En la medida en que en Estados Unidos aumentan las muertes por desesperación, la iglesia debe preguntarse qué papel está desempeñando para evitar que este tipo de muertes sigan sucediendo.
“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” Juan 10:10.
El evangelio de Juan nos recuerda la promesa central de Jesús, la buena noticia de que la vida que teníamos antes de conocerle ya no tiene porqué seguir siendo igual, de que quien cree en Él vivirá, pero que además que quien cree no solo tendrá vida sino una vida que es abundante, plena. En este sentido, aceptar la promesa de Jesús es asumir el desafío de vivir una vida radicalmente distinta, una en la que cada uno de nosotros pueda sentirse plenamente realizado, y en la que al tomar la propia cruz podamos distinguir dónde reside la verdadera felicidad.
Pero aún con esta promesa, en una nación como los Estados Unidos, donde de acuerdo a las últimas estadísticas, la mayoría de la población se identifica como cristiana, la promesa de una nueva vida o de una vida abundante y realizada parece algo distante para una gran parte de la población. ¿Qué es lo que ha sucedido?
En uno de los más recientes y completos estudios llevados hasta la fecha y publicado en el año 2020, el Premio Nobel de Economía Angus Deaton y su esposa, la economista Anne Case, destacan la existencia de una grave epidemia de muertes por desesperación que está ocurriendo justo ahora en Estados Unidos. Este estudio fue publicado en el libro Muertes por Desesperación y el futuro del Capitalismo, en el que además de estudiar las conexiones entre la mala economía de muchas familias y las muertes por desesperación, también hay menciones importantes al papel de la iglesia y cómo el abandono de la práctica religiosa está correlacionada con los episodios de muertes de este tipo.
Para empezar a hablar de este problema, primero tenemos que reconocer qué es una muerte por desesperación y cómo este tipo de muertes se ven alimentadas por toda una serie de condiciones que hacen que para muchas personas hoy en Estados Unidos la vida ya no tenga sentido. Siguiendo el estudio de Deaton y Case, se definen como muertes por desesperación todas aquellas que están relacionadas a condiciones de angustia expresadas en patrones de comportamiento tales como el alcoholismo, la drogadicción y el suicidio. En este sentido, las personas que mueren debido a enfermedad hepática, cirrosis, una sobredosis de narcóticos, mezcla de alcohol con drogas o por suicidio, son concebidas como desesperadas, puesto que en cada uno de estos casos (recurrir al alcohol, las drogas y la muerte), es algo que se busca con el fin de evitar un estado de sufrimiento mayor que la misma adicción o la muerte.
¿Quiénes son los que están muriendo debido a la desesperación?
Los informes de gubernamentales citados por Deaton y Case señalan que las muertes están ocurriendo en una franja de la población que se ubica entre los cuarenta y cinco años y los cincuenta y cuatro años (lo que se define como la mediana edad), y aunque hay muertes por desesperación en edades mayores, estas se concentran especialmente en la mediana edad y se han venido desplazando cada vez más hacia franjas de poblaciones más jóvenes. Las muertes por desesperación ocurren en todas las razas, pero la explosión de la actual epidemia se ha centrado especialmente entre la población blanca sin educación universitaria, de manera que para la presente reseña nos concentraremos especialmente en lo que le ha sucedido a la población blanca que no fue a la universidad.
Según el estudio de Deaton y Case, la epidemia empieza a mediados de los años noventa y continúa ascendiendo con gran fuerza en los años 2000 y los 2010. Para el año 1995, 40 de cada 100.000 ciudadanos blancos sin educación universitaria entre 45 y 54 morían en formas relacionadas a la desesperación, para el año 2016 esa cifra ascendió a 136 personas por cada 100.000 (para la misma franja de edades y también sin titulación universitaria) lo que es un ascenso de más del 200%. Para comprender por qué esto es tan grave, los autores no sólo detallan el ascenso de las muertes por estas causas, sino también el hecho de que a pesar de que también hay muertes por desesperación entre los graduados universitarios, estas han permanecido bajas y prácticamente invariables desde 1995. Entre los graduados universitarios este tipo de muertes ha oscilado únicamente entre las 25 y 30 por cada 100.000 personas para todo el periodo de estudio.
El ascenso de las muertes por desesperación contrasta en gran medida con el descenso histórico en la mortalidad asociada a otras causas. Por ejemplo mientras que para el año 1900, de cada 100.000 ciudadanos entre 45 y 54 años morían unos 1430 aproximadamente, para el año 2000 esa cifra era de apenas unas 300 personas para todas las muertes, lo que indica que si bien en otro tiempo las muertes por enfermedades intestinales o del corazón eran la principal causa de muerte entre la población de la mediana edad y la más joven, ahora las muertes por desesperación son la principal causa de muertes para quienes están en esas edades.
¿Por qué están muriendo todas estas personas?
