Las cartas contenidas en el Nuevo Testamento se encuentran entre los escritos más estudiados, citados y discutidos del canon bíblico, pero ¿qué tanto sabemos realmente sobre el proceso que llevó a la composición y circulación de estos textos sagrados? Por ejemplo, cuando el apóstol Pablo decidió escribir a los creyentes en Tesalónica, ¿cómo habrá llevado a cabo esta tarea? ¿Simplemente se retiró por un tiempo de sus actividades habituales y escribió en soledad mientras esperaba que el Espíritu guiara su pluma?
Aunque hay mucho que no sabemos sobre las circunstancias particulares que llevaron a la producción de cada carta, lo que se puede establecer sobre el ministerio de los apóstoles y las convenciones literarias comunes del mundo grecorromano puede proporcionarnos una idea básica de cómo se compusieron y enviaron las cartas del Nuevo Testamento. En este artículo, consideraremos el papel que desempeñaron las cartas en el ministerio de los apóstoles y cómo probablemente fueron producidas y enviadas. Contrario a lo que se podría suponer, la evidencia sugiere que varias personas participaron en la producción y distribución de las cartas canónicas.

Las funciones de las cartas del Nuevo Testamento
Aunque para algunos en nuestra era digital pueda ser difícil de comprender, encontramos indicios de que los apóstoles y sus compañeros preferían la interacción personal sobre la comunicación escrita. En su carta a “la señora elegida y a sus hijos”, el apóstol Juan declara: “Aunque tengo muchas cosas que decirles, no he querido hacerlo por escrito, pues espero visitarlos y hablar personalmente con ustedes para que nuestra alegría sea completa”, 2 Juan 12 (NVI). Una declaración similar aparece en su escrito a Gayo y a los miembros de su asamblea local (3 Juan 13–14).
Juan no era el único que prefería la interacción cara a cara. El apóstol Pablo también expresó su deseo de estar con sus lectores y ministrarles en persona (ver, por ejemplo, Ro 1:13, 15:22–23; 1Ts 2:18). Este énfasis en la instrucción personal se refleja también en uno de los escritos conservados de Policarpo de Esmirna del siglo II, donde reflexiona sobre el ministerio de Pablo. En su carta a la comunidad de Filipos, Policarpo escribe:
Ni yo ni nadie semejante a mí puede igualar la sabiduría del bendito y glorioso Pablo, quien, viviendo entre ustedes, enseñó cuidadosa y firmemente la Palabra de verdad cara a cara con sus contemporáneos y, cuando estaba ausente, les escribió cartas. Mediante la lectura atenta de sus cartas ustedes podrán fortalecerse en la fe que les ha sido dada.

Esta breve descripción de la relación de Pablo con los filipenses subraya el hecho de que su medio de comunicación preferido era la interacción personal “cara a cara”, el mismo tipo de interacción que Juan prefería. Las cartas escritas ciertamente cumplieron un papel importante, pero el ministerio en persona les proporcionaba a los apóstoles y líderes cristianos primitivos la oportunidad de hablar más extensamente sobre una gama más amplia de temas, de apelar más directamente a las emociones de los individuos (lo que los griegos llamaban pathos), de responder y aclarar preguntas, de aclarar asuntos confusos y de observar personalmente cómo reaccionaban las personas a sus enseñanzas y exhortaciones.

Sin embargo, en muchas ocasiones, los apóstoles no podían visitar personalmente a las comunidades cristianas en las que los creyentes estaban enfrentando confusión, conflictos internos, oposición externa o desánimo espiritual, o en las que necesitaban instrucción y supervisión básica. Pablo, por ejemplo, a menudo estaba encarcelado (2Co 6:5, 11:23) o impedido de dejar su área de ministerio para viajar donde aquellos que necesitaban su guía. En estas situaciones, él podía enviar a uno de sus compañeros de confianza –como Timoteo o Tito– para ministrar en su nombre, o podía escribir una carta que abordara sus preocupaciones. A medida que la iglesia se expandía desde Jerusalén, la creciente necesidad de instrucción apostólica en lugares distantes se satisfacía a menudo con la elaboración de cartas.
La naturaleza colaborativa de la escritura antigua
Aunque está claro que las cartas apostólicas desempeñaron un papel importante, ¿qué sabemos sobre el proceso de redacción? Cuando alguien como Pablo decidía escribirles a creyentes fuera de su entorno inmediato, ¿qué pasos debía seguir? Para responder a esta pregunta, primero debemos observar que escribir cartas no siempre era una actividad aislada como podríamos imaginar. Los autores bíblicos trabajaban directamente con varios compañeros durante el proceso de redacción. Esto es coherente con lo que se conoce sobre las prácticas de escritura antiguas y se constata en pistas que se encuentran en las propias cartas del Nuevo Testamento. Al examinar los escritos de Pablo en particular, encontramos evidencia de tres contribuciones específicas que hicieron quienes trabajaban directamente con los escritores bíblicos.

