La mayoría de los protestantes nunca han leído los apócrifos. Muchos ni siquiera saben lo que significa el término “apócrifo” y no sienten interés en leer libros que no están en sus Biblias.
¿Es esto algo malo? ¿No deberían mantenerse los apócrifos fuera de la vista y de la mente? Los protestantes criados en el catolicismo romano probablemente dirían: “¡Por supuesto!”. Han aprendido que estos libros no son inspirados y respaldan dogmas católicos romanos erróneos, y eso es razón más que suficiente para descartarlos.
Por muy acertada que sea esa valoración negativa, desconocer los apócrifos no es necesariamente la respuesta correcta. Podemos leerlos con discernimiento, pero de forma constructiva, crítica y caritativa. Hacerlo nos llevará a ver las muchas formas en que estos realmente pueden enriquecer nuestra comprensión de las Escrituras divinamente inspiradas.
Por eso, en lugar de apartar los apócrifos de tu vista y mente, quiero darte una idea de lo que te perderías si lo hicieras. Después de ofrecer una breve descripción e historia de estos textos, presentaré algunos de los beneficios teológicos y espirituales que esta fuente cuestionable puede ofrecer tanto a pastores como a laicos.
Los apócrifos para los protestantes
Los apócrifos aparecieron por primera vez en una traducción griega del Antiguo Testamento llamada la Septuaginta (LXX). Esta traducción se produjo en Alejandría, Egipto, alrededor del 200 a.C., pero los libros individuales que la constituyen fueron escritos aproximadamente entre el 400 a.C. y el año 1 d.C. Este período de tiempo se conoce frecuentemente como “los cuatrocientos años de silencio”, “judaísmo del Segundo Templo” o “el período intertestamentario”. Básicamente, constituye esa página en blanco en su Biblia entre Malaquías y Mateo.
La palabra “apócrifo” literalmente significa “escondido”. En un sentido estimado, estos escritos estaban “‘escondidos’ o retirados del uso común porque se consideraba que contenían enseñanzas misteriosas o esotéricas, demasiado profundas para comunicarse a cualquiera excepto a los iniciados”, como explica Bruce Metzger. Pero, en un sentido peyorativo, estos escritos están ocultos con buena razón: muchos los consideran teológicamente sospechosos e incluso heréticos.
Los círculos judíos y protestantes rechazan tajantemente estos escritos como autoritativos para la fe y la práctica de la iglesia, pero los católicos romanos y los cristianos ortodoxos aceptan la mayoría como canónicos. Prefieren llamarlos “deuterocanónicos” en lugar de apócrifos, ya que reservan el término “apócrifo” para libros pseudoepígrafos (es decir, escritos falsamente atribuidos). En este artículo, el término “apócrifos” se refiere a todos los libros enumerados a continuación:
- Adiciones al libro de Ester
- Baruc
- Bel y el Dragón
- Eclesiástico (o Ben Sira)
- 1 Esdras
- 2 Esdras
- Judit
- Carta de Jeremías
- 1 Macabeos
- 2 Macabeos
- 3 Macabeos
- 4 Macabeos
- Oración de Azarías
- Oración de Manasés
- Salmo 151
- Susana
- Tobit
- Sabiduría de Salomón
Como sugieren los títulos, muchos de estos libros toman como punto de partida el Antiguo Testamento. Puesto que Ester nunca menciona explícitamente al Dios de Israel, las Adiciones a Ester incluyen frases o versículos que describen la acción soberana de Dios y Su supervisión de la historia. Baruc fue el amado secretario de Jeremías (Jer 36:26). A los 150 salmos en las Escrituras hebreas, se añade el Salmo 151.
Manasés fue un rey malvado del reino del sur (2R 21:1–9) que se arrepintió tras ser encarcelado en Babilonia (2Cr 33:10–13). Su oración de arrepentimiento, según 2 Crónicas 33:18–19, se encuentra en las crónicas perdidas de los reyes de Israel. La Oración de Manasés afirma ser esa antigua oración. Y la Oración de Azarías (el amigo de Daniel, también conocido como Abed-nego; mencionado en Daniel 1:6), la de Susana, y la de Bel y el Dragón amplían significativamente la narrativa de Daniel.
