperanza que hay en nosotros (como dice en 1 Pedro), debemos crecer en conocimiento, pero especialmente en carácter. Además, comprendí que eso último nos ayudará a saber cuándo desistir de una discusión con alguien que realmente se niega a creer.
En El Dios que lo hizo todo, primer capítulo del libro El Dios que está presente, encontramos un poco de lo que mencioné anteriormente. Su autor, D.A. Carson, que ha publicado más de cuarenta libros y es presidente de The Gospel Coalition, hizo una mención sincera de las diversas interpretaciones sobre el relato de la creación en Génesis. También señaló algunas posiciones ateas con respecto al origen del universo, dio una respuesta breve a ellas, y hasta evocó el escepticismo de algunos cristianos frente a ciertos temas.
Espero que el siguiente fragmento sea de ayuda para quienes tienen preguntas, están pasando por una situación similar a la que viví, o simplemente quieran tener una mejor comprensión de su fe:
29 Y dijo Dios: “¡Miren! Les he dado toda planta que da semilla y que está sobre toda la tierra, y todo árbol que da fruto y semilla. Ellos les servirán de alimento. 30 Para toda bestia de la tierra, y para todas las aves de los cielos, y para todo lo que repta sobre la tierra y que tiene vida, toda planta verde les servirá de alimento”. Y así fue. 31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y todo ello era bueno en gran manera. Cayó la tarde, y llegó la mañana. Ese fue el día sexto. 1 Así fueron terminados los cielos y la tierra y todo lo que existe.2 Dios terminó en el día séptimo la obra que hizo; y en ese día reposó de toda Su obra.3 Y Dios bendijo el día séptimo, y lo santificó, porque en ese día reposó de toda Su obra.
Génesis 1:26-2:3
Luego, el resto del capítulo 2 ofrece una especie de profundización acerca de la creación de los seres humanos. Volveremos a ella en su debido momento.
Génesis 1 y 2 y la ciencia
Como gran parte de la cultura del siglo XXI está convencida de que el pensamiento científico actual es en esencia incompatible con los capítulos iniciales de Génesis, me parece conveniente una palabra acerca del enfoque que adopto aquí. Hago cuatro observaciones:
1. En la interpretación de estos capítulos hay más ambigüedad de la que se reconoce. Algunos cristianos están convencidos, por ejemplo, de que estos dos capítulos, leídos de manera responsable, muestran que el mundo no tenía más de cuatro mil años de edad antes del nacimiento de Jesús. Otros insisten en que son completamente compatibles con miles de millones de años de existencia. Específicamente, algunos piensan que cada “día” de la creación representa una edad. Unos más infieren que existe un enorme lapso de tiempo entre los versos 1 y 2 de Génesis 1.
Algunos ven la semana de siete días de ese mismo capítulo como un recurso literario: que está cargada de símbolos y se enfoca en otros puntos de interés en lugar hacer una descripción literal. Hay quienes se esfuerzan por comparar los dos capítulos mencionados con otros relatos de la creación del mundo antiguo, tiempo en el cual se escribió el libro de Génesis. En la era babilónica, por ejemplo, existió un documento llamado Enuma Elish, que describía la creación del mundo. Algunos argumentan que la narración bíblica está modelada según aquellos mitos babilónicos.
En resumen, hay significativas diferencias de opinión entre los cristianos, por no hablar de aquellos que quieren descartar por completo este relato.
¿Qué hacemos con esto?
Yo sostengo que el relato de Génesis es un género mixto que se siente como historia y realmente nos da algunos pormenores históricos. Pero al mismo tiempo está lleno de simbolismos demostrables. Separar lo simbólico de lo que no lo es resulta muy difícil. Diré en un momento cómo negociaremos esta tensión.
2. Existe más ambigüedad en las afirmaciones de la ciencia de lo que algunos científicos reconocen. Recientemente, desde luego, los medios de comunicación se han enfocado en las novedosas aventuras literarias de personas como Richard Dawkins (The God Delusion [El Espejismo de Dios]), Sam Harris (The End of Faith: Religion, Terror, and the Future of Reason [El fin de la fe]), Christopher Hitchens (God Is Not Great: How Religion Poisons Everything [Dios no es bueno]), y otros. En conjunto, estos escritos conforman lo que ahora a veces se denomina “el nuevo ateísmo”.
