Aquél creyente que está hoy en Colombia puede alegrarse de estar con su pueblo en medio de la crisis y compartir el mismo sentimiento de Dietrich Bonhoeffer:
He llegado a la conclusión de que cometí un error al venir a América. Debo vivir este difícil período en nuestra historia nacional con el pueblo de Alemania. No tendré el derecho de participar en la reconstrucción de la vida cristiana en Alemania luego de la guerra si no comparto los sufrimientos de este tiempo con mi gente … Los cristianos en Alemania tendrán que enfrentar la terrible alternativa, o desear la derrota de su nación para que la civilización cristiana sobreviva, o desear la victoria de su nación y, por lo tanto, la destrucción de la civilización. Sé cuál de estas alternativas debo escoger, pero no puedo tomar esa decisión desde la seguridad.1
Es la obra de Dios en un creyente la que le permite ver las realidades eternas en medio de una crisis sociopolítica, pero no es Su voluntad que nuestras emociones se mantengan en su lugar como si nada estuviera pasando. En las calles de nuestro país hay carteles que dicen “en Colombia nos están matando”, no en referencia a algún pueblo extranjero con anhelos de invadir, sino a su propio gobierno, su propia policía, su propia gente.
Decidí mirar al pasado. ¿Qué sintió Dietrich Bonhoeffer al ver su propio gobierno destruyendo a su pueblo, a su iglesia? No me malentiendan. No somos Bonhoeffer tratando de enfrentar el régimen Nazi y siendo espías tratando de matar a Hitler. Sé que muchos leen este artículo con el terrible peso en sus corazones de la injusticia que se ve en las calles de toda América Latina, desde el Cabo Froward en Chile hasta Punta Gallinas en Colombia, pero no vivimos nada como el nazismo (o por lo menos todavía no).
Para nadie es un secreto que en Colombia el problema es estructural, histórico. No es posible señalar al culpable con un solo dedo. Está en el gobierno, está en quienes hacen vandalismo, está en los ciudadanos que no toman partido, está en muchas décadas de violencia, está en el sinfín de errores acumulados en los 21 años de este siglo, está en el Covid-19 como la cereza del pastel. No quiero ahondar en el asunto político. Es por otra razón por la que me identifico con Bonhoeffer.
Reitero: ¿qué sintió Dietrich Bonhoeffer al ver su propio gobierno destruyendo a su pueblo, a su iglesia? Frustración, armada hasta los dientes de amarga impotencia. No hay forma de arreglar esto. Eso me quedó claro en el momento en el que el presidente de Colombia Iván Duque retiró la Reforma Tributaria y, una vez recibiendo la primera recompensa por la que estaba luchando, el pueblo se alzó diciendo (con razón) “¿ahora qué hacemos con una policía que agrede a la ciudadanía? ¿Qué hacemos con la salud, la educación, y un largo etcétera?”
Luego va el dolor. Hasta hoy, lunes 10 de mayo de 2021, van al menos 47 muertos, 1780 heridos, 1180 detenidos y 548 desaparecidos. El título de un artículo del New York Times cita así: “La policía de Colombia responde a las protestas con balas.”2 En verdad nos estamos matando, y eso duele. Duele mucho. Hay que tener el corazón de piedra para no conmoverse ante una madre llorando a su hijo de 19 años. ¿Quién lo mató? Lo matamos todos.
Y finalmente desilusión. ¿Qué pasó con las promesas del gobierno? ¿Qué pasa con el esfuerzo que hacen todos los colombianos cada día al salir a la calle y construir un mundo mejor? ¿No era este el siglo de la paz en Colombia? ¿No era este el año de la vacuna y la sádica muerte del Covid-19?
El profesor Bonhoeffer, que fue encarcelado apenas meses después de comprometerse con el amor de su vida (con quien nunca se casó, por cierto), nos da cátedra en asuntos de frustración, dolor y desilusión. Hay que estar muy loco para desear ardientemente que los ejércitos de Estados Unidos y Rusia hagan un sánduche con tu nación y apaleen a tu ejército. Los nazis son una figura del pasado, caricaturesca incluso cuando el buen Tarantino decide burlarse de ellos en su pieza maestra, una molestia ya superada hace ya casi 80 años. Todos miramos desde afuera, desde los libros de historia y las películas, pero poco nos preguntamos por nuestros hermanos creyentes que veían al cuerpo de Cristo en toda Europa (comenzando por los judíos) ser eliminado por su gobierno.
En los últimos años de su vida, ya a través de los barrotes de su celda, Bonhoeffer veía que su nación se caía a pedazos y que su propia gente se mataba y mataba a los demás. Por más doloroso que eso fuera, era necesario que eso pasara para la supervivencia del resto de la civilización. ¡Qué horror! Nosotros oramos porque Colombia no se siga cayendo a pedazos, pero Bonhoeffer tenía que rogar por la caída definitiva de su país y su gente, para que los rusos y los americanos vinieran a repartírsela como quien divide un pastel.
Me pregunto: ¿qué lo sostuvo? ¿Cuáles verdades servían de peso a su bote para que la tormenta no lo echara en el terrible mar de lo incierto? Pues de él se dice que, en 1945, cuando fue ejecutado por los nazis por conspiración en contra del Tercer Reich, oró fervientemente en una absoluta sumisión a Dios. Gracias a Dios ha quedado con nosotros su obra incompleta Ética, escrita poco tiempo antes de ser encarcelado en 1943. Quiero resaltar de este libro algunas ideas que sirven de consuelo a la iglesia en Colombia.