Todos estos libros se agrupan en diferentes categorías de género: historiografía (1 Esdras, 1–3 Macabeos), sabiduría (Ben Sira, Sabiduría de Salomón, Baruc), romance histórico (Tobit, Judit, Adiciones a Ester y Daniel) y piezas litúrgicas (Salmo 151, Oración de Manasés, Oración de Azarías, Cántico de los Tres Jóvenes en la Adición a Daniel).
Breve historia
Jesús y los autores del Nuevo Testamento nunca citan directamente los apócrifos. Tampoco los introducen con las etiquetas “como está escrito” o “como dice la Escritura”, que sugieren inspiración. Se han detectado ecos y alusiones en el Nuevo Testamento, pero no hay citas directas ni paráfrasis evidentes.
No se puede decir lo mismo de los padres de la iglesia primitiva, quienes, con frecuencia, parafraseaban porciones de los apócrifos e incluso se referían al autor de 2 Esdras como “otro de los profetas” (Epístola de Bernabé 12:1). Durante la época de Orígenes, estos libros se convirtieron en una parte normal de la liturgia en la iglesia. Sin embargo, para cuando Agustín y Jerónimo entraron en escena, surgieron dos puntos de vista opuestos respecto a estos.
Agustín defendió la canonicidad de los apócrifos y los citó con frecuencia en sus escritos. Sin embargo, Jerónimo rechazó esto y estableció una distinción entre textos canónicos y eclesiásticos: los primeros informaban la fe y la práctica, mientras que los segundos debían leerse en la iglesia únicamente para edificación, no para construir doctrina. Finalmente, el Concilio de Cartago (397 d.C.) se puso de parte de Agustín, pero ambas posturas coexistieron en la iglesia hasta la Reforma.
Uno de los seguidores de Jerónimo, Nicolás de Lira, influyó en un reformador muy conocido: Martín Lutero, quien se vio obligado a lidiar con el estatus de los apócrifos, especialmente a la luz de la Sola Scriptura y del uso que hacía Roma de tales libros para respaldar la misa, las oraciones por los muertos y la limosna como acto meritorio de penitencia. En su prefacio a estos textos, Lutero hizo eco de la distinción de Jerónimo: “Estos son libros que, aunque no se estiman como las Sagradas Escrituras, son útiles y buenos para leer”.
Calvino siguió su ejemplo. Interactuó con los apócrifos de maneras que harían que algunos protestantes se estremecieran. Fue edificado por ellos y los citó en apoyo de doctrinas ya aceptadas. Sin embargo (y esto es realmente importante), ni Calvino ni Lutero los usaron jamás como una fuente de doctrina independiente, infalible e inspirada.
Pero el Concilio católico romano de Trento (1546) sí lo hizo. Siguiendo a Agustín, declararon canónicos la mayoría de los libros apócrifos (excluyendo 1 y 2 Esdras, la Carta de Jeremías, la Oración de Manasés, y 3 y 4 Macabeos). Muchas confesiones de fe protestantes se opusieron a Trento. Vale la pena citar tres que describen la naturaleza de tales textos:
- Los Treinta y nueve artículos (1571), artículo 6: “Y los otros Libros (como dice Jerónimo) la iglesia los lee para ejemplo de vida e instrucción de costumbres; pero no los aplica para establecer ninguna doctrina”.
- Confesión Belga (1561), artículo 6: “La iglesia ciertamente puede leer estos libros y aprender de ellos en la medida en que estén de acuerdo con los libros canónicos. Pero no tienen tal poder ni virtud que se pueda confirmar por su testimonio algún punto de la fe o la religión cristiana. Mucho menos pueden restar autoridad a los demás libros sagrados”.
- Confesión de Fe de Westminster (1647), capítulo 1, sección 3: “Los libros comúnmente llamados apócrifos, al no ser de inspiración divina, no son parte del canon de la Escritura, y por lo tanto no tienen autoridad en la iglesia de Dios ni deben ser aprobados o usados de otra manera que otros escritos humanos”.