Fuentes de información
En mayor o menor grado, cada una de las cartas del Nuevo Testamento es de naturaleza ocasional. En lugar de escribir sobre asuntos de interés personal para un público general, los autores bíblicos solían escribir para abordar circunstancias específicas y preocupaciones de comunidades particulares. En un mundo donde la información fluye de manera instantánea y conveniente, fácilmente podemos pasar por alto el hecho de que escritores como Pablo no tenían conocimiento en tiempo real de los desafíos y situaciones que enfrentaban los creyentes a lo largo del mundo romano. Aunque Pablo escribía bajo la inspiración del Espíritu, no poseía pleno conocimiento del estado de cada comunidad y, por lo tanto, necesitaba constantemente información reciente y confiable sobre las circunstancias de los creyentes.
Podríamos preguntarnos, entonces, ¿cómo es que Pablo llegó a enterarse de situaciones como la falsa enseñanza que se había abierto camino hasta Galacia, los muchos problemas que era necesario abordar en Corinto o las divisiones internas que se habían formado en Filipos? La respuesta es que ocasionalmente personas viajaban desde esas ubicaciones hasta donde se encontraba el apóstol, llevando consigo informes sobre los acontecimientos recientes y el estado actual de las iglesias locales. En ocasiones, se enviaban personas desde una comunidad local para actualizarlo sobre la situación que enfrentaban, consultarle sobre preocupaciones e inquietudes específicas o asistirlo de manera práctica. Encontramos, por ejemplo, que Pablo supo sobre la situación en Corinto por miembros de la casa de Cloé (1Co 1:11) y por otros como Estéfanas, Fortunato y Acaico, quienes viajaron hasta Éfeso (1Co 16:17). También vemos que Epafrodito fue enviado por la iglesia en Filipos para ministrar a Pablo durante uno de sus encarcelamientos (Fil 2:25–30, 4:18).

Además de aquellos que llevaban noticias desde lugares distantes, a menudo escritores como Pablo recibían información sobre las circunstancias de las comunidades cristianas a través de sus propios compañeros. En muchas ocasiones, Pablo parece haber enviado a ciertas personas para que ministraran en áreas con iglesias recién formadas o donde había una necesidad particular de orientación e instrucción. Encontramos, por ejemplo, que Pablo instruyó a Timoteo para ministrar en Éfeso (1Ti 1:3) y que a Tito lo envió a Creta (Tit 1:5). Desde estos lugares, ellos pudieron haberle escrito a Pablo las actualizaciones sobre el estado de los asuntos en sus respectivas regiones.
En otras ocasiones, los compañeros de Pablo pudieron haber viajado solo por un breve tiempo antes de regresar con él o partir hacia otro destino. Al regresar, podían haberle proporcionado actualizaciones sobre los problemas que enfrentaban los creyentes en los lugares donde habían estado recientemente y ofrecer un informe sobre la recepción de sus instrucciones previas. Estos reportes a menudo resultaban vitales para Pablo a la hora de sopesar la posibilidad de escribir una nueva carta o una carta de seguimiento a aquellos que no podía visitar personalmente. Por ejemplo, Pablo se apoyó parcialmente en la información suministrada por Tito cuando escribió 2 Corintios (2Co 7:5–16) y en el informe de Timoteo al redactar 1 Tesalonicenses (1Ts 3:1–6).
El papel que desempeñaron estos informes y perspectivas en la redacción de las cartas del Nuevo Testamento forma parte del proceso de inspiración divina. Si bien Dios inspiró a los escritores humanos de las Escrituras, también podemos afirmar que el proceso de redacción involucró pensamiento humano, reflexión, creatividad y diversas prácticas literarias de la época.

En resumen, podemos afirmar que el origen divino de las Escrituras no excluye la posibilidad de que los autores emplearan prácticas literarias comunes durante el proceso de redacción. A su vez, también podemos reconocer que el hecho de que varias personas desempeñaran un papel en la producción y distribución de los escritos no excluye la guía del Espíritu a lo largo del proceso de composición.
Secretarios
Después de recibir informes sobre las circunstancias que enfrentaban los creyentes en un área determinada, Pablo a menudo decidía redactar una carta que abordara los problemas que les preocupaban. Además de colaborar con sus compañeros y con aquellos que tenían conocimiento directo de las situaciones que enfrentaban sus lectores, parece ser que la costumbre de Pablo era trabajar directamente con un secretario al escribir sus epístolas. Además de varias declaraciones al final de ellas, una clara indicación de que Pablo utilizaba un secretario aparece en Romanos 16:22, donde uno llamado Tercio envía un saludo personal.