Un elemento central en todo el estudio de Deaton y Case es el descenso en la calidad de vida de la población blanca que no accede a educación universitaria. La educación superior en Estados Unidos es cara por lo que no todo el mundo se la puede permitir, aproximadamente unas dos terceras partes de la población no accede a la educación superior. En el pasado la educación universitaria no era algo tan necesario para acceder a buenos empleos, sin embargo con las recientes revoluciones tecnológicas, cada vez es más plausible que quien no tiene un título universitario no pueda ascender laboralmente y se encuentre estancado en empleos precarios o el desempleo. Adicionalmente, los salarios existentes para los empleos a los que hoy acceden las personas sin estudios superiores en muchas ocasiones no superan de unos cuantos dólares la hora, lo que sumado a los crecientes precios de la salud y de muchos servicios y productos que han sido monopolizados, hacen que las personas vean truncadas sus expectativas de futuro y sean más propensas a caer en la depresión, las adicciones y el dolor crónico.
¿Qué tiene que ver la iglesia con este fenómeno?
Una de las características de las muertes por desesperación es que estas se han producido allí donde la forma de vida tradicional se ha erosionado, se ha debilitado o ha quedado destruida del todo. Se entiende por una forma de vida tradicional un escenario en el que las personas pueden ir a trabajar y con el fruto del trabajo sostener un hogar en unas condiciones de vida mínimas como por ejemplo comprar una casa y asegurar la educación superior de los hijos. Es decir, la calidad de vida que provee el capitalismo contemporáneo ya no les está asegurando a muchas personas la posibilidad de tener una familia ni de vivir en comunidad. La destrucción de la vida en comunidad, y concretamente de la familia ha empezado también a erosionar todo tipo de confianza en los valores comunitarios, alejando cada vez más a las personas de instituciones de encuentro como las iglesias, los sindicatos y cualquier otro espacio de vida común. Los estudios señalan que allí donde hay instituciones comunitarias más fuertes se producen menos muertes por desesperación. Por ejemplo en el continente europeo, donde hay una fuerte red social de asistencia del estado por medio de mayores y más fuertes prestaciones sociales, se han producido muchas menos muertes por desesperación.
Los estudios también han demostrado que las personas con menos ingresos y empleos de menor calidad tienden a formar familias más disfuncionales, a divorciarse más fácilmente y a tener más hijos de parejas distintas. Case y Deaton señalan que “las organizaciones familiares disfuncionales son el principal sospechoso de la propagación de la desesperación”.
El siguiente párrafo del libro de Deaton y Case sobre la relación de la comunidad, la iglesia y el sentido que las personas confieren a sus vidas por medio del encuentro es bastante ilustrativo: “Las condiciones de vida materiales, la salud, la familia y los hijos son pilares del bienestar, como lo es la comunidad y, para la mayoría de los estadounidenses, la fe religiosa. Según datos de Gallup de 2008 a 2012, dos tercios de los estadounidenses dijeron que la religión era muy importante en su vida cotidiana”. Y más adelante señalan:
“En Estados Unidos, la pertenencia a la iglesia ha ido decayendo en las últimas décadas, sobre todo entre aquellos con menos estudios, que desde el principio eran menos propensos a ir a la iglesia. No todo el que dice que la religión es importante para él pertenece a una iglesia o va a una con regularidad; hoy en día, alrededor de un tercio de los estadounidenses declara que ha estado en un lugar de culto la semana pasada. A finales de la década de 1950, esta cifra se acercaba a la mitad; se produjo un lento descenso hasta 1980, tras lo cual la asistencia se mantuvo estable en alrededor del 40 por ciento hasta el año 2000, y después se produjo una caída abrupta.(...) Durante las décadas de 1960 y 1970, un periodo de importantes cambios sociales en cuanto a normas sexuales y derechos civiles, y de una desconfianza creciente en el Gobierno, muchas personas dejaron de ir a la iglesia por completo, mientras que otras, alteradas por los cambios y disgustadas por la falta de una respuesta contundente por parte de las iglesias tradicionales (las iglesias históricas como la anglicana, la católica o luterana), se fueron a iglesias evangélicas y socialmente conservadoras.
Dicho lo anterior, podemos obtener un patrón cada vez más claro de las muertes por desesperación y en qué tipo de escenarios ocurren: hablamos de personas sin educación universitaria cuyo modo de vida se ha precarizado por las condiciones impuestas por la nueva economía y en comunidades donde la iglesia ha perdido su influencia. En concreto, allí donde se pierde la confianza en la comunidad y las redes de apoyo son más débiles y la calidad de vida, que antes era alta, ha empezado a decaer, las personas no solo tienen menos espacios de encuentro sino que también empiezan a creer que la iglesia no es para ellos.