Las tres declaraciones confesionales siguen a Jerónimo en lugar de a Agustín, pero lo hacen de formas distintas. Los Treinta y nueve artículos, que es el estándar confesional de la Iglesia de Inglaterra (anglicanos y episcopales), distinguen entre textos canónicos y eclesiásticos, como lo hizo Jerónimo. Hasta el día de hoy, los anglicanos y episcopales leen secciones de los apócrifos en el leccionario, que también se encuentran en el Libro de Oración Común. Como Los Treinta y nueve artículos, la Confesión Belga y la de Westminster hacen una clara distinción entre los apócrifos y las Sagradas Escrituras, pero, según mi conocimiento, ninguna iglesia presbiteriana hoy incluye tales libros en su liturgia.
La Confesión de Westminster relega especialmente la utilidad de los apócrifos a la de cualquier “otro escrito humano”. Pero eso no debería tomarse de forma tan negativa como suena. ¿De qué manera utiliza la iglesia de Dios “otros escritos humanos”? Hay muchos escritos que informan nuestra comprensión de la historia, la teología y, a riesgo de sonar herético, la espiritualidad o la piedad. ¿Puede decirse lo mismo de los apócrifos? ¿Puede beneficiar a los protestantes histórica, teológica e incluso espiritualmente? Creo que sí.
Beneficios históricos
Desde un punto de vista histórico, los apócrifos arrojan luz sobre dos acontecimientos monumentales en el judaísmo del Segundo Templo: la crisis de la helenización y la revuelta macabea. Estos moldearon la conciencia e ideología de cada judío que vivió en el siglo I d.C. y, por lo tanto, son vitales para el estudio del Nuevo Testamento.
Crisis de la helenización
El pueblo judío había estado luchando contra la helenización desde que Alejandro Magno tomó posesión de Palestina en el año 332 a.C. La política exterior de Alejandro difería de la de otros gobernantes. No destruyó las tradiciones ancestrales de otras culturas; simplemente quería que se fusionaran con el estilo de vida griego. Para facilitar ese proceso, hizo del griego la lengua del comercio, la educación y la literatura. Las ciudades se diseñaron siguiendo el estándar griego; se construyeron gimnasios, estadios, hipódromos y teatros.
Sin embargo, las culturas judía y griega no se fusionaron, sino que chocaron. Desde la perspectiva de los judíos más ancianos y sabios, este choque era devastador para su identidad judía. Pero desde la perspectiva de los judíos más jóvenes e inmaduros, era una oportunidad para adaptarse a las tendencias culturales actuales. Muchos de ellos usaban sombreros de ala ancha, como los griegos, y se apresuraban a cumplir con sus deberes en el templo para ejercitarse desnudos en el gimnasio. Algunos incluso se sometieron a una operación para ocultar su circuncisión y así evitar ser ridiculizados por sus compañeros helenistas (1 Macabeos 1:13-15; 2 Macabeos 4:10-17).
Lo que surgió fue una división marcada: algunos judíos estaban a favor de la helenización, mientras que otros estaban en contra. Los antihelenizadores fueron llamados “los jasidim” (los piadosos). Algunos estudiosos piensan que este es el origen de los fariseos, ya que enfatizaban la lealtad a la ley y el pacto de Dios. Los prohelenizantes no eran ni fieles ni piadosos. Un claro indicio de su impiedad fue la investidura, sin fundamentos ancestrales, de un hombre llamado Menelao como sumo sacerdote, lo cual era contrario a las Escrituras. Los jasidim estaban, como mínimo, horrorizados.
El resultado fue una nación dividida, con una influencia extranjera que amenazaba su identidad nacional, su unidad e incluso sus vidas.
Revuelta macabea
Once años después de la helenización de Palestina, Alejandro murió. Su reino se dividió, pero finalmente quedó en manos de dos sucesores: los ptolomeos y los seléucidas. La helenización continuó bajo estas dinastías (aunque se puede leer Eclesiástico para ver cuántos permanecieron fieles a los ideales judíos tradicionales durante el reinado de Ptolomeo). Sin embargo, con el tiempo, los seléucidas finalmente tomaron el control, y un rey despiadado de dicha dinastía ocupó el trono: Antíoco Epífanes IV, un nombre que ningún judío olvidaría jamás.
