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El camino de Charles Thomas Studd parecía trazado entre comodidades y aplausos. Había alcanzado notoriedad como capitán del equipo de críquet de la Universidad de Cambridge. Sin embargo, cuando el Evangelio caló realmente en su interior, su vida tomó un camino distinto. No solo dejó una posible carrera deportiva, sino también los beneficios de pertenecer a una familia acomodada de la Inglaterra del siglo XIX, y hasta llegó a distribuir entre varios misioneros la herencia que recibió tras el fallecimiento de su padre.
Entre las aldeas remotas en China, India y el corazón del África ecuatorial, su vida se convirtió en una declaración viviente de que la Buena Noticia vale más que el éxito, el dinero o incluso la salud. Esta es la historia del hombre que quiso vivir “a una yarda del infierno” con tal de rescatar almas.

Un padre perseverante
Charles Thomas Studd nació el 6 de diciembre de 1860 en la ciudad de Spratton, Inglaterra, en el seno de una rica familia dedicada al cultivo de yute y añil, especialmente en la India. Edward Stuff, su padre, se había convertido al Señor durante una campaña evangelística de Dwight L. Moody (1837-1899); era un hombre muy piadoso, que se preocupaba mucho por el bienestar espiritual de sus hijos. El propio Charles solía contar que su padre entraba en las noches en su habitación para preguntarles a él y a sus dos hermanos si querían aceptar a Cristo, pero a veces los niños fingían estar dormidos para evadir la pregunta.
Al crecer, Charles empezó a interesarse en los deportes. Como era estudiante del Trinity College, ingresó al equipo de críquet de la Universidad de Cambridge. Su habilidad le permitió llegar a ser capitán del equipo y empezó a tener algo de reconocimiento. Mientras tanto, el señor Edwards seguía luchando por la conversión de sus hijos: constantemente invitaba a predicadores a su casa para que enseñaran las Buenas Nuevas a su familia y conocidos, pero parecía que sus hijos no comprendían el Evangelio.

Sin embargo, un día de 1878, cuando Charles y sus hermanos estudiaban en Eton, la familia recibió a otro predicador que se enfocó en buscarlo a él mientras se preparaba para ir a un partido de críquet. Le preguntó si creía en Jesús y él respondió que sí. Luego el predicador le preguntó si él obtendría la vida eterna una vez que muriera. En ese momento, Studd quedó atónito, no sabía cómo responder. Pero en esa conversación comprendió el Evangelio y se entregó a Cristo. Ese mismo día, sus dos hermanos también rindieron sus vidas al Señor.

Fe confrontada
De todos modos, la santificación del joven Charles Studd tomó tiempo, ya que seguía sosteniendo una vida impía. Aunque asistía a la iglesia y leía la Biblia, no compartía su fe con nadie y vivía como cualquiera de sus compañeros no creyentes, en gran medida porque se había dejado envolver por la fama que el críquet le estaba trayendo.
No obstante, una enfermedad repentina de George, su hermano, lo confrontó fuertemente, llevándolo al punto de cuestionar su propia conversión. Estando en el lecho de enfermo de su hermano, pensó: “Ahora, ¿qué es toda la popularidad del mundo para George? ¿Qué es toda la fama y los halagos? ¿De qué vale poseer las riquezas del mundo cuando un hombre llega a enfrentarse a la eternidad?”. Milagrosamente, George Studd se recuperó, pero todo esto causó un gran impacto espiritual en Charles.
Por ese tiempo, Studd leyó un panfleto de un ateo que decía “Si creyera lo que ustedes dicen que creen, que el cielo y el infierno existen y que los hombres están perdidos sin Cristo, no me detendría ante nada para salvarlos”. Esto inspiró a Charles a llevar a otros el mensaje del Evangelio de Jesucristo. Pronto se unió a un grupo de atletas en la Universidad de Cambridge que se reunían para estudiar las Escrituras, orar y compartir la Buena Noticia.
Poco tiempo después, Charles asistió a una conferencia en la que habló Hudson Taylor (1832-1905). Quedó tan impactado por la situación de los perdidos en China, que decidió tomar acción y abandonar su carrera en el críquet. Junto con otros seis estudiantes de Cambridge, se comprometió a ir a ese país a trabajar en la misión que Taylor había fundado.

Los Siete de Cambridge
Pero las cosas no serían fáciles para el nuevo joven Studd. Poco tiempo después de que tomó la decisión de ir a China, su padre murió. Su madre intentó persuadirlo para que no viajara y más bien buscara un buen trabajo que le permitiera cuidar de la familia. Aunque en un principio Studd vaciló, finalmente se negó.
Antes de irse, Hudson Taylor organizó una gira por varios campus universitarios de Inglaterra para que él, otros cinco estudiantes de Cambridge y uno más de la Academia Real Militar, los “Siete de Cambridge” (Cambridge Seven) —como llegaron a ser conocidos estos jóvenes— compartieran sus testimonios y desafiaran a los estudiantes a consagrar sus vidas a la gloria de Dios. A través de estos meses viajando y hablando, Dios atrajo a la gente a la fe en Cristo y despertó en muchos el llamado a las misiones.
En la última reunión de la gira, Charles instó a los estudiantes diciendo:
¿Están viviendo para el día o están viviendo para la vida eterna? ¿Vais a preocuparos por la opinión de los hombres aquí o por la opinión de Dios? La opinión de los hombres no nos servirá de mucho cuando lleguemos ante el trono del juicio, pero la opinión de Dios sí. ¿No sería mejor, entonces, tomar Su Palabra y obedecerla implícitamente?