Al mismo tiempo, se han escrito robustas respuestas de diversos tipos. Pienso, por ejemplo, en R. Albert Mohler (Atheism Remix [Remezcla de ateísmo]); en David Bentley Hart (Atheist Delusions: The Christian Revolution and Its Fashionable Enemies [Delirios ateos: La revolución cristiana y sus enemigos de moda]); en Paul Copan y William Lane Craig (editores de Contending with Christianity’s Critics: Answering New Atheists and Other Objectors [Contendiendo con los detractores del cristianismo: Cómo responder a los nuevos ateos y otros objetores]); o en un ensayo de William Lane Craig que interactúa, en particular, con Dawkins (Five Arguments for the Existence of God [Cinco argumentos a favor de la existencia de Dios]).
Todos los libros del nuevo ateísmo se basan en el supuesto del materialismo filosófico: lo único que existe es materia, energía, espacio y tiempo; nada más. Por lo tanto, cualquier cosa que afirme ir más allá de eso o pertenecer a algún dominio que no pueda comprenderse en estas realidades debe ser descartado, incluso ridiculizado, por ser una superstición declarada como tontería hace mucho tiempo. Incluso, debería abandonarse de inmediato.
No obstante, conozco personalmente a muchos científicos de primera categoría que son cristianos. He dado conferencias en muchas universidades, y uno de mis descubrimientos más interesantes es que, cuando voy a las iglesias cercanas, me encuentro con más docentes universitarios creyentes que enseñan ciencias, matemáticas y materias similares, que con maestros de arte, psicología y literatura. Sencillamente, no es verdad que los científicos no pueden ser cristianos.
Así que me alegra recomendarte algunos libros que hablan de científicos que son cristianos: por ejemplo, el pequeño libro de Mike Poole, God and the Scientist [Dios y el científico]; u otro editado por William A. Dembski, Uncommon Dissent: Intellectuals Who Find Darwinism Unconvincing [Desacuerdo poco común: Intelectuales que no consideran convincente el darwinismo]; o el volumen de Li Cheng, ateo y científico chino que se volvió cristiano, Song of a Wanderer: Beckoned by Eternity [Canción de un peregrino: Llamado por la eternidad]. Hay más debate en curso de lo que a veces se percibe.
Incluso si tu comprensión del origen del mundo se basa en el paradigma moderno dominante, que dice: hace 15000 millones de años todo nuestro universo conocido se desarrolló a partir de una gran explosión (big bang) de una masa supremamente condensada; hay que hacer una pregunta obvia. Ya sea que creas que dicho evento ocurrió bajo la dirección de Dios o no, tarde o temprano te verás obligado a cuestionar: “¿De dónde salió esa masa altamente condensada?”.
Aquí es donde algunos teóricos dan muestras de gran inteligencia. Alan Guth escribió un libro titulado The Inflationary Universe. Él propone que esta masa muy condensada que finalmente explotó en el big bang salió de la nada. Y si uno le dice que en este caso la física no sirve, él responde: “Sí, pero en el big bang hubo lo que los físicos llaman una ‘singularidad”. Es decir, una situación en la que ya no operan las leyes normales de la física. Eso significa que ya no tenemos acceso a ellas. En ese punto se trata de la especulación más cruda, que lleva a un crítico llamado David Berlinski a escribir:
Mucho material que se imprime simplemente no tiene sentido. La derivación que hace Alan Guth de algo a partir de la nada es simplemente [estiércol de caballo] en todo su esplendor. [Bueno, él usa otra palabra en lugar de “estiércol”, pero te la ahorro]. No me digas que derivas algo de la nada cuando a cualquier matemático le resulta obvio que eso es el más claro absurdo.
En otras palabras, en el ámbito de la ciencia hay complicaciones que sugieren que ella no constituye una muralla que impide que los cristianos que se inclinan ante la autoridad de la Escritura y los cristianos que realmente quieren aprender de la ciencia hablen entre sí de manera inteligente.