Sobre la posibilidad del mensaje de la iglesia para el mundo
Así se titula el manuscrito número 20 de la obra. En él, Bonhoeffer trata de responder la pregunta: ¿qué mensaje debe dar la iglesia al mundo? Hay dos situaciones que rodean esa pregunta. Primero, el mundo está pronto a ser conquistado por Hitler. Segundo, el mundo está esperando una respuesta de parte de los cristianos. Bonhoeffer, antes de presentar su posición, tiene un gran interrogante que debe tratarse: “¿es realmente labor de la iglesia hoy el ofrecer al mundo soluciones para sus problemas?”
Bonhoeffer comienza diciendo “Su Palabra no es una respuesta a las preguntas y problemas humanos, sino la respuesta divina a la pregunta dirigida a los seres humanos.”3 El Señor nos ha dado conocimiento sobre el más grande problema de todos: ¿cómo haremos para acercarnos a un Dios airado por nuestro pecado? La Palabra de Dios, de principio a fin, nos da la gloriosa solución. Es la fórmula perfecta para nuestro terrible destino. ¡Sin embargo, no es la fórmula mágica para solucionar cualquier problema cuyo origen está en nosotros! Es Dios, nuestro Creador, el que nos instruye sobre cuál es el problema en el que deberíamos concentrar nuestros esfuerzos. Si su preocupación es la reconciliación con la humanidad, también debe ser la nuestra.
¿Y qué hacemos, entonces, con las catástrofes que nos rodean y dañan la humanidad? Bonhoeffer lo pone de la siguiente forma: “¿Quién dice que todos los problemas del mundo deben y pueden ser resueltos? Quizá para Dios la condición irresoluta de estos problemas sea más importante que su solución, esto es, como un señalador que apunta a la caída de la humanidad y la redención de Dios”. Ahora, estoy convencido que el corazón de Bonhoeffer no era la indolencia (dudo que alguno de nosotros llegue a tener el sentimiento de misericordia que tenía este hombre). El punto es que, aunque la iglesia esté llamada a cuidar del vulnerable y servir activamente a una sociedad en necesidad, no veremos los problemas del mundo resueltos antes de la venida de Cristo.
Bonhoeffer reflexiona también sobre la era de la prohibición en Estados Unidos. En 1919, después de la Primera Guerra Mundial, un grupo de protestantes pietistas (principalmente metodistas) logró hacer legal una prohibición constitucional para prohibir la importación, producción y venta de bebidas alcohólicas en Estados Unidos, basada en la idea de curar una sociedad enferma de problemas relacionados con el alcohol, como la violencia intrafamiliar. Esta ley duró hasta 1933 y trajo muchísimo crimen en la nación durante sus 14 años. Para Bonhoeffer, este y otros ejemplos muestran que cuando la iglesia como institución se hace cargo de organizar la sociedad, solo genera más corrupción. Muy distinto es el hecho de que los creyentes que trabajan para las instituciones públicas sean luz y aboguen por leyes que concuerden con el espíritu bíblico. Pero la iglesia como institución no debe encargarse de organizar la sociedad.
Así pues, ¿cuál ha de ser el mensaje de la iglesia para un mundo que se rompe a pedazos? Bonhoeffer dice: “El mensaje de la iglesia para el mundo no puede ser otro que la palabra de Dios para el mundo. Esta palabra es: Jesucristo, y salvación en su nombre.” Bonhoeffer desarrolla una idea magnífica: Dios no tiene ninguna otra forma de relacionarse con el mundo que no sea, o por medio de juicio en una actitud airada, o por medio de Cristo en una actitud de reconciliación. Así pues, por cuanto la iglesia es representante de Dios en la tierra, tampoco tiene otra forma de relacionarse con el mundo que no sea por medio de Cristo Jesús.
El sostén del evangelio
Bonhoeffer me ayudó a entender que el evangelio trae profunda paz al creyente que sufre al ver su nación desbaratarse. Da paz saber que el plan perfecto de Dios no es que los problemas sociales se solucionen en nuestro tiempo, pues estos son necesarios para el avance del evangelio. Da paz saber que los creyentes no han fracasado en su labor de amor hacia la sociedad si han dedicado sus esfuerzos a la predicación del evangelio. Da paz saber que ningún gobierno será perfecto nunca, que la iglesia no debe estarse preocupando por arreglar los problemas sociales y que un día el Señor vendrá para traer paz absoluta al mundo en la derrota definitiva del pecado.
Por eso lo mejor que puede hacer el creyente en medio de la crisis es predicar el evangelio a todo aquél con quien se cruce, comenzando por el pecador en el espejo. Esto no significa que seamos indolentes. Esto no significa que no oremos por salud, por moral, por el final de la corrupción y la indiferencia hacia los débiles en la nación. No significa tampoco que no nos informemos de manera responsable y tratemos de ayudar al país en la siguiente vez que vayamos a las urnas. Incluso, tampoco significa que no debamos manifestar por medios legales y pacíficos nuestros desacuerdos con la injusticia social. ¡Que Dios nos ayude a hacer todo eso de corazón y mostrar a Cristo en el proceso! Pero la Escritura es definitivamente más urgente. Mil cosas buenas podemos hacer como creyentes individuales que se duelen por Colombia, pero una sola debe llenar nuestro corazón como Cuerpo de Cristo: el mensaje de salvación.
1 Eberhard Bethge, Dietrich Bonhoeffer: Eine Biographie, p. 736.
2 Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2021/05/05/espanol/protestas-policia-colombia.html.
3 Esta y las siguientes citaciones fueron tomadas de: Bonhoeffer, D. and West, C.C. (2008). Ethics DBW Vol 6. [ebook] Fortress Press. Disponible en:https://www.perlego.com/book/1733686/.
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