Se sabe mucho sobre las responsabilidades de los secretarios en el mundo grecorromano gracias a los escritos conservados de figuras antiguas y al descubrimiento de un gran número de manuscritos en lugares como Oxirrinco, Egipto. Estos descubrimientos revelan que personas de todas las clases sociales hacían uso frecuente de estos ayudantes. No eran empleados únicamente por los ricos, que podían permitirse ese lujo, ni por quienes eran analfabetos y no tenían otra opción más que contratar a un profesional para redactar documentos importantes. Por el contrario, la evidencia sugiere que era común que personas de diversos orígenes recurrieran a los servicios de un secretario capacitado, aunque los motivos variaban. Por lo tanto, no se debe asumir que Pablo y otros escritores de las Escrituras no necesitaron un secretario simplemente porque podían redactar un texto por sí mismos.
Los secretarios capacitados provenían de diversos contextos y trabajaban en distintos entornos. Algunos eran profesionales que ofrecían sus servicios por una tarifa, mientras que otros eran esclavos educados que ayudaban a sus amos con la correspondencia escrita, la elaboración de documentos comerciales y legales, e incluso obras literarias. Un ejemplo famoso de esto es Tiro, el esclavo de Cicerón, a quien su amo elogió por sus avanzadas habilidades literarias. Una de las principales diferencias entre Pablo e individuos como Cicerón era su situación económica. A la luz de lo que sabemos sobre los antecedentes de Pablo, es poco probable que tuviera los recursos para contratar un escriba profesional cada vez que redactaba una carta, y ciertamente no tenía esclavos que pudieran desempeñar ese papel.

Podemos inferir, entonces, que individuos con habilidades y formación literarias especializadas a menudo sirvieron como secretarios de Pablo sin remuneración, considerando el tiempo que pasaban ayudándolo como una contribución importante a la obra del Señor. Curiosamente, puede haber una pista en las palabras del secretario de Pablo, Tercio, quien escribió que su trabajo en la carta fue “en el Señor” (Ro 16:22), tal vez sugiriendo que lo ofreció como un acto de servicio cristiano.
La producción de cartas era costosa y requería mucho tiempo. Escritos más extensos como Romanos o las cartas a los Corintios habrían requerido muchas horas de trabajo para que un secretario los completara, sin mencionar el gasto significativo de los materiales. En su esclarecedor estudio sobre los secretarios en el mundo grecorromano, E. Randolph Richards estimó hace unos veinte años que contratar a un secretario para redactar un escrito tan largo como Romanos o 1 Corintios podría haber costado más de $2000 dólares en la moneda de ese entonces.
Aunque es difícil determinar el costo exacto de producir escritos antiguos, contratar a un secretario habría sido un gasto considerable. Esto explicaría por qué la mayoría de las cartas del siglo I tendían a ser mucho más breves que un escrito típico de Pablo. La generosidad de varios secretarios cristianos parece haberle permitido tanto abordar una amplia gama de temas en sus escritos como escribir con frecuencia.
Los beneficios de colaborar con un secretario eran muchos. Por un lado, hacían que la tarea de escribir fuera más conveniente y eficiente. Escribir en el mundo antiguo no era ni remotamente tan fácil como teclear los pensamientos en una computadora y enviarlos con solo presionar un botón. Incluso si alguien tenía la habilidad de redactar una carta, primero tenía que adquirir los materiales necesarios. La tinta debía mezclarse con varios ingredientes, y también se necesitaba papiro sin usar o algún tipo de material alternativo para escribir. Los secretarios solían tener todos los suministros necesarios para redactar la carta, eliminando un paso del proceso de escritura para sus clientes. Además, su caligrafía tendía a ser más atractiva y ordenada que la escritura de la mayoría de personas.

Además de la conveniencia que ofrecían, los secretarios podían ayudar a sus clientes con la redacción del texto. Si una persona tenía habilidades literarias limitadas, podía simplemente compartir la información básica que deseaba transmitir. El secretario redactaba entonces una carta que cubriera cada uno de los puntos solicitados. En situaciones en las que un secretario trabajaba con un cliente más instruido o con alguien que escribía para una audiencia pública, se podía esperar un mayor grado de colaboración.
Sin embargo, incluso en situaciones en las que un autor le dictaba el contenido de la carta a un secretario –como parece haber sido el caso con Pablo–, este podía ofrecer orientación durante el proceso de redacción en cuanto al estilo y la estructura de la carta, así como las mejores maneras de introducir y abordar ciertos temas. Una vez que el borrador original estaba completo, el autor examinaba personalmente el documento y hacía los cambios deseados antes de autenticar el trabajo final añadiendo un saludo breve escrito a mano, una firma o algún otro tipo de toque personal (1Co 16:21; Ga 6:11, Col 4:18; 2Ts 3:17; Flm 19).
Los secretarios también podían producir duplicados del trabajo terminado para sus clientes. Para los autores del Nuevo Testamento, las copias de las cartas a menudo eran muy deseadas, e incluso se les consideraba necesarias. No deberíamos asumir, por ejemplo, que Pablo enviaba su única copia de Romanos a los creyentes en Roma sin antes asegurarse de poseer al menos una propia. Después del tiempo y esfuerzo invertidos en la producción de sus epístolas, es muy poco probable que simplemente se arriesgara a que una de ellas llegara de forma segura y fuera preservada. Por esta razón, es probable que los secretarios de Pablo produjeran copias de sus cartas a lo largo de su carrera misionera. Como he sugerido en otro lugar, la colección original de las cartas de Pablo probablemente se derivó de las copias duplicadas que él o sus compañeros poseían. Esto parece mucho más plausible que la teoría de que la colección surgió de un intercambio de escritos entre iglesias o de la adquisición de cartas por parte de una o más personas que recorrieron el mundo romano en busca de los escritos de Pablo.