Antíoco IV saqueó el templo judío para financiar su campaña contra los egipcios. Mientras estaba en Egipto, recibió noticias de que los antihelenizantes se habían rebelado contra los prohelenizantes y los seléucidas. No estaba complacido con eso. Cuando regresó, derribó las murallas de Jerusalén, erigió una nueva ciudadela para dominar el área del templo y puso allí una guarnición. La ciudad se convirtió en un asentamiento militar. Los prohelenizantes trabajaron con los soldados seléucidas para incorporar el culto a Baal (identificado con Zeus) en el servicio del templo.
Aún más trágico, Antíoco IV prohibió la religión judía. Destruyó las Escrituras y no permitió la observancia del sábado ni de las festividades. Las leyes alimentarias fueron abolidas y la circuncisión no se podía practicar; de hecho, madres eran asesinadas por permitirla y sus hijos eran colgados en los cuellos de ellas (1 Macabeos 1:41-46, 60-61). El golpe más bajo ocurrió cuando Antíoco IV erigió un altar y sacrificó cerdos en él.
Cuando esto ocurrió, los jasidim huyeron a las zonas rurales de Jerusalén. Un día, un funcionario seléucida llegó a una aldea rural e intentó persuadir a un ciudadano con liderazgo llamado Matatías para que hiciera un sacrificio a los dioses paganos en un altar que había sido erigido. Tras negarse a hacerlo, un compañero judío cumplió la solicitud. En ese momento, lleno de celo por Dios y Su pacto, Matatías sacrificó a su compañero judío en el altar y mató al funcionario. Luego llamó a todos los que eran celosos de la ley de sus padres a seguirlo. Había nacido una revolución.
1 y 2 Macabeos ofrecen un relato extenso de esta revuelta, pero la figura más importante es Judas, el hijo de Matatías. Se le dio el apodo de “Macabeo” (El martillador). Hábiles en la guerra de guerrillas, él y sus hombres asaltaron aldeas, derribaron altares paganos, mataron a simpatizantes helenistas y circuncidaron a los niños por la fuerza. Los jasidim apoyaron el acontecimiento, que llegó a conocerse como “La revuelta macabea de Judas”.
Tres años después de que Antíoco IV profanara el templo, Judas y sus tropas conquistaron a los seléucidas. Limpiaron y rededicaron el templo el 14 de diciembre del 165 a.C. También lo celebraron al estilo de la Fiesta de los Tabernáculos con “ramas hermosas y también hojas de palmera” en agradecimiento a “Dios, que había llevado a buen término la purificación del santuario”, 2 Macabeos 10:6-7 (DHH). Para conmemorar este acontecimiento, se añadió una nueva festividad al calendario judío: Hanukkah (o “Dedicación”, Jn 10:22), también llamada la Fiesta de las Luces.
Fervor mesiánico
Ahora bien, ¿cómo influyeron estos dos eventos monumentales en la conciencia e ideología de cada judío que vivió en el siglo I d.C.? Les infundieron un fervor mesiánico. Anhelaban un mesías davídico, semejante a un guerrero, que aplastaría a sus enemigos (¡los gentiles!), limpiaría el templo y renovaría el pacto de Dios.
A lo largo de los Evangelios se perciben indicios de esta expectativa. El pueblo intenta hacer rey a Jesús, pero Él se retira a un monte (Jn 6:15). Cuando Jesús le dice a Pedro acerca de Su inevitable sufrimiento como el Mesías, Pedro lo reprende (Mr 8:32). Un Mesías crucificado simplemente no encajaba con su percepción judía, una que tuvo prominencia durante el período macabeo. Pero Jesús tiene cuatro palabras amorosas para él: “¡Apártate de mí, Satanás!” (Mr 8:33).
En la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, Sus seguidores esparcieron ramas de palma en el suelo (un símbolo nacional de poder y victoria sobre los opresores durante la revuelta macabea) mientras clamaban para que “el Rey de Israel” los salvara (Jn 12:13). Querían victoria a través de la gloria. Pero la victoria de Jesús vendría a través del sufrimiento, una verdad que debieron haber visto en Isaías 53 y que algunos ciertamente vieron en la cruz y la tumba vacía.
