En una época de intensos debates teológicos y cambios profundos en la iglesia, Basilio –más conocido como Basilio el Grande– se destacó como un líder excepcional. Fue uno de los “padres capadocios”, un grupo de padres de la iglesia que jugó un papel decisivo en el cristianismo oriental del siglo IV. Pero la influencia de Basilio es tal, que se le considera un padre entre los padres; incluso podríamos decir que lo que Agustín fue para Occidente, Basilio lo fue para Oriente.
Sin embargo, como señala Andrew Radde-Gallwitz, PhD en Religión: “A pesar de que [Basilio] es una de las figuras más influyentes en la historia cristiana, su obra es típicamente leída hoy en día solo por eruditos profesionales”. Con este escrito queremos animar al lector a familiarizarse con él, interesarse por su obra y beneficiarse de su impacto. Por eso, queremos presentarlo no solo como un teólogo y pastor influyente, sino como una figura que todavía tiene mucho que enseñar a quienes estén dispuestos a escuchar. En este artículo nos proponemos presentar un retrato introductorio de su vida, para lo cual adoptaremos la cronología propuesta por el académico P. J. Fedwick.
¿Quién fue Basilio?
De él tenemos una vida bien informada. Como dice Anthony Meredith, académico especializado en teología y filosofía cristiana: “con las excepciones de Cicerón y San Agustín, probablemente sabemos más sobre él [Basilio] que sobre cualquier otro escritor antiguo”. Así que podemos contar con una buena cantidad de detalles.
Nació dentro de una respetada familia. Sus abuelos, Maximio y Macrina, gozaban del reconocimiento cristiano por haber sufrido durante la persecución de Maximino Daya. El menor de sus descendientes se llamaba Basilio, a quien se le dio el nombre de “el Mayor”, lo cual lo diferencia de su propio hijo. Basilio el Mayor se educó como retórico y, al igual que sus padres, fue reconocido por su piedad; se dedicó a la enseñanza de retórica y contrajo matrimonio con Emmelia, hija de un mártir. Su primer descendiente fue Basilio, quien luego fue llamado “el Grande”.
Este nació por el año 329 en Cesarea de Capadocia, en un contexto pacífico para la iglesia. Las persecuciones cesaron y, gracias al Edicto de Milán (313), el cristianismo gozaba de tolerancia y reconocimiento como una religión que compartía con las demás el derecho legítimo a existir. Además, ya había ocurrido el gran Concilio de Nicea (325), que supuso una victoria para la teología trinitaria de la iglesia y un desarrollo decisivo en su comprensión del misterio de Dios.
Basilio fue educado por su padre. En Annesi y Neocesarea recibió la formación necesaria que haría de él un profesor de retórica. Pero no todo su entrenamiento se enfocó en esta materia: el impacto de su madre, su abuela y su hermana Macrina fue fundamental en su formación espiritual. La educación que recibió fue amplia: comenzó en las tierras de Annesi, desde allí avanzó a Cesarea, luego llegó a Constantinopla y, finalmente, en el año 351, a la ciudad de Atenas, “el centro más importante de estudios filosóficos”, según el erudito Manlio Simonetti.
En esas dos últimas ciudades, Basilio demostró lo mejor de sí mismo, pues estudió filosofía y perfeccionó sus conocimientos de retórica. Además, fue en esa época que forjó una amistad inquebrantable con quien acabaría siendo otro de los “padres capadocios”: Gregorio Nacianceno. El teólogo e historiador Philip Schaff escribió sobre esta relación:
…los dos jóvenes capadocios se destacaron entre sus contemporáneos por tres cosas: su diligencia y éxito en el trabajo; su vida inmaculada y devota; y su estrecho afecto mutuo. Todo era común para ellos. Eran como una sola alma. Lo que formó el vínculo de unión más estrecho fue su fe. Dios y su amor por lo mejor los hicieron uno.