La decisión de estos siete jóvenes de convertirse en misioneros causó un profundo impacto en medio de la sociedad inglesa de su tiempo, al punto que la prensa cubrió su historia. La iniciativa también impulsó el crecimiento y entusiasmo por las misiones, de manera que en el verano de 1886 se terminó fundando el Movimiento de Estudiantes Voluntarios. Sin embargo, los siete jóvenes que dieron iniciativa no estuvieron allí para ver la inauguración. Un año antes, el 5 de febrero de 1885, Charles Studd partió para China junto a sus seis compañeros. Tan pronto como llegaron, el 18 de marzo de 1885, los jóvenes adoptaron la vestimenta tradicional y empezaron a recorrer el país dirigiendo reuniones evangelísticas y compartiendo el Evangelio.

En China e India
Ya en China, mientras desarrollaba su labor misionera, Charles recibió la noticia de que le habían otorgado la herencia de su padre. Contrario a lo que podría marcar el sentido común al haberse ido como misionero a aquel país, decidió destinar la mayor parte de la herencia a organizaciones que ayudaban a los pobres, a los huérfanos y a los no alcanzados por el Evangelio. Charles se quedó solamente con 3400 libras.
Poco tiempo después conoció a Priscilla Steward (1864-1929), una joven misionera irlandesa con la que se casó en una ceremonia dirigida por un pastor chino, y con quien tuvo cuatro hijas y dos hijos. Charles quería darle el resto de su herencia a su joven esposa, pero ella lo exhortó recordándole la parábola del joven rico. Así pues, dio el resto de su dinero al Ejército de Salvación.
No obstante, en 1894, la mala salud de ambos los obligó a regresar a Inglaterra. Estando de vuelta, Charles Studd fue invitado a muchos lugares a hablar sobre las misiones, incluso a Estados Unidos, en donde habló al Movimiento de Estudiantes Voluntarios dirigido por Robert Wilder y John R. Mott, el líder más influyente. La organización se dedicaba a promover el Evangelio entre los universitarios. Durante esta visita, muchos jóvenes se comprometieron con las misiones en el extranjero.
Por ese tiempo, Charles decidió tomar un nuevo rumbo y consideró las misiones en la India, país al que viajó en 1900. Estando allí se convirtió en pastor y se dedicó fuertemente a la evangelización entre los indios y entre los funcionarios británicos.

Los caníbales quieren misioneros
En 1906, decidió regresar a Inglaterra nuevamente para establecerse en Liverpool. Dos años después, vio un cartel que decía: “Los caníbales quieren misioneros”. Esto y la influencia de un misionero alemán llamado Karl Kumm lo impulsaron a ingresar nuevamente en las misiones, esta vez en África. No obstante, su médico le advirtió que no debía ir a África debido a su grave debilidad física, secuelas de enfermedades tropicales y agotamiento acumulado.
Haciendo caso omiso a su médico, Charles empezó a buscar organizaciones o empresarios que lo apoyaran, pero todos se negaron en vista de lo que el viaje podría representar para la salud del entusiasta misionero. Entonces se las arregló para irse por su propia cuenta; se embarcó hacia África en 1910 junto con otro misionero llamado Alfred Buxton (1891-1940), que luego se convertiría en su yerno.
Un año después, un entusiasmado Charles Studd regresaría a Inglaterra para fundar su propia organización misionera llamada Heart of Africa Missions o Misión del Corazón de África. Esta sería operada desde Inglaterra por su familia.

En 1913 se estableció en el Congo junto con Buxton. Allí edificó cuatro estaciones misioneras entre los nativos. Pronto, el trabajo empezó a dar sus frutos y en su primer bautismo público hubo doce personas bautizadas. Este fue el inicio de un trabajo de 18 años en el continente africano.
Luego de un tiempo, Priscilla se enfermó y la familia tuvo que regresar a Inglaterra. Pero el celo misionero de Charles no le permitía estar allí, así que, tras su recuperación, regresó a África para continuar con su labor, fundando una base misionera en el centro de ese continente. Mientras tanto, la misión también enviaba obreros a Sudamérica, Asia Central y Oriente Medio, además de África. Priscilla realizó una breve visita al Congo en 1928. Esa fue la última vez que se vieron, ya que ella murió al año siguiente.

Finalmente, Charles Studd murió a sus 70 años, el 16 de julio de 1931, en la pequeña población de Ibambi, justo en el corazón de África (en lo que hoy es la República Democrática del Congo). La historia dice que la última palabra que pronunció fue “¡Aleluya!”. Tras su muerte, la organización misionera que había fundado comenzó a crecer bajo el liderazgo de otro de sus yernos, llamado Norman Grubb (1895-1993). Esta continúa hasta hoy y ha enviado a miles de misioneros a más de 50 países a través de su historia.
Durante su vida, Studd estuvo en cuatro continentes: Europa, Asia, América y África, en tiempos en los que los desplazamientos eran lentos y peligrosos. Su pasión por el Evangelio y por comunicarlo a los perdidos fue la motivación más grande de su ministerio. Alguna vez dijo sobre su labor: “Algunos quieren vivir dentro del sonido de campana de la iglesia o capilla; yo quiero estar en una tienda de rescate a una yarda del infierno”, una frase que sin duda resume muy bien la motivación de su labor misionera.
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