Los apócrifos nos proporcionan una rica información histórica que ilumina nuestra comprensión del Nuevo Testamento, nos dan una mayor apreciación de nuestro lugar en la historia redentora y nos ayudan a apreciar el testimonio de la iglesia durante los cuatrocientos años de silencio.
Beneficios teológicos y espirituales
“Hasta un reloj descompuesto acierta dos veces al día”. Este dicho bien conocido capta la falibilidad de los escritos humanos. A diferencia del Antiguo y Nuevo Testamento, todos los escritos humanos contienen, en mayor o menor medida, verdades y errores. Esto no se trata de menospreciarlos, sino simplemente de señalar que los textos que contienen elementos que consideramos no ortodoxos o erróneos, como los apócrifos, aún pueden comunicar verdades que están de acuerdo con la Palabra de Dios (de la misma manera que un reloj descompuesto coincide con la hora real dos veces al día). Sin embargo, también pueden comunicar errores. Los apócrifos nos beneficiarán teológicamente a los protestantes solo cuando sepamos cómo concuerdan con la verdad divina y cómo no.
El purgatorio y un tesoro celestial
Consideremos primero cómo los apócrifos no concuerdan con la verdad de Dios. Esto es teológicamente vital para los protestantes. 2 Macabeos 12 es un texto clásico. Registra las consecuencias de una batalla durante la revuelta macabea, cuando Judas Macabeo y sus hombres recogían los cuerpos de sus compañeros caídos. Sin embargo, bajo sus túnicas encontraron ídolos, “Esto puso en claro a todos la causa de su muerte”, 2 Macabeos 12:40 (DHH). Luego oraron por estos hermanos muertos, pidiéndole a Dios “que perdonara por completo el pecado que habían cometido”, 2 Macabeos 12:42 (DHH). Judas también hizo una colecta y la envió a Jerusalén “para que se ofreciera un sacrificio por el pecado”, 2 Macabeos 12:43 (DHH). El narrador comenta:
Hizo una acción noble y justa, con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos. Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado, 2 Macabeos 12:43-45 (DHH).
La Iglesia católica romana (de aquí en adelante iCR) apela a este texto para apoyar su creencia en el purgatorio, un lugar donde los pecadores que han muerto pueden ser purificados de sus pecados antes de entrar al cielo. La oración en nombre de estos pecadores muertos es vital para su éxito, como lo demuestra el ejemplo de Judas. Pero existen problemas significativos con esta doctrina y práctica. No solo introduce la idea errónea de que por el esfuerzo humano se puede merecer el perdón de los pecados antes e incluso después de la muerte, sino que también contradice claramente las Escrituras: “Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio…”, Hebreos 9:27 (NBLA).
Por supuesto, muchos católicos romanos argumentan que el purgatorio concuerda con textos como 1 Corintios 3:11-15, donde Pablo habla de una persona que será salva “como a través del fuego”. Sin embargo, ese “fuego” no puede ser el purgatorio. Pablo se está refiriendo a la segunda venida de Cristo y al juicio, no a un estado intermedio en el que una persona sufre castigo por sus pecados.
El ejemplo de Judas también lleva a la ICR a considerar la limosna como una buena obra que merece el perdón de los pecados. El libro de Tobit es más explícito sobre este tema. Consideremos algunas citas:
…Da limosna de lo que tengas. Y cuando des limosna, no seas tacaño. Cuando veas a un pobre, no le niegues tu ayuda. Así Dios tampoco te negará la suya. Da limosna según tus posibilidades. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, no te dé miedo dar limosna de ese poco. Haciéndolo así, estarás ahorrando un tesoro precioso que te servirá cuando pases necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide que el hombre caiga en las tinieblas. Dar limosna es hacer una ofrenda agradable al Altísimo, Tobit 4:7–11 (DHH).