Tras sus estudios, Basilio volvió a su tierra en el 355. Allí se convirtió en profesor, pues se encargó de la educación de su propio hermano, Gregorio de Nisa, otro de los “padres capadocios” y uno de los teólogos más importantes de su tiempo. Cesarea recibió a Basilio con los brazos abiertos, como un hijo ilustre. Sin embargo, su nueva vida como profesor le generaba conflictos internos: Basilio fue criado bajo un espíritu cristiano, por lo cual percibía una tensión entre la llamada del evangelio y la vida mundana como maestro de retórica.
Sumado a esto, su hermano Gregorio dijo que, al llegar a Cesarea, Basilio estaba “excesivamente hinchado por sus habilidades retóricas, creyéndose mejor que los principales hombres del sector”, esto según Teodoreto de Ciro en su Historia Eclesiástica. Ante este escenario, la influencia de su hermana fue determinante para guiarlo a una vida abnegada. Es posible decir que no habría un Basilio “el Grande” sin una Macrina, pues, como dice el teólogo y académico Stephen M. Hildebrand, ella era “el centro religioso de la familia”.
Un compromiso con la fe
En el fondo, Basilio anhelaba otro tipo de vida, una que él llamaba “la vida filosófica”. Como precisa Gallwitz, esta no se relacionaba con la docencia filosófica a nivel universitario, sino con “una búsqueda permanente de Dios, una lucha y un entrenamiento continuos (...), el llamado de Cristo a tomar la cruz y seguirlo (...), [una vida de] vigilancia disciplinada”. ¿Dónde podía encontrar una vida así?
La historia inserta en esta etapa su relación con el monacato cristiano oriental. Basilio tomó una decisión: dejar su vida como rétor y abrazar de forma definitiva la vida cristiana. Su compromiso con la fe quedó sellado en el año 356, cuando fue bautizado por el obispo Dianio.
Posterior a eso, Basilio buscó comprender mejor estas vidas filosóficas para con Dios, por lo cual, para el 356, se embarcó en varios viajes por Medio Oriente. Recorrió Siria, Egipto, Palestina y Mesopotamia con el fin de conocer la espiritualidad de los monjes del desierto. No iba solo; lo acompañaba Eustaquio de Sabaste, un importante referente para el cristianismo oriental. Basilio siguió el itinerario de su mentor, empapándose con la espiritualidad y culto que ofrecían los ascetas. Esta experiencia, sin duda, lo marcó profundamente, pues apenas había comenzado su nueva vida cristiana.
En el 357, tras volver de sus viajes, Basilio renunció a su herencia, dejó lo que poseía y lo ataba a este mundo, y lo dio en beneficio a los pobres. Finalmente, al retirarse a una finca en el Ponto, al extremo del río Iris, abrazó la soledad, la vida ascética y contemplativa. Allí vivió una vida monástica junto a otros que se le allegaron, acompañado además por su amigo, Gregorio Nacianceno.
Basilio asumió un liderazgo importante en la guía, formación y espiritualidad de los nuevos monjes. Su estancia en el Ponto dio como resultado una de sus obras más importantes: su Regla monástica, que acabó dando forma a todo el monacato oriental. Sin embargo, fue llamado a salir de su tierra y de su comunidad monástica por el obispo Dianio en el año 360. En enero, juntos se dirigieron hacia Constantinopla. De vuelta a Cesarea, Dianio lo nombró lector de la iglesia y, en el 362, fue ordenado presbítero.
Tras la muerte de Dianio, Eusebio, el nuevo obispo, convenció a Basilio de convertirse en sacerdote, y en el 364 lo nombró como tal. Los años que siguieron fueron de constante trabajo eclesiástico; el obispo Eusebio contaba con el mejor compañero que podía tener. Sin embargo, tras su fallecimiento en el 370, Basilio fue ordenado en su lugar como nuevo obispo de Cesarea y quedó a cargo del extenso terreno de Capadocia.