3. Respecto al diseño inteligente —uno de los debates dominantes del momento— hay una versión de este que a mí me parece casi ineludible. Me explico. Durante los últimos veinticinco años, diversos grupos de personas — principalmente cristianos, pero también algunos que no lo son— han señalado lo que ellos llaman “complejidad irreducible”, es decir, estructuras en la naturaleza y en el ser humano tan complejas que es estadísticamente imposible que hayan llegado a existir por casualidad.
Apelar a una mutación casual, a una mera selección del más apto o a cualquiera de las demás ideas ofrecidas en las diversas herencias que brotan del darwinismo sencillamente no tiene sentido. Los seres vivos poseen una complejidad irreducible que hace estadísticamente imposible que todos los pasos necesarios, pero altamente improbables, se dieran al mismo tiempo. Sin ella la vida no podría existir. Lo que esto sugiere, argumentan algunos, es la existencia de un diseñador.
Muchos incrédulos y ciertos creyentes replican: “Sí, sí, pero tales desarrollos improbables, simultáneos y ventajosos simplemente podrían significar que no entendemos los mecanismos. Si empezamos a insertar a Dios en cada lugar donde falta una explicación, entonces terminamos poniendo a Dios en los vacíos de nuestra ignorancia, y a medida que aprendemos más, los vacíos se llenan y Dios se reduce. No necesitamos un Dios de los vacíos. Un Dios de los vacíos no solo es mala ciencia, sino también mala teología”. Y así, el debate continúa.
Respecto a esa discusión —y la literatura ya es voluminosa—, lo que me parece interesante es que muchos escritores que en ningún sentido afirman ser cristianos a veces hablan de su asombro ante la inimaginable complejidad y esplendor del universo —un asombro que asciende al nivel de lo que podría llamarse “adoración”.
Pienso en un fascinante libro de Martin J. Rees, Just Six Numbers: The Deep Forces That Shape the Universe [Seis números nada más: las fuerzas profundas que ordenan el universo]. Si las realidades físicas que estos números describen generaran un número un poco mayor o un poco menor, el universo tal como lo conocemos no podría existir.
Por ejemplo, tiene que haber una distancia indicada exacta entre una partícula y otra en el nivel subatómico para equilibrar las diversas fuerzas. Solo seis números, tan estrechamente limitados entre sus límites superior e inferior, hacen posible el universo físico. ¿Cómo sucedió aquello? Otros escritores describen la asombrosa complejidad del globo ocular, y aunque en su orientación pueden ser desvergonzados materialistas filosóficos, están tan impresionados por la complejidad y la grandeza de todo que casi comienzan a tratar la naturaleza como un dios.
Desde una perspectiva cristiana, sus instintos son estupendos, pero se quedan cortos, porque hay un Dios que se ha revelado a Sí mismo en la grandeza de lo que llamamos naturaleza. No estoy seguro de que sea correcto argumentar a partir de la complejidad y la gloria de los seis números, de la rigidez de las plumas de la cola del pájaro carpintero o de la complejidad irreducible de una célula o del globo ocular para llegar a la conclusión de que Dios existe. A fin de cuentas, Dios no es meramente una inferencia, el punto final de un argumento, la conclusión después de que hemos ordenado la evidencia con sagacidad.
Pero si alguien comienza con este Dios, el testimonio de Su grandeza en todo lo que vemos a nuestro alrededor es increíble. Se necesita un enorme acto de voluntad de parte de los científicos más escépticos para mirarlo todo y decir, en vez de lo anterior: “Ah, solo es física. Deja de admirarlo. No lo hagas. No hay ningún diseño. Son solo moléculas chocando contra otras moléculas”.
4. Finalmente, permíteme decir de dónde vengo a medida que desarrollamos estos textos. Hace unos treinta años, un pensador cristiano llamado Francis Schaeffer escribió un librito llamado Genesis in Space and Time: The Flow of Biblical History [Génesis en el espacio y en el tiempo: el flujo de la historia bíblica]. Él argumentó que una de las formas de minimizar algunos de los interminables debates que oscurecen las discusiones sobre el origen del universo es preguntar: “¿Qué es lo mínimo que Génesis 1 y los capítulos siguientes deben estar diciendo para que el resto de la Biblia tenga algún sentido?”.
Fragmento adaptado de El Dios que está presente de D.A. Carson (Poiema Publicaciones).