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¿Has visto la película Titanic? ¿Te has emocionado con esa fascinante historia? Esta película habla de varios héroes, pero nada se dijo sobre John Harper, quizá el héroe más relevante que sufrió esta tragedia.
Pasión por los perdidos
John Harper nació el 29 de mayo de 1872 en el pueblo de Houston, Renfrewshire, Escocia. Se convirtió al cristianismo a los 14 y a los 17 empezó a predicar en las calles mientras trabajaba en un molino. Pero un pastor Bautista llamado E.A. Carter de la Baptist Pioneer Mission en Londres se enteró de su predicación y le ofreció trabajar de tiempo completo en el ministerio en Govan, Escocia.
En 1896, se convirtió en el primer pastor de la Iglesia Bautista Paisley Road en Glasgow. Bajo su cuidado, la iglesia creció rápidamente de 25 miembros a más de 500, y pronto se mudó a una nueva ubicación en Plantation Street. Durante ese tiempo se casó y tuvo una hija, pero poco tiempo después su esposa murió.
Gracias a su popularidad y pasión por las almas, el gran predicador Dwight L. Moody lo invitó en dos ocasiones a pasar el océano atlántico hasta su iglesia en Chicago. Harper pasó tres meses ministrando en la Iglesia Moody en Chicago, tiempo durante el cual la iglesia experimentó uno de los avivamientos más maravillosos de su historia. Luego Harper regresó a Gran Bretaña para continuar con su ministerio.
Tiempo después, la iglesia de Moody le envió una nueva invitación. Harper hizo rápidamente arreglos para que él y su hija de seis años, llamada Nana, viajaran de regreso a Estados Unidos. Sin embargo, decidió retrasar su partida durante una semana, para poder navegar en un nuevo barco, el Titanic, que estaba a punto de hacer su primer viaje. Así fue como John Harper, su hermana y su hija de seis años se encontraron en el gran barco.
El trágico día
El domingo 14 de abril de 1912, el día del fatídico accidente, el clima estaba agradable y el mar estaba en calma. Harper asistió al servicio de la iglesia para los pasajeros. Una persona allegada contó posteriormente que en la tarde de ese domingo vio a Harper hablar con la gente sobre el evangelio.
El Titanic golpeó el iceberg ese mismo día a las 11:40 p.m. Cuando se emitió la llamada para que los pasajeros abandonaran sus camarotes, Harper envolvió a su hija en una manta, le dijo que algún día la volvería a ver y se la encargó a un familiar que viajaba con ellos.
Los sobrevivientes luego informaron que cuando el Titanic comenzó a hundirse, Harper advirtió a las personas que estuvieran preparadas para morir. Se aseguró de que su hermana y su hija estuvieran en un bote salvavidas mientras él continuaba compartiendo el Evangelio con quien quisiera escuchar.
Un sobreviviente recordó claramente haber escuchado gritar a Harper: “¡Mujeres, niños e inconversos en los botes salvavidas!”. Harper luego corrió a lo largo de la cubierta suplicando a la gente que se volviera hacia Cristo. Reuniendo a la gente a su alrededor en la cubierta se arrodilló y levantó los brazos en oración. Cuando el barco comenzó a hundirse, saltó a las aguas heladas.
Un informe dice que Harper, sabiendo que no podría sobrevivir mucho tiempo en el agua helada, se quitó el chaleco salvavidas y se lo arrojó a otra persona diciéndole: “¡Necesitas esto más que yo!”. Finalmente, cuando comenzó la hipotermia, John Harper se hundió bajo las aguas y pasó a la presencia del Señor, a la edad de 39.
El sobreviviente salvado
Pero su historia no termina aquí. Cuatro años después, un joven escocés llamado Aguilla Webb se puso de pie en una reunión en Hamilton, Canadá, y dio el siguiente testimonio:
Soy un sobreviviente del Titanic. Cuando estaba a la deriva solo en un mástil esa noche horrible, la marea trajo al Sr. John Harper de Glasgow cerca de mí. ‘Hombre’, me dijo, ‘¿eres salvo?’ ‘No’, dije ‘No lo soy’. Él respondió: ‘Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo’. Las olas lo llevaron lejos; pero, por extraño que parezca, lo trajeron de vuelta un poco más tarde, y él me dijo: ‘¿Eres salvo ahora?’ ‘No’, le dije, ‘no puedo decir aún con certeza que lo soy’. Volvió a decirme: ‘Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo’, y poco después él se hundió; y allí, solo en la noche, en medio de un inmenso mar alrededor de mí, creí. Soy el último convertido por la predicación de John Harper.
Dios quería que el increíble testimonio de Webb fuera compartido, pues fue una de las pocas personas que fueron sacadas del agua esa noche para unirse a los sobrevivientes en los botes salvavidas. Antes de desaparecer bajo el mar helado, John Harper compartió, por última vez, el mensaje de salvación. La hija de Harper, de seis años, y su tía llegaron sanas y salvas a Nueva York, rescatadas por el Carpathia, y solo entonces se enteraron de la muerte de su padre y hermano.
Hoy, más de 100 años después del hundimiento del Titanic, la Iglesia Bautista Harper Memorial en Glasgow, fundada por este gran hombre de Dios y nombrada posteriormente en su honor, aún existe.
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