Un ministerio transversal
Como obispo, Basilio trabajó arduamente por el bien social del pueblo; su actividad benéfica no sabía de esa división entre lo espiritual y lo material. Es interesante que en sus sermones es posible ver a un pastor con una clara perspectiva holística: por un lado, tenía el deber de enseñar las Escrituras, y por otro, también sabía que la tarea de la predicación afecta el entorno de quienes la escuchan. Así pues, Basilio educaba y también criticaba los abusos, sobre todo de los más poderosos en contra de los débiles.
Recuerdo que, hace unos años, leí un libro titulado El Humanismo de los Padres de la Iglesia (ya descontinuado), en el que había extractos de sus sermones –y de otros padres– que evidenciaban un fuerte sentido social, y eran muy aplicables a nuestro contexto.
El ministerio de Basilio fue transversal. Como señala el teólogo Johannes Quasten, fundó hospitales y recintos para quienes sufrían enfermedades contagiosas, además de organizar hogares para pobres y estadías para extranjeros. La gente podía notar que la ciudad ya no era la misma, sino una completamente nueva; su influencia era notira. Sin embargo, estas actividades sumidas en medio de la vida cívica no le restaban a su ideal de la vida filosófica con Dios. Independientemente de su nueva responsabilidad, seguía siendo un monje.
Pero no todo era labor homilética y social en el ministerio de Basilio. También tuvo que enfrentarse a los poderosos que apoyaban una nueva versión de la herejía arriana y trataban de legitimarla con su poder estatal. Sus choques con el emperador Valente, quien apoyaba el arrianismo, llenan su historia de valentía.
Por lo que sabemos, en la era patrística pocos o casi ningún obispo se enfrentó con palabras tan directas y duras hacia un emperador. El caso con el prefecto Modesto es un ejemplo. Valente sabía de la resistencia de Basilio a la doctrina neoarriana, así que lo amenazó con la confiscación si no apoyaba la causa herética. El emperador mandó a Modesto para darle a Basilio un ultimátum: si el obispo no se sometía, sería exiliado. Su respuesta fue:
La confiscación de los bienes no afecta a quien no tiene nada (...). En cuanto al destierro, no lo conozco porque no estoy ligado a ningún lugar (...). Esta tierra donde vivo no la considero mía (...), la muerte sería un beneficio para mí, porque me llevaría más rápido hacia Dios...
Ante estas palabras, Modesto le respondió: “nadie me ha hablado de esa manera”. Basilio no se quedó en silencio, sino que le dijo una frase icónica: “[Eso es porque] hasta ahora quizá tampoco te habías tropezado con un obispo de verdad (...) no nos convencerás ni nos ganarás para la doctrina impía, aunque nos amenaces con los tormentos más crueles”. Su actitud defensiva en cuanto a la fe de la ortodoxia nicena era el pilar de toda su visión de la unidad de la iglesia: si la iglesia estaba unida, podía entonces erradicar el error.
Así, Basilio fue un obispo de la unidad cristiana: buscó responder a los errores de su tiempo con la teología nacida de la unidad del cuerpo de la iglesia. Su mayor interés de reconciliación miraba hacia Roma y algunas iglesias orientales. Esto, desde luego, no fue para nada sencillo ante un escenario eclesiástico tan polarizado.
Legado por medio de sus obras
Pero a Basilio también se le debe reconocer por su pensamiento, es decir, por los aportes que dio para la fe por medio de sus obras. Como dice Hubertus Brobner, Basilio “dejó tras de sí un extenso cuerpo de escritos, que vale la pena conocer en su totalidad. Son todas obras orientadas a la vida eclesial práctica, que tienen el reflejo de su propia vida y el trabajo”.
Al igual que el resto de los padres capadocios, Basilio tenía el don de la palabra escrita. Esto se ve claramente en la variedad de sus obras, que van desde cartas, tratados morales, textos homiléticos, escritos bíblicos y obras teológicas que, sin perder su profundidad, hablan directamente a la vida de los creyentes, pero también nos sitúan dentro de los calurosos ambientes de debate teológico del siglo IV.