Mucho mejor es la oración acompañada de ayuno, y dar limosna viviendo honradamente, que tener riquezas y ser un malvado. Mucho mejor es dar limosna que conseguir montones de oro. Dar limosna salva de la muerte y purifica de todo pecado. Los que dan limosna gozarán de larga vida. Los que cometen el pecado y la maldad son enemigos de su propia vida, Tobit 12:8–10 (DHH).
A partir de textos como estos en los apócrifos, la ICR desarrolla la idea de un tesoro celestial. Cuando una persona realiza buenas obras, como dar limosna, acumula mérito que se guarda hasta el día del juicio. Ese día, puedes “cobrar tus beneficios”, por así decirlo, y ser liberado del pecado y la muerte. La limosna también puede hacerse por otros, como hizo Judas por sus compañeros caídos.
El Nuevo Testamento, por supuesto, nunca afirma que “la limosna salva de la muerte y purga todo pecado”. Algunos católicos han intentado argumentar que 1 Timoteo 6:18–19 lo hace. Pablo escribe: “[A los ricos] Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida”. Pero sin asumir un marco teológico explícitamente católico romano, sería realmente difícil llegar a la doctrina de la limosna meritoria a partir de este pasaje. Este texto puede (y debe) interpretarse como si Pablo argumentara que las buenas obras demuestran la realidad de una fe verdadera y viva; ambas, fe y buenas obras, son necesarias para experimentar la vida eterna o la salvación final.
Para desglosar esto, una persona es salva por la fe sola. Las buenas obras siguen naturalmente a quienes son salvados solo por la fe. Por lo tanto, un cristiano que pasa de esta vida a la siguiente tiene fe y buenas obras. En este sentido, solo aquellos que dan el fruto santificado de la fe justificadora en Cristo experimentarán la vida eterna. Esto es contrario a la teología católica romana, que hace que la base de la salvación de una persona rica sea el tesoro celestial de las buenas obras. La única base de la salvación es la Persona y obra de Cristo.
La Oración de Azarías
Pero los apócrifos no solo contienen errores. Hay perlas de verdad esparcidas por todas partes que están alineadas con la Palabra de Dios. Por poner solo un ejemplo, considera la Oración de Azarías y el Cántico de los tres judíos, que aparece en manuscritos antiguos entre Daniel 3:23 y 3:24. Es tanto teológicamente esclarecedor como espiritualmente edificante, ya que el lector considera el arrepentimiento, la fe y la esperanza de tres hombres en un horno ardiente.
Varias verdades teológicas saltan de la página de la oración de Azarías. Él confirma la bondad de Dios a pesar de su estado actual de castigo en el exilio babilónico. “Tú has sido justo en todo lo que has hecho con nosotros. En todo lo que haces eres sincero; tu proceder es recto; tú siempre juzgas según la verdad”, Oración de Azarías 1:27 (DHH). Al igual que Habacuc, que describe a Dios como aquel con ojos demasiado puros para mirar el mal y la maldad (Hab 1:13), o Santiago, quien declara que “Dios no puede ser tentado por el mal, y Él mismo no tienta a nadie”, Stg 1:13 (NBLA), Azarías promueve una doctrina ortodoxa de Dios.
Luego añade: “En castigo verdaderamente justo por nuestros pecados nos has enviado todo esto”, Oración de Azarías 1:28 (DHH). Desobedecieron la ley de Dios, una ley que les fue dada “para que fuéramos felices”, Oración de Azarías 1:30 (DHH). De ahí que “por nuestros pecados estamos humillados en toda la tierra”, Oración de Azarías 1:37 (DHH).
Azarías era en realidad demasiado joven para cometer el pecado que llevó a Dios a deportarlos a Babilonia. Y, sin embargo, asume los pecados de la nación como propios, confesándolos y arrepintiéndose de ellos:
Pero este sacrificio que te ofrecemos hoy, con corazón afligido y espíritu humillado, acéptalo tú como si fuera un holocausto de carneros y novillos, y de miles y miles de corderos gordos, para que te podamos seguir íntegramente, porque los que confían en ti no quedarán en ridículo, Oración de Azarías 1:39-40.
