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Aunque este hombre murió después de haber vivido solo un tercio de los años que muchos viven, su influencia ha sido profunda a través de la historia de la iglesia. Ministró en circunstancias muy difíciles, y aun así exhibió una extraordinaria humildad y abnegación. Su gran pasión por la gloria de Dios y las almas de los pecadores, transmitida a través de su diario, ha sido admirada por generaciones.
Bienvenidos a este resumen de la vida de David Brainerd (1718-1747).
Expulsión
David Brainerd nació el 20 de abril de 1718 en la ciudad de Haddam, Connecticut. El padre del pequeño David era agricultor y legislador de la colonia. Sin embargo, la tragedia visitó el hogar de los Brainerd: su padre murió cuando el pequeño David tenía nueve años y su madre cuando tenía catorce. Luego fue a vivir con sus tíos, quienes eran muy piadosos, y vivió allí hasta los dieciocho años, cuando decidió empezar a cultivar la tierra en una población cercana.
Brainerd creció en una iglesia congregacionalista, así que a los 20 años decidió seguir el ejemplo de su hermano e ingresar al ministerio. Un año después, ya era un estudiante en Yale College. Sin embargo, tuvo que abandonar sus estudios tan solo dos meses después de su llegada debido a algunos síntomas tempranos de tuberculosis.
En julio de 1739, cuando tenía 21 años, y en medio del avivamiento evangélico producto de la predicación de George Whitefield (1714-1770), el joven Brainerd comenzó a experimentar un abrumador vacío espiritual, lo que lo llevó a buscar esperanza en el evangelio, recibiendo la gracia salvadora del Señor y convirtiéndose en creyente.
El joven Brainerd poseía un temperamento y celo desenfrenados, lo que le produjo muchos problemas durante sus estudios. Fue expulsado de Yale después de quejarse, influenciado por su pasión evangélica, de que los profesores y la institución carecían de pasión por el evangelio, particularmente cuando sugirió que uno de sus tutores “No tenía más gracia que una silla”. Brainerd estudiaba para convertirse en ministro, pero después de la expulsión, ni Harvard, ni ninguna otra universidad europea quiso ordenarlo. Entonces decidió responder al llamado de convertirse en misionero. En noviembre de 1742 la Sociedad de Escocia para la Propagación del Conocimiento Cristiano le propuso que sirviera como misionero entre las tribus indígenas americanas.
Servicio en las misiones
Pero antes de ir al campo misionero en solitario, le aconsejaron que sirviera junto a un misionero experimentado antes de ir a regiones más remotas y peligrosas. Bajo la supervisión de John Sargent (1710-1749), Brainerd pudo estudiar la lengua algonquina, mientras aprendía a ministrar a los nativos.
Pero el cuerpo del joven Brainerd era débil, lo que constantemente lo hundía en la enfermedad y en sentimientos de duda e insuficiencia. También sufría de depresiones constantes, en gran medida causadas por la soledad, lo cual constituyó una carga que tuvo que soportar durante toda su vida. En su diario hay referencias repetidas al hecho de que se sentía indigno. Además, mientras reflexionaba sobre sus dificultades, su diario se llenó de repetidas expresiones de gratitud. Él podía ver que estas experiencias le ayudaban a pensar en el Señor y a cultivar su anhelo por el cielo.
Más tarde dejó a sus anfitriones y decidió vivir entre las tribus cercanas. Se mudó a una tienda indígena en Count Amick, Nueva York. Este no era necesariamente un alojamiento ideal, pero eliminaba la necesidad de viajar diariamente. También le permitió vivir directamente con las personas que buscaba evangelizar y aprender su idioma en el proceso.
Después de pasar casi un año en Count Amick, se mudó a la frontera. Fue a las bifurcaciones del río Delaware, al noreste de Bethlehem, Pensilvania, para servir en solitario. Pero necesitaba encontrar un traductor, ya que el dialecto de la región era completamente diferente de lo que había estudiado. Pronto conocería a Moses Tatamy (1690-1760), quien eventualmente se convertiría en su traductor y en el primer converso de su ministerio.
Comenzó a hacer viajes a las regiones circundantes para buscar nuevas oportunidades para difundir el evangelio. Allí estuvo expuesto con frecuencia a las inclemencias de la inhóspita región, lo que agravaría los síntomas de su tuberculosis.