Portadores de cartas
También podemos considerar cómo llegaron las cartas canónicas a los lectores previstos una vez que eran redactadas. Sin un servicio postal disponible para el público en general, ¿qué método utilizaban escritores como Pablo para hacer llegar sus escritos? Una vez más, encontramos que Pablo dependía de la asistencia de sus compañeros. A lo largo de sus cartas hay indicios de que algunos de ellos se encargaban de entregar sus escritos. Esta lista incluiría a Febe (Ro 16:1–2), quien parece haber sido la encargada de entregar la carta a los Romanos; a Tito, quien probablemente llevó 2 Corintios (2Co 8:16–24); a Epafrodito, quien probablemente regresó a Filipos con la epístola de Pablo (Fil 2:25–30); y a Tíquico, quien parece haber entregado Efesios (Ef 6:21–22), Colosenses (Col 4:7–9), Filemón (Flm 12), 2 Timoteo (2Ti 4:12) y posiblemente otras.
A menudo, a los “portadores de cartas” se les asignaban más responsabilidades que simplemente entregar la carta a los destinatarios previstos. Además de esta tarea principal, se les conocía por entregar materiales o suministros y por proporcionar a los lectores información adicional y claridad sobre los temas tratados en el escrito. En el caso de los escritos de Pablo, podríamos imaginar a portadores de cartas como Tíquico explicando ciertos puntos u ofreciendo claridad sobre diversos asuntos abordados por Pablo. En algunas ocasiones, el portador también la pudo haber leído a la asamblea de creyentes, aunque esta tarea también podría haber sido realizada por los ancianos locales u otros creyentes de la comunidad.
Una vez completada su tarea, los portadores de cartas a menudo regresaban al autor con una carta de respuesta de los destinatarios y un informe personal sobre cómo había sido recibida la epístola. Esta actualización le permitía a Pablo mantenerse informado sobre los acontecimientos recientes en la comunidad y discernir qué temas podrían ser abordados en el futuro.

Epístolas perdurables
Es bien conocido que Pablo y otros tenían una amplia red de amigos y asociados que trabajaban junto a ellos. Sin embargo, lo que a menudo se pasa por alto es que muchos de estos compañeros asistieron a los apóstoles de una u otra manera en su ministerio de escritura. Como hemos visto, la composición de las cartas canónicas involucró múltiples pasos y la colaboración entre el autor y varias personas más. Después de recibir informes sobre las circunstancias que enfrentaban sus lectores, escritores como Pablo solían consultar con sus compañeros y con un secretario, quien en muchos casos podía haber sido un creyente que ofrecía generosamente su tiempo y experiencia.
Una vez que se completaba una carta y se producían copias del texto, se confiaba a uno o más portadores la tarea de entregar el escrito a los destinatarios previstos. A menudo, el portador de la epístola regresaba con un informe sobre la recepción de la misma. En algunas ocasiones, estos reportes pudieron haber motivado una nueva correspondencia por parte del autor o haberle llevado a que planificara una visita futura.
Aunque las circunstancias que llevaron a la redacción de cada uno de los escritos del Nuevo Testamento fueron únicas y no las conocemos por completo, podemos agradecer que ciertos acontecimientos impulsaron a los escritores del Nuevo Testamento a crear obras que aún hoy instruyen y animan a los creyentes. A diferencia de su enseñanza oral, gran parte de la instrucción escrita de los apóstoles se ha preservado y ha beneficiado a la iglesia durante casi dos milenios. Al leer y estudiar las cartas canónicas hoy en día, podemos unirnos a la primera generación de creyentes en Jerusalén, quienes, entre otras cosas, “se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles”, Hch 2:42 (NBLA).
Este artículo fue traducido y ajustado por Maria Paula Hernández. El original fue publicado por Benjamin Laird en Desiring God. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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