Azarías ofrece los mismos sacrificios mencionados por David en el Salmo 51:17 (NBLA): “Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás”. En efecto, la mano de Dios sobre Israel fue fuerte durante el exilio en Babilonia. Pero Azarías, al igual que David en el Salmo 51:8, llegó a comprender que la mano que quiebra sus huesos será la misma que los hará regocijarse. Así, Azarías clama: “no nos hagas quedar en ridículo. Trátanos según Tu bondad y Tu gran misericordia. ¡Líbranos, Señor, por Tu maravilloso poder; muestra qué glorioso es Tu nombre!”, Oración de Azarías 1:41-43 (DHH).
Después de terminar su oración, los siervos del rey avivan tanto el fuego que las llamas “se elevaban hasta más de veintidós metros por encima del horno”, Oración de Azarías 1:47 (DHH). De repente, “el ángel del Señor bajó al horno para estar con Azarías y sus compañeros, y echó fuera del horno las llamas de fuego, haciendo que el horno quedara por dentro como si soplara un viento fresco. El fuego no los tocó en absoluto ni les causó ningún daño ni molestia”, Oración de Azarías 1:49-50 (añadiendo más detalles a Dn 3:25). Observa que Dios, en respuesta a la oración de Azarías, no lo libera a él ni a sus amigos del horno ardiente, sino que los conforta en medio de las llamas.
Curiosamente, la mayoría de los comentaristas piensan que la oración de Azarías fue escrita durante la revuelta macabea, cuando Antíoco Epífanes IV prohibió la práctica del judaísmo. De ser así, esta aparición del “ángel del Señor” revela el deseo del autor de que Dios pusiera fin al sufrimiento causado por Antíoco, el loco.
Cualquier cristiano que lea este texto cristológicamente puede ver la conexión. Los judíos que leyeron la Oración de Azarías durante la época macabea vivían en sombras. Anhelaban que el rey mesiánico de Dios reinara sobre Sus enemigos y les trajera paz, pero sólo podían poner su esperanza en hombres mortales. Cristo estaba apenas prefigurado en el Antiguo Testamento como “el ángel del Señor”. Pero cuando Cristo apareció, y todas las sombras se convirtieron en realidad (Col 2:17), el Señor Jesús tabernaculó entre nosotros, no en forma de un ángel que comunicaba de la presencia de Dios, sino como Dios mismo (Jn 1:14).
En retrospectiva, podemos ver cómo todas las esperanzas y deseos contenidos en la oración de Azarías pueden realizarse plenamente en el Señor Jesucristo, quien protege y sostiene a la iglesia en medio de ardientes pruebas, como se ve en el gran himno How Firm a Foundation, Ye Saints of the Lord (Qué firmes cimientos, santos del Señor):
Cuando a través de ardientes pruebas se encuentre tu camino,
Mi gracia, toda suficiente, será tu suministro.
La llama no te dañará; Yo solo quiero
tu escoria consumir, y tu oro refinar.
El alma que en Jesús se ha apoyado para descansar
no la abandonaré a sus enemigos.
Esa alma, aunque todo el infierno intente sacudirla,
nunca, no, nunca, no, nunca abandonaré.
No inspirada, pero útil
Para concluir con una nota personal, realmente disfruto leer los apócrifos. No creo que hayan sido inspirados. No creo que deban hacer parte de la liturgia de la iglesia. No creo que los cristianos deban leerlos como parte de sus devocionales. Pero sí creo que pueden ser histórica, teológica y espiritualmente beneficiosos para los estudiantes de la Palabra de Dios, ya sean académicos, pastores o teólogos aficionados. ¿Debería todo el mundo leer los apócrifos? No. Pero todo cristiano haría bien en saber qué contienen: lo que es dañino y lo que es útil. De esta manera, podemos evitar la proliferación de caricaturas protestantes de esta colección de escritos.
Los apócrifos no son ortodoxos en muchos sentidos, pero en otros sí; son informativos desde el punto de vista histórico y edificantes espiritualmente. Una vez que esto se comprende, quizás los apócrifos puedan ser de gran valor en nuestra búsqueda de la comprensión de las divinas Escrituras.
Este artículo fue traducido y ajustado por María Paula Hernández. El original fue publicado por David Briones en Desiring God. Allí se encuentran las notas y referencias.
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