Pero el aliento llegó cuando comenzó a presenciar el fruto de su trabajo. Durante uno de sus viajes, Brainerd predicó en una aldea indígena. Entre los nativos que se habían reunido había una joven de 20 años, hija de un notable jefe. Su familia había sido terriblemente maltratada por los colonos blancos. Sin embargo, al escuchar a Brainerd predicar, el Espíritu comenzó a moverse, y ella llegó a la fe en Cristo. Más tarde recordaría a sus hijos que Brainerd fue la primera persona blanca a la que amó.
Uno de los nietos de la nativa escribió: “Ella amaba mucho a David Brainerd porque amaba tanto a su Padre Celestial que estaba dispuesto a soportar las dificultades, viajar por las montañas, sufrir hambre y dormir en el suelo, para poder hacer bien a su gente”. La conversión de esta mujer marcó un punto de inflexión en el ministerio de Brainerd. En cuestión de días, se observó una sensibilidad espiritual sin igual entre los indígenas. Pronto hubo una especie de gran despertar entre los nativos, mientras muchos venían a Cristo y estaban ansiosos por conocer más sobre su nueva fe.
Preparado para la muerte
Pero la salud de Brainerd comenzó a complicarse con los rigores de su ministerio itinerante, acelerando el avance de la tuberculosis. Comenzó a registrar sus expectativas del cielo en su diario cuando se dio cuenta de que lo inevitable se acercaba. En septiembre de 1746, escribió: “Oh, qué bendición es estar habitualmente preparado para la muerte”.
Debía buscar reposo, así que el 20 de marzo de 1747 se despidió de sus preciosos creyentes y abandonó la frontera indígena. Buscando ayuda se dirigió a la casa de Jonathan y Sarah Edwards en Northampton, Massachusetts, a donde llegó en mayo. Un médico experimentado visitó la casa de los Edwards para evaluar el estado de salud del joven Brainerd, solo para darle la noticia de que no existía ninguna posibilidad de recuperación. Sin embargo, Brainerd reunió las fuerzas para poder viajar a unos 160 kilómetros hasta Boston para entregar un reporte sobre su trabajo misionero.
Después de casi morir durante su viaje a Boston, regresó a la casa de los Edwards para pasar sus últimos meses de vida. En una ocasión, Jonathan Edwards reunió a toda su familia alrededor del lecho de Brainerd para reflexionar sobre la gloria y la bondad de Dios. El propio Edwards reflexionaría más tarde sobre como Brainerd habló sobre su querida congregación con tanta ternura que su discurso fue interrumpido por las lágrimas de los presentes.
Brainerd insistió en que sus diarios y sus escritos personales fueran destruidos, pero sus allegados no le cumplieron este deseo, sino que los guardaron con el objetivo de que otros se beneficiaran de la profunda riqueza espiritual que contenían. David Brainerd murió el 10 de octubre de 1747 a los 29 años, después de haber sido cristiano por ocho años y misionero por cuatro más. Sin embargo, es probable que nadie haya tenido una influencia tan grande en el movimiento misionero moderno como este joven.
Gran impacto
Gran parte de la influencia que tuvo el fugaz ministerio de Brainerd fue gracias a la labor de Jonathan Edwards, quien se vio tan afectado por la vida de este joven, que quiso tomar su diario y escritos personales, y agregó algunos comentarios personales sobre su relación con el joven misionero. Así, en 1749, se publicó bajo el título de La vida y el diario de David Brainerd.
Ni siquiera el propio Edwards podría captar el impacto que tendría este escrito. En el futuro, este diario impulsaría el deseo misionero y ministerial de personajes tan importantes como John Wesley (1703-1791), John Newton (1725-1807), William Carey (1761-1834), David Livingstone (1813-1873), Jim Elliot (1927-1956) y muchos más.
La admiración que se siente hoy por David Brainerd es irónica, ya que en muchos aspectos fue un fracaso. Su vida plagada de mala salud, dudas y depresión, contrastada por una profunda determinación de obedecer el llamado de Dios, paradójicamente son ejemplares. La vida y el ministerio de David Brainerd son un recordatorio para nosotros hoy de que debemos abandonar cada vez más los placeres de este mundo y buscar la gloria de Dios en Cristo.
¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Cuáles son tus estándares para medir el éxito ministerial? ¿Cómo las adversidades y las luchas personales te pueden ayudar a ver más al Señor que a ti mismo? ¿Qué elementos de la vida de David Brainerd te han impactado?
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