Aquí es donde de modo especulativo se puede pensar que ante el discurso de “prosperidad” o “victoria” que reclaman muchas iglesias de la denominada “teología de la prosperidad” o incluso la idea de un modo de vida tradicional familiar que muchas iglesias conciben como algo positivo, ya no resuena ni tiene sentido para muchas personas que perdieron sus empleos por causa de la deslocalización del trabajo (cuando las empresas se trasladan a un país donde la mano de obra es más barata) o a causa de la entrada de los robots al mundo de las manufacturas, y muchas de estas personas empiezan a pensar que ni la iglesia ni sus valores son para ellos, pues no son ni prósperos y tampoco pueden empezar a formar familias con el escaso dinero que tienen.
Otro de los aspectos que se destacan en el estudio de Case y Deaton es el incremento del individualismo. Así los autores señalan que: “En la actualidad, muchos estadounidenses no tienen contacto alguno con una religión organizada y desarrollan su espiritualidad a través de creencias elaboradas por ellos mismos que a veces conducen al aislamiento: la etnógrafa social Kathryn Edin y sus colegas hablan de un hombre cuya espiritualidad se centra en la teoría del astronauta ancestral y que se queja de la dificultad para encontrar gente con la que hablar de eso.” Este individualismo inevitablemente conduce a la soledad y en cierto modo puede ser una de las causas de las muertes por desesperación.
Así, ante la evidente presencia de una epidemia de grandes proporciones de muertes por desesperación es importante preguntar ¿qué papel puede desempeñar la iglesia con el fin de llevar el mensaje de salvación a aquellos que se encuentran desesperados, que se sienten solos y abandonados por el sistema?
Dado que las muertes por desesperación se producen en un mundo donde la vida en comunidad se ha destruido y las perspectivas económicas han empeorado, la iglesia puede desempeñar un papel activo en evitar las muertes por desesperación empezando a apoyar a las personas de su comunidad que se han distanciado de la iglesia, a las que han perdido sus empleos, a aquellos especialmente que no cuentan con educación superior y a todas aquellas personas que sufren algún tipo de adicción. Es importante recordar aquí que de acuerdo a las estadísticas el suicidio es más frecuente ente hombres que mujeres, dado que las mujeres tienen un sentido mucho más profundo de las conexiones sociales, mientras que los hombres son más solitarios (Fuente Statista)
En este contexto es importante recordar el llamado que nos hace el evangelio a la vida en comunidad y cómo un fuerte sentido de la comunidad y la pertenencia a ella puede salvar vidas. En la carta a los Hebreos se nos recuerda la importancia de esto: “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.” Hebreos 10:24-25. Jesús mismo también nos exhorta a la formación activa de una comunidad y a la vida en ella: “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Mateo 18:20.
Sin embargo, la vida en comunidad no significa un mero presentismo en la iglesia para el ritualismo, algo en lo que algunas comunidades cristianas pueden caer, sino que implica la preocupación constante por el otro y el interés por sus necesidades, tal y como hacían los primeros cristianos: “No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos” Hechos 2:46-47. Uno de los elementos llamativos de este pasaje es que resalta que el Señor añadía cada día más salvos al grupo. Si pensamos en el caso de las muertes por desesperación, la presencia de la iglesia no solo puede salvar la vida física de quienes están en riesgo de morir en el alcohol, por las drogas y el suicidio, sino que puede salvar sus almas, dándoles un sentido renovado de esperanza a estas personas al hacerles saber la buena noticia de que Dios les está esperando para restaurar su relación con ellos.
Comunidad y comunión sobre méritos e individualismo
En una sociedad donde el progreso material eleva a unos a cimas muy elevadas, mientras que deja a otros atrás y los convence de que es su culpa el fracaso, la iglesia también puede animarnos al recordar que nunca caminamos solos y que nuestros éxitos no son únicamente exclusivamente nuestro mérito, sino que en muchos casos dependen de circunstancias sociales que la gente no controla y en otras ocasiones de una cooperación legítima y beneficiosa, mientras que en otros casos lamentablemente la iglesia debe denunciar (profetizar) que el éxito también se puede cimentar sobre condiciones de pecado donde el engaño, el robo y la idolatría al dinero son la norma de una sociedad completamente individualista y alejada de Dios y su llamado a la vida del amor en la comunidad. Por esto, la iglesia también tiene que llamar a la conversión a una sociedad sumergida en el pecado, una condición que nos lleva a centrarnos en nosotros mismos y olvidarnos de los demás.
Precisamente los economistas Case y Deaton señalaron que muchas muertes por desesperación estaban relacionadas con prescripciones engañosas de opioides para el dolor por parte de médicos asociados a compañías que se enriquecieron mientras convertían en adictos a una gran parte de los adultos estadounidenses. Si logramos sanar el dolor que las personas están sintiendo, con una presencia más profunda y real del evangelio en nuestras comunidades (una lección que también es válida para América Latina y todo el mundo hispanohablante) por medio de la predicación y la recuperación de las vidas de las personas, los cristianos tendremos éxito en arrebatarle almas a las muertes desesperadas.
Con información del libro “Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo”, de los economistas Angus Deaton y Anne Case.
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