Dentro de su extenso catálogo de escritos, podríamos seleccionar tres que son imprescindibles para todo el que quiera conocer el pensamiento de Basilio: su Regla, su tratado Sobre el Espíritu Santo y sus libros Contra Eunomio. En ellos encontraremos enseñanza útil sobre la vida cristiana, un profundo estudio sobre el Espíritu Santo e importantes discusiones sobre la doctrina trinitaria y cristológica.
La vida de Basilio estaba cargada por el peso del ministerio. No era un anciano, pero con cincuenta años ya parecía uno. Como escribe Schaff: “El trabajo, la enfermedad y los problemas lo habían agotado. Su salud nunca había sido buena. Una dolencia hepática crónica era una causa constante de angustia y depresión”. Bajo tales condiciones de salud, era cosa de tiempo y clima esperar su muerte.
Desde el año 373 su vida ya iba en camino al encuentro con Dios. Solo quedaba esperar el frío golpe del invierno que llegó en el 379. En su cama, ya demacrado, siendo objeto de llanto y oraciones, Basilio decía sus últimas palabras: “Encomiendo mi espíritu en Tus manos”. Así, este obispo de Cesarea murió el 1 de enero de ese año, dejando una vida dedicada enteramente al servicio religioso, llena de actividades diplomáticas, caritativas, ecuménicas y pastorales.
Notas del autor:
- Sobre la vida de Basilio, véase sobre todo: J. Grinomont, Basil of Caesarea in Cappadocia en Encyclopedia of Ancient Christianity (IVP Academic: Downers Grove, Illinois, 2014), 1: pp. 339-342; F. W. Norris, Basil of Caesarea en Encyclopedia of Early Christianity (Routledge, Taylor & Francis Group: New York), pp. 169-172; M. Simonetti, Basilio Magno en Diccionario de los Santos Vol. 1 (San Pablo: Madrid, 2000), pp. 309-316; J. Quasten, Patrología II (BAC: Madrid, 1973), pp. 224-259.
- Para mayores detalles sobre el trabajo monástico de Basilio, véanse sobre todo: T. Merton, Curso sobre los Padres del Desierto en quince lecciones (Sígueme: Salamanca, 2023), 63ss; y G. M. Colombas, Historia del monacato primitivo (Bac: Madrid, 2004), 180ss.
- Textos recomendados: su Regla (Ciudad Nueva: Madrid, 2015); su tratado Sobre el Espíritu Santo (Ciudad Nueva: Madrid, 1996) y sus libros Contra Eunomio (Ciudad Nueva: Madrid, 2024). Puedes encontrar una muy buena presentación de estas obras en R. Trevinano, Patrología (Bac: Madrid, 1994), 194-198.
Referencias y bibliografía
A Chronology of the Life and Works of Basil of Caesarea en Basil of Caesarea: Christian, Humanist, Ascetic. A Sixteen-Hundredth Anniversary Symposium, ed. P. J. Fedwick (Pontificial Institute of Medieval Studies: Toronto, Canada, 1991), 3ss.
Basil of Caesarea: A Guide to His Life and Doctrine (2012) por Andrew Radde-Gallwitz. Cascade Books.
The Cappadocians por Anthony Meredith. St. Vladimir’s Seminary Press: Crestwood, NY, 19ss.
Basilio Magno en Diccionario de los Santos, editado por Manlio Simonetti. Vol 1, p. 310.
Nicene and Post-Nicene Fathers (2014) por Philip Schaff. Series II, Vol. 8. T&T Clark: Edimburg, XVI.
Epístola 14 y Epístola 223 de Basilio de Cesarea
Historia Eclesiástica de Teodoreto de Ciro
Basil of Caesarea (2014) por Stephen M. Hildebrand. Baker Academic: Grand Rapids, Michigan, p. 8.
Patrología II de Johannes Quasten, p. 226.
Oración 40 de Gregorio Nacianceno
Hubertus Drobner Lehrbuch der Patrologie (2013) por Peter Lagn. Frankfurt am Main, p. 283.
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